Argentina: Mil rondas de agricultoras por el derecho a decidir
Mujeres campesinas se organizan para vivir libres de violencias machistas. Ante la legalización del aborto recuperan los debates sobre maternidad, educación sexual y anticoncepción en un contexto de políticas públicas insuficientes.
Por: Mariángeles Guerrero
¿De qué hablan esas mujeres, sentadas en ronda? ¿Por qué se ríen? ¿Por qué lloran? ¿De qué violencias están hechos esos cuerpos movilizados como una marea? ¿De qué resistencias se nutre la vida campesina que lucha por ser nombrada? ¿Qué batallas están librando ahora mismo las mujeres de la tierra, por vivir vidas felices?
Carolina Rodríguez dice que sí, que se considera feminista. ¿Desde qué momento?, le pregunto. La respuesta tiene la contundencia que ponemos las mujeres cuando peleamos por lo que es nuestro: “Desde que empecé a luchar por mis derechos. Y desde que tuve libertad para decidir”.
La mujer vive en el cordón hortícola de La Plata, es promotora de género de la Unión de Trabajadores de la Tierra. Produce parte de ese 75 por ciento de alimentos que nutren al pueblo y que cultivan manos trabajadoras. Y sabe mucho de plantas medicinales. Por su impulso y el de otras, hoy las productoras tienen un emprendimiento de hierbas secas, sahumerios y tinturas madre que pensaron para tener un ingreso extra. Carolina sonríe: “Nos juntamos para recuperar la autonomía, porque sin autonomía no hay libertad. Sin plata no somos nada, dicen”.
Las mujeres de la tierra cuentan cómo se organizan apenas unos días después de que el movimiento feminista argentino logró la legalización del aborto voluntario. Las compañeras afirman que no hay una postura homogénea en la organización, aunque sí hubo mucho de debate -primero entre mujeres, luego con los varones- sobre el derecho a que la maternidad sea elegida.
—¿Y ahora que es ley, cómo lo van a seguir trabajando?
—Ahora no es la idea de un grupito, ahora es ley. Y como toda ley, la vamos a trabajar en un taller, formalmente.
Construir desde el amor
Fue hace cinco años, cuando una compañera que sufría violencia física llegó al límite. La palabra empezó a circular en esas rondas de complicidad que las mujeres sabemos formar. “Comenzamos a hablar de nuestro deseo, de nuestro derecho a decidir, de nuestros cuerpos, del modelo productivo y de cómo esta violencia que se ejerce contra la tierra, con agrotóxicos y con una idea de producción de alimentos vinculada a generar guita y no comida sana, también forma parte de la violencia contra nosotras”, se acuerda Rosalía Pellegrini, coordinadora Nacional de la Secretaría de Género de la UTT.
A partir de esas rondas se quebraron algunos mitos. “Empezamos a hablar del derecho al goce, del derecho al placer, de preguntarnos por qué se genera ese encuentro de los cuerpos, con la curiosidad de un tema que sale y podemos reírnos o a lo mejor terminar llorando, porque hay una gran diferencia entre querer un encuentro porque es un encuentro de goce y ser una herramienta al servicio del deseo del otro”, explica la referenta. “Siempre los talleres los encaramos desde ahí, desde el derecho a decidir”, agrega.
“Primero fuimos un grupo de mujeres: éramos 4 o 5 que nos empezamos a dar cuenta de que vivíamos violencia. Ahí empezamos a recuperar a nuestras mujeres de entornos de violencia de género. Hablo de mí, de muchas compañeras. Nos empezamos a dar cuenta de que valemos un montón”, recuerda Carolina.
Encontrarse
El Encuentro Nacional de Mujeres de 2015, en Mar del Plata, fue la semilla. “Ese fue el primero y nunca dejamos de ir. Encontrarnos con las otras fue positivo y fue construyendo la afirmación de que formamos parte de ese movimiento de mujeres que venimos a transformar las cosas y a discutir lo que pasa en la casa, en la quinta y en la organización”, dice Rosalía.
Zulma Molloja, que también es promotora de género de la UTT, lo resume: “Organizarte con otras te cambia la vida totalmente. Antes estaba encerrada en la quinta trabajando las 24 horas, haciéndome cargo de todo. Hoy mi pareja me ayuda con los quehaceres de la casa. Por ahí antes no me dejaban ir a una reunión y ahora sí, puedo ir a las reuniones, me puedo capacitar, me puedo arreglar y eso me levanta el autoestima”. Y va más allá: “Ya no soy esa compañera sumisa. Hoy soy una referenta de la organización a nivel nacional. Antes sólo tocábamos la tierra, ahora también podemos ir con funcionarios y pedir una política pública o reclamar que en las comisarías atiendan a nuestras compañeras”.
Donde falta el Estado
El debate por el derecho a decidir creció ante la necesidad de frenar la violencia machista. “En el campo hay una cuestión muy arraigada de machismo, de un rol de la mujer muy tradicional. Hay una desigualdad económica y también un estereotipo de la mujer que hace todo”, dice Rosalía. “Hay muchos lugares comunes, por ejemplo decompañeras que sus maridos las obligan a quedar embarazadas para que estén en la casa o que piensan que si siguen teniendo hijos ellas no los van a engañar. Son lugares oscuros que hacen a la privación total de nuestra libertad”, cuenta.
Las mujeres de la tierra trabajan en las casas y en las quintas. Cuidan, atienden, alimentan, siembran, juntan la verdura, preparan los repartos, llevan niñes a la escuela, cocinan, limpian. “Y somos las que nuestra palabra no vale”, dice Carolina. En el campo, la injusticia de género se complica si se le suma además el problema del acceso a la tierra: “No te la quieren alquilar por el solo hecho de ser mujer. Si el patrón tiene que arreglar algo, lo arregla con el compañero”.
Las mujeres de la UTT lo saben: el patriarcado se desarma con la palabra y con la socialización de nuevas maneras de relacionarse. Y también con políticas públicas, que en la ruralidad son insuficientes. “El Estado no está en el territorio y cuando el territorio rural va hacia el Estado para buscar ayuda, te repele, te discrimina, te violenta. Por ser callada, migrante, morocha, rústica, por tener las manos ajadas”, afirma Rosalía.
“Este es un país muy urbano e incluso desde los feminismos que llegaron al Estado hay una mirada muy urbana de la problemática de género. Las propuestas que se plantean tienen más que ver con que nosotras vayamos a la ciudad, a la urbanidad, y no con que el Estado venga a la ruralidad”, cuestiona Rosalía.
“Las comisarías de la mujer en la ruralidad no existen, las que hay no están capacitadas y te dicen que vayas a la ciudad a denunciar”.
Sin transporte público y sin caminos transitables, la falta de acceso a la ayuda, a la protección y a la justicia se repite a 40 kilómetros de Capital Federal o en las entrañas del campo santiagueño.
“Las políticas que van a nuestro sector formalmente están enmarcadas en la agricultura familiar y campesina. Cuando se habla de núcleo familiar el beneficio se le otorga al núcleo familiar y se sobreentiende que ese núcleo es equitativo al interior. Si no se dice ‘con prioridad a título de las mujeres de los núcleos familiares’, la guita la terminan manejando en su mayoría los varones”, advierten las compañeras.
Zulma vive en Lisandro Olmos, 12 kilómetros al sur del centro de La Plata. “Muchas compañeras viven lejísimo, no hay colectivos y tienen que pasar horas caminando para llegar a la salita a buscar un anticonceptivo”, cuenta. “Y les dicen: ‘Hoy no hay, volvé mañana’. Ha sucedido que muchas se embarazaron en pandemia por no tener anticonceptivos”, relata la productora. También durante la pandemia, una mujer agricultora pidió la lisis tubaria y -contradiciendo lo que dice la Ley 26.130 de anticoncepción quirúrgica- en el centro de salud le pidieron la autorización de su marido.
Hasta el momento, lo único que ha funcionado -dicen las trabajadoras- son las Promotoras de Género de la UTT: las propias compañeras de la organización ayudando (salvando) a otras. Son unas 200 en todo el país.
Ahora que es ley
Carolina cuenta una historia que es la de muchas: “Soy mamá de seis hijos pero estoy de acuerdo con el aborto porque una vez me lo hice, por todas esas violencias que mencionamos”. Las palabras se dicen despacio pero firme: “Tuve gemelos y cuando mis niños eran bebés estaban internados, el compañero quería tener relaciones a la fuerza porque pensaba que yo tenía otro estando en el hospital. Así me quedo embarazada y bueno, clandestinamente una se lo hace y corre riesgo la vida de una misma. Y por miedo no va al hospital cuando suceden esas cosas”.
Las tres entrevistadas coinciden: “En el área rural los varones fueron criados con eso de que la mujer se hizo para lavar, cocinar, planchar y tener hijos. Si te ponés una inyección sos una puta o te vas a ir con otro. Tenemos compañeras con nueve o diez hijos, que a escondidas se hicieron ligar porque ya no querían aguantar el machismo de su pareja que quería seguir teniendo hijos o que decían que si no quería tener relaciones era porque estaba con otro”.
Entonces buscaron información sobre el proyecto de ley: qué proponía la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, sin asumir una postura como UTT a favor o en contra. “Pero sí estando abiertas a debatir, a conocer, a saber. Y a partir de ese saber en los acompañamientos de violencia terminamos acompañando abortos. Porque cuando una mujer nos necesita no nos ponemos a juzgar sino a mostrar alternativas”, cuenta Rosalía.
“Había niñas que habían sido abusadas y los doctores se hacían rogar. Así que está bueno que haya salido la ley del aborto, para que en estos casos se haga y que sea legal, seguro y gratuito”, agrega Zulma. Y después aclara: “Hay compañeras que no están de acuerdo con el aborto, así que es mejor que cada una se quede con su forma de pensar”.
Ahora que sí es ley, Carolina piensa en sus hijas: “Es muy bueno, es un derecho de cada mujer tomar esas decisiones”. Y también en sus vecinas, en sus amigas, en las hijas de otras productoras: “Somos promotoras de género en el sector y vemos un montón de casos de violaciones de niñas. Hemos acompañado casos muy lamentables y por todas esas cosas que suceden acá, porque no se ven, porque somos mujeres del campo y esas cosas no salen a la luz”.
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/mil-rondas-de-agricultoras-por-el-derecho-a-decidir/ - Fotos: Flor Guzzetti