Decrecimiento en el Norte y movimientos de justicia ambiental en el Sur

La cuarta revolución industrial, a pesar del optimismo tecnológico que transpira, va a tener que saber responder a preguntas que apuntan a muchos frentes. Una de ellas especialmente delicada pues proviene del ámbito de la economía y cuestiona el modelo en el que la innovación y creatividad a base de tecnología no son vistas como solución sino como más avance  en la misma desastrosa dirección que nos ha llevado a la insostenibilidad social y medioambiental del mundo que tenemos. Así hablan los teóricos del postdesarrollismo, principalmente en América Latina, y así hablan también los defensores del decrecimiento, paradigma que ya no sólo se defiende en Europa o en el primer mundo.

Raquel Neira

La principal consigna del decrecimiento, corriente de pensamiento no sólo económica pues también abarca las esferas, política, social y cultural,  es el abandono del paradigma del crecimiento como solución a todo, así como de la toma de conciencia que no se puede seguir creciendo en un mundo donde los bienes materiales son finitos. Ni siquiera los “avances” de la ciencia, como algunos pretenden, son una solución per se, pues tales avances siguen trabajando para beneficio de algunos pocos poderosos en este mundo. Tampoco el tan mentado desarrollo “sostenible”, que pretende acabar con la pobreza, es una solución, pues la experiencia muestra que a más desarrollo económico, mayor insostenibilidad ecológica. Es ahí, precisamente, en ese mundo ecológicamente insostenible,  donde vivimos.

¿Qué hacer entonces? El decrecimiento nos impulsa a reducir el consumo de manera paulatina y controlada a la par que se deben establecer nuevas relaciones entre los humanos entre sí y con la naturaleza.

El consumo y producción desenfrenados a los cuales estamos habituados (o nos han habituado) en el norte nos está llevando a la catástrofe. No solamente padecemos el efecto invernadero con sequías y lluvias anormales, también la sed de ganancia de las empresas extractivas empuja las fronteras de la extracción en el propio continente europeo y norteamericano: cada vez más minas[1], por mas pequeñas que sean, más yacimientos de gas de esquisto[2], se van abriendo paso y destruyendo el ambiente. Todo ello con el fin de producir objetos rapidamente obsoletos o con obsolecencia programada para que las empresas obtener jugosas ganancias. Con este modelo no solamente padece la naturaleza, pues también las relaciones humanas que se ven empobrecidas.Pues bien, parte de la población ha tomado conciencia de esta situación y se ha organizado en colectivos, ongs, asociaciones, etc. Son estudiantes, trabajadores, agricultores, intelectuales, activistas, etc. Realizan campañas, actos, manifestaciones, reúnen firmas, difunden otras alternativas al crecimiento económico, etc.
Las empresas extractivas, del norte o del sur, del este o del oeste, buscan sin cesar nuevas fuentes de materias primas: minerales, hidrocarburos, agua, tierras para producción ganadera y agrícola intensivas, biomasa marina. Esto provoca saqueo, contaminación, hambre y desempleo. Basta mirar lo que sucede en Africa[3]. Pero no sólo allí, en casi todo el sur del planeta, desde América a Oceanía pasando por Asia, las empresas extractivas vienen saqueando ingentes extensiones de territorios desde hace muchos años. Además, la tecnología avanza de tal manera que las palas extractoras y perforadoras son cada vez más grandes y extraen cada vez más en menos tiempo. Cada vez más tierra es removida, más ríos son desviados y más peces capturados. Como consecuencia de este modelo la soberanía alimentaria de estos continentes está gravemente amenazada. Por otro lado, los deshechos de estas industrias se quedan en el lugar de extracción, causando muerte y enfermedad. El resultado es que miles son los pobladores contaminados, como los “niños del plomo” en el Callao o La Oroya o Cerro de Pasco en el Perú. Los derrames de petróleo en la Amazonía se cuentan por decenas cada año, contaminando de un modo irreversible fuentes de agua y de alimentación de las poblaciones (cerca de 19 casos de derrame entre 2016 y 2017 en la zona nororiente del Perú).
Aunque todo ello aniquila ingentes territorios y extermina poblaciones, también hay resistencia, organización y reclamación de justicia. Estas luchas no son nuevas, pues han comenzado ya hace muchos años (por ejemplo en San Mateo de Huanchor en 1934, Perú), pero se han multiplicado porque el extractivismo ha avanzado y lo sigue haciendo. Se han constituido organizaciones locales de defensa del territorio, mayoritariamente llamados frentes. En las luchas por la justicia ambiental en el Perú, los movimientos sociales en defensa del medioambiente son liderados por los pobladores del lugar afectado. Cuando una actividad extractiva pretende instalarse, ya sea minera, petrolera, de hidrocarburos, o agroindustrial, la resistencia al despojo de sus tierras y las amenazas de contaminación son llevadas a cabo por los pobladores mayoritariamente indígenas. Este es el caso en el 90 % de las luchas de resistencia a los proyectos extractivos en el país[4].
Un ejemplo de esto son las “rondas campesinas”, organización campesina que se desarrolló en la región de Cajamarca en plena dictadura militar de Morales Bermúdez en el año 1976. El país había entrado en una grave recesión, se devaluó la moneda, se creó mucha inseguridad y el desempleo aumentó afectando a todo el pais. El objetivo primero de las rondas era luchar contra el abigeato[5] administrando justicia en su territorio. Sin embargo tan importante como sus objetivos son los estilos de organización que activan. En principio, los pobladores de una comunidad eligen a sus ronderas y ronderos encargados de realizar vigilancia, administran justicia en asamblea y las penas se aplican de manera inmediata. El objetivo final y principal es volver a dar a la comunidad la armonía y el equilibrio. Posteriormente, las rondas se han convertido en un instrumento de protesta contra los abusos de los patrones de propiedades agro-pecuarias. Después se han enfrentado a las políticas neoliberales de los años 90 del presidente Fujimori, que abrieron paso al extractivismo como eje central de los programas de los gobiernos peruanos venideros. Finalmente, en la actualidad, os campesinos cajamarquinos se están enfrentando al nuevo reto de la presencia empresarial extractivista minera en su territorio.
Estos pobladores, al defender su habitat y modo de vida, están participando de manera consciente a la preservación de lo que llamamos “buen vivir”: respeto por la naturaleza a la cual pertenecemos y vemos como un ser que nos engloba y no fuera de nosotros. Defienden, no un modo de vida arcaico ni idílico, sino un modo de vida donde la naturaleza tiene un rol primordial y donde la comunión con ella en las labores agrícolas y ganaderas, así como en las relaciones sociales, son primordiales. Sin querer ensalzar ni idealizar la situación, existen en el Perú muy buenas iniciativas de rescate y difusión del buen vivir, como las de los hermanos Awajún[6]. Igual que las rondas campesinas, se resisten al dogma del “crecimiento” como factor de “desarrollo”, lo cual choca con los intereses de las grandes empresas extractivas y el propio Estado, los cuales, en el caso del Perú, han reaccionado con gran violencia[7]. Para Cajamarca, la minería no ha traído ninguna riqueza. Es la región con mayor índice de pobreza en el país[8].
Los pobladores tienen arsénico, plomo, mercurio, cadmio, etc en la sangre, como lo demuestran los diversos informes realizados por la Universidad Nacional de Cajamarca, la Universidad de Barcelona y la Dirección General (y Regional de Salud), entre otros.
En general, los movimientos sociales medioambientales defienden los bienes comunes y son una parte importante del movimiento del “buen vivir”. Esta movimiento necesita todavía  desarrollarse y concretarse.  También debe relacionarse con los movimientos de decrecimiento en el norte y de justicia ambiental en otras partes del mundo. Las similitudes con el movimiento del decrecimiento son claras. Cada uno a su manera, con sus propios métodos, respetando sus culturas y su diversidad, luchan por el mismo objetivo: una tierra que respetemos y en la cual la Vida, con mayúscula, sea el objetivo principal.

Raquel Neyra es economista
Fuente:  - Icaro - ZAC - Imagenes>:
diariohuarpe.com - El Carabobeño - L. Chiappe
NOTAS
[1] Ver el caso de los proyectos mineros de Salau, Kambo, Tennie, Vendrennes, etc, en Francia
[2] Ohio, Alberta…
[3] Intervenciones coloniales francesas en Mali, lejos de haber disminuido el terrorismo, este se ha expandido en todo el Sahel
[4] Ver EJAtlas.org
[5] Ladrones de ganado.
[6] Ver distintas iniciativas sobre Tajimat Pujut (buen vivir), en youtube o escritas
[7] Segun Global Wittness, en el 2014 el Peru era el cuarto pais con mas muertes de defensores del ambiente, solo en el 2015 fueron asesinados 12 personas y en el 2016 dos personas. Pero la cifra puede ser mayor porque no todos los casos son conocidos.
[8] INEI, Instituto Nacional de Estadística, 2017

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