Por un ‘comunismo’ de la atención
Entre lo íntimo y lo colectivo, entre lo social y lo político, entre lo psíquico y lo ecológico, hoy aparece la línea transversal de la atención. La atención como práctica y como demanda, como nuevo bien común. Reflexiones de Amador Fernández-Savater.
¿Hay alguna relación entre las crisis de pánico o ansiedad (esa epidemia del presente) y las movilizaciones ecologistas por la sublevación de la tierra? ¿Tienen algo en común los problemas de la escuela y las luchas de los trabajadores sanitarios? Aventuremos un poco.
Primero, la sensación de desbordamiento como malestar de época. Cuerpos que se disparan, tienen dificultad para respirar y se sienten morir. Lugares cotidianos de trabajo desposeídos de tiempo y recursos para hacer frente a la multiplicación de demandas. Atravesamiento de los límites físicos y biológicos de la tierra. Desborde, en definitiva, de los cuerpos y de los tiempos, de los centros de salud y de las escuelas, del planeta mismo.
Segundo, la atención como clave de las luchas colectivas. Los sanitarios pelean por contextos laborales adecuados para escuchar a cada uno de los pacientes y no tener que despacharlos con rapidez. Los movimientos ecologistas señalan lo que desde arriba no quiere verse: los daños de la emergencia climática y la necesidad de un cambio radical de paradigma. Los feminismos ponen el cuidado de la vida en el centro de la acción y de la agenda política.
De un lado, la explotación hasta el agotamiento de todos los recursos: psíquicos, sociales y naturales. Por otro, la renovación y el cuidado de las energías vitales a través de movimientos que establecen otra relación con el mundo. Ninguna diferencia entre “naturaleza interior” y “naturaleza exterior”. El colapso es a la vez psíquico, social y ecológico. También deben serlo el cambio y la transformación.
La capacidad humana de atención, en su doble sentido de cuidado de uno mismo y cuidado del otro, aparece como la transversal que conecta los malestares de época y las luchas contemporáneas. Atención como experiencia plena del presente, frente al desborde (culpabilizado) de una vida que repite mil veces a lo largo del día: “No llego”, “no doy abasto”, “no puedo más”.
Atención como facultad de escucha profunda del mundo y de cada uno de sus habitantes, ya sean formas de vida humanas o no humanas, frente al extractivismo que considera el medio físico como una gran gasolinera de la que servirse a voluntad.
Atención como pregunta por el sufrimiento del otro como base de la relación ética y política, frente al vínculo instrumental con todo hoy dominante.
Son los sentidos que trata de pensar juntos el libro colectivo que he coordinado junto a Oier Etxebarria y acaba de publicarse con el título de El eclipse de la atención.
¿Cuál es tu tormento?
¿Qué es la atención? La pensadora francesa Simone Weil, que hizo de esa pregunta el corazón de su filosofía, responde: la atención es la capacidad de esperar. Una espera no resignada, sino activa, intensa, alerta.
Simone Weil distingue atención y concentración: la atención no es un esfuerzo trabajoso de voluntad, sino un estado de apertura y disponibilidad. Al mundo, a los otros y a la situación que habitamos. No requiere tanto de un trabajo o de una disciplina penosa, como de una relación con el deseo y la alegría. Si hay deseo hay atención, ponemos atención a lo que deseamos. No consiste tanto en “enfocar” o “centrarse”, sino en vaciarse de prejuicios para ser capaces de acoger algo desconocido y no previsto de antemano.
Es la cualidad, para Simone Weil, de todo aprendizaje y de toda relación no instrumental con los otros.
Lo único que debe enseñarse en la escuela, recomienda provocadoramente Weil, es justamente a prestar atención. Un ejercicio de lógica o de filosofía, de matemáticas o de literatura, sólo son diferentes modos de ejercitar la capacidad de atención. Primero, resistir a todas las tentaciones de “querer saber demasiado deprisa”: el juicio inmediato, la toma de posición automática, el uso de etiquetas y estereotipos para orientarse. Después, elaborar un punto de vista singular y propio sobre lo que sea que se nos presente o que nos afecte.
La facultad de la atención, como pasividad o espera activa, nos desafía a experimentar una temporalidad no inmediatista: no precipitarse o abalanzarse, no quedar llenos de manera prematura, no tener ya una opinión sobre todo lo que pasa o saber siempre de antemano cuál es la opción correcta, sino sostener el tiempo de elaboración de una verdad propia. Un tiempo de proceso, ese “tiempo de ver, comprender y decidir” del que hablaba también el psicoanalista Jacques Lacan.
El segundo sentido de la atención para Weil es la atención al otro. La atención como base sensible de la relación con el otro. ¿En qué sentido?
Weil lo explica a través de la parábola del samaritano: lo fundamental en la relación de cuidado con el otro es la pregunta “¿cuál es tu tormento?”. También a un paralítico, dice Weil, hay que preguntarle cuál es su tormento. Es decir, no presuponer, hablar o pensar por el otro, considerarlo según su apariencia o su origen, sino siempre preguntar y escuchar. Atender a su diferencia, a su singularidad, a su carácter de sujeto.
El cuidado es siempre singular y cambiante. Solicita de nuestra parte una pregunta y un diálogo constante con el otro. De otro modo puede ser también algo opresivo, alienante, asfixiante: ser cuidado como objeto, unidad de una serie, parte de un rebaño. Lo que solemos llamar el mal querer.
El dominio de lo automático
En el colapso actual de la atención, entendida como capacidad de espera y escucha singular del otro, ¿quién o qué se hace cargo del mundo por nosotros? Los automatismos. Todo tipo de estándares, protocolos y algoritmos organizan hoy en día la vida individual y colectiva. El automatismo no espera: sabe por anticipado. El automatismo no escucha: presupone y calcula. El problema actual no es que estemos demasiado distraídos, sino la delegación masiva de nuestra atención en mecanismos que ven, comprenden y deciden por nosotros.
Los automatismos, se nos dice, “son más eficaces”. Pero, ¿eficacia para qué? La eficacia de los automatismos es la eficacia de las cosas: la que trata el mundo como un conjunto de cosas calculables y controlables. Eficacia del rendimiento y el corto plazo. Eficacia del resultado y no del proceso. Eficacia que nos considera como objetos, pero nunca como sujetos. Una eficacia “extractivista”, explica Yves Citton en el libro, orientada al provecho final, pero que descuida el trasfondo o la trama de la vida, esa trama invisible y no cuantificable que hace posible la existencia.
Los automatismos organizan lo que vendrá en función de lo que fue, según una ciencia estadística hecha de correlaciones. Los algoritmos de mercado nos proponen tal o cual mercancía en función de las que hemos consumido antes. Los protocolos institucionales nos advierten sobre tal o cual problema si se asemeja a los problemas que hubo antes. Los automatismos nos encierran siempre en el círculo de lo mismo, mientras que la atención es la capacidad de esperar y acoger lo nuevo.
Los automatismos son, en el mejor de los casos, simplemente “saberes cristalizados”. Pero el mundo está hecho de situaciones singulares en movimiento constante: la vida consiste también en lo no-calculable, lo no-anticipable, lo no-controlable. La delegación en los automatismos nos vuelve incapaces de sentir y captar por nosotros mismos esos cambios muchas veces casi imperceptibles. Pensamos por ejemplo que tal o cual protocolo institucional contra los abusos escolares bastará para mantenernos alerta y dejamos de esforzarnos por escuchar directamente a los chicos en los espacios presenciales.
Comunizar la atención
La victoria de la lógica de beneficio sobre cualquier otro valor social provoca ese desbordamiento en que vivimos. Las vidas individuales, los centros de atención primaria, las escuelas y el planeta mismo son explotados, precarizados y “no dan abasto”. Los automatismos aparecen como el único mecanismo capaz de estar a la altura de las exigencias contemporáneas de inmediatez y eficacia. Desbordamiento, crisis de los cuidados y automatismos como única respuesta: es un círculo vicioso catastrófico. ¿Cómo salir?
Entre lo íntimo y lo colectivo, entre lo social y lo político, entre lo psíquico y lo ecológico, hoy aparece la línea transversal de la atención. La atención como práctica y como demanda, como nuevo bien común. ¿Qué imaginamos con el nombre de “comunismo de la atención”? No un régimen o una institución, sino prácticas de comunización de la atención. De ejercicio y protección de la atención.
La atención es un problema material, no simplemente privado o psicológico. Requiere tiempo, recursos y contextos institucionales adecuados. El médico o la maestra que quieren hacer bien su trabajo no dependen sólo de su esfuerzo o su buena voluntad, sino de una serie de condiciones colectivas. Hay entornos que favorecen la atención y otros que la dificultan. No es un problema meramente personal, sino colectivo y político. El “comunismo de la atención” disputa tiempos, recursos y el control de los contextos donde nuestra atención se ejerce: los centros de salud precarizados, la calle invadida por la publicidad, la abolición general del silencio, etc.
Pero la atención no sólo es una demanda o un objetivo, sino algo que se practica y comparte. La defensa de la atención requiere nuevas formas de militancia y compromiso. Frente a un activismo ansioso y bulímico, orientado por la inmediatez y los resultados, también plagado de automatismos, se trata de activar y sostener otros tiempos y otros procesos, militantes capaces de hacer un trabajo sobre sí mismos, colectivos que no compiten por el narcisismo de las pequeñas diferencias, sino que cuidan el ecosistema que sostiene lo común (espacios, información, climas afectivos).
La terapia individual se queda estrecha sin la preocupación por el mundo común. La lucha colectiva no llega muy lejos sin atender la dimensión personal y subjetiva. La atención es el interfaz entre mi sistema nervioso y la corteza terrestre. El arte de movernos en la reciprocidad, en la relación, en el “entre” que sostiene el mundo.
En recuerdo de mis tías Clara y Conchi, el amor y la atención como forma de vida, os voy a querer siempre.
Amador Fernández-Savater
Es investigador independiente, activista, editor, 'filósofo pirata'. Ha publicado recientemente 'Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política' (Ned ediciones, 2020) y 'La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia política' (Akal, 2021). Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en www.filosofiapirata.net.
Fuente: https://ctxt.es/es/20230401/Firmas/42742/Amador-Fernandez-Savater-atencion-colapso-intimidad-colectivo-comunismo.htm - Imagen de portada: El jeroglífico de la atención / Acacio Puig