Cómo colapsar sabiamente con justicia ecosocial
En 2002, un helicóptero localizó Tikopia, una de las islas Salomón en el océano Pacífico, que había sido devastada por el ciclón Zoé. Llevaban unos 3.000 años aislados, viviendo en simbiosis con la isla. No hablaban en singular sino en plural. Tenían un nosotros para las personas y otro para las personas y la naturaleza. Algunos jóvenes abandonaron la isla, pero volvieron al poco tiempo, con el sentimiento de que el neoliberalismo no funciona. Echaban de menos su isla, que era un remanso de paz, un paraíso que alimenta, cobija y protege. Los tikopianos como laboratorio en miniatura del planeta nos enseñan que para mantener los equilibrios favorables a la vida deberíamos reencontrar una relación armónica con la biosfera.
Esther Oliver
Ese no es el panorama global. El reputado científico Antonio Turiel nos lo presenta de forma nada halagüeña: creciente caos climático, problemas de acceso a los combustibles, evidencia de que la transición energética ni funciona ni funcionará, desestabilización geopolítica masiva, retroceso democrático en Occidente… Sin embargo, no todos los países se encuentran en la misma situación: no sufren igual los que han sido empobrecidos que los países que nos hemos enriquecido.
Es cierto que habría sido mejor transitar hacia sociedades justas y sostenibles hace varias décadas, cuando nos avisaron de los límites del crecimiento. No obstante, ante el inminente colapso de la civilización termoindustrial, al menos, aprovechemos la oportunidad de cambio y colapsemos sabiamente. Además de necesitar un cambio personal de consciencia, urge una transformación social, que podría llevarse a cabo mediante una economía de poscrecimiento y con justicia ecosocial.
Cuando los valores se invierten, cuando la política impulsa la
ignorancia y el miedo al servicio de los lobbies, cuando el colapso y la
brutalidad sustituyen al debate; el naufragio moral y político queda
manifiesto.
— Noël Mamère (exdiputado ecologista y alcalde de Bègles en Francia).
¿Qué está ocurriendo en el Sur global?
Es la misma historia de siempre: la gente con poder intentando conquistar el mundo, mientras que los pueblos originarios luchan contra Goliat. Antes eran los imperios, ahora son las corporaciones internacionales. Una de las consecuencias finales es que más de dos mil cien activistas ambientales (un tercio formaban parte de comunidades aborígenes) han sido asesinadas en el mundo en la última década.
Bustillos y Aguilar, al tratar los derechos de los pueblos indígenas en América Latina, nos relatan cómo durante la expansión colonial les despojamos de sus derechos territoriales por el concepto del Derecho romano de terra nullius. Sin embargo, no es que la tierra no fuera de nadie, sino que lo que allí no existía era el concepto de propiedad privada. El acaparamiento de tierras comenzó con la negación de la propiedad colectiva de los pueblos. La colonización duró realmente seis siglos allí y ahora domina el ecocolonialismo o colonialismo ambiental por todo el planeta.
Por su lado, la profesora Mahnkopf nos presenta a los seres humanos como un factor geológico (en diferentes grados, claro está, según sus orígenes geográficos y sociales). Nos advierte de que en lugar de iniciar una transformación estructural estamos volviendo a repetir los mismos errores. En la actualidad experimentamos una renovación de la geopolítica, caracterizada no solo por una feroz competencia internacional por la disminución en las reservas de combustibles fósiles, sino también por una fiebre verde por los minerales, el agua y la tierra.
Algo huele muy mal cuando se empieza a hablar de necropolítica de los países extractivistas. Esperanza Martínez, militante ecologista y una de las fundadoras del colectivo Yasuní, no se anda con tapujos al denominar como zonas de sacrificio a “ciertos territorios considerados como objetos de explotación inevitable, sacrificando tanto a la naturaleza como a la población que vive en ellos, bajo el supuesto de que dicho sacrificio es necesario para la supervivencia de la humanidad”. Y todos sabemos que no se trata de supervivencia sino de extralimitación: los países enriquecidos manteniendo su manera de vivir gracias al sacrificio del Sur global.
¿Realmente aquí se vive tan bien?
Álvarez Cantalapiedra reitera en varios informes la idea del “modo de vida imperial o desmesurado”, que tan mal visto estuvo en otros tiempos. Incluso el papa Francisco se expresa con claridad cuando a esta forma de vivir la llama “la gran desmesura antropocéntrica”. Aunque la teoría sea atractiva, la realidad es muy distinta para la mayor parte de la población. El autor nos plantea una sociedad neurotizada, donde reina la desigualdad. Nos presenta una sociedad con muchos factores neurotizantes: autoexplotación hasta la extenuación, ansiedad colectiva, falta de un proyecto común, desconexión entre individuos (aunque está probado que somos una especie hipersocial, con lo que estamos malgastando nuestra ventaja evolutiva)… No parece que seamos conscientes de que este exceso, esta superación de los límites planetarios conlleva una amenaza existencial para la salud humana y planetaria.
Hasta hace muy poco, en economía no se hablaba de desigualdad. El autor nos dice que quizá el cambio se deba a que en las últimas décadas los porcentajes han alcanzado unas cifras intolerables, o bien, porque el ascensor social no funciona, desapareciendo así el principal instrumento de legitimación del capitalismo. Por otro lado, nos llama la atención sobre el abandono de la reflexión acerca de lo que significa hoy vivir bien, seguramente porque nos conduciría a cuestionarnos nuestro actual modo de vida.
¿Cómo podría ser una austeridad feliz?
En India llevan más de 5.000 años predicando el arte de vivir sabiamente, un estilo de vida saludable que ellos llaman ayurveda. Y aunque en Occidente intenten vendernos la moto, todas y todos sabemos que la felicidad no se basa únicamente en el dinero. El informe Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena expone la idea de Easterlin de la existencia de una zona de saturación monetaria del bienestar humano subjetivo. Es decir, a partir de una determinada calidad de vida, para ser feliz ya no solo cuentan los recursos, sino también el tiempo y las relaciones.
Por otra parte, el bienestar sirve de poco si solamente existe a corto plazo, tiene que ser sostenible. Ese bienestar a largo plazo quizá sería posible mediante la economía de la rosquilla de Raworth: teniendo en consideración el techo ambiental (en un espacio biológicamente sostenible dentro de los límites planetarios) y el suelo social (cubriendo las necesidades vitales, en un espacio socialmente seguro). Hay quien piensa que llegamos tarde para su aplicación y otros muchos ni siquiera creen en un bienestar sin crecimiento. No obstante, Max Koch sí lo ve viable, aunque nos avisa de que no es suficiente con impuestos crecientes redistribuidos, sino que son necesarias nuevas políticas sociales, en una economía de poscrecimiento y con un sistema de cuentas basado en necesidades.
En un texto sobre calidad de vida y necesidades humanas, Sempere añade algún componente más a la satisfacción de las necesidades básicas. Dice que también son esenciales: cohesión social, libertad, autorrealización, que no haya desigualdad ni opulencia consumista. Para que todo el mundo tenga acceso a los medios esenciales para una vida digna nos es preciso desaprender los hábitos de la opulencia. Reconoce que es difícil renovar el anterior pacto social (en el que se ha basado el Estado del Bienestar desde 1945) debido a la crisis ecosocial de agotamiento de los recursos naturales y de la energía. Propone que la salida satisfactoria para la gran mayoría únicamente puede basarse en un nuevo contrato social en el que se acepte una reducción de la huella ecológica mundial, es decir, modificando nuestra manera de vivir con mayor equidad distributiva.
¿Sería posible una buena vida a nivel global?
Hickel y Sullivan lo dejan bien claro en su informe Una buena vida para toda la población mundial es posible, al tiempo que se disminuyen los daños ambientales. Ante las cifras actuales (del 80% de la población sin acceso a bienes y servicios básicos, viviendo por debajo del umbral de lo que se considera una vida digna) los autores nos aseguran que “para proporcionar un nivel de vida digno a 8.500 millones de personas solo sería necesario el 30% de los recursos y la energía que se utilizan actualmente”. Y aún quedaría un remanente “para otros consumos adicionales, el lujo público, los avances científicos y otras inversiones sociales”. Simplemente tenemos que sustituir nuestro objetivo. Si este fuese el bienestar de la gente, lo importante no debería ser el PIB, sino desviar la producción de la acumulación de capital y del consumo de las élites, a la vez que nos centramos en proporcionar bienes y servicios socialmente beneficiosos para todas y todos.
Sobre cómo hacerlo existen muchas propuestas interesantes, desde los textos de Serge Latouche, Carlos Taibo, la Guía para el descenso energético de Véspera de Nada, o bien las publicaciones más recientes de González-Reyes y Almazán (Decrecimiento: del qué al cómo. Propuestas para el Estado español) o la de Turiel (El futuro de Europa. Cómo decrecer para una reindustrialización urgente). Claramente necesitaríamos más de una estrategia: aplicar una economía de poscrecimiento en el Norte global, mientras ayudamos al Sur global a que alcance un nivel de vida digno.
¿Puede el Derecho ayudarnos a transformar nuestra relación con la Tierra?
Algunos/as así lo creen y lo relatan en el informe La Tierra clama justicia ecológica. Ciertamente la teoría que nos plantean resulta estimulante, pero la práctica es otra. Por ejemplo, el Acuerdo de Escazú para asuntos ambientales en América Latina y el Caribe entró en vigencia en 2021 y dos años más tarde Latinoamérica encabezó el número de defensoras ambientales asesinadas, con un total de 166, además de las millares de amenazas y ataques cada año. Costa Cordella nos recuerda que los acuerdos no son lo suficientemente sólidos, mientras las obligaciones dependan de las realidades políticas nacionales.
En 2023, por segundo año consecutivo, en Colombia se registró el mayor número de asesinatos del mundo, al alcanzar la cifra récord de 79 defensoras asesinadas. Luz Estella (abogada ecofeminista colombiana) nos explica que “lo que se vive actualmente es el resultado de la permisividad hacia el corporativismo empresarial en nombre de un desarrollo (mal llamado) sostenible”. Comparte su testimonio de haber tenido que abandonar su país, debido a la persecución contra ella y su familia por su trabajo como defensora ambiental. Testifica lo difícil de la situación “cuando el agresor es el mismo Estado”.
Según Del Viso, existe una doble cara de la moneda: avances normativos en derechos de la naturaleza y principios de justicia ecológica (como las/los relatores especiales de la ONU), mientras que al mismo tiempo continúa el punto de vista conservacionista, con la falsa noción de la naturaleza como fuente de explotación humana, junto al privilegio corporativista, que permite que las empresas puedan pedir indemnizaciones multimillonarias a los Estados, si la regulación perjudica sus intereses.
Asimismo, Montalván Zambrano reclama la necesidad de superar la visión utilitarista y mercantilista con la que nos estamos relacionando con la Naturaleza. Nos anima a tener una mirada ecocentrista como la que tienen los pueblos nativos y las comunidades identificadas con el territorio y nos propone el “derecho como actor principal en la construcción de una nueva consciencia ecológica”.
Ante esta propuesta nos preguntamos si no sería prioritario una transformación moral y cultural, porque ¿de qué sirven las leyes si no se implementan? Sin rechazar los avances que se consigan en Derecho Ambiental, hoy menos que nunca podemos permitirnos el lujo de esperar acuerdos, tratados o convenios de los que los gobiernos se puedan desentender en un momento dado, según el gobernante de turno. Hoy más que nunca el pueblo debe tomar las riendas de su futuro.
¿Cómo afrontar el futuro? Y ¿si copiásemos la forma de vivir de los pueblos originarios?
Yayo Herrero se pregunta cómo la sociedad occidental (que se autodenomina sociedad del conocimiento) ha podido crear un modo de vida en común, que destruye las propias condiciones que posibilitan la vida. Nos aclara que la causa es la fantasía de la individualidad, es decir, el deseo de liberación de la naturaleza, de los límites, de los vínculos… que solo se puede sostener en una cultura del dominio (patriarcal, colonialista, antropocentrista) en el que unas vidas valen más que otras. Sin embargo, esa ilusión ni siquiera se puede mantener ilimitadamente. Nos avisa de que este estilo de vida no es más que un sueño.
Así que ¡¡despertemos del sueño!! y aceptemos que la trama de la vida es un sistema dinámico complejo eco e interdependiente, que funciona de manera más parecida a lo que intuían los pueblos nativos. Todavía podemos aprender de estos pueblos y otras culturas que han sabido vivir armónicamente con el medio natural. Es fácil identificar lo que tienen en común. La Red de futuros indígenas nos da alguna pista: prácticas de respeto y reciprocidad con la Madre Tierra, defensa del territorio, gestión comunitaria, rescate de la diversidad, volver a tiempos cíclicos… A la vez, nos advierten de la necesidad de detener esta máquina de exterminio, mientras provocamos un cambio, que debe ser de raíz.
La revista Yggdrasil dedicó una sección a los pueblos originarios que aún están repartidos por el mundo. Todos coinciden en su esencia: una conexión profunda con la tierra. De los distintos ejemplos, remarcaríamos a los aborígenes de Australia. Ellos sí que son expertos en apocalipsis. En su caso, la terra nullius conllevó acaparamiento de sus tierras, enfermedades y masacres. En 1967 fueron incluidos en el censo de la población (hasta entonces formaban parte del registro de fauna y flora). No fue hasta 1992 cuando el gobierno australiano reconoció que ellos ocupaban las tierras antes de que llegasen los colonos. Actualmente viven confrontados con la industria minera. A pesar de todo el horror, a día de hoy mantienen su cultura a través de su lazo con la tierra, que constituye su identidad. Poseen una visión colectiva, opuesta a la individualista que caracteriza al neoliberalismo. Los pueblos indígenas resisten gracias al tejido social.
Solamente tenemos que replantearnos nuestros vínculos con los demás y con la naturaleza, pasar del antropocentrismo al ecocentrismo. No hay alternativa: o vivimos dentro de los límites planetarios o, irremediablemente, nos autoextinguiremos. Únicamente nos queda creer que una revolución social es aún posible, aunque sea con una esperanza sin optimismo, con un impulso utópico, con un sueño consciente…
Terminamos con las bellas palabras del artista gráfico Miguel Brieva: “[Ante] una sociedad preñada de un sueño delirante, carente de límites (…) es momento de volver a soñar de manera intensa y seductora, pero con los pies en el suelo (…) Es hora de revertir el sinsentido y tomar conciencia del enorme potencial de la imaginación [a través de] relatos que se atrevan a soñar con valentía”.
Referencias bibliográficas
▪ Álvarez Cantalapiedra, S. (2022) «El malestar de nuestro modo de vida«. Papeles 156 («Malestares»). FUHEM.
▪ Álvarez Cantalapiedra, S. (2022) «Combatir las desigualdades para hacer un mundo más justo y sostenible«. Papeles 159 (» Desigualdades»). FUHEM.
▪ Álvarez Cantalapiedra, S. (2023) «Un modo de vida que imposibilita la vida buena«. Papeles 161 («Modo de vida, vida buena y crisis ecosocial»). FUHEM.
▪ Álvarez Cantalapiedra, S. (2024) «Cambiar de paradigma para construir la paz del siglo XXI«. Papeles 165 («Paz ambiental. Hacia un nuevo paradigma»). FUHEM.
▪ Astudillo, J.E. (2024) “La lucha de los Waorani para cuidar la selva y la humanidad”. Dosieres ecosociales. Retos de la sostenibilidad. Estrategias para enfrentar el futuro, p.79. FUHEM.
▪ Bustillos, L. y Aguilar, V. (2024) “El dilema de la plurinacionalidad para el derecho internacional y relaciones internacionales. El derecho de los Estados vs. el derecho de los Pueblos Indígenas en América Latina”. Papeles 167 («La Tierra clama justicia ecológica»), p. 123. FUHEM.
▪ Costa Cordella, E. (2024) “Ambientalismo para pobres diablos: Escazú y el ambientalismo en América Latina y el Caribe”. Papeles 167 («La Tierra clama justicia ecológica»), p. 53 FUHEM.
▪ Del Viso, N. (2024) “Los relatores especiales de la ONU y su papel frente a los derechos de la naturaleza y la justicia ecológica”. Papeles 167 («La Tierra clama justicia ecológica»), p. 69. FUHEM.
▪ Ecologistas en Acción. (2024) «Miguel Brieva, ilustrador: «Toda obra que contribuya a otra manera de pensar y sentir es absolutamente necesaria»«. Ecologista 120.
▪ Estella Romero, L. (2024) En algún momento se les acabarán las balas. Sobrevivir al descalabro.
▪ Faivre, A. (2025) ««C’est une histoire d’espoir brisé»: au Sénégal, comment le groupe minier français Eramet croque la Grande Côte«. Libération.
▪ FUHEM Ecosocial (2023) «Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena«. Papeles 161 («Modo de vida, vida buena y crisis ecosocial»). FUHEM.
▪ Global Witness (2024) «Más de 2.100 personas defensoras de la tierra y el medioambiente asesinadas en el mundo entre 2012 y 2023«.
▪ Herrero, Y. (2024) “Miradas ecofeministas para una transición ecosocial justa”. Dosieres ecosociales. Retos de la sostenibilidad. Estrategias para enfrentar el futuro, p.63. FUHEM.
▪ Hickel, J., Sullivan, D. (2024) «Una buena vida para toda la población mundial es posible al tiempo que se reducen los daños ambientales«, Universitat Autònoma de Barcelona, basado en el artículo «How much growth is required to achieve good lives for all? Insights from needs-based analysis«. World Development Perspectives.
▪ Koch. M. (2024) «Bienestar sin crecimiento«. Papeles 161 («Modo de vida, vida buena y crisis ecosocial»). FUHEM.
▪ Mahnkopf, B. (2020) «Geopolítica en el Capitaloceno«. Papeles 146 («Geopolítica en el Antropoceno»), p. 35. FUHEM.
▪ Mamère, N. (2025) «Trump: la raison du plus fort ne peut être un horizon politique«. Libération.
▪ Montalván Zambrano, D. (2024) «Más allá del ser humano: cómo el derecho puede transformar nuestra relación con la tierra«. Papeles 167 («La Tierra clama justicia ecológica»), p. 31 FUHEM.
▪ Red de futuros indígenas (2021) «En tiempos de crisis climática, el futuro es un territorio a defender«, 15/15\15.
▪ Sempere, J. (2022) «¿Qué es lo que hace buena la vida humana?» p.20, y «¿Nuevo contrato social?» p.40. Dosieres Ecosociales. Diálogo sobre calidad de vida y necesidades humanas. FUHEM.
▪ Turiel, A. (2025) «The Oil Crash: Año 19«, The Oil Crash.
▪ Van Ingen, F. (2021) «Peuples premiers, peuples racines. Aborigènes d’Australie, la puissance des racines et la force du mouvement». Yggdrasil 7, p. 19.
▪ Van Ingen, F. (2021) «Peuples premiers, peuples racines. Tikopia». Yggdrasil 10, p. 203.
ESTHER OLIVER
ÚLTIMAS PUBLICACIONES: Bióloga, educadora ambiental y correctora lingüística; especializada en textos científico-técnicos y ensayo crítico. Su paso por Ecologistas en Acción y su acercamiento a la ecología social cambiaron su forma de ver la vida.
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2025/03/14/como-colapsar-sabiamente-con-justicia-ecosocial/ - Imagen de portada: Maia Koenig.