El haraquiri de los mayas
Por José M. de la Viña
Decía Chateubriand que los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen. Una verdad como un templo maya.
Recientes descubrimientos confirman lo que se sospechaba desde hace tiempo. La civilización maya se autodestruyó. Colapsó medioambientalmente debido a unas prácticas que demostraron no ser sostenibles en el tiempo. Civilización que acabó desapareciendo, apuntillada por la sequía, allá en la lejana Centroamérica.
El mayor desastre demográfico de la historia
Fue probablemente el mayor desastre demográfico de la historia, excluyendo el venidero. Para ellos las profecías (futuras) del abominado Malthus se cumplieron a rajatabla. Ya que la densidad de población de sus maravillosas ciudades era comparable a la del Los Ángeles actual. En las zonas rurales podían habitar unos 115 habitantes por kilómetro cuadrado.
Demasiados comparados con la densidad de la España actual, que es de unos 92 habitantes por kilómetro cuadrado. Pero los pobres mayas no tenían nuestros modernos medios, aunque estos sean tan finitos e insostenibles como fueron los suyos. Eso sí, eran bastante menos contaminantes.
Sin embargo desaparecieron a causa de los excesos. ¿Suena conocido? Necesitaban, por ejemplo, quemar veinte árboles para calentar la piedra caliza necesaria para fabricar tan sólo un metro cuadrado del enlucido de cal que recubría sus impresionantes monumentos, templos o depósitos.
Por otro lado, no tenían más remedio que deforestar cada vez mayores superficies, con el fin de cultivar y obtener comida para el cada día más populoso vecindario. Un proceso productivo circular y perverso. Según la NASA, que al parecer no es ningún grupo de izquierda, rabioso o radical, la pérdida masiva de árboles provocó un aumento de tres a cinco grados centígrados en las temperaturas, y una reducción de las precipitaciones del 20% al 30%.
Una sociedad no muy diferente de la actual
Los mayas diseñaron una sociedad de consumo perfecta. Deforestaban bosques para aumentar la superficie cultivable que pudiera dar de comer a la cada vez más abundante población. Los árboles caídos los utilizaban para quemar y como materiales de construcción. Obras que empleaban abundante mano de obra para levantar tales maravillas. Actividad ladrillera e infraestructuras, muchas de ellas que no servían para nada. Que involucraban a gran cantidad de personal improductivo: los adoradores y auxiliares que servían los grandiosos templos; una aristocracia privilegiada; una burocracia necesaria en cualquier cultura compleja, como aquella era; o las cohortes de servidumbre, ejército o servicios que no aportaban nada.
Todo ello, probablemente, con el fin último de mantener la sociedad anestesiada y bajo control, para variar. Para así poder sostener a tanto parásito. Y para alimentar el ego y el caradurismo de unos cuantos. ¿Alguna diferencia sustancial con la avanzada civilización occidental actual y con la de por aquí cerca en particular?
Un colapso debido a los excesos
Era un círculo vicioso que acabó en suicidio asistido, cuando la sequía apareció y el castillo de naipes se derrumbó. Aunque lo habría hecho igualmente sin ella, antes o después. Porque no era una sociedad sostenible. Tan sólo una versión primitiva, pero con pautas similares, de la histérica sociedad actual. Eso sucedió durante el denominado Período Cálido Medieval, entre el siglo IX y el XIV aproximadamente, previo a la Pequeña Edad de Hielo.
Al mismo tiempo, todo el sudoeste del actual Estados Unidos y el norte de Méjico, entre otros muchos lugares de la Tierra, sufrieron también terribles sequías que obligaron a los indios Pueblo, por ejemplo, a abandonar su fabulosa ciudad en el cañón del Chaco, en Nuevo México, entre otras muchas migraciones de la época. Millones de personas murieron de hambre, además, en otros continentes. Mientras tanto, en la cálida Europa de entonces, nuestros antepasados vivían felices y en la gloria. Saboreando sus lances caballerescos y amorosos entre cruzada y cruzada, con permiso de la peste bubónica, colofón del período. Los ingleses y daneses, por ejemplo, cultivaban buen vino. Y los belicosos vikingos se establecían en la, como ahora de nuevo, casi acogedora Groenlandia.
En el caso de los mayas fue un "hágalo usted mismo" parecido al de los habitantes de la isla de Pascua. Buenos ingenieros que eran, construyeron una magnífica infraestructura hidráulica para la época. Pero no fue suficiente para poder sobrevivir a las sequías extremas. El golpe de gracia se lo propinó la etapa cálida mencionada. Y toda su ingeniería no sirvió para compensar las consecuencias de la deforestación y el deterioro, provocado por ellos mismos, de sus frágiles ecosistemas. Fueron algunas de las consecuencias del cambio climático de la época.
Y la incapacidad nuestra para asimilar errores pasados
Nuestra sociedad, si no cambiamos las cosas, no tiene pinta de que vaya a evolucionar de manera diferente. Parece que no somos capaces de aprender nada de los que metieron la pata con antelación. Esas civilizaciones caídas cuyos restos todavía nos impresionan. Cosa que futuros terrícolas no podrán decir de la actual, con la horrorosa, indescriptible, caótica e insostenible arquitectura que desgraciadamente luce. Y con el urbanismo absurdo que diariamente padecemos.
Un fugaz atisbo de inteligencia consistiría en aprender de los errores que otros cometieron con antelación. Empaparnos de historia. Pero, por el camino que vamos, dudo que seamos capaces de asimilar nada. Parece que el agudo Chateaubriand, una vez más, volverá a tener razón.
Fuente: http://www.cotizalia.com/apuntes-enerconomia/haraquiri-mayas-20101005-4135.html