La lucha Ngäbe-Buglé recoge todas las luchas de la nación panameña
Olmedo Beluche (especial para ARGENPRESS.info)
A la lucha del pueblo Ngäbe-Buglé, que ha conmovido al país por estos días, le viene a pelo la frase de José Martí: “Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con una fuerza terrible contra los que roban a los pueblos sus libertades, que es robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados”.
Esos miles de hombres y mujeres que salieron a la carretera a defender su tierra, nuestra tierra, han dado muestras sobradas de decoro, dignidad y valor. Detrás de ellos y junto a ellos va la dignidad del pueblo panameño. Mártires como Jerónimo Rodríguez Tugrí y Mauricio Méndez, decenas de heridos anónimos, de niñas agraviadas con valor para señalar a sus verdugos y, por encima de todos, el ejemplo de dignidad y decoro mostrado por la cacica Silvia Carrera; frente al comportamiento indecente de Ricardo Martinelli, José R. Mulino, Gustavo Pérez y Marilyn Vallarino.
La lucha del pueblo Ngäbe-Buglé contra las mineras e hidroeléctricas resume en sí misma, no solo el decoro del pueblo panameño, sino el conjunto de sus demandas sociales, económicas y democráticas. La lucha de los Ngäbes-Buglés es a un mismo tiempo: una lucha agraria, una lucha de la clase obrera, una lucha étnica, una lucha ecológica, una lucha por los derechos humanos, una lucha democrática, una lucha antiimperialista, una lucha anticapitalista.
La demanda de los Ngäbes-Buglés es una lucha que recoge las aspiraciones del campesino pobre, del pequeño parcelista, contra los abusos centenarios de terratenientes que, apoyados en funcionarios venales y leyes injustas, le ha ido arrebatando el derecho de vivir de la tierra que cultivan. Despojo legitimado por un Código Agrario y entidades como la ANATI, que permiten a una vaca dos hectáreas de tierras tituladas, pero que le niegan a un modesto campesino legalizar el pedacito de tierra que cultiva. Despojo que ha empujado al campesino pobre desde los llanos en que habitaba hacia las montañas con tierras menos productivas, y que ahora pretende arrebatarle eso, para beneficio de los grupos empresariales que lucran de la minería y la producción eléctrica.
La lucha de los Ngäbes-Buglés también es una lucha obrera, pues ellos constituyen el grueso de la mano de obra agrícola de Panamá. Ellos demostraron su fuerza paralizando a Chiquita Brands en Changuinola y la zona hortícola de Volcán-Cerro Punta. Ellos son los peones mal pagados que laboran en la zafra de la caña de azúcar y del café, en el cultivo del banano, el arroz y la horticultura de las tierras altas. Este proletariado agrícola que labora de sol a sol para recoger los frutos de la tierra, recibe salarios miserables: mientras la mediana salarial nacional, en 2011, era de 464,90 dólares, la del sector agrícola apenas llegaba a 204,80, es decir, 44% por debajo de la mediana salarial nacional, y 29% por debajo de la Canasta Básica Alimenticia, estimada en ese momento en 287,50 dólares.
La lucha de los Ngäbes-Buglés también es una lucha contra la injusticia social de un sistema capitalista y modelo económico cada vez más inequitativo (el peor del continente americano), que los condena a vivir en la miseria más indigna. Ellos son los más pobres entre los pobres. El Ministerio de Economía y Finanzas, responsable de toda esta injusticia, reconoce que la población indígena panameña vive en un 84,1% por debajo de la línea de pobreza, y que el 61,0% vive por debajo de la línea de pobreza extrema. Entre los Ngäbes-Buglés, los más pobres entre los pueblos indígenas panameños, estos datos sobrepasan el 90 y el 80 por ciento y la desnutrición infantil afecta al 62% de los niños y niñas. ¡Escandaloso!.
La lucha del pueblo Ngäbe-Buglé es también una lucha étnica contra 500 años de atropellos colonialistas e imperialistas. Ellos, al igual que los otros 7 grupos étnicos del país, son verdaderas naciones que ocupaban este istmo antes que llegaran los europeos, quienes han pretendido arrebatarles no sólo su tierra, sino el derecho a su lengua, a su cultura, a sus tradiciones, a sus formas de gobierno, a su organización social y familiar. Esa opresión nacional ha sido llevada a cabo bajo el manto de la religión y la “civilización” desde la llegada de los conquistadores españoles hasta el actual estado republicano controlado, por la oligarquía heredera de los encomenderos. Algunos “marxistas”, deformando a Mariátegui, han pretendido el reduccionismo economicista, al decir que “el problema del indio, se reduce a la propiedad de la tierra”. Es la tierra, pero también es la autodeterminación nacional. Por eso, contrario a las voces colonialistas que hoy se levantan contra los derechos comarcales, sugiriendo que se “independicen”, nosotros sostenemos que una nueva Constitución Política debe reconocer lo que se ha negado por cinco siglos: Panamá es un estado plurinacional y multiétnico, que reconoce y respeta esos derechos.
La lucha de los Ngäbe-Buglés es una lucha por los derechos humanos para todos: por el respeto a la vida y a una vida digna. Es un principio humano universal reconocer la igualdad de todos, por ende, el racismo descarado que reiteradamente han mostrado los funcionarios del actual gobierno (y los anteriores) debe ser repudiado y condenado (penalmente). El derecho a la vida significa el derecho a poder sostener tu familia, darles de comer, lo cual se viola si a quienes viven de la tierra se les arrebata para cavar minas, para anegar embalses. Los derechos humanos implican el derecho a opinar y a protestar, sin que las fuerzas policiales te disparen, hieran y asesinen. Es el derecho de las mujeres a participar, opinar y dirigir, derechos en los que el pueblo Ngäbe-Buglé ha mostrado avances significativos, mientras que Matinelli se ha mostrado como un vulgar machista frente a la dignidad de Silvia Carrera.
La lucha de los Ngäbe-Buglés es una lucha por la defensa de la naturaleza que embona con los movimientos ambientalistas y ecologistas que se desarrollan en todo el mundo, y en particular en América Latina, que denuncian cómo la voracidad irracional de la industria capitalista amenaza al planeta Tierra y a todos los seres humanos que lo habitamos. Ellos suman su voz a la de los millones que en todo el mundo están señalando que “bienestar” no es sinónimo de “mercado”, que “desarrollo humano” no es sinónimo de “crecimiento económico”, que no se puede sacrificar la vida humana concreta en función de la “ganancia” abstracta, que no hay dinero que reemplace una vida humana que se apaga, una especie que se extinga, un río que se contamine y una tierra que se esterilice.
La lucha de los Ngäbe-Buglé es una lucha antiimperialista porque son los intereses de trasnacionales mineras norteamericanas, canadienses y coreanas las que están deseosas de meterle el diente a Cerro Colorado, como han hecho en Petaquilla y van a hacer en Donoso. El gran negociado que lucra con la minería a cielo abierto en todo el mundo responde a un puñado de empresas transnacionales que especulan con las riquezas naturales de los países subdesarrollados. Incluso, detrás del negocio eléctrico se esconden los intereses de Estados Unidos, pues en el Plan Puebla – Panamá está proyectado que la producción de energía se redirija al norte con la interconexión.
La lucha de los Ngäbe-Buglés es también una lucha democrática, porque “democracia” significa “gobierno del pueblo”, es decir, es una lucha respecto a quién debe tomar las decisiones. La democracia no se trata de votar cada cinco años y que luego el gobierno electo haga lo que le da la gana, rompiendo sus promesas y sin consultar a los afectados. La democracia que los Ngäbes-Buglés, y todo nuestro pueblo aspira, es una democracia activa, participativa, en la que las decisiones trascendentales se discutan y se decidan por los afectados. Lo que defiende Martinelli y sus ministros no es democracia, sino una oligarquía, el gobierno de una élite enriquecida que utiliza el control del gobierno para beneficio propio. Por eso el presidente ha convertido en algo de principios la construcción de la hidroeléctrica en el río Tabasará, porque allí están los intereses de sus socios Virzi y Btesh, no los intereses de los habitantes de la cuenca. Como decía el dirigente campesino Ricardo Barría, candidato del PST en 1984: ¡no hay democracia con hambre!
La lucha del pueblo Ngäbe-Buglé es una lucha anticapitalista porque confronta un sistema construido para salvaguardar “la propiedad privada” y el “derecho a la ganancia” por encima de la vida de las personas. Por eso, el mismo día que reprimían duramente al pueblo en San Félix, y asesinaban a Jerónimo, el pleno del Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP) se reunía en la Presidencia para darle su espaldarazo a Martinelli. Por eso, los líderes de los partidos de la falsa “oposición”, como el PRD, el Panameñismo y el Partido Popular han sido cuidadosos en sus declaraciones, no han apoyado incondicionalmente la lucha de los Ngäbes y, por el contrario, se han puesto del lado del gobierno con las hidroeléctricas (que además ellos concesionaron). Se equivocan quienes, con una miopía sectaria, pretenden poner en duda a la dirigencia de la Coordinadora de Lucha insinuando que tienen relaciones con el PRD. Aunque alguno de ellos esté afiliado a ese partido, su lucha ha rebasa y confronta a la política de las direcciones de los partidos empresariales, cuyas cabezas visibles se la pasaron haciendo llamados a la moderación a la dirigencia indígena. Además, el funcionamiento asambleario de la Coordinadora, no sólo la constituye en uno de los organismos populares más democráticos que existen en Panamá, también es una garantía contra quien pretenda traicionar.
El gobierno de Ricardo Martinelli, ha intentado infructuosamente dividir la opinión pública del pueblo panameño de la lucha de los Ngäbe-Buglé. Primero, tratando de hacerlos responsables de las consecuencias económicas del cierre de la Interamericana, mientras él se negaba a negociar y planeaba la represión. Ahora, Martinelli ha pretendido hacerse el “democrático” proponiendo que el tema hidroeléctrico sea decidido en un referéndum. Nosotros señalamos que sí queremos un referéndum, pero un REFERÉNDUM REVOCATORIO, en el que el pueblo panameño decidida si quiere seguir con los desmanes del presidente Martinelli hasta 2014. Exijamos un referéndum entre Ricardo Martinelli y Silvia Carrera. Sin duda, ganaría la cacica que ha demostrado la democracia, la dignidad y el decoro de los que carece este gobierno.