El movimiento indígena latinoamericano






El movimiento indígena es quizás uno de los elementos más transformadores de la realidad latinoamericana contemporánea. Se construye como movimiento social de dimensión regional con un profundo contenido universal y una visión global de los procesos sociales y políticos mundiales.
Ha dejado de ser un movimiento de resistencia para desarrollar una estrategia ofensiva de lucha por el gobierno y el poder, especialmente en la región andina.
A partir de una profunda crítica y ruptura respecto a la visión eurocéntrica, su racionalidad, su modelo de modernidad y desarrollo inserto en la estructura de poder colonial, el movimiento indígena latinoamericano se plantea como civilizatorio, capaz de recuperar el legado histórico de las civilizaciones originarias para reelaborar, no una, sino varias identidades latinoamericanas; no una forma de producir conocimiento, sino todas las formas de conocimiento y producción de saberes que han convivido y resistido a la dominación. Ha dejado de ser un conjunto de movimientos locales para convertirse en algo articulado y articulador que se construye en los espacios geográficos donde se desarrollaron esas civilizaciones originarias, en los territorios de Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
Múltiples y diversos espacios de coordinación y articulación del movimiento, diversos foros de intercambio y movilización, se han creado en los últimos años en la región, al mismo tiempo que se han diversificado las organizaciones y redes de los pueblos originarios. Esto ha generado una intensa dinámica y una creciente capacidad de movilización en los niveles locales, regionales y continental, con una clara vocación de articulación planetaria.
La reconstrucción de los Andes como unidad geográfica y las civilizaciones originarias como unidad histórica, han profundizado el proceso de integración del movimiento indígena sudamericano, que en julio de 2006, en la ciudad de Cuzco, fundó la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI) con la participación de los pueblos quechuas, ichwas, aymaras, mapuches, cymbis, saraguros, guambinos, koris, lafquenches, urus, entre otros, convirtiéndose en un espacio dinámico de articulación política y social, con proyección hacia las organizaciones indígenas de la Cuenca Amazónica y de Centro y Norte América, ampliando el espectro de unificación, articulación e integración del movimiento indígena en todo el continente.
En la amplia plataforma de lucha para el movimiento indígena de todo el continente se incluyen entre sus principales banderas la construcción de Estados plurinacionales; la defensa de los recursos naturales y energéticos, el agua y la tierra; los derechos colectivos de las comunidades indígenas y la autodeterminación de los pueblos como principio fundamental. La unidad, equidad y complementariedad de género; el respeto a las diversas espiritualidades desde lo cotidiano y diverso; la liberación de toda dominación o discriminación racista, etnicista o sexista; las decisiones colectivas sobre la producción, los mercados y la economía; la descolonialidad de las ciencias y tecnologías; una nueva ética social alternativa a la del mercado. Principios fundamentales de convivencia humana y profundo respeto a las diferentes culturas, pueblos y nacionalidades.
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La plurinacionalidad es asumida por las fuerzas progresistas de países como Bolivia y Ecuador, lo que ha permitido un amplio movimiento político y social capaz de aprobar, en plebiscitos nacionales o en asambleas constituyentes, nuevas formas políticas e institucionales del Estado. El Estado Plurinacional se plantea como proyecto político que cuestiona profundamente la visión homogenizadora del Estado-nación y con ello, la tradición política occidental en América Latina.
Este nuevo modelo de Estado es incluyente. Basado en el principio de “unidad en la diversidad”, reconoce la existencia de múltiples nacionalidades, culturas, lenguas, religiones, formas de espiritualidad. Incorpora las formas comunales de organización y autoridad en la propia institucionalidad del Estado, constituyendo una experiencia política absolutamente nueva en la región.
Se trata de un proyecto que debe construir aún su propia institucionalidad, pero que puede representar un modelo político cualitativamente superior al Estado-nación que sustenta la unidad nacional en la homogenización superficial y en la discriminación y exclusión cultural.
La histórica lucha de los indígenas latinoamericanos por la tierra no sólo tiene que ver con la recuperación de un medio de producción fundamental que les fue violentamente expropiado desde los primeros momentos de la colonización europea. La tierra tiene un sentido muy profundo en la cosmovisión y en la forma misma de existencia de los pueblos: ella es la “madre que nos acoge”, el espacio donde la vida se crea y se re-crea. En la visión indígena, hay que “criar a la madre tierra y dejarse criar por ella”. Esta relación profunda con la tierra se contrapuso radicalmente a la visión del colonizador que veía la tierra como objeto de posesión y espacio de saqueo y extracción de metales y piedras preciosas, objeto de depredación.
Estas visiones contrapuestas produjeron enormes tensiones y sufrimientos en los pueblos indígenas de nuestro continente. La mano de obra indígena trabajó la minería en las colonias, permitiendo la acumulación de capital que sustentó la hegemonía portuguesa y española en el sistema mundial. El trabajo esclavo en las minas fue uno de los principales mecanismos de exterminio.
Tras siglos de resistencia, el movimiento indígena contemporáneo recupera el sentido fecundo de su relación con la tierra y exige el respeto a ésta como fuente de vida. Se trata entonces de preservar la tierra, el ambiente en que vivimos, el espacio donde nuestros hijos nacen y crecen, donde la flora y fauna nativa debe ser aprovechada con un sentido de respeto y preservación. Esta postura ecológica, que corresponde a una visión milenaria del mundo, coloca al movimiento indígena latinoamericano en una posición que levanta banderas universales para la sobrevivencia de la humanidad y del planeta, que exige que la extracción de recursos naturales y energéticos se realice sin depredar la tierra y favoreciendo principalmente a las poblaciones que viven en los territorios donde estos recursos se encuentran.
Así, la vida y el ser humano se elevan a la condición de valores fundamentales para la organización de la sociedad. La organización comunitaria, el principio de la reciprocidad y solidaridad social, son características de algunas sociedades indígenas precoloniales, retomadas por el movimiento indígena latinoamericano como prácticas cotidianas que afirman un legado civilizatorio y una forma propia de ver el mundo. Al mismo tiempo se crean nuevas formas de autoridad colectiva y de autogobierno comunitario que rescata la comunidad como fuente de todo y cualquier poder y el poder del individuo sometido a la comunidad. Un ejemplo es el movimiento zapatista en México, con el principio de “mandar obedeciendo”, que refleja claramente estas dos dimensiones de la autoridad.
Por la profundidad de su propuesta y de su praxis, el movimiento indígena abre un nuevo horizonte histórico en América Latina y en el mundo.

Mónica Bruckmann, socióloga peruana, investigadora de la Cátedra y Red UNESCO/UNU. Una versión significativamente más amplia, en ALAI, América Latina en Movimiento.

Fuente: Ojarasca 149

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