“La electrosensibilidad es una enfermedad ambiental emergente que padecen millones de personas en el mundo”. Entrevista de Salvador López Arnal a Blanca Salinas Álvarez sobre la tecnología 5G
La electrosensibilidad es una enfermedad ambiental emergente que padecen millones de personas en el mundo. Muchas de ellas no lo saben, pues no es sencillo relacionar la contaminación electromagnética que no se percibe por los sentidos con los numerosos síntomas físicos que produce a largo plazo. Tampoco hay todavía muchos médicos formados que sepan diagnosticarla.
A pesar de ser una patología “socialmente invisible” los tribunales españoles y los de otros países ya han concedido varias sentencias de incapacidad laboral por electrosensibilidad e incluso la han reconocido como enfermedad laboral. En Suecia está reconocida como una discapacidad. ¿A qué enfermedades están expuestas esas personas?
Con frecuencia muchos afectados, como es mi caso, han recibido antes todos los diagnósticos de enfermedades de sensibilización central: fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, sensibilidad química múltiple y por último el de electrosensibilidad, que es la que los médicos menos conocen. Y comprueban que, al evitar contaminación electromagnética, mejoran e incluso desaparecen los síntomas de las demás, con los que llevaban muchísimos años, y reaparecen cuando vuelven a sufrir exposiciones acumulativas. Cada vez más investigadores apuntan a que la causa de todas estas enfermedades emergentes, ya consideradas por muchos como ambientales, es la contaminación química y electromagnética a la que estamos expuestos. Y no es un tema baladí. Según datos recientes del INSS, hay en España cerca de 1.500.000 personas diagnosticadas de estas cuatro enfermedades, el 90% mujeres.
¿90% mujeres? ¿Y por qué ese porcentaje tan elevado?
Las investigaciones apuntan a que los químicos y las ondas interactúan. Muchos de los químicos que todos tenemos en sangre (la media es de 40 químicos, sólo el 2% de ellos estudiados antes de su introducción en el mercado) son xenoestrógenos, disruptores endocrinos que imitan a los estrógenos, hormona femenina por excelencia. Se acumulan en la grasa y las mujeres tenemos un 20% más de materia grasa, luego somos bioacumuladoras. Estas sustancias alteran todos los equilibrios hormonales femeninos y afectan también al sistema nervioso, inmunológico y celular. Estudios científicos apuntan a que las ondas electromagnéticas agravan el problema, pues entre otras cosas, abren la barrera hematoencefálica que protege al cerebro (lo que posibilita que esos químicos accedan a él) y abren excesivamente los canales iónicos celulares dependientes de voltaje, especialmente los canales de calcio, generando un fuerte estrés oxidativo y graves daños celulares y metabólicos.
Cuando se habla de contaminación electromagnética, ¿de qué hablamos exactamente?
No tenemos noción de contaminación electromagnética porque no se ve, se oye, se huele… pero todo en nuestro organismo (cerebro, corazón, neuronas, células) y en el de cualquier ser vivo, funciona por delicados equilibrios químicos y electromagnéticos que se están viendo interferidos desde el exterior. Las tecnologías inalámbricas se desplegaron sin estudios previos. Ante la alarma científica y social, en 1999 el ICNIRP estableció unos límites que sólo contemplaron efectos térmicos por exposiciones agudas (la elevación de la temperatura), pero inmediatamente, científicos de todo el mundo que trabajaban en bioelectromagnetismo y estaban utilizando microondas con fines terapéuticos en dosis controladas, denunciaron que también producen efectos biológicos que se producen por exposiciones crónicas y que no fueron tenidos en cuenta al marcar esos límites. Valga el símil: Es como si se incorporara aspirina en el agua potable.
¿Hay estudios que hayan confirmado sus consecuencias negativas?
¿Hay estudios que hayan confirmado sus consecuencias negativas?
De hecho, cuando llegaron los móviles, hubo grupos que se opusieron a las antenas de transmisión y, según parece, la cosa quedó en nada. Parece que nadie o casi nadie secundó sus protestas y que, como decían los partidarios, las antenas de distribución no representaban ningún peligro.
Esa oposición a las tecnologías inalámbricas ha seguido existiendo, cada vez con más argumentos. Lo que ha pasado es que, por intereses económicos, ha dejado de aparecer en los medios de comunicación, y lo que no aparece en los medios, “no existe”. Las operadoras se han convertido en las mayores accionistas de algunos medios y a otros los controlan a través de la publicidad.
En 2007 varios científicos recopilaron cerca de 2.000 estudios científicos revisados por pares en un informe que se llamó Bioinitiative. Se ha revisado periódicamente añadiendo nuevos estudios, tanto los que encuentran efectos como los que no. Cada vez el número de los primeros es mayor.
Su conclusión…
Su conclusión es que se estaban produciendo graves efectos biológicos en niveles miles de veces por debajo de las intensidades permitidas: roturas de ADN, estrés oxidativo celular, daños neurológicos, daños en el sistema reproductivo, cáncer, etc.
En 2009 el Parlamento Europeo publicó una resolución en la que advertía que las aseguradoras ya estaban aplicando su propio principio de cautela al tender a excluir los daños para la salud de estas tecnologías de las pólizas de responsabilidad civil y pedía que se reconociera la electrosensibilidad como una discapacidad como ya se ha hecho en Suecia.
En 2011 la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en su resolución 1815 aconsejaba bajar drásticamente los límites ahora regulados.
Esa oposición a las tecnologías inalámbricas ha seguido existiendo, cada vez con más argumentos. Lo que ha pasado es que, por intereses económicos, ha dejado de aparecer en los medios de comunicación, y lo que no aparece en los medios, “no existe”. Las operadoras se han convertido en las mayores accionistas de algunos medios y a otros los controlan a través de la publicidad.
En 2007 varios científicos recopilaron cerca de 2.000 estudios científicos revisados por pares en un informe que se llamó Bioinitiative. Se ha revisado periódicamente añadiendo nuevos estudios, tanto los que encuentran efectos como los que no. Cada vez el número de los primeros es mayor.
Su conclusión…
Su conclusión es que se estaban produciendo graves efectos biológicos en niveles miles de veces por debajo de las intensidades permitidas: roturas de ADN, estrés oxidativo celular, daños neurológicos, daños en el sistema reproductivo, cáncer, etc.
En 2009 el Parlamento Europeo publicó una resolución en la que advertía que las aseguradoras ya estaban aplicando su propio principio de cautela al tender a excluir los daños para la salud de estas tecnologías de las pólizas de responsabilidad civil y pedía que se reconociera la electrosensibilidad como una discapacidad como ya se ha hecho en Suecia.
En 2011 la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en su resolución 1815 aconsejaba bajar drásticamente los límites ahora regulados.
En 2019 la IARC (organismo de la OMS sobre cáncer) ha anunciado que va a revisar con “alta prioridad” su clasificación como posible cancerígeno 2B de las tecnologías inalámbricas, pues 15 y 25 años después del despliegue de las tecnologías 2G y 3G, los estudios del Instituto Nacional de Toxicología de EEUU y del Instituto Ramazzini han demostrado que producen cáncer de corazón y de cerebro en ratones o ratas, en la línea de estudios epidemiológicos anteriores realizados en humanos. ¿Alguien ha leído algo de todo esto en su periódico?
Creo que no, poca gente, tal vez nadie. ¿Qué posibles efectos negativos podría tener el despliegue de esta nueva tecnología de la que hablamos en nuestras ciudades o en otras localizaciones?
Para que esta tecnología funcione serán necesarias millones de nuevas antenas y el lanzamiento de 20.000 satélites (previsión inicial). Se precisará la utilización de frecuencias cada vez más numerosas y más altas y el aumento de las intensidades. Eso supone que la contaminación electromagnética y el consumo de energía -y por lo tanto de CO2- van a aumentar exponencialmente con las repercusiones que eso tendría para la vida, la salud y el cambio climático.
¿No sería razonable exigir, por aquello tan básico del principio de precaución y por lo que está contando, estudios y acciones que garantizasen de algún modo su inocuidad?
Hardell, el científico en base a cuyos estudios epidemiológicos la OMS declaró las tecnologías inalámbricas como cancerígeno, encabezó en 2017 un llamamiento científico a la UE en el que varios investigadores le pedían que aplicara el principio de precaución y que no desplegara la tecnología 5G hasta contar con estudios independientes que garantizaran su inocuidad, pues ya hay evidencias científicas incontestables de que las tecnologías anteriores han causado daño a personas, animales y plantas.
En 2018 se puso en marcha otro llamamiento a la OMS y a la ONU en el mismo sentido que ya ha sido firmado por más de 185.000 científicos, médicos, organizaciones y ciudadanos de más de 200 países.
Pero como hemos apuntado, los gobiernos y la UE, tras la crisis económica, parecen haber supeditado la seguridad y el principio de precaución al mal llamado “crecimiento económico”, aquel al que Vandana Shiva denominaría más bien “mal desarrollo”.
¿Sabe si se están realizando esos estudios sobre la tecnología 5G? ¿Qué resultados se conocen, aunque sean provisionales?
Lo poco que se ha investigado hasta ahora no es tranquilizador. Las ondas milimétricas de las frecuencias más altas tienen poco poder de penetración, pero afectarían a toda la piel, que está conectada con el sistema inmunológico y con el sistema nervioso. Y parece que también podrían afectar a los ojos, pues en un órgano tan delicado una penetración de milímetros ya puede ser suficiente para generar problemas. También parece que podrían afectar significativamente a los insectos que tienen un tamaño muy parecido al de estas ondas. E interferirían con las predicciones meteorológicas. Además, se van a utilizar, en concreto en España, frecuencias muy bajas (700 MHz), con gran poder de penetración y largo alcance. Por otro lado, al aumentar significativamente el número de frecuencias y las interacciones entre ellas, los efectos biológicos pueden ser imprevisibles. Las redes móviles 5G han sido calificadas como de «alto impacto» para el sector de los seguros en el nuevo informe Emerging Risk de Swiss Re (empresa especializada en estudio de riesgos).
¿Y todos o casi todos los gobiernos del mundo priorizan los falsos derechos de la tecnología a la salud de las personas y al cuidado del medio ambiente?
Creo que no, poca gente, tal vez nadie. ¿Qué posibles efectos negativos podría tener el despliegue de esta nueva tecnología de la que hablamos en nuestras ciudades o en otras localizaciones?
Para que esta tecnología funcione serán necesarias millones de nuevas antenas y el lanzamiento de 20.000 satélites (previsión inicial). Se precisará la utilización de frecuencias cada vez más numerosas y más altas y el aumento de las intensidades. Eso supone que la contaminación electromagnética y el consumo de energía -y por lo tanto de CO2- van a aumentar exponencialmente con las repercusiones que eso tendría para la vida, la salud y el cambio climático.
¿No sería razonable exigir, por aquello tan básico del principio de precaución y por lo que está contando, estudios y acciones que garantizasen de algún modo su inocuidad?
Hardell, el científico en base a cuyos estudios epidemiológicos la OMS declaró las tecnologías inalámbricas como cancerígeno, encabezó en 2017 un llamamiento científico a la UE en el que varios investigadores le pedían que aplicara el principio de precaución y que no desplegara la tecnología 5G hasta contar con estudios independientes que garantizaran su inocuidad, pues ya hay evidencias científicas incontestables de que las tecnologías anteriores han causado daño a personas, animales y plantas.
En 2018 se puso en marcha otro llamamiento a la OMS y a la ONU en el mismo sentido que ya ha sido firmado por más de 185.000 científicos, médicos, organizaciones y ciudadanos de más de 200 países.
Pero como hemos apuntado, los gobiernos y la UE, tras la crisis económica, parecen haber supeditado la seguridad y el principio de precaución al mal llamado “crecimiento económico”, aquel al que Vandana Shiva denominaría más bien “mal desarrollo”.
¿Sabe si se están realizando esos estudios sobre la tecnología 5G? ¿Qué resultados se conocen, aunque sean provisionales?
Lo poco que se ha investigado hasta ahora no es tranquilizador. Las ondas milimétricas de las frecuencias más altas tienen poco poder de penetración, pero afectarían a toda la piel, que está conectada con el sistema inmunológico y con el sistema nervioso. Y parece que también podrían afectar a los ojos, pues en un órgano tan delicado una penetración de milímetros ya puede ser suficiente para generar problemas. También parece que podrían afectar significativamente a los insectos que tienen un tamaño muy parecido al de estas ondas. E interferirían con las predicciones meteorológicas. Además, se van a utilizar, en concreto en España, frecuencias muy bajas (700 MHz), con gran poder de penetración y largo alcance. Por otro lado, al aumentar significativamente el número de frecuencias y las interacciones entre ellas, los efectos biológicos pueden ser imprevisibles. Las redes móviles 5G han sido calificadas como de «alto impacto» para el sector de los seguros en el nuevo informe Emerging Risk de Swiss Re (empresa especializada en estudio de riesgos).
¿Y todos o casi todos los gobiernos del mundo priorizan los falsos derechos de la tecnología a la salud de las personas y al cuidado del medio ambiente?
Digamos que sí, pero con matices y resistencias. Francia es puntera en Europa y tiene una ley de 2015 sobre la sobriedad, la transparencia, la información y la consulta en relación con la exposición a las ondas electromagnéticas. Ha prohibido el wifi en las guarderías y el móvil en las escuelas. Medidas similares han adoptado Israel o Chipre.
Recientemente ha salido una directiva europea que, para permitir el despliegue 5G, recomienda nuevos límites más altos en países en los que se habían regulado previamente límites de precaución más bajos, por ejemplo, en Italia y en Bélgica. En esos países, y en otros como Suiza, donde también había límites de precaución que las operadoras quieren subir, está habiendo una fuerte contestación ciudadana que está calando en los políticos. En el caso de Suiza, algunos gobiernos cantonales han bloqueado el despliegue 5G. Bruselas también. Eslovenia ha adoptado una moratoria. Cada vez más ayuntamientos se están oponiendo activamente al despliegue. En Silicon Valley algunos municipios han prohibido el 5G en zonas residenciales mediante ordenanzas municipales
Otras voces señalan que la digitalización obra en contra de la democracia real. ¿Es así en tu opinión?
De algún modo estamos viviendo una corporatocracia y un totalitarismo tecnológico. Nuestros gobiernos legislan para las grandes corporaciones y desregulan los controles democráticos (véase las leyes de telecomunicaciones españolas y mundiales). El “Despotismo Tecnológico“ ofrece “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Cada vez tenemos menos control real sobre una tecnología que, de facto, se ha convertido en un instrumento de control y de alienación que ofrece cada vez más datos, poder e información a entes que escapan a todo control democrático. Hemos podido comprobar cómo la tecnología interfiere, manipulándolos, en procesos electorales democráticos, por ejemplo, en EEUU con la elección de Trump, o cómo Zuckerberg ha tenido que comparecer ante el Congreso de EEUU. El problema surge cuando la tecnología deja de ser una herramienta y se convierte en un instrumento de control. Todo esto nos podría acercar a una poco deseable distopía de control tecnológico no democrático.
Recientemente ha salido una directiva europea que, para permitir el despliegue 5G, recomienda nuevos límites más altos en países en los que se habían regulado previamente límites de precaución más bajos, por ejemplo, en Italia y en Bélgica. En esos países, y en otros como Suiza, donde también había límites de precaución que las operadoras quieren subir, está habiendo una fuerte contestación ciudadana que está calando en los políticos. En el caso de Suiza, algunos gobiernos cantonales han bloqueado el despliegue 5G. Bruselas también. Eslovenia ha adoptado una moratoria. Cada vez más ayuntamientos se están oponiendo activamente al despliegue. En Silicon Valley algunos municipios han prohibido el 5G en zonas residenciales mediante ordenanzas municipales
Otras voces señalan que la digitalización obra en contra de la democracia real. ¿Es así en tu opinión?
De algún modo estamos viviendo una corporatocracia y un totalitarismo tecnológico. Nuestros gobiernos legislan para las grandes corporaciones y desregulan los controles democráticos (véase las leyes de telecomunicaciones españolas y mundiales). El “Despotismo Tecnológico“ ofrece “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Cada vez tenemos menos control real sobre una tecnología que, de facto, se ha convertido en un instrumento de control y de alienación que ofrece cada vez más datos, poder e información a entes que escapan a todo control democrático. Hemos podido comprobar cómo la tecnología interfiere, manipulándolos, en procesos electorales democráticos, por ejemplo, en EEUU con la elección de Trump, o cómo Zuckerberg ha tenido que comparecer ante el Congreso de EEUU. El problema surge cuando la tecnología deja de ser una herramienta y se convierte en un instrumento de control. Todo esto nos podría acercar a una poco deseable distopía de control tecnológico no democrático.
Fuente: El Viejo Topo (fragmentos) - Imagenes: El Diario.es - Arainfo - Radiaciones wordpress.com