Patagonia argentina: Agroecología en La Comarca Andina, otro modelo de producción de alimentos
Investigadores de la Universidad de San Martín viajaron a la Patagonia a registrar el movimiento agroecológico que crece entre las chacras de El Bolsón, Lago Pueblo, El Hoyo y Epuyén. Académicos y estudiantes de las carreras de agroecología de la Universidad de Río Negro junto a productores locales dan forma a otro modelo ante problemas estructurales: falta de acceso a la tierra y la amenaza del modelo extractivo.
Por Georgina Pecchia, Mariano Eloy Beliera, Paz Rufino y Lucas Pascuzzo*
Desde el primer día de ruta, en viaje desde Buenos Aires hacia Río Negro, el paisaje muestra las transformaciones del territorio que describen las investigaciones sobre los extractivismos: monocultivos, pozos petróleros, tierras áridas y la urbanización avanzando sobre la ruralidad. El auto avanzaba sobre la Ruta 5 y la lectura en voz alta de Cuando las plantas hacen lo que les da la gana, de Dusan Kazic, enriquece las comprensiones sobre cómo la agroecología desafía al agronegocio y las prácticas extractivistas. Sin perder de vista cómo se piensa en la academia el mundo agrícola.
El lugar de destino es la casa de un docente de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) que nos alquiló su casa a precio amigo. Aunque no nos conocíamos, él sabía a qué veníamos. La casa está ubicada en un barrio residencial, unas cuadras hacia el oeste del “Camino de los Nogales”, la antigua entrada a El Bolsón. Esta zona de valles tiene, dicen los lugareños, la mejor tierra del país. Donde enterrás una pala, levantás tierra negra, humus. “Ideales para el cultivo, pero prefieren explotarlas para el turismo con cabañas”, dice el dueño de casa.
La UNRN se destaca por ser la única universidad en el país que cuenta con una Licenciatura y una Maestría en Agroecología. Docentes, productores y estudiantes son el testimonio de una apuesta por trabajar distinto la tierra. Una resistencia, en el contexto de La Comarca Andina, a la especulación inmobiliaria que quiere darle otros usos a las pocas tierras destinadas a la agricultura que aún quedan alrededor de los cascos urbanos de El Bolsón (Río Negro) y de las otras localidadesd comarcales, al otro lado del Paralelo 42, en Chubut: Lago Puelo, El Hoyo y Epuyén.
La universidad resulta un espacio de diálogo y aprendizaje mutuo que integra múltiples experiencias productivas, de ambos lados del paralelo, en las que participan alumnos y graduados para problematizar el uso de la tierra y la producción de alimentos. Por eso, La Comarca resultaba un caso interesante para enriquecer las reflexiones sobre las alternativas existentes al modelo productivo agrario hegemónico y una nueva línea de investigación: la historia de la agroecología en el país.
¿Cómo articulan docentes, investigadores, alumnos y productores? ¿Con qué prácticas cuentan, no solo productivas, sino para pensar y construir nuevas relaciones humanas, con el ecosistema y el alimento? ¿Cómo piensa la universidad esta relación? Algunas de las preguntas que nos surgieron como equipo de investigación.
Proyecto Bioma
Martín Trigo —parece chiste, pero es su apellido—, es licenciado en Agroecología de la UNRN. El sol del mediodía acompañaba su caminar entre las camas de tierra del proyecto agroecológico Bioma. La chacra, ubicado en Lago Puelo (Chubut), fue fundada por él, Tomás Ares y Nazareno Marietti. La pandemia fue el catalizador de un sueño que llevaban años militando: disponer de tierras para generar alimento de calidad para toda la comunidad de La Comarca y poder vivir de ello. En 2020, las fronteras interprovinciales se cerraron y con ellas el suministro de alimento se dificultó, entonces, el equipo del Proyecto Bioma entendió que comunidades enteras podían quedarse sin comida al no tener producción propia y depender de “importaciones” desde los mercados de abasto de otras provincias.
En la temporada 2021-2022 pusieron en marcha un sistema basado en el apoyo mutuo entre agricultores y consumidores, compartiendo tanto los beneficios como los riesgos de la producción. De esta forma, todos se aseguran tener un plato en su mesa, con una lógica comunitaria. Martín, colgado de un árbol que le da sombra al grupo, explica: “Transformar la lógica del consumidor a un ‘prosumidor’, o sea, un consumidor con lógicas productivas, que entiende la cadena de la que está formando parte hasta que llega el alimento a su mesa. Soñamos con hacerlos partícipes de la planificación”.
La propuesta es que los ‘prosumidores’ financien la inversión inicial de cada temporada con un aporte económico al momento de la siembra. A cambio, reciben alimentos frescos, a un precio fijo, y sin los costos de traslado con los que llegan las verduras desde los centros de abastecimiento, y respaldan una producción sin el impacto ambiental del uso de agroquímicos, como ocurre con el modelo del agronegocio.
La filosofía del Proyecto Bioma se vive en cada interacción. Quienes aportan a la producción pueden ir cosechar sus alimentos a la chacra; vecinos y visitantes pueden sumarse al trabajo cotidiano: desmalezar bancales, sembrar, lavar la verdura. Este contacto directo con la tierra y el cultivo permite que la comunidad entienda el valor del alimento y la urgencia de un sistema más justo. Al preguntarle a Tomás sobre cómo le explicaría a una persona que no sabe del tema qué es la agroecología, dice que busca que a la persona le “haga sentido”, sea por el impacto en la salud, por lo económico, la calidad de vida, el espíritu comunitario o lo ambiental.
El aislamiento de la pandemia despertó en estos agricultores la chispa para reconstruir la comunidad desde lo alimentario, concibiéndolo no solo como una parte integral de todo grupo humano, sino como un pilar fundamental sobre el cual se construye ese grupo. Mientras dibujaba un círculo alrededor de la “maleza”, la antropóloga del grupo, volvió por un momento a su casa, pensó en los precios del supermercado y en la cantidad de personas que hoy saltean comidas. ¿Qué pasaría si este modelo se replicara por miles en los márgenes de las grandes ciudades? ¿Es posible? ¿Cómo llegamos a esa escala?
Actualmente, Martín, Tomás y su equipo producen alimento para 250 familias de La Comarca Andina, trabajando en sólo dos hectáreas. Su forma de comerciar el alimento mantiene vivo el espíritu comunitario: participan en ferias donde comparten con otros pequeños productores. Resultan también espacios de construcción con otros colectivos, donde organizan puntos de comercialización conjunta.
La agroecología también puede ser ingeniería, con el foco en los alimentos y el ambiente
El viaje sigue entre las chacras linderas a Lago Puelo de vuelta a El Bolsón, donde está la casa de Carlos Rezzano, profesor emérito y referente en la producción agroecológica en toda La Comarca. Se piensan las preguntas y observamos los mismos paisajes de tierras fértiles, también tierras de oportunidades turísticas, que amenazan la producción agroecológica en la región por la disputa del uso de la tierra. Las mismas tierras fértiles de El Hoyo y Epuyén (y el resto de la zona). Estas tierras cultivables están pobladas de viejos habitantes e inmigrantes urbanos, que deciden alejarse de la ciudad con fines agrícolas, turísticos y residenciales. Campos cultivables coexisten con cabañas para el turismo y barrios cerrados, ¿cómo conviven estos intereses de la población y distintos usos de la tierra?
El Bolsón (Río Negro) es la ciudad más importante de La Comarca, concentra la mayor población sobre los los 37.000 habitantes de toda la región. Allí no solo está la UNRN, sino que, desde los años 70, se convirtió en epicentro y referencia de la ecología y el ambientalismo. No casualmente en esos años fue que la agroecología empezó su camino, empezó a cobrar conciencia de los efectos de la agricultura dominante sobre el ambiente. Fue en esos años que agrónomos y ecólogos comprendieron que la producción de alimentos no podía pensarse separada del lugar en que se encontraba.
Esta lógica es diferente a la del modelo agrario presente a lo largo de la Ruta 5 —que une Buenos Aires y La Pampa— con cultivos de maíz, soja, girasol o trigo, ese paisaje que domina gran parte del país. El modelo para esos cultivos, modificados genéticamente y con dependencia de insumos externos, piensa la agricultura únicamente en su proceso de producción. La agroecología, en cambio, promueve el diseño y manejo de sistemas de producción de alimentos que no separan al productor del consumidor ni de los sistemas ambientales y sociales en los que se encuentran.
Esto vuelve a esas experiencias económicamente viables, pero también socialmente justas y ambientalmente sostenibles. Al perseguir el equilibrio y la autosuficiencia, no depende de insumos externos ni uso intensivo de agrotóxicos. Esto les da una mayor resiliencia social y ecológica, al mismo tiempo que elevan significativamente la calidad de vida de la comunidad que integran, convirtiéndola en una herramienta de central importancia para enfrentar la crisis socioecológica y económica.
La agroecología no nació en El Bolsón, pero encontró una oportunidad perfecta para mostrar todo su potencial.
Mientras Carlos removía una ortiga silvestre de la huerta en el patio de su casa, convocaba a pensar en cómo involucrar más actores en este proceso agrícola local que se intenta llevar a cabo. Él y su equipo están impulsando una reforma en el plan de estudios de la UNRN para convertir la Licenciatura en Agroecología en Ingeniería y, al mismo tiempo, profundizar en su pata social, para potenciar el impacto de esta práctica.
Para él, la agroecología no sólo necesita más respaldo académico, sino también un cambio profundo en las prioridades productivas: que el modelo se aleje de los commodities y se enfoque en los alimentos de calidad. “Los ingenieros agrónomos necesitan aprender de la agroecología. Para eso necesitamos un diálogo sincero entre las agronomías.”
El cambio de enfoque curricular está impedido de ampliarse, por el contexto actual, entre quienes viven en La Comarca y tienen interés de formarse. De los 40 estudiantes inscriptos en la Licenciatura en Agroecología, solo 15 logran asistir regularmente. Muchos de ellos viven en otras localidades, alejados de El Bolsón. Se ven obligados por la crisis económica a dedicar la mayor parte del día a colaborar con sus familias, mientras que el transporte y el encarecimiento del costo de vida asfixian tanto a estudiantes como a docentes. Instalarse en El Bolsón para seguir los estudios no es sencillo, los alquileres dolarizados hacen de la estabilidad habitacional un lujo para pocos, en un pueblo donde no faltan viviendas ni espacio para construirlas, pero que prioriza loteos para fines turísticos o viviendas de lujo. Así, la región se despoja de los futuros profesionales que podrían sostener y potenciar sus prácticas agroecológicas.
Proyecto Rizoma
Cassandra Del Valle Gallegos, es chilena, vive en El Bolsón desde el 2015. Mientras estudiaba sociología en su país natal, algo le hizo click. Dos materias la marcaron para siempre: “Problemas Rurales”, en la que se problematizan las relaciones entre el campo y la ciudad, y “Teoría Marxista”, donde sostiene incorporó conceptos vinculados a la soberanía alimentaria. Ese fue su primer acercamiento al campo, la teoría. Entonces, decidió migrar a Argentina para estudiar —de forma gratuita— la Tecnicatura en Producción Vegetal Orgánica en la UNRN, creada por Carlos Rezzano, una carrera con más años que la Licenciatura en Agroecología. Ese fue el punto de inflexión para avanzar en lo que buscaba: no sólo estudiar el campo, sino también trabajarlo.
En 2016, con otros cuatro compañeros de la universidad, fundó el proyecto agroecológico Chacra Rizoma. Lo que empezó como una pequeña iniciativa para producir hortalizas para la comunidad de El Bolsón (y alrededores) fue creciendo con el tiempo. Hoy, Rizoma cuenta con nueve integrantes que trabajan de forma horizontal y toman decisiones de forma asamblearia.
“La universidad fue indispensable”, dice Del Valle Gallegos. No sólo fue el lugar donde la mayoría se formaron, sino también la fuente de inspiración para vincularse directamente con la producción y alimentar a la comunidad. Sin embargo, Cassandra marca como uno de los motivos del surgimiento de Rizoma un punto crítico para la carrera, en el que coincide con las apreciaciones de Rezzano y Trigo, el hecho de que la universidad no cuenta con un espacio experimental durante la cursada. A ella eso la movilizó a autogestionar esta tierra con sus compañeros.
Una vez que consiguieron la tierra donde llevar adelante la producción, el apoyo de la UNRN se extendió más allá de las aulas. Les brindó a los técnicos de Rizoma talleres sobre manejos de plagas, costos de producción, y otras técnicas avanzadas que ayudaron a los integrantes a perfeccionar su trabajo. Un grupo de investigación de la UNRN también se acercó para colaborar con el proyecto, ayudándolos a organizarse mejor, escalar la producción y hacerla más sustentable.
“Nosotros también hemos impactado en la universidad”, reflexiona, mientras transplanta un zapallo, graficando ese ida y vuelta entre universidad y experiencias productivas. Rizoma se ha convertido en centro experimental, espacio de aprendizaje y visitas para estudiantes de las carreras agroecológicas que, hasta ahora, carecían de un lugar donde conectar la teoría con la práctica.
El acceso a la tierra, un desafío para la producción de alimentos
Entre las más de cuarenta variedades de flores y hortalizas del proyecto Bioma, Tomás Ares recordó los desafíos que tienen para la producción: “Estamos en un lugar bastante privilegiado en términos ambientales para producir agroecosistemas, pero existen despojos de tierras a personas que históricamente la han trabajado”. Segundos después, hizo referencia a una represa hidroeléctrica que quieren instalar sobre el Arroyo Lindo. Un viejo proyecto del Municipio de El Bolsón que resurgió con el nuevo impulso al extractivismo dado por el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI). La construcción requeriría hacer un loteo sobre el Cerro Lindo, dejar bajo agua valles fértiles, casas, chacras y desmontar bosques nativos. Esto no solo pondría en juego a los productores agroecológicos, sino a todo el ecosistema de la zona.
Proyecto Bioma también lidia con otro tipo de extractivismo. Este año tuvo que dejar de cosechar una porción de la tierra que alquilaban porque el dueño la puso en venta. Es un cuadrado lindante a un barrio privado. Las parcelas ocupan todo el cielo bajo la visión del drone que el cineasta de nuestro equipo de investigación hizo volar sobre la chacra. Es el orden que la presión inmobiliaria impone, que dificulta posibilidades de otros modelos productivos.
La propiedad de la tierra permitiría que los productores puedan invertir con la certeza que no deberán abandonarla. Si de cerca se podía observar la diversidad de ese cultivo —con flores entre las hortalizas que atraen polinizadores autóctonos—, en la espalda se podían sentir los ojos de los propietarios del barrio cerrado. Rigurosas parcelas de tierras divididas con surcos rectos.
Los desafíos de Rizoma no van mucho más lejos. Parada justo en el límite que separa su parcela del terreno vecino, Cassandra recuerda “somos agricultores sin tierra”. El año pasado tuvieron que dejar las dos hectáreas y media que trabajaban; por suerte el vecino, que también es agricultor, les ofreció alquilar dos de sus siete. Casi no tuvieron que moverse, pero perdieron mucho tiempo de trabajo. El lote resiste el desafío de sostenerse produciendo alimentos entre las cabañas, para vivienda o con fines turísticos, que avanzan sobre los terrenos rumbo al Cerro Amigo. “En nuestro proyecto cada año es diferente. Cambios en las personas que se suman o se van, cambios en las superficies que cultivamos, cambios en los puntos de entrega de nuestra verdura”, repasa.
La concentración de la tierra en la provincia de Río Negro y en la zona de El Bolsón es un tema crítico, como resaltan los agricultores. Especialmente frente al crecimiento acelerado de la población. Desde 2010, hasta la fecha, la población de El Bolsón aumentó un 87 por ciento, casi 20.000 personas más, en un casco urbano de solo 6 kilómetros. Este crecimiento ejerce una fuerte presión sobre el uso y distribución de las tierras disponibles. El resultado es lo que marcan los entrevistados: la utilización de esas escasas tierras fértiles para construcción de viviendas y cabañas con fines de explotación turística, pero sin ningún tipo de planificación que garantice un desarrollo equilibrado y sostenible en la región.
La situación se agrava con la falta de regulación. La Ley de Tierras Rurales 26.737, que limitaba al 15 por ciento la titularización de tierras por parte de extranjeros, fue derogada por el DNU 70/2023, aunque fallo judicial mantiene ese artículo en suspenso. La concentración de la tierra también se hace evidente en la actividad frutícola provincial. Hace una década, el 34 por ciento de la superficie frutícola Río Negro estaba en manos de apenas el 2 por ciento de los productores (50 en total, con más de 100 hectáreas cada uno). En 2022, aunque el porcentaje bajó ligeramente al 32 por ciento, el número de grandes productores se redujo a 37, lo que indica una concentración aún mayor.
“Es necesario que el Estado vuelva a tener su rol como garante de otras formas de producir alimentos”
Con grumos de tierra en las manos, tras la visita a las chacras, llegamos al Instituto de Investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural (IRNAD), a un edificio ubicado a pocas cuadras de la UNRN. Mariano Amoroso, director de la Maestría en Agroecología, docente e investigador de la universidad, nos espera. Amoroso conoce a todos los estudiantes y conecta con experiencias locales con enfoques académicos. Propone que la Maestría sea el espacio para profundizar en las problemáticas específicas de la agroecología en La Comarca Andina.
El diálogo interdisciplinario, el énfasis en la investigación y en la formación de trayectorias de investigación personalizadas y aplicadas, son la razón de una instancia de posgrado como la maestría, que reúne estudiantes, docentes y exalumnos para pensar otro modelo productivo y espacios de resistencia. “Es necesario que el Estado vuelva a tener su rol como garante de otras formas de producir alimentos. Este apoyo es una necesidad para enfrentar la crisis alimentaria, climática y económica. Sin políticas públicas, los movimientos agroecológicos pueden resistir, porque no van a parar lo que está en movimiento, pero sí pueden verse diezmados”, analiza Amoroso e invita a insistir a pesar de los tiempos políticos: “Esta resistencia está cargada de alegría y compromiso. Y ni el ajuste, ni la represión podrán apagarla”.
Al repasar la necesidad de implementar políticas públicas que acompañen y potencien sistemas productivos locales y resilientes, recordamos algo que marcaba Del Valle Gallegos en la Chacra Rizoma, respecto de la imposibilidad de inscribirse como cooperativa por la cantidad de integrantes estables en el proyecto. Allí aparece una necesidad de poder crear figuras cooperativas adaptadas a estas experiencias para garantizar una estructura que permita distribuir mejor los retornos de la producción y también fortalecer los vínculos sociales y económicos en la región. “La dimensión social diferencia la producción agroecológica de la orgánica”, asegura.
Otra estrategia indispensable sería facilitar el acceso a subsidios o recursos técnicos para los productores interesados en transicionar hacia modelos agroecológicos. En todo esto, instituciones como el INTA, el CONICET y las universidades desempeñan un rol clave en la capacitación e investigación científica aplicada a las necesidades técnicas, sociales y económicas de la agroecología.
De todas maneras, todas las voces coinciden en que el acceso a la tierra es uno de los principales obstáculos para la producción agroecológica, y es allí donde el Estado podría hacer un aporte fundamental garantizando la disponibilidad de tierras y la estabilidad que los productores y la comunidad requieren para que esté garantizada la producción de alimentos de calidad a precios justos. Esta situación de precariedad en el acceso a la tierra lamentablemente no es un problema exclusivo de La Comarca Andina. Las organizaciones campesinas exigen desde hace años la aplicación de una política de tierras y los “verdurazos” de organizaciones como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) han sido una forma públicamente conocida de expresarlo.
El mundo agrícola necesita otras historias
Como dice Dusan Kazic en Cuando las plantas hacen lo que les da la gana, “el mundo agrícola necesita otras historias (…) La historia no puede entonces cambiar si uno no fabrica nuevas historias para contar de otro modo este mundo en agonía. Para eso hace falta mostrar imaginación con el fin de que las cosas más impensables se vuelvan pensables y posibles”.
De regreso a casa, el grupo de investigación vio avanzar lenta, cansinamente, en el espejo retrovisor la misma repartición de tierras, pero esta vez no fue desalentador. Al contrario, los puso en movimiento, a escribir: ¿Un movimiento que nuclea la universidad con agricultores y participan los vecinos? Hay que replicarlo.
Y aunque las preguntas sobre el acceso al alimento, las logísticas de producción y comercialización, superen la posibilidad de respuestas fáciles frente a escenarios tan complejos, y por momentos desalentadores, el movimiento agroecológico de La Comarca Andina y el rol que allí ocupa la comunidad universitaria es un caso testigo al cual vale la pena prestar atención.
La agroecología es una realidad, incluso a pesar de la situación tan adversa en la cual le toca habitar. Al preguntarle al director de la Maestría en Agroecología cómo imaginaba que sería recordado este movimiento en el futuro, dijo: “Creo que lo hermoso va a ser haber sido parte parte de un proceso de transformación. Un proceso que queremos que, como todo proceso que se inicia, siga creciendo, variando y, ojalá, mejorando. Que llegue a más gente, que se valoricen los saberes y la producción local, y que, en 50 años, esta experiencia sea replicada en varios lugares del país, como ya está ocurriendo. Desde este rinconcito que nos toca mirar, sería un éxito ver cómo esto se reproduce y florece.”
La voz de esas futuras generaciones quedó registrada en las palabras de Maia, estudiante de la Licenciatura en Agroecología: “La agroecología nos invita a pensarnos como parte de un sistema compuesto por un montón de especies, del que somos parte. No tenemos prioridad o diferencia entre la bacteria que está en el suelo, la planta, el pájaro o el animal”.
Su visión es un lindo ejemplo de una mirada amplia que no se piensa separada de aquello que la rodea, sino todo lo contrario. Las relaciones con nuestro entorno no sólo son importantes, sino constitutivas: la producción de alimentos no es una producción como cualquier otra. La idea de ver a la tierra y los alimentos como una mercancía más es muy peligrosa, y sus efectos están a la vista. Pero también son notorios los resultados positivos del avance de la agroecología. Estos testimonios son sólo la punta del iceberg de su potencial.
* Desde el programa Conflictos Socioambientales, Conocimientos y Políticas en el Mapa Extractivista Argentino, del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de CONICET y UNSAM, emprendimos el desafío de mapear los efectos del agronegocio en la Provincia de Buenos Aires. A partir de ese trabajo, decidimos ampliar nuestra mirada hacia otras experiencias de agriculturas alternativas. Fue así como descubrimos en la región patagónica ejemplos relevantes y formas de asociación que hacen posible la sostenibilidad de un modelo agroecológico.
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/agroecologia-en-la-comarca-andina-otro-modelo-de-produccion-de-alimentos/ - Foto: Mapa Extractivista LICH-UNSAM