Sembrar biodiversidad, cosechar resiliencia: los bosques de alimentos como fuente de sabiduría
Hace 400 millones de años, los primeros organismos vegetales dejaron atrás el mar para colonizar la tierra, dando paso a un proceso de sucesión ecológica que luego de cientos de años, dio lugar a los bosques. Estos ecosistemas, alimentados por la energía del sol, el agua de las lluvias y el dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera, se convirtieron en la base del hábitat que hoy sostiene la vida en el planeta.
Texto por Paula Rosales
Los bosques son mucho más que una agrupación de árboles. Funcionan como sistemas de alta complejidad e integración donde interactúan plantas, animales, hongos, microorganismos y elementos inertes, formando una sola unidad vital. Nos brindan alimentos, medicinas, madera, fibras y refugio, son los encargados de regular procesos esenciales como la captura del CO₂, la purificación del aire, las temperaturas y la regulación del flujo de agua dulce, todos procesos cruciales para la salud planetaria. Desde una perspectiva humana, los bosques también son aliados silenciosos para la salud mental, física y emocional, ayudando a mitigar los impactos negativos de la urbanización.
El suelo es el encargado de iniciar el proceso de ciclaje de nutrientes. ©Paula Rosales
Bosques y el ciclo corto del agua
Merece un apartado especial el comprender “El ciclo corto del agua”, también conocido como el ciclo local que describe el movimiento del agua dentro de una región limitada. Este proceso comienza con la evaporación del agua desde los suelos, cuerpos de agua y vegetación, seguida por la formación de nubes a través de la condensación y, finalmente, el retorno de la humedad en forma de lluvia o rocío. Los bosques juegan un papel crucial en este ciclo al actuar como motores locales que impulsan la evaporación y la transpiración. Estudios recientes han demostrado que las áreas con mayor cobertura vegetal tienden a aumentar las precipitaciones debido a este ciclo de retroalimentación. En otras palabras, los bosques hacen un llamado a la lluvia.
Sin embargo, la magia no termina ahí. Las raíces profundas de los árboles perforan las capas compactadas del suelo, creando canales por los que el agua se infiltra. Este proceso incrementa la capacidad de los acuíferos para almacenar el líquido vital, funcionando como una reserva natural que asegura este elemento para tiempos de escasez.
Para que todos estos fenómenos ocurran, no basta con tan solo plantar árboles, es necesario crear un organismo en constante evolución y considerar como eje fundamental, el suelo vivo y cubierto. Un suelo vivo es un ecosistema dinámico y complejo lleno de microorganismos, hongos, lombrices, insectos y raíces que interactúan entre sí y con su entorno. Su cobertura de hojas, ramas y ramillas, son un manto protector que asemejan a la piel del suelo y será la encargada de iniciar el proceso de ciclaje de nutrientes como base de la vida, proteger de la erosión y la escorrentía, regular la temperatura del suelo y disminuir el proceso de evaporación. Este tipo de suelo es fértil, rico en materia orgánica y minerales, lo que permite abastecer de nutrientes esenciales a las plantas y ser capaces de funcionar como verdaderas esponjas de acumulación de agua.
En resumen, todo lo que pasa arriba está pasando abajo también. Si se espera tener una masa boscosa que potencie y cuide del ciclo del agua, el suelo deberá contar con la suficiente vida que le permita proporcionar las condiciones para que funcione el sistema de manera integrada y eficiente. Sin bosques, el ciclo corto del agua se interrumpe. La ausencia de vegetación reduce la transpiración y la capacidad del suelo para retener agua, lo que resulta en una mayor escorrentía y menor humedad atmosférica. Esto puede desencadenar patrones de aridez que dificultan el retorno de la lluvia, creando un efecto dominó que impacta negativamente tanto a los ecosistemas como a las comunidades humanas.
El renacer del agua
Quizás uno de los impactos más inspiradores de los bosques sea su capacidad para revivir cuencas hidrográficas. En diversos proyectos de restauración ecológica, la introducción de árboles nativos y especies adaptadas al clima local ha logrado reactivar manantiales y crear microclimas húmedos donde antes reinaba la sequía.
Solo por mencionar algunos ejemplos de esto, está la iniciativa de la plantación en media luna que se está realizando en áfrica y en otras partes del mundo, donde se cavan unos hoyos en contra de la pendiente que permiten retener el agua de la lluvia y crean así verdaderos bosques en el desierto (velo aquí). Otro ejemplo interesante es el de Ernst Götsch que se ha especializado en bosques de clima tropical. Con su destacada experiencia en agricultura sintrópica en el nordeste de Brasil. Este último ha demostrado que después de 30 años de trabajo, en su campo de casi 500 hectáreas han vuelto a aparecer 14 nacientes de aguas perennes que estaban secas en sus comienzos. La clave ha sido la elección de especies con alta capacidad para capturar agua atmosférica y una planificación cuidadosa que imita los patrones naturales de los ecosistemas.
Quizás esto puede parecer contrario a como la agricultura industrial nos ha enseñado a pensar. Hago referencia especial al eucalipto y al palto: se dice que secan la tierra y que tiene un alto consumo de agua; sin embargo, generalmente el problema no es de las especies sino del manejo que se hace de ellas. Los errores que traen sequía y una serie de consecuencias negativas, suelen estar en las plantaciones de monocultivos, en plantar contra la pendiente, en potenciar las variedades comerciales por sobre las locales, al uso de productos químicos solubles y a la falta de cobertura de suelo, entre otros errores humanos. Ahora hagámonos la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si plantamos platos y eucaliptos dentro de un sistema biodiverso, con un suelo vivo actuando como esponja y una gran variedad de especies conviviendo en sistema bosque? Sin duda alguna, estaríamos presenciando el renacer del agua.
La crisis de los bosques
La deforestación masiva, impulsada por el crecimiento de las ciudades, la agricultura industrial, la minería y otras actividades insostenibles, está llevando a los bosques a una crisis sin precedentes. Según el informe El estado de los bosques del mundo (2020), estos ecosistemas cubren el 31% de la superficie terrestre, pero su degradación avanza a un ritmo alarmante desde la revolución industrial.
La tala de bosques suele justificarse por la necesidad de alimentos y recursos para una población creciente. Sin embargo, es evidente que esta práctica no es viable a largo plazo. Este modelo de agricultura industrial refleja una desconexión cultural con la naturaleza, caracterizada por el extractivismo, el egoísmo y la insatisfacción perpetua. Estamos presenciando una crisis ambiental comparable a la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años, con consecuencias como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, desastres naturales y el aumento de enfermedades zoonóticas.
Bosques de alimentos: una solución sostenible
Mientras los bosques naturales desempeñan funciones ecológicas esenciales, los bosques de alimentos van más allá al combinar regeneración ambiental con producción continua de alimentos. Representan una alternativa reparadora al actual modelo de destrucción de bosques para la producción de alimento. Un ejemplo inspirador es la Amazonía, considerada un bosque antropogénico, es decir, co-creado por el ser humano. Durante siglos, comunidades han cultivado especies alimenticias en armonía con la vegetación nativa, demostrando que es posible coexistir con la naturaleza sin destruirla. Este modelo combina biodiversidad y producción sostenible, estableciendo una relación simbiótica entre los seres humanos y los ecosistemas.
Estos bosques integran árboles frutales, madereros, arbustos, hierbas, hongos y otras especies en un equilibrio natural. Para su creación, solo se hace necesario inspirarnos en los principios de la naturaleza y reproducir estrategias como la plantación por estratos, la biodiversidad, la sucesión ecológica, la cobertura de suelo y la plantación en alta densidad, entre otras prácticas. De este modo, las especies van a convivir en sintropía para dar origen a un organismo en constante evolución y permanente producción. Sistemas que no solo son productivos, sino que también fomentan la regeneración ambiental, la seguridad alimentaria y el desarrollo económico local. Además, los bosques de alimentos empoderan a las personas para convertirse en agentes activos de cambio, promoviendo una conexión profunda con la naturaleza y un compromiso con su regeneración.
Desde jardines urbanos hasta grandes parcelas rurales, estos bosques se adaptan a cualquier entorno, transformando espacios en ecosistemas productivos y sostenibles que generan beneficios para el planeta y las comunidades. Cada bosque sembrado es un testimonio de resiliencia y esperanza, un puente entre la ciencia y la tradición. Un bosque, por más pequeño que este sea, es una promesa de agua, de una conexión del cielo con la tierra, y un recordatorio de que en la propia naturaleza encontraremos las respuestas para muchos de los retos que enfrentamos.
Referencias: Cerda, C.; Silva-Rodríguez, E.; y Briceño, C. (2019), Naturaleza en sociedad. Editorial Ocholibros. - Dos Santos Rebello, J.; y Ghiringhello Sakamoto, D. (2021), Agricultura sintrópica según Ernst Götsch, Editorial Reviver. - FAO y PNUMA. (2020). El estado de los bosques del mundo 2020. Los bosques, la biodiversidad y las personas, Roma. https://doi.org/10.4060/ca8642es - Rosales, P. (2024). Un Bosque de Alimentos: Urbano o Rural. Editorial Selva. - Primavesi, A. (2001), Manejo ecológico do solo, Editorial Nobel. - Steenbock, W., y Machado Vezzani, F. (2023), Agrofloresta, aprendendo a producir com a natureza. Segunda edición revisada y ampliada, Editorial Bambual.
Fuente: Revista Endémico https://endemico.org/sembrar-biodiversidad-cosechar-resiliencia-los-bosques-de-alimentos-como-fuente-de-sabiduria/