Socialismo sin crecimiento

En este artículo pongo de manifiesto mi desacuerdo con aquellos (eco-)socialistas que se adhieren a la crítica ecológica del crecimiento bajo el capitalismo, pero que apoyan o permanecen indiferentes a las perspectivas de crecimiento socialista. Sostengo en primer lugar, que el crecimiento económico es ecológicamente insostenible con independencia de que sea capitalista o socialista. En segundo lugar, afirmo que el crecimiento económico descansa, en gran medida, en la explotación. Aunque desde un punto de vista teórico es posible pensar en la existencia de un crecimiento socialista no explotador, que pueda darse en la práctica es muy improbable.

Giorgos Kallis

La cuestión del crecimiento dividió a ecologistas y socialistas en la década de los 70 del siglo pasado. El eco-socialismo reparó parcialmente esta fractura al argumentar que el capitalismo tiene que crecer para no morir y que, en consecuencia, la sostenibilidad ecológica pasa por superar al capitalismo. Muchos ecologistas y la mayoría de los decrecentistas están de acuerdo con esto. Las diferencias surgen cuando algunos eco-socialistas mantienen un agnosticismo ambiguo sugiriendo que un sistema alternativo (presumiblemente el socialista) tal vez podría crecer y, al mismo tiempo, ser ecológicamente sostenible.
En este ensayo sostengo que el crecimiento socialista no puede ser sostenible, porque ningún crecimiento económico puede ser ecológicamente sostenible. Para que el nivel de vida material crezca es necesario que crezca la extracción de materiales. Esto es inevitablemente perjudicial para el medio ambiente y, en última instancia, socava las condiciones de producción y reproducción. La tecnología no es una varita mágica con la que hacer inmaterial un aumento del nivel de vida material. Los niveles de vida pueden mejorar sin crecimiento cambiando los deseos y las expectativas, o mediante un giro que nos lleve de valorar los bienes materiales a valorar las relaciones personales. Puesto que el capitalismo está orientado a buscar, si no a producir, el beneficio económico y el crecimiento, el socialismo, adecuadamente concebido, está en mejor posición para llevar a cabo tal transición.
Este ensayo está estructurado de la siguiente manera: En la primera sección se afirma que el socialismo se ocupa de valores de uso, no de valores de intercambio. Los valores de uso no pueden “crecer” en el agregado; los valores de uso no son conmensurables y no pueden sujetarse a valuación. En la segunda sección aclaro cómo, desde mi perspectiva de economista ecológico, entiendo yo el crecimiento. Presento aquí el argumento central de este ensayo, es decir, que ningún tipo de crecimiento económico puede sostenerse ecológicamente. En la tercera sección se afirma que el crecimiento requiere excedentes crecientes y que en la práctica (aunque no en la teoría) los excedentes implican explotación. En la cuarta sección argumento que las reformas previstas por los socialistas probablemente no impulsarán, sino que pondrán freno, al crecimiento. En la quinta sección sostengo que el punto de partida del socialismo debería ser que, con solo compartir lo que hay, ya habría suficiente para todos. Concluyo con la relevancia política de este diagnóstico.
Dos advertencias. La primera: de forma intencionada no defino el socialismo. Hay cientos de definiciones diferentes, pero mi tesis opera en un nivel de abstracción superior a cualquier definición concreta. Si cualquier crecimiento económico es ecológicamente insostenible, entonces la definición precisa del socialismo no importa. No estoy argumentando que toda forma de socialismo sea insostenible, sino que cualquier forma de socialismo que persiga y produzca crecimiento es insostenible. No me interesa saber qué modelo de socialismo es más sostenible o menos capitalista, si bien mi argumento implica que un modelo sostenible de socialismo debería ser el que, sin crecimiento, favorezca y mejore los valores de uso.
La segunda: mi audiencia aquí es (eco-)socialista, no decrecentista. No estoy argumentando que el socialismo sea el mejor modelo para una transición de Decrecimiento. Lo que argumento es que si el socialismo llegara a suceder, tendría que ser compatible con el Decrecimiento. Sigo siendo agnóstico sobre los detalles de los diferentes “-ismos” que podrían crear un mundo ecológicamente sostenible, no explotador e igualitario, pero estoy convencido, como la mayoría de los lectores, de que ese mundo es incompatible con el capital-ismo.
Los valores de uso no “crecen”
Se puede discrepar sobre qué es exactamente el socialismo. Pero se estará de acuerdo en que un sistema socialista debería orientarse, al menos, hacia la satisfacción de los “valores de uso” que, determinados democráticamente, expresen las necesidades humanas reales. El PIB mide el agregado de valores abstractos de intercambio multiplicados por la cantidad de bienes producidos. El PIB es una medida de la economía capitalista, basada en la conmensurabilidad absoluta de distintos valores a través del intercambio (Kallis, Gómez-Baggethun y Zografos 2013). Sin embargo, los diferentes valores de uso de diferentes personas son “inconmensurables” y solo “débilmente comparables” (Martínez-Alier, Munda y O’Neill 1998). Qué valores perseguir es algo que debería debatirse democráticamente, pero no hay forma de, ni motivo para, elaborar una única medida agregada de la economía o del bienestar. En un sistema auténticamente socialista el crecimiento ya no tendría que medirse; el crecimiento ya no sería un objetivo. El crecimiento es lo que el sistema capitalista cuenta, necesita y hace.
Estoy de acuerdo con Schwartzman y Torres en que quizás tenga que aumentar la provisión de ciertas cosas y servicios útiles. Sin embargo, los socialistas no deberían usar la palabra “crecimiento” cuando se trata de mejoras en asuntos como la salud o la educación. No estamos tratando con magnitudes cuantitativas. Los niños pueden necesitar una educación más libre y holística. Los pacientes pueden necesitar mayor contacto humano y atención por parte de sus médicos. Pero solo bajo la producción industrial capitalista tales mejoras asumen una dimensión cuantitativa (número de pacientes tratados, puntuación media en los exámenes, valor monetario añadido generado por hospitales y escuelas). Incluso cuando se trata de cosas para las que un aumento cuantitativo es deseable (por ejemplo, el número de bicicletas producidas o utilizadas en una ciudad), es más apropiado hablar de “incremento”, que pone un límite superior de suficiencia. En su uso moderno, crecimiento es sinónimo de tasa de aumento compuesto. Un crecimiento anual del tres por ciento en el número de bicicletas significa que el número total de bicicletas se duplicará más o menos cada 23 años (1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, y así hasta el infinito). En unos pocos siglos, las bicicletas cubrirían todo el planeta. Así entendido, el crecimiento compuesto, ya se trate del crecimiento de cosas buenas o de cosas malas, es una idea absurda.
El crecimiento es ecológicamente insostenible
Los eco-socialistas críticos con el Decrecimiento, como Torres o Schwartzman, coinciden en que la planificación socialista debería ignorar el crecimiento del PIB. Pero de poco sirve ser agnóstico y planificar para satisfacer los valores de uso de las personas de una nación si estos valores de uso implican el aumento de las emisiones de carbono, el agotamiento de recursos limitados o la explotación de los ecosistemas y de los cuerpos de otros. La “producción” global de materiales y energía tiene que disminuir, empezando por aquellas naciones que están ecológicamente endeudadas con el resto.
La producción de energía y de materiales tiene que decrecer porque los materiales extraídos de la tierra causan un daño enorme a los ecosistemas y a las personas que dependen de ellos. La cantidad de energía que distribuimos y usamos se relaciona directamente con los impactos ambientales. La energía es un indicador directo de nuestra capacidad para transformar el medio ambiente. Por supuesto que no todas las transformaciones son malas, y nosotros mismos somos parte y coproductores de la naturaleza. También hay diferencias cualitativas: el impacto de la energía producida a partir de combustibles fósiles es diferente al probablemente más leve impacto de la energía solar. Pero al duplicar, cuadruplicar, etc. la cantidad total de energía producida (y de los materiales extraídos), se terminarán, antes o después, eclipsando esas diferencias cualitativas. Para producir con solar o eólica el doble, el triple, etc., de la energía que consume hoy el mundo, se necesitaría extraer tal cantidad de materiales y ocupar tal extensión de tierra que terminaría siendo una causa importante de degradación y contaminación ambiental. Se usarán cantidades crecientes de energía para transformar los ecosistemas: construir infraestructuras, despejar tierras, producir más alimentos, etc. Un uso tan enorme de energía y la transformación de la materia que conlleva, no se puede compaginar con el mantenimiento de la naturaleza no humana.
Por su parte, una disminución del consumo de materiales y energía es incompatible con el crecimiento del PIB. Con toda probabilidad, el Decrecimiento conducirá a un descenso del PIB. Como bien dice O’Neill (2017):
Es lógicamente posible que en una economía crezca el PIB y disminuya la producción física y energética. Sin embargo, es una falacia pasar de afirmar lo que es lógicamente posible, a afirmar lo que es físicamente posible, y de lo que es físicamente posible, a lo que es empíricamente real.
La “lógica” a la que se refiere O’Neill está inmersa en la definición del PIB. El PIB es un indicador monetario que permitió a las economías capitalistas imaginar que el valor de mercado puede crecer indefinidamente sin ninguna restricción física real (Mitchell 2011). Pero pasemos de una economía fetichizada a otra entendida de forma sustantiva (Polanyi, 1957). La economía es un proceso institucionalizado a través del cual los humanos transforman sus entornos materiales para satisfacer sus necesidades (Polanyi, 1957). La extracción material y la transformación son la sustancia de la condición económica. Esta transformación implica trabajo –trabajo humano y no humano, esto es, el trabajo de animales de tiro o de máquinas alimentadas con combustibles fósiles–. Las nuevas tecnologías hicieron el trabajo humano “más productivo”, pero solo porque proporcionaron medios con los que se movilizaba más trabajo no humano. Un trabajador es capaz de serrar 10 tablas de madera por hora con una sierra manual y 100 tablas por hora con una sierra mecánica. La fuente de esta “productividad” adicional que reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario no es ni el ingenio humano ni magia; es la energía del combustible fósil que mueve la sierra.
Si esto es así, cabría esperar que el crecimiento del PIB esté fuertemente correlacionado con el uso de energía y de materiales. Y en efecto, el PIB mundial, el uso de energía y de materiales y las emisiones de carbono han ido creciendo de la mano. Cuanto mayor es la economía de una nación, tanto mayor es su huella material y sus emisiones de carbono (Kallis 2017). Con una mejor organización de los procesos productivos (la “división del trabajo” de Smith) se puede aumentar la productividad conduciendo a un desacoplamiento relativo a través del cual el PIB crezca más rápidamente que el uso de materiales o de energía. Pero este desacoplamiento siempre será relativo. Las reducciones absolutas son improbables a largo plazo si persiste el crecimiento.
Es cierto que en términos absolutos puede reducirse el uso de un recurso si se sustituye por otro. Pero esto simplemente transfiere la presión de un recurso al otro, sustituyendo un problema medioambiental por otro (por ejemplo, la reducción del uso de combustibles fósiles aumentando el uso de la energía nuclear o de la tierra ocupada por fuentes renovables, etc.). Los efectos de cualquiera de estas sustituciones son de corta duración debido al crecimiento compuesto. Antes o después, la explotación de un nuevo recurso también se hace insostenible. Por lo tanto, a efectos prácticos, el crecimiento de la producción y el crecimiento del PIB son la misma cosa. Si la economía fuera ecológicamente sostenible, ambos tendrían que decrecer.
¿Qué pasa si medimos el crecimiento en términos distintos al PIB? Históricamente, solo hay un ejemplo en el que la producción se haya medido de forma diferente. La Unión Soviética y los países bajo su influencia contabilizaron el crecimiento en función de las materias primas requeridas para la producción industrial (“planificación del balance de materiales”). Este fue un indicador menos fetichista que el PIB. Y me ahorra el problema de tener que “demostrar” que el crecimiento económico y el crecimiento de la producción son la misma cosa.
En cualquiera de sus acepciones significativas, el término “crecimiento económico” hace referencia a un incremento de los estándares materiales. Ahora bien, un aumento en el nivel de vida material requiere más materiales. Esto es independiente de que la economía en juego sea capitalista, socialista, anarquista o primitiva.
Se podría argumentar que en un sistema socialista es posible cambiar totalmente lo que se entiende o mide como bienestar, reinventando y redefiniendo la economía con una medida del valor de uso que pudiera crecer sin impacto (Torres López 2011). Digamos, por ejemplo, que definimos el bienestar económico como la cantidad de veces que nos sonreímos el uno al otro, o el número y la duración de las buenas amistades que hacemos. Como argumenté, es absurdo pensar tales bienes cualitativos en términos cuantitativos y medirlos, compararlos y agregarlos. Pero dejando esto de lado, la posibilidad de crecimiento en el bienestar no debilita mi argumento. En efecto, el Decrecimiento (sostenible) es un recorrido que lleva a reducir el uso de recursos y energía, a la vez que mejora la prosperidad, el bienestar, los valores de uso, etc. (D’Alisa, Kallis y Demaria 2014). Se puede argumentar que el socialismo está mejor posicionado para producir más sonrisas, pero esto es diferente a argumentar que el socialismo todavía puede producir “crecimiento”.
La economía ecológica también sugiere que, a largo plazo, será muy difícil mantener el crecimiento, ya que el descubrimiento de los combustibles fósiles fue un hecho excepcional sujeto a llegar a un fin. La compleja teoría termodinámica del proceso económico de Georgescu-Roegen (1971) no puede eludirse por el mero hecho de que la Tierra sea un sistema abierto con energía suficiente en tanto que haya luz solar (véase Schwartzman, 2012). Georgescu-Roegen era consciente de esto. Su argumento no versa sobre los límites entrópicos absolutos dentro del planeta Tierra, sino de una compleja lectura de cuestiones energéticas y económicas desde una perspectiva termodinámica. En primer lugar, Georgescu-Roegen argumentó que un mayor uso de la energía y un mayor orden “aquí” se produce a expensas de impactos indeseables y desordenados “allí”, siendo “allí” los lugares de donde se extraen nuestra energía y nuestros materiales y en donde terminan sus desechos después de haberlos usado. El cambio climático es el resultado entrópico del orden creado por la revolución industrial.
En segundo lugar, Georgescu-Roegen argumentó que hay una diferencia fundamental entre las fuentes de energía concentradas pero limitadas como el petróleo, que devuelven enormes retornos de energía en comparación con la energía invertida en su extracción, y las fuentes de energía que son abundantes pero difusas, como la energía solar. Las primeras son como lagos, las segundas como lluvia. Para recolectar la energía difusa del sol, se ha de ocupar terreno y se han de gastar recursos. Aquí el planteamiento, confirmado por los datos, es que los retornos de energía de las renovables son menores que los de los combustibles fósiles (los cálculos pueden consultarse en Murphy y Hall, 2010). Las energías renovables generan conflictos sobre la tierra, debido a su alta demanda de terreno (véase Capellán-Pérez, Castro y Arto 2017). La fabricación de energía renovable requiere además montones de materiales térreos. Y el hecho de que cuesten más que los combustibles fósiles puede que tenga que ver en alguna medida con sus menores retornos de energía y sus mayores requerimientos de tierra. Es poco probable que la economía global de hoy en día pueda alimentarse solo con energía renovable (y aún menos probable si la economía crece anualmente un 3%); sin embargo, sí es posible alimentar así una economía mucho más pequeña.
Georgescu-Roegen pronostica que tarde o temprano, de forma planificada o debido a un desastre, las sociedades humanas se conformarán con un nivel de producción económica y de consumo menor, sostenido por la limitada y difusa fuente de energía solar. La bonanza productiva de los combustibles fósiles de baja entropía es un evento histórico aislado, que se ha perdido para siempre en forma de gases de efecto invernadero de alta entropía. Este diagnóstico es general y no depende de la organización de la sociedad en juego. El socialismo, el comunismo o el anarquismo solares pueden ser posibles, pero si Georgescu-Rogen está en lo cierto, no serán un paraíso de dicha material. Para ser sostenibles, estos sistemas alternativos tendrán que tener un rendimiento económico menor del que disfrutan hoy las economías “avanzadas”. La palabra “decrecimiento” describe bastante bien, aunque imperfectamente, cómo serán dichos sistemas.
Muchos eco-modernistas cuestionan este diagnóstico porque creen que la energía nuclear, la fusión nuclear, la energía solar, la energía eólica, la captura y almacenamiento de carbono u otras “tecnologías de emisión negativas” permitirán un crecimiento indefinido del uso de energía. Está más allá del alcance de este texto revisar los inconvenientes de todas estas tecnologías. Uno se puede imaginar que una economía socialista, liberada de las restricciones del beneficio que impone el capitalismo, podría desarrollar de algún modo tales soluciones. Dirijo este trabajo a eco-socialistas, que en general son escépticos y desdeñan las soluciones tecnológicas. Los riesgos e impactos de la energía nuclear en un sistema socialista son los mismos que en un sistema capitalista.
Pongo en duda, también, que de existir una tecnología capaz de suministrar energía abundante, barata y limpia, no la haya adoptado ya el capitalismo. El lobby del carbón no impidió el desarrollo del petróleo, y los intereses petroleros tampoco bloquearon el desarrollo del gas natural. Si las energías renovables pudieran sostener el crecimiento, se habrían adoptado tan rápidamente como el fracking. Mi hipótesis es que las energías renovables no se adoptan porque no pueden sostener una economía de la escala y ritmo de la economía global contemporánea. Con el socialismo esto no será distinto. Lo que puede ser distinto es la capacidad de prosperar con una economía renovable más pequeña, compartiendo mejor los recursos.
El Decrecimiento puede ser necesario, pero esto no lo hace políticamente factible. El reto que supone reducir la desigualdad global en un panorama decrecentista es enorme. Schwartzman (2012) afirma de forma razonada que si se aseguraran universalmente los 3,5 kW per cápita mínimos que se asocian a un desarrollo humano alto (medido por el IDH), entonces para una población de 7 mil millones de personas se necesitaría una capacidad global de 25 TW, es decir, de 1,5 veces la capacidad actual[3]. Esta estadística no es adecuada al caso del Decrecimiento. Schwartzman (2012) piensa que solo el comunismo puede lograr el milagro tecnológico necesario para producir energía solar, libre de impactos y con una alta tasa de retorno energético (TRE), asegurando al mismo tiempo, capacidad suficiente para todos. En cambio, yo apuesto por un milagro social y planteo la hipótesis de que bajo un sistema distinto al capitalismo es posible que se produzcan cambios sociales fundamentales y se logre un alto grado de bienestar percibido con niveles de consumo de energía mucho más bajos.
En cualquier caso, para converger al promedio global estándar de suficiencia energética de 3,5 kW per cápita propuesto por Schwartzman, se necesitaría que la mayoría de los países de la OCDE redujeran drásticamente el uso de energía (por ejemplo, los EEUU deberían reducir su consumo de energía entre 3 o 4 veces si no más). La eficiencia energética y el ahorro no son suficientes. Históricamente se ha podido comprobar que cuanto más eficientemente usamos la energía, más barata se vuelve y más energía terminamos usando (Alcott 2014). Se necesita reducir el uso de energía. Los socialistas en países como los EEUU o el Reino Unido deberían estar ya interesados en desarrollar una visión de transformación social que conduzca, con un uso disminuido de energía y materiales, a una vida mejor, nunca peor, para la mayoría de las personas. No veo que esto está pasando. Tampoco entiendo de qué sirve negar el Decrecimiento. ¿Por qué se sigue fantaseando con la idea de que con el socialismo será posible tener el pastel y a la vez comérselo?
La planificación socialista democrática tendría que tener en cuenta la necesidad limitante de un uso decreciente de energía y materiales. Dicho jocosamente, los países eco-socialistas tendrían que medir nuevamente el “producto material” de sus naciones, pero esta vez para planificar su decrecimiento, no su crecimiento. Solo será sostenible un socialismo que con el apoyo popular planifique la disminución en el uso de materiales y energía, lo que con toda probabilidad comporta una producción industrial decreciente, no creciente. Esto nos sirve para recordar la colosal transformación de los deseos y el trabajo pedagógico preparatorio (sí, también al nivel de valores e imaginarios) que tendría que realizarse si un eco-socialismo llegara a convertirse en realidad. Refutar este duro desafío biofísico solo sirve para posponer el trabajo que hay que llevar a cabo.
El crecimiento requiere acumulación y la acumulación viene de la mano de la explotación
El argumento “las cosas buenas, a crecer; las cosas malas, a decrecer” (Schwartzman 2012; Torres López 2011) confunde el crecimiento, un proceso integrado, con una convención contable. El crecimiento económico es un proceso integrado con entradas y salidas interconectadas. Sobre el papel se pueden describir escenarios hipotéticos en los que la producción de un sector (digamos, el gasto militar o la industria química) disminuya, y la de otro (digamos, la fabricación de paneles solares o las clases de yoga) aumente compensando con creces la disminución del primero. Pero no es así como tiene lugar el crecimiento económico; los paneles solares o los profesores de yoga necesitan insumos (materiales, energía, productos químicos, transporte, viajes a la India, computadoras, vivienda, capacitación) y producen una salidas que pueden o no ser útiles para otras actividades económicas, las cuales a su vez pueden ser necesarias para la reproducción de aquellas y para su crecimiento en el tiempo.
¿Puede mantenerse el crecimiento total aumentando el número de maestros y de clases de yoga? Y de ser así, ¿por cuánto tiempo? Al entender la economía como un agregado de bienes y servicios, sucumbimos al fetichismo de la economía profesado por la corriente económica dominante.
No sabemos mucho de los orígenes y de las causas del crecimiento económico y lo poco que sabemos adolece de tautologías y de causalidad inversa (por ejemplo, ¿el crecimiento es resultado de la educación, la educación es resultado del crecimiento, o ambas cosas son manifestaciones de un proceso más amplio?). Aun así, el acuerdo general es que el crecimiento es el resultado de la acumulación y de la productividad, la primera alimentando a la última, ya que el excedente acumulado se invierte en el desarrollo de técnicas más productivas (“productivas” en el sentido de sustituir el trabajo humano con trabajo no humano). La acumulación requiere ahorrar e invertir el producto excedente de un período para obtener más producción en el siguiente. La productividad se relaciona con la capacidad de extraer más y más productos (y excedentes) por cada hora de trabajo puesta en producción.
Que haya producto excedente significa que los productores consumen menos de lo que producen. Para que la productividad aumente, se debe explotar más a los trabajadores o sustituir su trabajo por el de una fuente alternativa de fuerza y trabajo (por ejemplo, la energía de los combustibles fósiles). El nivel de vida de los trabajadores puede mejorar junto con el crecimiento de la productividad y la acumulación, pero solo usando recursos y ecosistemas más intensamente.
Vergara-Camus (2017) argumenta que yo me apoyo “en una forma ahistórica de entender el crecimiento que proyecta hacia el pasado y el futuro dinámicas que son esencialmente capitalistas –precisamente lo que Marx criticó que hacen los economistas políticos–”. Como él explica:
En una sociedad capitalista la acumulación de capital no consiste en excedentes de producto (o en infra-consumo), sino de plusvalías, cuya obtención es posible porque a los trabajadores no se les paga por la plena reproducción de su fuerza de trabajo. Los capitalistas no acumulan debido a que los trabajadores consuman menos de lo que producen. Los capitalistas acumulan porque los salarios que pagan a los trabajadores no incluyen su reproducción social (vivienda, comida, cuidado de los niños, cuidado de la salud, etc.)… Kallis tiene razón en que esto lleva a una mayor explotación de los trabajadores y de la naturaleza, pero él supone que esto será así en cualquier tipo de sociedad en la que crezca la producción.
Yo no doy por supuesto que la explotación se vaya a dar en cualquier sociedad. Pero si se pagara a los trabajadores todo lo que necesitan para su reproducción, entonces la sociedad simplemente se reproduciría a sí misma, no crecería. Se puede argumentar que en el caso en que los trabajadores controlaran colectivamente cómo reinvertir el excedente, podrían decidir pagar menos de lo que es necesario para la reproducción de su fuerza de trabajo e invertir la diferencia en tecnologías que les permitan producir más en el día de mañana, y que, bajo este supuesto, esta acumulación socialista no sería explotación.
Ahora bien, hay dos problemas relacionados con esto. En primer lugar, siempre que exista un gran superávit, surgirá con seguridad, tal como argumentó Illich (1974), una sociedad jerarquizada en la que habrá “expertos” dedicados al manejo de los excedentes y personas legas que trabajen para producirlo. Las sociedades igualitarias tienen bajos excedentes, y los que hay se gastan directamente, sin acumularlos (Woodburn 1982). Desde esta perspectiva, se podría aceptar que no fue accidental que la Unión Soviética se convirtiera en una sociedad jerarquizada (llamémosla “capitalismo de Estado”) donde los trabajadores acabaron por no controlar el destino de los excedentes. Que así fuera estaba escrito en su modelo de producción industrial; la acumulación de grandes excedentes socava el socialismo.
En segundo lugar, el socialismo aspira a poner fin a la explotación. Una verdadera economía socialista no explotaría el trabajo o los recursos de otras economías (a través del saqueo, la colonización, el intercambio desigual bajo el disfraz del comercio, etc.). En una economía socialista se compartiría de manera pareja el trabajo de los cuidados, se rotarían las tareas desagradables y se compensaría a los trabajadores de los cuidados con sus obligaciones para el trabajo reproductivo. No arrojaría su contaminación sobre los demás; pagaría sus deudas ecológicas, de carbono o coloniales acumuladas y restauraría los entornos que utiliza. Me pregunto qué excedente, si se produce alguno, podría quedar después de todo esto. La única fuente de excedentes para la reinversión sería el exceso de producto que los trabajadores no conservaran para su uso directo y para la satisfacción de sus valores de uso (que sería menor que en el capitalismo, ya que los trabajadores decidirían su propia compensación). Si la mayoría de los productos se consumen para la reproducción, y si se producen menos productos porque no habrá explotación de los unos sobre los otros, es poco probable que crezca la producción.
No estoy usando aquí la terminología marxista porque, tal como argumenta Vergara-Camus, no podemos usar los términos desarrollados para analizar una sociedad capitalista si queremos pensar en sociedades que no son capitalistas. Utilizo los términos “excedente” y “acumulación”, y no los términos más específicamente marxistas de “plusvalía” y “acumulación de capital”. Por excedente me refiero al exceso de producción de una sociedad por encima de lo que es necesario para su mera supervivencia y reproducción (Bataille [1949] 1988). Por acumulación me refiero a la inversión de este excedente en la fabricación de más excedentes.
Tanto el excedente como la acumulación son anteriores al capitalismo. El capitalismo liberó el proceso de acumulación de las limitaciones sociales. La innovación del capitalismo no fue la de producir excedentes, sino la de dejar de canalizarlos solo en gastos improductivos y ceremoniales que reafirmaran el orden social (iglesias, rituales o monumentos). El capitalismo redirigió una parte sustancial de los excedentes al gasto productivo, especialmente al de investigación y desarrollo de maquinaria nueva. Por primera vez en la historia, la acumulación se volvió perpetua.
El trabajo remunerado, su explotación y la producción de plusvalías son los elementos fundamentales para la acumulación de capital; todo esto lo explica bien Vergara-Camus. Pero las sociedades capitalistas (a diferencia del capital) extraen excedentes de otras fuentes. Los capitalistas no obtienen los beneficios simplemente de explotar a los trabajadores; también los obtienen contaminando sin pagar, aprovechándose del trabajo de subsistencia no remunerado de agricultores y mujeres, y apropiándose del trabajo gratuito de la naturaleza (combustibles fósiles o servicios de los ecosistemas) que no les pertenece (Moore 2015). Estos son parte del excedente del que se benefician los capitalistas y con el que, a su vez, impulsan sus inversiones (en la teoría marxista se les trata como factores que aumentan la productividad –véase mi discusión con Swyngedouw–Kallis y Swyngedouw (2017)–. Los capitalistas se preocupan por los beneficios, no por las plusvalías, que es una categoría analítica destinada a explicar lo que es históricamente distinto bajo el capitalismo. Me atrevería a decir que un capitalista invertiría incluso si no obtuviera plusvalías de los trabajadores de su fábrica, siempre que pudiera aprovecharse de combustibles fósiles baratos o de explotar esclavos en las colonias que le suministran materias primas baratas para sus fábricas. Los capitalistas pueden pagar a sus trabajadores los costes reproductivos de la vivienda, los alimentos o la atención médica (y podría decirse que durante un tiempo los estuvieron pagando –directa o indirectamente– en algunos países occidentales y escandinavos), pero solo en tanto que puedan a cambio beneficiarse de energía, materiales y mano de obra barata en otros lugares. Ahora bien, si la TRE cae y se disparan los costes de la energía, el beneficio de los capitalistas disminuirá. Entonces, la única forma de mantener los beneficios será explotando a los trabajadores de forma más intensa.
El crecimiento es un fenómeno reciente. Hasta la fecha no hay ningún caso de crecimiento económico que no implique la acumulación y la explotación de los trabajadores o de la naturaleza. El crecimiento apareció con el capitalismo, pero sobrevivió a la abolición de las relaciones capitalistas en la Unión Soviética y sus países satélite. Estos países no abolieron la acumulación, la centralizaron al nivel del Estado. Uno podría clasificarlos como “capitalistas de Estado”, no socialistas. Definir el capitalismo en términos de acumulación, y no como un conjunto de instituciones, no contradice mi tesis principal –de hecho la lleva al extremo–. Solo una economía que no acumula (y por lo tanto, que no crece) puede ser socialista.
Es menos probable crecer con el socialismo que con el capitalismo
A menudo las políticas progresistas y socialistas (por ejemplo, un salario mínimo, un ingreso básico, menos horas de trabajo) se apoyan en nombre del crecimiento, en la idea de que aumentando el poder adquisitivo de los trabajadores se estimula la economía. Desde esta perspectiva, un cambio hacia el socialismo favorece el crecimiento.
Permítanme enunciar una hipótesis contrastante: aquello que los socialistas desean ver “crecer” no genera un crecimiento agregado (a menos que se redefina completamente producción).
En primer lugar, la distribución de la riqueza de forma más equitativa, el empleo de más manos y mentes de las que serían necesarias, el dejar a los entornos y a las personas ociosas, el dedicar más tiempo al cuidando de los unos a los otros –todo esto son “impuestos” a la producción que reducen la “productividad”–. En una situación de crisis económica es obvio que los gastos improductivos, como pagar a la gente por cavar y rellenar agujeros, pueden actuar como un estímulo para la demanda. Pero a largo plazo, una economía no puede crecer cavando y llenando agujeros. Las reformas anteriormente propuestas reducen la cantidad total de excedente que puede reinvertirse para lograr un mayor crecimiento. La industrialización despegó concentrando los excedentes en manos de unos pocos (capitalistas o Estados) y reinvirtiendo estos excedentes para conseguir mayor crecimiento, nunca distribuyendo la riqueza entre todos ni dejando ociosos los pastos e inactiva la energía de los combustibles fósiles. La economía de China despegó volviéndose más capitalista, no socialista. La Unión Soviética despegó debido a un proceso gobernado por el Estado, que implicaba privatizaciones, acumulación y explotación de la naturaleza y de los trabajadores. Para crecer, la Unión Soviética tuvo que convertirse en capitalista (estatal).
En segundo lugar, el dinamismo que muestra el capitalismo, cuyo origen se encuentra en la implacable competencia de las empresas por el beneficio. Esto subyace tras la constante innovación tecnológica y los cambios convulsos de las estructuras productivas. Para enriquecerse, un capitalista explotará, cuando y donde pueda, a otras personas o a la naturaleza. Es poco probable que un sistema socialista, no basado ni en la competencia ni en la búsqueda del beneficio, concuerde con este dinamismo. (Se puede contrargumentar que el afán de lucro restringe y conforma intensamente la innovación, y que su eliminación podría desencadenar un crecimiento potencial hasta entonces contenido. Puedo admitir este punto, aunque en última instancia, ese crecimiento también estaría limitado ecológicamente).
En tercer lugar, la extrema y compleja división del trabajo que genera el capitalismo, uno de sus rasgos clave. Cada uno se especializa en muy pocas tareas y así adquiere en ellas mucha más destreza de la que cabría esperar de otro modo. Esta división del trabajo, facilitada por el comercio internacional (tal como señala Adam Smith) tiene que ver con la increíble producción de riqueza material que el capitalismo trae consigo. Los socialistas en cambio, imaginan una sociedad en la que las personas no son solo trabajadores, sino también artistas, artesanos o músicos; en la que las personas se ocupan de sus hijos y de sus mayores, hacen sus tareas domésticas y se cuidan mutuamente. Una sociedad en la que las tareas sucias o desagradables se rotan y no se asignan sistemáticamente a aquellos con menor poder. Es probable que con esta des-división y des-especialización del trabajo se reduzca la producción, pero si los cambios son parte de un proyecto colectivo deseado, no tienen por qué reducir el nivel de vida.
Finalmente, la frecuente y continua pretensión del socialismo por profundizar en la democracia. La democracia real es lenta y requiere gran parte de nuestro tiempo –que la democracia ralentiza las cosas, es algo bien sabido por cualquiera que se haya sentado en las asambleas de los Indignados o del movimiento Occupy[4]–. El socialismo democrático genuino no puede crecer al ritmo del capitalismo, que deja de lado y destruye todo lo que le frena.
Ya hay suficiente para que cada uno tenga una porción digna
Desde Malthus creemos que “hoy en día no hay suficiente para que cada uno tenga una porción decente” (1798, 24). Cuando defiendo el Decrecimiento escucho a menudo “todavía hay pobreza, luego el crecimiento es necesario”. Mill, Keynes, e incluso Marx, respondieron a Malthus prediciendo que habrá suficiente para todos, solo que el día para que esto pase aún no ha llegado. Pero “confiando en las fuerzas económicas para trascenderse a sí mismos, Keynes, y Marx y, antes que él, Mill , están esperando a Godot” (Xenos 1987, 239). Las fuerzas económicas que prometen trascender la escasez también aumentan las necesidades junto con la producción, asegurando que no hay y que nunca habrá suficiente para todos. Para vivir una vida digna y morir dignamente, una persona moviliza en promedio energía y recursos impensables incluso para la realeza de épocas pasadas. Pero esto no elimina la pobreza relativa. El sufrimiento y la sensación de pobreza que produce el que mueran tus padres por no poder pagar un tratamiento costoso que sí puede pagar una persona adinerada, son absolutamente reales, y no es consuelo que un Rey 300 años atrás muriera de una afección aún más básica. Sin embargo, si tu padre o tu madre mueren debido a una enfermedad para la cual no existe cura, la aceptarás sin importar el dolor, como parte de la vida. Las “necesidades básicas” son una función de distribución y comparación y, por lo tanto, siempre relativas.
Centrarse en la producción supone aceptar el mito de la escasez, es decir, que no hay suficiente para todos. Se trata de una meta-narrativa legitimadora de las instituciones del capitalismo y la modernidad, que se posicionan como los únicos que pueden combatir la escasez (Xenos 1987, 239). La crítica a estas instituciones es posible,
pero solo partiendo de un punto en el tiempo que, debido a cómo operan las necesidades sociales, siempre está en el futuro, de modo que las críticas rara vez terminan endosando la escasez a las instituciones, a la par que proponen un futuro diferente porque esas mismas instituciones lo hacen posible. (Xenos 1987, 239).
El punto de partida socialista debería ser que con solo compartir equitativamente la riqueza común, ya hay suficiente para todos (Kallis y marzo de 2015). La respuesta a Malthus (y a los malthusianos) no debería ser que los humanos son infinitamente ingeniosos y que no conocen límites, sino que pueden limitarse colectivamente a una parte justa (y sostenible). Podríamos debatir cuánto es suficiente y si había suficiente o no en los tiempos de Malthus o de Marx, dado que lo que es suficiente y lo que supera un nivel de vida decente es relativo y comparativo. Pero lo que definitivamente no se puede mantener es que todavía no hay suficiente para todos en los ricos países europeos o norteamericanos (me refiero a “suficiente” para que todos puedan vivir una vida que pueda definirse razonablemente como decente, no suficiente para todo lo que uno pueda desear).
Todavía hay pobreza, pero esto no se debe a la escasez absoluta. Se debe a la escasez relativa, resultado de una posición relativa y de un acceso competitivo a los bienes comunes privatizados en función de la clase y el poder adquisitivo de cada uno. En una sociedad de iguales, todos tendrían suficiente. Tendrían suficiente no porque todos consuman tanta energía o reciban tratamientos de salud tan caros como el 0,1 por ciento de los estadounidenses ricos de hoy en día, sino porque no se dejaría a nadie sin energía, ni a morir sin cura, mientras que otros disfrutan de energía ilimitada y de los mejores cuidados médicos. El objetivo del socialismo no es proporcionar una abundancia de bienes que asegure que todos tengan más que suficiente, sino asegurar que lo que se produce se comparte de modo que todos sientan que tienen suficiente.
Se debe rechazar el enfoque del contable, que pone los ingresos medios por un lado y los costes de salud, educación, vivienda, etc., por el otro, solo para afirmar que no hay suficiente y que hay necesidad de crecimiento. Los precios de las casas son relativos. Con una buena regulación del sector de la vivienda (sin mencionar la vivienda pública socialista o la co-vivienda cooperativa), y con ingresos más equitativos, los precios serían mucho más bajos de lo que son actualmente. Un sistema de salud que se base en la atención primaria y no en costosas subcontrataciones, seguros privados y la adquisición de los equipos de última generación, puede ofrecer servicios de alta calidad a un costo y con un gasto energético muy inferiores a los actuales. Los países más pobres como Cuba o Costa Rica tienen una salud pública y una educación de primer nivel. Incluso si se acepta que en algunos países existe la necesidad de aumentar el bienestar social y el gasto público, no veo por qué tendrían que crecer al 2 o 3 por ciento por año (la tasa de crecimiento compuesto supuestamente necesaria), a menos que tal crecimiento se produzca de modo que también empujen al alza los salarios, los precios y los costes de los sectores de la salud y la educación.
El crecimiento siempre parece necesario en condiciones de crisis capitalista. La producción y los ingresos públicos disminuyen, el gasto público aumenta para pagar a los desempleados y, en algunos países, las tasas de interés al servicio de la deuda crecen, tensionando aún más las finanzas públicas. La paradoja es que el crecimiento nunca tiene “fin”: precisamente cuando parece haber acabado, se vuelve más necesario y se persigue más frenéticamente. En condiciones de crisis, relanzar el crecimiento es algo más que una mera cuestión de beneficios y de consumo conspicuo: concierne al bienestar de todos. Los keynesianos, como Skidelsky y Skidelsky (2012), reproducen esta paradoja. Mientras imaginan un futuro donde sus nietos vivirán con lo suficiente, sostienen que en este momento se necesita el estímulo para relanzar el crecimiento y recuperarse de la crisis. La pregunta, entonces, es ¿“cuándo habrá suficiente” si cuando no hay crecimiento, hay necesidad de crecimiento? Desde una perspectiva socialista, la respuesta es clara: bajo el capitalismo, nunca, ya que el capitalismo es un sistema que crece o se derrumba. El final del crecimiento es, por lo tanto, un argumento en apoyo de una transición hacia el socialismo.
De hecho, el norte global –empezando por Japón y ahora en Europa y América del Norte–está experimentando el fin de un período de crecimiento anual sostenido del 2 al 3 por ciento. Está por verse si el estancamiento secular está aquí para quedarse o no. Para Piketty (2014), una desaceleración económica del cero al uno por ciento de crecimiento anual es inevitable. En primer lugar, debido a la transición demográfica y el fin del crecimiento de la población en los países occidentales. En segundo lugar, porque los períodos de alto crecimiento son excepciones históricas. Son rebotes después de un desastre (esto es, la Segunda Guerra Mundial), o como consecuencia de recuperar el terreno de la convergencia en las primeras etapas de acumulación de capital (por ejemplo, la Unión Soviética o China en la actualidad). Piketty se pregunta cómo pueden reducirse las desigualdades sin crecimiento. Esta es la pregunta que debería interesar a todos y cada uno de los socialistas. En el capitalismo, el único caso de redistribución radical que se conoce tuvo lugar tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, con la destrucción de capital y de grandes fortunas seguida de políticas redistributivas “al modo socialista” en el contexto de competencia de la Guerra Fría. En un mundo capitalista sin crecimiento, la explotación aumenta y las tensiones sociales y el conflicto redistributivo se intensifican. Esto no es algo a lo que los socialistas deberían temer. Si la tarta no puede crecer, entonces es hora de compartirla. Puesto que el capitalismo no puede redistribuir sin pasar por la barbarie, estos son tiempos para el socialismo.
Relevancia política
¿Es relevante esta discusión teórica sobre el crecimiento y el socialismo? Las perspectivas inmediatas de los gobiernos socialistas en Occidente son sombrías a pesar del resurgimiento de la política de izquierda radical, desde la “marea rosa” en América Latina (que ahora llega a su fin) hasta Bernie Sanders en los EE.UU. y Jeremy Corbyn en el Reino Unido, o Syriza (al menos inicialmente) en Grecia y Podemos en España. Desafortunadamente, ni en el discurso ni en la teoría, ninguno de estos partidos parece preocuparse por abandonar el fetiche del crecimiento.
El crecimiento es tan central en el imaginario del capitalismo que resulta difícil entender por qué los socialistas querrían salvarlo. Una explicación plausible es el pragmatismo político. El crecimiento sigue siendo un reclamo popular, y la utilidad del crecimiento sigue siendo una idea hegemónica. Dentro de los sistemas capitalistas, que si no crecen, mueren, la sostenibilidad de los sistemas de bienestar y de las condiciones de vida dignas todavía depende del crecimiento. Para financiar sus programas sociales a la par que evitan los enfrentamientos directos con los intereses capitalistas, los gobiernos de izquierda buscan el crecimiento. Estar abiertamente en contra del crecimiento se convierte en un suicidio electoral en un entorno mediático corporativo que enmarca incluso al keynesianismo leve como económicamente irresponsable.
Esto estaría bien si la opción de no hablar sobre el Decrecimiento fuera pragmática y táctica; mientras que el horizonte fuera el de una transformación hacia una sociedad que prosperara sin crecimiento y con mucha menos energía y producción material. Lleva tiempo cambiar los esquemas mentales, el sentido común y las instituciones. Se ha de ser paciente y se ha de tener una perspectiva estratégica, eligiendo las palabras y el marco adecuados en el momento adecuado. En primer lugar, hay que realizar un gran trabajo pedagógico y de base en el ámbito de la sociedad civil (en el sentido gramsciano del término) hasta que el rechazo del crecimiento sea de sentido común. Los partidos políticos de izquierda radical pueden comenzar con pequeños cambios, por ejemplo, absteniéndose de utilizar un vocabulario crecentista o evitando enmarcar sus propuestas en términos de su crecimiento potencial. Las políticas socialistas nunca han sido acerca de aumentos cuantitativos del valor abstracto de intercambio. Han sido sobre asuntos específicos, sobre valores de uso concretos: empleo, salarios decentes, condiciones dignas de vida, un medio ambiente saludable, educación, salud pública o agua potable para todos (Dale 2012).
Sin embargo, para que esa opción fuera “estratégica” debería haber tras ella una estrategia. Al Decrecimiento lo descartan no solo los políticos y partidos de izquierda, sino incluso los (eco-)socialistas. Está lejos de aceptarse el horizonte. Esta es la razón por la cual todavía es necesaria la discusión teórica que promueve este Foro. En la medida en que los (eco)socialistas no acepten el diagnóstico de que el crecimiento per se es insostenible, ya sea capitalista, socialista o de cualquier otro tipo, el debate sobre crecimiento económico no es superfluo y no puede asumirse dentro de una mera crítica ecológica del capitalismo.
Esto no es solo una cuestión teórica. Críticos del Decrecimiento como Torres o Navarro redactaron el programa económico de Podemos. Lo que piensan los intelectuales como ellos es importante, ya que configuran las políticas de izquierda en un gran país europeo como España[5]. La idea de que el “crecimiento verde” es posible con tan solo gestionar la economía racional y colectivamente, es engañosa. El crecimiento, socialista o no, no puede convertirse en ecológicamente sostenible. Y una economía que crece tiene cada vez menos probabilidades de ser verdaderamente socialista. Una democracia socialista debería ignorar el crecimiento y reorganizarse para producir y consumir no solo de manera diferente, sino también menos.
Esta es mi tesis principal y, por supuesto, podría ser incorrecta. Pero si no estoy equivocado, entonces los movimientos o partidos socialistas que reproducen el imaginario del crecimiento en nombre de la lucha contra la austeridad están cavando su propia tumba. Incluso si ganaran, ya habrían sido asimilados por la lógica del enemigo, reproducirían sus desastrosos resultados ecológicos y no estarían preparados para ofrecer soluciones para un futuro necesario, un futuro sin crecimiento.

Fuente: decrecimiento.info - Imagenes: Casdeiro  -
eldiplo.info
Notas
[1] Se refiere a la revista Capitalist Nature Socialism, donde el presente artículo se publicó por primera vez. (N. del T.)
[2] Otra crítica al Decrecimiento se refiere a su supuesta indiferencia frente a la dinámica de las privatizaciones [N. del T.: enclosure en el original] y la acumulación de capital que crea el imperativo de crecimiento, y su énfasis en los valores e imaginarios más que en el conflicto y la lucha social (Foster 2011; Engel-Di Mauro 2012). No me ocuparé de esta crítica. La comunidad del decrecimiento fundamenta cada vez más su teoría en una crítica de las relaciones capitalistas y el modo de producción capitalista (por ejemplo, Boillat, Gerber y Funes-Monzote 2012; Kallis, D’Alisa y Demaria 2014; Klitgaard y Krall 2012). Un análisis reciente de las ponencias presentadas en la 4ª Conferencia Internacional sobre el Decrecimiento, Leipzig 2014, y una encuesta sobre una muestra representativa de sus 3.500 participantes, confirman que, si bien el movimiento es heterogéneo, en él se comparte ampliamente la crítica al capitalismo y la creencia de que el Decrecimiento “equivale a la superación del capitalismo ” (Eversberg y Schmelzer, n.d.).
[3] 3,5 kW puede ser un valor injustificadamente alto. Un chipriota, por ejemplo, consume 2,9 kW y un uruguayo 1,6 kW. Por otro lado, la población de 7 mil millones de personas está subestimada, ya que a final de siglo la población mundial se acercará a los 9 mil millones.
[4] Tomo prestado este ejemplo de Erik Swyngedouw, quien a menudo lo utiliza en sus charlas.
[5] Si bien no respaldan el Decrecimiento, Navarro y Torres afortunadamente se abstuvieron de presentar su programa en términos de crecimiento, lo cual es un paso importante. La idea básica del programa era crear estímulos para incrementar la demanda de los estratos más bajos de ingresos, dirigida hacia el desarrollo de industrias verdes. Véase mi comentario para The Guardian en http://www.theguardian.com/sustainable-business/2015/jan/15/spain-podemos-should-further. Está por ver si Podemos se apegará a un discurso “a-crecentista” o movilizará la capacidad de crecimiento como parte de su política populista.
Declaración
El autor no informó de ningún posible conflicto de intereses.
Financiación
Esta investigación fue financiada por la Unidad de Excelencia “María de Maeztu” (MDM2015-0552) otorgada por el Ministerio de Economía y Competitividad de España (MINECO) y la beca de SINALECO CSO2014-54513-R SINALECO.
Referencias
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Fuente: 15-15-15 . (Publicado previamente en Capitalism Nature Socialism. Reproducido con permiso. Traducido por Pepe Campana.) -
 Nota introductoria del traductor
A principios del mes de enero tuve la oportunidad de asistir a una reunión del club de lectura Petra Kelly en Madrid. Era la primera y, hasta la fecha, la única vez a la que asistía a una sesión de este tipo. La ocasión bien merecía la pena: El libro que se comentaba era La izquierda ante el colapso de la civilización industrial[1], y se contaba con la presencia de su autor, Manuel Casal Lodeiro, lo que garantizaba una mayor profundización de las cuestiones tratadas en la obra. Para cuando la reunión tuvo lugar —día arriba, día abajo— recibí un correo remitido por In Defense of Degrowth[2] en el que, entre otras informaciones y noticias, se incluía el vínculo al artículo de Giorgos Kallis cuya traducción al español sigue más abajo.
Todos los que hayan tenido la oportunidad de leer el texto de Manuel Casal habrán encontrado numerosos motivos para reflexionar sobre el colapso civilizatorio que a todas luces se nos echa encima —¿o deberíamos decir más bien que se abre bajo nuestros pies?—. También habrán tenido la oportunidad de reflexionar sobre cómo quienes participan de corrientes de pensamiento que pudiéramos llamar de izquierda, eluden, o no, posicionarse sobre aserciones tan elementales como la que se enuncia en los primeros párrafos del texto: no es posible crecer de manera indefinida en una biosfera limitada. Finalmente habrán indagado si las formaciones políticas que hacen suya tales corrientes de pensamiento formulan, o no, alternativas mediante las que se facilite una transición ordenada que, parafraseando a David Fleming, hagan del propio colapso la mayor de las oportunidades de nuestra especie.
No obvia Manuel Casal en su texto, el enfoque económico. De hecho, pudiera decirse del libro que, sin ser un ensayo de teoría económica, trata, sobre todo, de la economía y sociología del colapso. Conceptos como plusvalía derivada de la energía fósil, acumulación de capital, explotación, dominación y otros similares, no faltan a lo largo de sus páginas. Tampoco la desmaterialización, la desglobalización y la democratización, elementos que, a mi juicio, son centrales, si bien no los únicos, en el camino hacia el decrecimiento feliz.
Y es aquí, precisamente, donde surgen las discrepancias, veladas o no, que a mi entender se pusieron de manifiesto en el debate al que hacía referencia al inicio de estas notas, pues estando todos los que asistíamos al encuentro aparentemente de acuerdo en la necesidad de desmaterializar la economía como condición sine qua non para avanzar en el sentido indicado, se desprendía, al mismo tiempo, que no todos los allí presentes interpretábamos desmaterialización del mismo modo.
De esto trata el artículo de Giorgos Kallis. Pienso que lo que en él se dice y defiende es muy relevante en este contexto. Espero que su lectura resulte provechosa y que sepáis perdonar los errores de traducción de los que yo soy el único culpable.
Giorgos Kallis (2017): “Socialism Without Growth”. Capitalism Nature Socialism.
17 October 2017
DOI: 10.1080/10455752.2017.1386695
Copyright © The Center for Political Ecology
Reprinted by permission of Taylor & Francis Ltd on behalf of The Center for Political Ecology.
http://dx.doi.org/10.1080/10455752.2017.1386695
Notas de la introducción del traductor
[1] A Esquerda ante o colapso da civilización industrial. Apuntamentos para un debate urxente, versión original en gallego del libro citado, coeditado en diciembre de 2015 por la Asociación Véspera de Nada y la Asociación Touda, ha sido recientemente liberada gratuitamente en la Red en formato PDF.
[2] Un proyecto liderado por Giorgos Kallis cuya finalidad es dar a conocer las ideas frecuentadas y compartidas por los decrecentistas, fuera del ámbito universitario. El proyecto culminó con la edición del libro In Defense of the Degrowth, una compilación de 27 artículos firmados por el propio Kallis, publicada bajo licencia Open Commons.



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