Paisaje tras la bajamar de la era nuclear y fósil. 1ª parte
La necesidad de abandonar las energías no renovables implica una transición sin perecedentes que dejará varios ecocidios por el camino: instalaciones abandonadas, residuos y contaminación en un contexto cada vez más incierto. Es pertinente preguntarse qué habrá que deshacer, cómo desmantelar el actual modelo obsoleto, socialmente desigual y ambientalmente destructivo. Quién se responsabilizará del desmantelamiento y la gestión, cómo y a qué precio, sigue sin saberse a día de hoy.
Luis Rico
Los distintos escenarios de transición energética contemplan una sustitución paulatina, más o menos rápida y muy probablemente no lineal, de los actuales combustibles fósiles y nucleares no renovables por fuentes renovables de energía. Este proceso requiere un cambio de mentalidad y de modelo socio-ecológico, un sistema energético con mayor descentralización, un impulso acelerado a las nuevas tecnologías renovables, y una gigantesca inversión de capital. Aunque la cuestión central es qué se está haciendo, en qué dirección y a qué velocidad se avanza, y qué queda por hacer, también es pertinente preguntarse qué habrá que deshacer, cómo desmantelar el actual modelo obsoleto, socialmente desigual y ambientalmente destructivo.
En este sentido, cabe recordar que una crítica fundamental a la energía basada en la fisión nuclear es el riesgo de accidentes nucleares y cómo ‘gestionar’ la factura ambiental (y por tanto, económica) de los residuos radiactivos que dejamos a las futuras generaciones por muchos miles de años.
La respuesta del lobby pro-nuclear se ha centrado en mejoras tecnológicas que reduzcan riesgos de accidentes y mantengan confinados (normalmente en yacimientos geológicos a gran profundidad) los residuos de alta radiación inmovilizados en una matriz vítrea o cerámica y sellados en contenedores metálicos especiales de alta resistencia. Este sería el destino final teóricamente seguro y prácticamente perpetuo de las más de 400.000 Tm de residuos de combustible nuclear ya gastado, al que habría que sumar decenas de miles de toneladas del que queda por gastar. Y eso sin contar la patata caliente (ambiental, territorial y económica) del desmantelamiento de los 115 reactores comerciales, 48 experimentales, unos 250 de investigación y varias plantas de reciclado de combustible nuclear actualmente en distintas fases de ejecución, así como de las 448 centrales aún en funcionamiento (más un número indeterminado de instalaciones militares) a medida que vayan cerrándose (la mayoría en las dos próximas décadas).
Luis Rico
Los distintos escenarios de transición energética contemplan una sustitución paulatina, más o menos rápida y muy probablemente no lineal, de los actuales combustibles fósiles y nucleares no renovables por fuentes renovables de energía. Este proceso requiere un cambio de mentalidad y de modelo socio-ecológico, un sistema energético con mayor descentralización, un impulso acelerado a las nuevas tecnologías renovables, y una gigantesca inversión de capital. Aunque la cuestión central es qué se está haciendo, en qué dirección y a qué velocidad se avanza, y qué queda por hacer, también es pertinente preguntarse qué habrá que deshacer, cómo desmantelar el actual modelo obsoleto, socialmente desigual y ambientalmente destructivo.
En este sentido, cabe recordar que una crítica fundamental a la energía basada en la fisión nuclear es el riesgo de accidentes nucleares y cómo ‘gestionar’ la factura ambiental (y por tanto, económica) de los residuos radiactivos que dejamos a las futuras generaciones por muchos miles de años.
La respuesta del lobby pro-nuclear se ha centrado en mejoras tecnológicas que reduzcan riesgos de accidentes y mantengan confinados (normalmente en yacimientos geológicos a gran profundidad) los residuos de alta radiación inmovilizados en una matriz vítrea o cerámica y sellados en contenedores metálicos especiales de alta resistencia. Este sería el destino final teóricamente seguro y prácticamente perpetuo de las más de 400.000 Tm de residuos de combustible nuclear ya gastado, al que habría que sumar decenas de miles de toneladas del que queda por gastar. Y eso sin contar la patata caliente (ambiental, territorial y económica) del desmantelamiento de los 115 reactores comerciales, 48 experimentales, unos 250 de investigación y varias plantas de reciclado de combustible nuclear actualmente en distintas fases de ejecución, así como de las 448 centrales aún en funcionamiento (más un número indeterminado de instalaciones militares) a medida que vayan cerrándose (la mayoría en las dos próximas décadas).
El desafío es gigantesco y los costes, si se prioriza la seguridad en lugar de minimizar el coste privado de las eléctricas, astronómicos y probablemente infravalorados.
Dos recientes artículos vuelven a cuestionar las previsiones del lobby nuclear ilustrando la distancia entre el mito de una energía limpia, abundante y segura y la realidad de los hechos. Por un lado, Gerald Frankel (Departamento de Ingeniería y Ciencia de los Materiales, Universidad de Ohio) y su equipo proveniente de diversas universidades y centros de investigación de los EEUU y Francia han mostrado que, bajo condiciones simuladas de depósito a gran profundidad, la zona de contacto entre el contenedor metálico y la matriz vítrea o cerámica que contiene el residuo nuclear sufre corrosión acelerada. Esta corrosión, no detectada anteriormente y por tanto no regulada en la normativa de seguridad de residuos nucleares de los EEUU, es achacable a los cambios en la solución química y en la acidez/alcalinidad del medio en las condiciones de confinamiento de estos depósitos. El resultado es un acortamiento sustancial de la vida útil de los mismos. El trabajo, publicado en la prestigiosa revista Nature Materials, alerta de los riesgos de la actual tecnología de confinamiento supuestamente seguro de residuos de alta radiactividad y pide que se investigue en nuevas barreras de confinamiento con materiales compatibles que limiten su deterioro.
Dos recientes artículos vuelven a cuestionar las previsiones del lobby nuclear ilustrando la distancia entre el mito de una energía limpia, abundante y segura y la realidad de los hechos. Por un lado, Gerald Frankel (Departamento de Ingeniería y Ciencia de los Materiales, Universidad de Ohio) y su equipo proveniente de diversas universidades y centros de investigación de los EEUU y Francia han mostrado que, bajo condiciones simuladas de depósito a gran profundidad, la zona de contacto entre el contenedor metálico y la matriz vítrea o cerámica que contiene el residuo nuclear sufre corrosión acelerada. Esta corrosión, no detectada anteriormente y por tanto no regulada en la normativa de seguridad de residuos nucleares de los EEUU, es achacable a los cambios en la solución química y en la acidez/alcalinidad del medio en las condiciones de confinamiento de estos depósitos. El resultado es un acortamiento sustancial de la vida útil de los mismos. El trabajo, publicado en la prestigiosa revista Nature Materials, alerta de los riesgos de la actual tecnología de confinamiento supuestamente seguro de residuos de alta radiactividad y pide que se investigue en nuevas barreras de confinamiento con materiales compatibles que limiten su deterioro.
Planta desmantelada en Yankee Rowe
Un mes después de la publicación del trabajo, en plena crisis del coronavirus, el Consejo de Ministros del pasado 24 de marzo ha autorizado a la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA) la celebración de dos contratos para la fabricación y suministro de contenedores para el almacenamiento en seco del combustible gastado. El primer contrato (85.138.800 €) es para las centrales nucleares de Almaraz (14 contenedores) y Trillo (10 contenedores), y el segundo (127.600.000 €) para Santa María de Garoña (44 contenedores). Ambos contratos se adjudicarán a la empresa española Equipos Nucleares, S.A. (ENSA), que también resultó adjudicataria de los primeros contenedores para las tres centrales. Los contenedores son del mismo tipo que los adquiridos por ENRESA en 2012 y 2015 y su carácter es temporal, lo que presumiblemente reduce los riesgos enumerados en el reciente trabajo del equipo internacional dirigido por Frankel. ¿Serán tenidos en cuenta los resultados y recomendaciones de este trabajo cuando se proceda a la construcción de los contenedores para su almacenamiento definitivo?
Por otra parte, el diario británico The Guardian y el semanario estadounidense Newsweek entre otros medios de comunicación se hacían eco de la propuesta de un panel japonés de expertos en control de residuos radiactivos de arrojar al océano Pacífico el agua fuertemente contaminada proveniente de la central nuclear de Fukushima (actualmente 1,2 millones de m3) almacenada en depósitos en el entorno de la zona de desastre. La propuesta ha alarmado a países vecinos, aunque, basándose en la anterior experiencia de desastrosa gestión del accidente de Fukushima por parte de las autoridades y de la Tokyo Electric Power Corporation (TEPCO, empresa propietaria del complejo nuclear) se cree que será aplicada antes de que se alcance la saturación de los depósitos de agua radiactiva, prevista para 2022. TEPCO asegura que previamente serán eliminados todos los elementos radiactivos excepto el tritio, lo que de nuevo es cuestionado debido a los reiterados incumplimientos y fallos desde el momento del accidente ocurrido en marzo de 2011.
Este artículo continúa en la segunda parte.
Luis Rico: Profesor. Ecologistas en Acción - Fuente: https://www.elsaltodiario.com/desconexion-nuclear/paisaje-tras-la-bajamar-de-la-era-nuclear-y-fosil-i - Imagen de portada: Quo - Colectivo Burbuja
Este artículo continúa en la segunda parte.
Luis Rico: Profesor. Ecologistas en Acción - Fuente: https://www.elsaltodiario.com/desconexion-nuclear/paisaje-tras-la-bajamar-de-la-era-nuclear-y-fosil-i - Imagen de portada: Quo - Colectivo Burbuja