Argentina: La agroecología entre la transformación profunda y su readaptación funcional al modelo dominante
En los últimos tiempos han proliferado en los medios de comunicación corporativos notas o editoriales que le dan visibilidad a la agroecología aunque asociada a los agronegocios. Aquí proponemos cuatro tópicos para reflexionar sobre los riesgos que estas posiciones expresan. Hoy existe un modelo para producir alimentos y materias primas que es capaz de sustituir a la agricultura industrial y los agronegocios con sus efectos sociales y ambientales negativos.
Por Pablo Barbetta y Diego Dominguez
Actualmente se observa, en distintos países, el despliegue disciplinario en esta materia, la difusión mediática y educativa, experiencias productivas que se multiplican con el modelo agroecológico, organismos estatales y globales que incorporan la propuesta, y la aparición de movimientos sociales que reivindican la agroecología como una clave para la transformación social. Un caso indispensable, a escala continental, lo constituye el Movimiento Agroecológico Latinoamericano (MAELA). Nacido en 1989, agrupa organizaciones no gubernamentales de desarrollo rural, organizaciones y movimientos campesinos, universidades, comunidades de pueblos originarios, asociaciones de consumidores, etc. En una escala global, la Vía Campesina, viene asumiendo a la agroecología como uno de los pilares de su programática, conjuntamente con la reforma agraria integral y la soberanía alimentaria.
También en Argentina, la difusión de las prácticas agroecológicas, en los últimos años se ha acelerado en el país, y se han abierto nuevas instancias de su promoción desde una perspectiva que hace hincapié en el cambio técnico. Un caso de gran relevancia ha sido la creación de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la agroecología (RENAMA), ligada a las iniciativas de “transición” productiva a la agroecología en escenarios pampeanos. Del mismo modo, desde el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) se viene impulsando desde diferentes programas la transición agroecológica, principalmente de productores hortícolas. La Secretaría de la Agricultura Familiar ha expresado su voluntad de apuntalar las prácticas agroecológicas como orientación principal de sus políticas. A su vez, organizaciones campesinas y aquellas de pequeños y medianos productores que asumen la promoción de lo que entienden es un nuevo paradigma agropecuario, como “construcción política desde abajo hacia arriba”, han asumido la tarea de exigir la implementación de políticas públicas para la agroecología que parecieran verse concretadas con el reciente anuncio de la creación de una Dirección Nacional de Agroecología, a cargo de Eduardo Cerdá.
La propuesta agroecológica nació de la preocupación y critica creciente por los efectos negativos de la agricultura industrial de monocultivos y la cría animal en encierro (Feed Lot) o establecimientos de gran escala. Estos efectos e impactos negativos fueron señalados como resultado de la utilización intensiva de insumos basados en combustibles fósiles, la maquinaria pesada para grandes escalas, y los paquetes biotecnológicos con eje en semillas transgénicas. Para la diversidad de actores que impulsan la agroecología se orienta y tiene la capacidad de sustituir el sistema de producción de alimentos en la medida en que cuestiona las bases tecnológicas del modelo del agronegocio y los impactos o “externalidades” negativas generadas por éste (desmontes, desalojos de comunidades indígenas y campesinas, privatización de ríos y vertientes, contaminación de ríos y napas, etc).
La definición y orientación de lo que es la agroecología está en disputa y existe una estrategia para integrarla al modelo de agronegocios.
Actualmente se asiste a una querella en torno de los contenidos y objetivos, así como también sobre el/los sujeto/s social/es de la agroecología. Esto es cada vez más evidente y encarnizado, y adquiere escala global, como lo relata Miguel Altieri. A propósito de la Conferencia Internacional de Agroecología de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura), en Roma, durante el año 2014, la Vía Campesina junto a la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) desmantelaron el intento de “cooptación” de la agroecología que buscaba postularla como “opción de intensificación sustentable que puede combinarse con los cultivos transgénicos, la agricultura de conservación, la agricultura climáticamente inteligente y el manejo integrado de plagas” (Altieri, 2015). Se trataba de “ajustes técnicos superficiales” que en realidad redefinen la agroecología “despojándola de su contenido político y social, y promueven la idea errónea de que los métodos agroecológicos pueden coexistir junto a la agricultura convencional” (Altieri, 2015).
En Argentina, los actores del núcleo de poder del sistema agroalimentario vienen desplegando estrategias para neutralizar la profundidad de los cambios urgentemente necesarios por el sistema agroalimentario. Un ejemplo de esto, son las voces en los medios de comunicación de referentes de los agronegocios que se envisten de un discurso periodístico critico al modelo dominante. Recientemente Clarín Rural publicó una nota titulada “Un nuevo paradigma. El camino hacia una agricultura sin agroquímicos” (4 de mayo de 2020 [1]) firmada por Guillermo Alonso, sin hacer mención que se desempeña como asesor técnico de uno de los principales grupos económicos impulsores y beneficiario del modelo de la agricultura industrial (Grupo Los Grobo). En ella, al mismo tiempo que cuestiona la utilización de agroquímicos alejadas “de las buenas prácticas de manejo”, reivindica modalidades agronómicas que podrían provenir de la agroecología como puede ser “tratamientoscon productos más adecuados, inofensivos y menos riesgosos para la salud y el medio ambiente”. Pero según el autor de la nota no sólo es la naturaleza la que nos estaría exigiendo un cambio sino también la sociedad y los mercados, ya que “vemos un cliente que exige cada vez más trazabilidad desde origen con un prolijo y controlado uso de químicos y una posición que desde la demanda de los consumidores se empieza a endurecer con el correr de los años”. Para desarrollar este nuevo paradigma, se necesitan nuevas herramientas: cultivos de servicios, un desarrollo genético diferente que sin dejar de lado el objetivo del rendimiento genere plantas de crecimiento inicial más acelerado y sistemas radicales más profundos y eficientes y por último, la microbiología del suelo cuyo desarrollo puede contribuir al control de plagas y parásitos y mejorar la nutrición y el estado general de las plantas a partir de bacterias, hongos y algas al control de plagas y parásitos.
En este contexto, la transición a un “nuevo” paradigma no tiene nada de novedoso. Se trata de la cooptación y apropiación de la agroecología y del vaciamiento de su contenido transformador (hacia una sistema agroalimentario sustentable ambientalmente y equitativo socialmente) a partir de su reducción a una mera técnica, manipulable y adaptable como cualquier otra. Pero de una técnica que descalifica e ignora otros conocimientos sobre los procesos biológicos en la agricultura, sobre todo los saberes y prácticas de las propias comunidades rurales y los agricultores familiares, mucho menos de los pueblos indígenas en su capacidad de co-evolución ecosistémica.
Los sectores comprometidos con la agroecología advierten los riesgos de reducirla a una técnica que se puede combinar con los “paquetes tecnológicos”.
A nivel global y en Argentina se ha despertado el alerta sobre las operaciones y estrategias de apropiación o cooptación de la agroecología que buscan travestir de sustentabilidad a los agronegocios y a la agricultura industrial ante los consumidores, seguir monopolizando el beneficio de las políticas públicas, y justificar sus intereses particulares concentrados en nombre del progreso científico y el bien común de la sociedad. Y lo que más estremece a los impulsores de la agroecología es que los defensores del agronegocio y la agricultura industrial se apropien del nuevo paradigma y así desarmen el debate sobre los cambios necesarios para el sistema agroalimentario argentino y global, y que además logren desvincular la agroecología de los campesinos, indígenas y productores familiares, como si fuera posible de ser realizada por las empresas que buscan en la agricultura maximizar ganancia como en cualquier rama industrial.
Quienes denuncian la cooptación de la agroecología señalan que se quiere imponer una concepción en la cual los productores agropecuarios serían meros consumidores/clientes de tecnología e insumos, depósitos vacíos que deben incorporar los “paquetes tecnológicos”, quedando los grandes “jugadores” delagribussiness (como nuevos productores de redes, innovaciones, granos y semillas, maquinaria, etc) como los nuevos depositarios del mandato histórico de alimentar a la humanidad.
Anular la critica que trae la agroecología, es la condición para seguir abrazando modelos agrarios que necesitan productores cada vez más dependientes, sin autonomía para generar conocimientos propios y tomar decisiones o presentarse ante la sociedad y redefinir un modelo agroalimentario virtuoso donde el alimento es un derecho humano y los agricultores depositarios de un arte milenario y esencial para la vida humana como es la agricultura. Así como el agronegocio fue acusado de impulsar una “agricultura sin agricultores”, podríamos decir que la cooptación del nuevo paradigma imagina “una agroecología sin agricultores”
La agroecología solo es viable como parte de un cambio en las relaciones de poder en torno de la producción agro-alimentaria, y de la valoración y uso de la naturaleza.
La agroecología ha demostrado que por detrás de cada opción técnica hay modelos de sociedad. Por ello hoy adoptar la propuesta agroecológica, tal como lo afirma la Vía Campesina y los intelectuales afines (Rosset, Toledo, Altieri, etc), es posible de realizarse sólo si está asociada con otras tres cuestiones: el acceso a la tierra y los mercados para los productores directos (comunidades, familias y cooperativas), un programa de soberanía alimentaria que defina al alimento como derecho humano y lo retire del ámbito de la especulación financiera, y un giro hacia la justicia ambiental que abandone la matriz energética de los combustibles fósiles.
Para las organizaciones campesinas e indígenas no puede realizarse la agroecología sin el cuestionamiento de los núcleos de poder que concentran los recursos/bienes de la naturaleza, y buscan reducir la capacidad de cada pueblo para definir sus propias políticas agrarias y alimentarias.
Si llegara a suceder que se pierda el sentido del debate profundo que trae la agroecología, y se impusiera el modelo de los agronegocios y la agricultura (bio) industrial como única vía o posible, se allana el camino para que los sistemas agroalimentarios queden totalmente en manos de los núcleos de poder de los complejos agroindustriales: allí el agricultor será mero apéndice, y el precio de los alimentos se disparara como viene sucediendo en las últimas décadas. Y como un fantasma conspirativo resonará una vez más la supuesta frase de Henry Kissinger “Si controlas el petróleo controlas las naciones, si controlas los alimentos controlas los pueblos”.
Por Pablo Barbetta y Diego Dominguez
Actualmente se observa, en distintos países, el despliegue disciplinario en esta materia, la difusión mediática y educativa, experiencias productivas que se multiplican con el modelo agroecológico, organismos estatales y globales que incorporan la propuesta, y la aparición de movimientos sociales que reivindican la agroecología como una clave para la transformación social. Un caso indispensable, a escala continental, lo constituye el Movimiento Agroecológico Latinoamericano (MAELA). Nacido en 1989, agrupa organizaciones no gubernamentales de desarrollo rural, organizaciones y movimientos campesinos, universidades, comunidades de pueblos originarios, asociaciones de consumidores, etc. En una escala global, la Vía Campesina, viene asumiendo a la agroecología como uno de los pilares de su programática, conjuntamente con la reforma agraria integral y la soberanía alimentaria.
También en Argentina, la difusión de las prácticas agroecológicas, en los últimos años se ha acelerado en el país, y se han abierto nuevas instancias de su promoción desde una perspectiva que hace hincapié en el cambio técnico. Un caso de gran relevancia ha sido la creación de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la agroecología (RENAMA), ligada a las iniciativas de “transición” productiva a la agroecología en escenarios pampeanos. Del mismo modo, desde el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) se viene impulsando desde diferentes programas la transición agroecológica, principalmente de productores hortícolas. La Secretaría de la Agricultura Familiar ha expresado su voluntad de apuntalar las prácticas agroecológicas como orientación principal de sus políticas. A su vez, organizaciones campesinas y aquellas de pequeños y medianos productores que asumen la promoción de lo que entienden es un nuevo paradigma agropecuario, como “construcción política desde abajo hacia arriba”, han asumido la tarea de exigir la implementación de políticas públicas para la agroecología que parecieran verse concretadas con el reciente anuncio de la creación de una Dirección Nacional de Agroecología, a cargo de Eduardo Cerdá.
La propuesta agroecológica nació de la preocupación y critica creciente por los efectos negativos de la agricultura industrial de monocultivos y la cría animal en encierro (Feed Lot) o establecimientos de gran escala. Estos efectos e impactos negativos fueron señalados como resultado de la utilización intensiva de insumos basados en combustibles fósiles, la maquinaria pesada para grandes escalas, y los paquetes biotecnológicos con eje en semillas transgénicas. Para la diversidad de actores que impulsan la agroecología se orienta y tiene la capacidad de sustituir el sistema de producción de alimentos en la medida en que cuestiona las bases tecnológicas del modelo del agronegocio y los impactos o “externalidades” negativas generadas por éste (desmontes, desalojos de comunidades indígenas y campesinas, privatización de ríos y vertientes, contaminación de ríos y napas, etc).
La definición y orientación de lo que es la agroecología está en disputa y existe una estrategia para integrarla al modelo de agronegocios.
Actualmente se asiste a una querella en torno de los contenidos y objetivos, así como también sobre el/los sujeto/s social/es de la agroecología. Esto es cada vez más evidente y encarnizado, y adquiere escala global, como lo relata Miguel Altieri. A propósito de la Conferencia Internacional de Agroecología de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura), en Roma, durante el año 2014, la Vía Campesina junto a la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) desmantelaron el intento de “cooptación” de la agroecología que buscaba postularla como “opción de intensificación sustentable que puede combinarse con los cultivos transgénicos, la agricultura de conservación, la agricultura climáticamente inteligente y el manejo integrado de plagas” (Altieri, 2015). Se trataba de “ajustes técnicos superficiales” que en realidad redefinen la agroecología “despojándola de su contenido político y social, y promueven la idea errónea de que los métodos agroecológicos pueden coexistir junto a la agricultura convencional” (Altieri, 2015).
En Argentina, los actores del núcleo de poder del sistema agroalimentario vienen desplegando estrategias para neutralizar la profundidad de los cambios urgentemente necesarios por el sistema agroalimentario. Un ejemplo de esto, son las voces en los medios de comunicación de referentes de los agronegocios que se envisten de un discurso periodístico critico al modelo dominante. Recientemente Clarín Rural publicó una nota titulada “Un nuevo paradigma. El camino hacia una agricultura sin agroquímicos” (4 de mayo de 2020 [1]) firmada por Guillermo Alonso, sin hacer mención que se desempeña como asesor técnico de uno de los principales grupos económicos impulsores y beneficiario del modelo de la agricultura industrial (Grupo Los Grobo). En ella, al mismo tiempo que cuestiona la utilización de agroquímicos alejadas “de las buenas prácticas de manejo”, reivindica modalidades agronómicas que podrían provenir de la agroecología como puede ser “tratamientoscon productos más adecuados, inofensivos y menos riesgosos para la salud y el medio ambiente”. Pero según el autor de la nota no sólo es la naturaleza la que nos estaría exigiendo un cambio sino también la sociedad y los mercados, ya que “vemos un cliente que exige cada vez más trazabilidad desde origen con un prolijo y controlado uso de químicos y una posición que desde la demanda de los consumidores se empieza a endurecer con el correr de los años”. Para desarrollar este nuevo paradigma, se necesitan nuevas herramientas: cultivos de servicios, un desarrollo genético diferente que sin dejar de lado el objetivo del rendimiento genere plantas de crecimiento inicial más acelerado y sistemas radicales más profundos y eficientes y por último, la microbiología del suelo cuyo desarrollo puede contribuir al control de plagas y parásitos y mejorar la nutrición y el estado general de las plantas a partir de bacterias, hongos y algas al control de plagas y parásitos.
En este contexto, la transición a un “nuevo” paradigma no tiene nada de novedoso. Se trata de la cooptación y apropiación de la agroecología y del vaciamiento de su contenido transformador (hacia una sistema agroalimentario sustentable ambientalmente y equitativo socialmente) a partir de su reducción a una mera técnica, manipulable y adaptable como cualquier otra. Pero de una técnica que descalifica e ignora otros conocimientos sobre los procesos biológicos en la agricultura, sobre todo los saberes y prácticas de las propias comunidades rurales y los agricultores familiares, mucho menos de los pueblos indígenas en su capacidad de co-evolución ecosistémica.
Los sectores comprometidos con la agroecología advierten los riesgos de reducirla a una técnica que se puede combinar con los “paquetes tecnológicos”.
A nivel global y en Argentina se ha despertado el alerta sobre las operaciones y estrategias de apropiación o cooptación de la agroecología que buscan travestir de sustentabilidad a los agronegocios y a la agricultura industrial ante los consumidores, seguir monopolizando el beneficio de las políticas públicas, y justificar sus intereses particulares concentrados en nombre del progreso científico y el bien común de la sociedad. Y lo que más estremece a los impulsores de la agroecología es que los defensores del agronegocio y la agricultura industrial se apropien del nuevo paradigma y así desarmen el debate sobre los cambios necesarios para el sistema agroalimentario argentino y global, y que además logren desvincular la agroecología de los campesinos, indígenas y productores familiares, como si fuera posible de ser realizada por las empresas que buscan en la agricultura maximizar ganancia como en cualquier rama industrial.
Quienes denuncian la cooptación de la agroecología señalan que se quiere imponer una concepción en la cual los productores agropecuarios serían meros consumidores/clientes de tecnología e insumos, depósitos vacíos que deben incorporar los “paquetes tecnológicos”, quedando los grandes “jugadores” delagribussiness (como nuevos productores de redes, innovaciones, granos y semillas, maquinaria, etc) como los nuevos depositarios del mandato histórico de alimentar a la humanidad.
Anular la critica que trae la agroecología, es la condición para seguir abrazando modelos agrarios que necesitan productores cada vez más dependientes, sin autonomía para generar conocimientos propios y tomar decisiones o presentarse ante la sociedad y redefinir un modelo agroalimentario virtuoso donde el alimento es un derecho humano y los agricultores depositarios de un arte milenario y esencial para la vida humana como es la agricultura. Así como el agronegocio fue acusado de impulsar una “agricultura sin agricultores”, podríamos decir que la cooptación del nuevo paradigma imagina “una agroecología sin agricultores”
La agroecología solo es viable como parte de un cambio en las relaciones de poder en torno de la producción agro-alimentaria, y de la valoración y uso de la naturaleza.
La agroecología ha demostrado que por detrás de cada opción técnica hay modelos de sociedad. Por ello hoy adoptar la propuesta agroecológica, tal como lo afirma la Vía Campesina y los intelectuales afines (Rosset, Toledo, Altieri, etc), es posible de realizarse sólo si está asociada con otras tres cuestiones: el acceso a la tierra y los mercados para los productores directos (comunidades, familias y cooperativas), un programa de soberanía alimentaria que defina al alimento como derecho humano y lo retire del ámbito de la especulación financiera, y un giro hacia la justicia ambiental que abandone la matriz energética de los combustibles fósiles.
Para las organizaciones campesinas e indígenas no puede realizarse la agroecología sin el cuestionamiento de los núcleos de poder que concentran los recursos/bienes de la naturaleza, y buscan reducir la capacidad de cada pueblo para definir sus propias políticas agrarias y alimentarias.
Si llegara a suceder que se pierda el sentido del debate profundo que trae la agroecología, y se impusiera el modelo de los agronegocios y la agricultura (bio) industrial como única vía o posible, se allana el camino para que los sistemas agroalimentarios queden totalmente en manos de los núcleos de poder de los complejos agroindustriales: allí el agricultor será mero apéndice, y el precio de los alimentos se disparara como viene sucediendo en las últimas décadas. Y como un fantasma conspirativo resonará una vez más la supuesta frase de Henry Kissinger “Si controlas el petróleo controlas las naciones, si controlas los alimentos controlas los pueblos”.
Referencia:
[1] https://www.clarin.com/rural/camino-agricultura-agroquimicos_0_u8N073l17.html
Contactos:
Diego Dominguez didominguez1@yahoo.com
Pablo Barbetta pablo_barbetta@yahoo.com.ar
Fuente: Bidiversidadla.org