Información, conocimiento y sabiduría



¿Quién la controla? ¿Quién decide sobre qué hay que informar y cómo hay que hacerlo? No por mucha información aumentará nuestro conocimiento. La creación de conocimiento requiere del tiempo, del espacio y de la actitud necesarios para poder seleccionar, destilar, refinar y metabolizar la información. El diluvio de información es, por consiguiente, directamente contrario a la creación de las circunstancias favorables para la generación de conocimiento, en la medida en que absorbe, precisamente, este tiempo, este espacio y esta actitud indispensables para tal génesis.

Pero es que, aún en el supuesto de que una mayor información (verídica, honesta, imparcial, objetiva...) nos permitiera generar más conocimiento, ¿seríamos por ello más sabios? Podríamos afirmar que la sabiduría constituye la “ética del conocimiento”, en la medida en que nos dicta qué actitud tomar en relación con éste, qué hacer o no hacer con él, a qué aplicarlo y a qué no, etc.
Nos topamos aquí con una reflexión directamente relacionada con la ciencia. Todo científico debería tener el derecho y la obligación de estar puntualmente informado del alcance, los objetivos y las posibles consecuencias del fruto de su trabajo. Asimismo, la sociedad humana debería ser capaz de dotarse a sí misma de los mecanismos y los recursos adecuados, que la pusieran al abrigo de una “ciencia” desprovista de “sabiduría, máxime cuando ésta estuviera -como sucede en nuestros días- manifiestamente al servicio de los intereses espurios del capital anónimo transnacional, para el que el concepto de “globalización” consiste en socializar las pérdidas y los riesgos y privatizar los beneficios.
Tal vez haya llegado la hora de abandonar el culto a la “información” y al “conocimiento para comenzar a honrar a la “sabiduría”, sin la cual cualquier esfuerzo por aumentar nuestros “conocimientos” no hará más que agravar nuestros problemas.
Jerôme Bindé y Jean-Joseph Goux ponen el dedo en la llaga cuando afirman que La información instantánea ha suplantado el sentido de la historia y el reconocimiento de sus tendencias a largo plazo, que han llegado a ser indescifrables. Se entiende entonces que David Orr comience a veces sus charlas con un chiste:"Nuestra civilización se asemeja a un avión de pasajeros en el que, durante el vuelo, el comandante se dirige al pasaje por el sistema de megafonía para anunciar: Señoras y señores pasajeros, les habla el comandante. Tengo dos noticias que darles, una buena y una mala. La buena es que vamos según el horario previsto. La mala es que nos hemos perdido”.

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