Con el capitalismo no bastan las buenas intenciones (aunque lo vistan de seda)



Homar Garcés

Se dice que la mayor mentira de Satanás, es hacerle creer a la gente que él no existe, habiendo sido un recurso eficaz para evitar que muchos cayeran en la senda del pecado al aterrorizarlos con su figura y sus sádicas torturas de nunca acabar en el infierno hasta que la filosofía y el psicoanálisis lo hicieron parte de sus elucubraciones, invalidando entonces las supersticiones inculcadas por la religión. 
Al margen de estas consideraciones teológicas, algo similar se pudiera afirmar respecto al capitalismo y la secuela de desigualdades, guerras, injusticias y explotación indiscriminada de la naturaleza y de los trabajadores que tiene tras de sí, a tal punto que un gran porcentaje de personas lo aceptan cono un mal necesario, inevitable y poco menos que reformable, obligándose a una resignación que les niega la dignidad y la plenitud de sus vidas.
Aun así, en oposición a esta realidad , millares de seres humanos protestan, baten sus cadenas y se hermanan en una lucha asimétrica a nivel mundial contra el sistema capitalista, sometiéndolo a presiones, cuestionamientos y reacomodos que obligan a plantearse su total eliminación y la fundación de un nuevo tipo de sociedad que -hasta el presente- se definiría como socialista, haciendo propios los aportes teóricos y las experiencias de muchos de los revolucionarios socialistas de los dos últimos siglos. En esta coyuntura histórica, los defensores del capitalismo, sobre todo en nuestra América, recurren a la misma estrategia aplicada en el pasado por sus antecesores: “humanizar” al capitalismo, llegándose al colmo de las “innovaciones” al referirse a un capitalismo serio y a un capitalismo popular, amén de otros que proponen un socialismo “productivo”, en un esfuerzo por hacerlo digerible para los sectores populares que son, precisamente, las victimas permanentes de la usura y de la explotación capitalistas, sea cual sea la modalidad de gobierno y/o Estado vigente.
Por consiguiente, aunque lo vistan de seda, sería sumamente ingenuo y escasamente inteligente suponer que, en relación al capitalismo, sólo bastan las buenas intenciones. Según esta posición, bastaría con darles oportunidades de superación a quienes han tenido la mala ventura de empobrecerse o de nacer en la pobreza, sometidos -como han estado- a las grandes limitaciones socioeconómicas que ello implica. Es lo que afirman muchos políticos, despertando ilusiones que luego se estrellan contra la realidad de las medidas gubernamentales mediante las cuales se intenta capear la situación de crisis prolongada que sufre el capitalismo, como ocurre en muchas naciones actualmente. Lo único cierto de todo esto es que el capitalismo no podría entrar en contradicciones consigo mismo. Su naturaleza no va de la mano con ese sempiterno deseo humano de vivir en una sociedad de iguales, donde se manifieste la democracia participativa en toda su dimensión creadora y emancipadora. Entender lo contrario sería negar tercamente todo lo que ha significado este sistema para la humanidad oprimida, discriminada y expoliada a lo largo de la historia, contribuyendo al enriquecimiento cínico de una minoría. 
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