La infinitud de lo finito
No es falso afirmar que el planeta es finito. No es falso afirmar que sus bienes (o recursos) son finitos. Son muchas las voces que lo decimos y muchas las veces que lo oímos. Un goteo incesante que atraviesa el duro armazón craneal hasta incorporarse (entrar y disolverse en nuestro cuerpo) como tantas otras narraciones que nos construyen. El planeta es finito, es finito, es finito…
Por: Gustavo Duch
Tanto es así que, como recientemente leí a Antoni Soy en La Directa, el historiador francés Arnaud Orain ya habla de que en la actualidad vivimos bajo un capitalismo finito o de la finitud. Donde el sentimiento angustioso de un mundo finito del que hay que apropiarse de la forma más rápida posible, puesto que “no habrá para todo el mundo”, es el responsable de la loca carrera neocolonizadora por el acaparamiento de la tierra, del mar o el control de las explotaciones mineras que estamos padeciendo.
El capitalismo finito se puede entender como una evolución o fase del capitalismo, o como el reconocimiento de su esencia depredadora. De hecho, Monbiot y Hutchison en La Doctrina Invisible, sitúan el nacimiento del capitalismo allá por el año 1470 en el momento del descubrimiento y explotación de la isla de Madeira. Justamente una isla, donde la apreciación de la finitud a la que lleva la explotación insaciable es muy evidente, fue el escenario, según los autores, del primer ciclo de “auge, colapso, abandono” de un territorio, nacido de esta ansiedad.
En cualquier caso la idea de la finitud –y su asociación con una posible escasez– no está solo presente en este capitalismo más salvaje y sus nefastas consecuencias. También empuja a toda una suerte de proyectos tecnocientíficos que, con buena voluntad o no, aspiran a ‘corregir’ o ‘superar’ esta situación. Pero el resultado entre una opción y otra, no es tan diferente, como estamos observando con todos los proyectos para una transición energética, por ejemplo.
El problema de “las nuevas edificaciones que armamos”, como explican Sira del Río Agudín y Amaia Pérez Orozco en Economías feministas. Arraigo, vínculo, subversión es que “las levantamos sobre los mismos cimientos”, en este caso, de una modernidad embebida en la idea del progreso donde su marco mental lineal lleva ineludiblemente a asimilar finito con agotable. Pero en este planeta de Vida, donde todos los materiales, donde toda la energía, donde todo lo vivo y todo lo muerto, se recicla, se reincorpora, se reasimila, se reconforma, se metamorfosea, la finitud la deberíamos contemplar solo como el punto de partida de un retorno. Si surgiera un “pensamiento telúrico” como llama Omar Felipe Giraldo en Retorno al humus a posibles nuevos cimientos pegados a la tierra, advertiríamos que “no hay gastos, no hay pérdidas, no hay carencia, no hay exceso. No hay algo que se aniquile, que se desvanezca, que desaparezca. Lo que hay es transformación”.
Necesitamos, por tanto, revisar nuestra perspectiva de la finitud (y nuestros cimientos). Como bien sabe quien cuida de un huerto, sin la degradación de los vegetales que ahí crecen no sería posible la fertilidad del suelo y por ende, no habría nuevos alimentos. Mi amiga la socióloga chilena María Paz Aedo, después de conversar sobre esta cuestión, lo sintetiza muy bien: “Acumular en vez de aceptar la finitud es lo que genera el agotamiento, entendiendo agotamiento como ruptura de estos ciclos infinitos. Reconocer y asumir la finitud como un punto de este continuo y participar con humildad de la trama vital, es un buen antídoto contra el miedo del capitalismo a la finitud”.
El planeta es cíclico, es cíclico, es cíclico...
Fuente: https://ctxt.es/es/20250301/Firmas/48750/gustavo-duch-planeta-finitud-ciclo-punto-de-partida-retorno-tribuna.htm - Imagen de portada: Imagen de recurso de un árbol rodeado de un bosque denso. / Unsplash