EDITORIAL DEL GRR







Por: Jorge Eduardo Rulli

Las provincias mediterráneas arden y no es un eufemismo. Los últimos bosques se queman irremisiblemente. Los incendios se suman a una larga serie de atrocidades que, son consecuencia de la voracidad inmobiliaria tanto como de la voracidad sojera y de la impunidad de todos los poderosos y depredadores, para arrasar con nuestros bienes comunes. Esas atrocidades permitidas y consentidas a lo largo de los últimos tiempos, han trastornado el paisaje y esas transformaciones groseras resultan tan evidentes que son el comentario obligado y generalizado. Nada es como lo fuera pocos años atrás, a los propios lugareños, les cuesta reconocer la zona en la que viven y en la que siempre han vivido, y cualquier comentario sobre el entorno, le abre diques a la nostalgia y a la pena por el hábitat y el paisaje perdido. Donde había monte o quintas, cuando cualquiera de los vecinos tenía algunos años menos, hay ahora barrios marginales de extrema pobreza y hacinamiento, o por lo contrario, barrios ricos y mansiones que parecen sacadas de una película norteamericana, donde había arroyuelos donde los muchachos se bañaban o pescaban, hoy hay cloacas a cielo abierto, donde había bosques hoy hay un páramo. Nos estamos refiriendo a cualquier de los pueblos del interior, aunque vuelva yo ahora conmovido por la provincia de Córdoba y en particular por la ciudad de Villa María.
 
En esa tarde de viernes caluroso, propio del veranito de Santa Rosa, el viento constante trae crecientes cantidades de tierra que incomodan a los parroquianos que disfrutan de los bares y restoranes paquetes alrededor de la plaza principal. Nosotros también estamos allí, bebemos cerveza para apagar la sed y hablamos de la soja y de los sojeros. ¿De qué otra cosa podría hablarse hoy día en esas aldeas globales que son el producto mismo de la sojización? El polvo que lo inunda todo trae seguramente partículas de agrotóxicos. Carraspeamos y bebemos más cerveza. El  barbecho químico que practican los sojeros entre una cosecha y una siembra, que deja la tierra pelada y sin cobertura alguna, estrangula las ciudades y envenena en forma creciente a sus poblaciones. La Municipalidad local ha establecido una franja de ridículos doscientos metros de distancia entre las últimas líneas de viviendas y las primeras de soja.  Doscientos metros, cuando no queda un árbol y la tierra es llana, resulta igual que nada. Otras localidades han sido un poco menos mezquinas y han llevado esa distancia a trescientos metros, pero para compensar semejante desprendimiento, debemos aclarar que pocos, muy pocos son, los que cumplen esas disposiciones.
 
Estamos en medio de la fiesta de la sojización y de los venenos que la acompañan. Una cierta exaltación de voces gruesas y altos volúmenes proviene de las mesas cercanas y me hace pensar en corrales de engorde y en farmers norteamericanos. Las torres de departamentos de lujo por doquier, con todas sus ventanas cerradas en pleno día, nos hablan de inversiones y contrastan con los barrios periféricos de extrema sordidez. La Biblioteca Universitaria, de amplia cúpula vidriada, nos evoca en cambio, el Centro Pompidou de la ciudad de París, y nos hace pensar en los modos sutiles en que se reciclan los viejos hábitos heredados de los gringos que vinieron a trabajar la tierra. Hoy aquellos sueños empecinados de tener un hijo doctor, se transmutan con cierta naturalidad en el proceso que conduce de la republiqueta sojera a la sociedad del conocimiento y a los polos biotecnológicos. Mientras la cerveza no termina de apagar la comezón en la garganta, el compañero local con el que comparto la jornada, me cuenta cosas extraordinarias que le son cotidianas. Tal es el enamoramiento con el glifosato, me dice socarrón, que siendo sólo un herbicida, lo suelen usar también contra las plagas, y van aumentando las cantidades, hasta que los bichos desisten o se dejan morir en defensa propia. De todas maneras, de cada veneno se usa un poco bastante más de lo indicado, preferentemente mezclándolos, para que se potencien. Nadie usa protecciones de ningún tipo, eso escapa a la imaginación de los sojeros que en el colmo de la ignorancia y de la incomprensión, suelen implicar a las propias familias en el trabajo de fumigar. Tanto el amigo con el que ahora converso, como su madre y sus hermanos fueron banderilleros de mosquito y de avión durante años, y ello, para ayudar al padre con la soja. Ahora, mi nuevo amigo es licenciado universitario y con lucidez valerosa toma posición a favor de la campaña contra las fumigaciones. Ha tenido suerte y sobrevivió, el amor recíproco que se tiene con su padre le impide abrir un juicio sobre tanta ignorancia; el viejo, como muchos otros agricultores, ha sido víctima de los tantos tecnólogos y presuntos científicos que desde instituciones como el INTA establecieron prácticas criminales, abusando de la general ignorancia sobre los tóxicos, a los que se denominan fitosanitarios. 
 
Estamos en el centro del reino de la sojización. Como ya no quedan montes ni banquinas, y menos aún tierras para ocupar, ahora los sojeros se extienden hacia arriba avanzando sobre las laderas de las sierras, bajando el monte subsistente y comiéndose  a la montaña y hasta a las postales de lo que fueran las sierras de Córdoba. Los sojeros se extienden también hacia el norte, comprando tierras en Santiago o en Formosa, donde la hectárea es varias veces más barata que en estas zonas. En esas tierras de las provincias vecinas los sojales hacen desaparecer al monte chaqueño y arrinconan o expulsan a los pobladores con sus cabras y sus burros, sus quesos y sus chacareras. Estamos en el reino de la soja, en el centro mismo de la sojización expansiva, tanto Buenos Aires como el gobierno central son figuras tan lejanas como aborrecidas. Esta es la aldea global, el patrón de construcción de la Argentina de los agronegocios. Las políticas públicas llegan como mojadas de oreja y en simultáneo, como facilitadoras de nuevos y grandes negocios. Contradictoriamente, el odio hacia quienes representan al gobierno crece junto a las propias ganancias. Villa María es la ciudad argentina con mayor número de vehículos por cantidad de habitantes. Los pequeños agricultores de los que tanto se habla, aquí hace mucho que han desaparecido, a menos que pretendamos reconocerlos en esos rentistas ociosos que llenan las confiterías y los resto bar innumerables.
 
Buenos Aires es una presencia distante. A 600 Km. de distancia, nos informamos minuto a  minuto, de los embotellamientos existentes en la General Paz y en la Panamericana, en donde, según la televisión, que parece suponer que toda la Argentina vive en la Capital y en el Gran Buenos Aires, los coches deben avanzar a paso de hombre…Los discursos y los enfrentamientos en la ciudad lejana que nos trae la pantalla de los bares, alientan los fuegos locales, mientras las decisiones que se toman indefectiblemente estimulan nuevos y mayores negocios. En el reino del Agronegocio no existen actualmente lealtades ni desconocimiento de los riesgos de enriquecerse en tiempo record. Existen por el contrario complicidades extendidas y el convencimiento de que la soja es una bendición y a la vez la conciencia de que es un cáncer que debe sobrellevarse... Pese a la exaltación de ser protagonistas del milagro sojero, nadie duda que es al gobierno al que le interesa aumentar la exportación del poroto, como si ellos, los sojeros, tuviesen en cierta medida que sacrificarse a la voracidad demagógica del Gobierno por atender su base clientelar. De esa manera la conciencia se alivia, la responsabilidad se transfiere y el debate se torna cada vez más improbable.
 
No ha quedado en el entorno ni siquiera un arroyito ni una laguna, no hay un antiguo bañado que no se haya rellenado para ganar espacio donde hacer un poco más de soja. Ahora que no existen en la zona espejos de agua, ahora, cuando hasta el ciclo del agua se ha interrumpido tal como me informa mi amigo, la sequía pega duro y la culpa de que no llueva también es de Cristina. Sí, la sequía pega duro, la sequía y el viento que arrastra los polvos de la erosión del suelo, con las partículas de los venenos que lo empapan y que llegan hasta la plaza principal de esta aldea global en que cada boutique es de un refinamiento que asombra. En la Argentina, el progresismo ha creado y fortalecido su propia medialuna de riqueza ostentosa. Evo heredó, en Bolivia, una Santa Cruz racista e insurrecta, aquí en cambio, y me refiero a los diversos funcionarios que pasaron a lo largo de los últimos más de diez años de gobierno, a esa medialuna de riqueza ostentosa, la generaron, la favorecieron, la mimaron y  le rindieron culto, sin escuchar por soberbia otras propuestas…. Ahora el progresismo, desde posiciones obstinadamente urbanas y como conducido por su propia e inexorable naturaleza, ensaya salir del embrollo con discursos, y agudizando las contradicciones, pretende escapar de la encerrona alimentando la confrontación, intentan apagar el fuego con gasolina… Mientras tanto,  los sojeros sostienen que es el Gobierno el que los obliga a sojizar, al menos en Villa María estas son palabras corrientes que todos han interiorizado y que, me temo además, que contengan buena parte de razón. Ello al margen de que subleve que se quejen de que se los obliga a hacer los que les gusta y lo que los enriquece… Por qué, pregunto, “¿por qué el Gobierno alentaría la sojización a la vez que pareciera reprobarla?” Porque el Gobierno necesita dinero para mantener la pobreza, me responden inmediatamente. “¿O sea que están ustedes obligados a continuar haciendo lo que hacen…?” “Sí”, me responden, “por supuesto, no tenemos otro camino…”
Mientras las confrontaciones, las traiciones y cambios de lealtades continúan  alimentando el carrusel de la vida pública argentina, los últimos montes de las sierras arden inexorablemente y la soja continúa extendiéndose hacia arriba sobre las laderas de  los valles…Nuestra geografía se ha trastocado, se ha tornado irreconocible, y ahora, nos acercamos a colapsos ambientales ineluctables. Cuesta recordar el país que fuimos… duele comprender que esta devastación ambiental fue permitida y hasta aplaudida, indigna acordarse de que cada una de estas consecuencias atroces fueron anticipadas largamente por quienes intentamos evitarlas… subleva hacer memoria de los textos básicos que supuestamente deberían conducir nuestra vida ciudadana... Pero debemos hacer memoria, tenemos obligación de hacer memoria, porque la violación constante de los derechos precautorios y el arrasamiento de nuestros hábitats de vida, deberán en algún momento justificar las acciones ciudadanas en legítima defensa. A propósito de ello, leo ahora el Artículo 41 de nuestra Constitución Nacional: “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer, según lo establezca la ley. Las autoridades proveerán a la protección de este derecho, a la utilización racional de los recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural y cultural y de la diversidad biológica, y a la información y educación ambientales. Corresponde a la Nación dictar las normas que contengan los presupuestos mínimos de protección, y a las provincias, las necesarias para complementarlas, sin que aquéllas alteren las jurisdicciones locales”. Está todo dicho, ahora sabemos quienes deberían ser considerados fuera de la Ley…
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