¿Primer Mundo? Atrapados en la sinrazón de un modo de vida que no favorece la calidad de vida

Las consecuencias ecosociales de la propuesta civilizatoria del capitalismo son ya de tal magnitud y gravedad que urge más que nunca reconsiderar su sentido y fundamento: Las sociedades modernas en las que hoy vivimos están centradas en la convicción de que los ingresos y las posesiones materiales son la base de una vida buena. Sin embargo, tras varias décadas operando, esta asunción, lejos de habernos conducido a un mundo más justo y seguro, está precipitándonos en una espiral de insostenibilidad y malestares crecientes que dificulta enormemente la posibilidad de construir vidas dignas y buenas para todas las personas.

Mateo Aguado
FUHEM

El modo de vida capitalista, caracterizado por ser altamente productivista, consumista, acelerado, competitivo e individualista, está fragilizando y aislando a las personas al tiempo que altera el clima de la Tierra y degrada sus ecosistemas, generando ambientes cada vez más tóxicos que afectan a nuestra salud física y mental. Se trata, en definitiva, de un modo de vida contaminante, insalubre y excluyente que amenaza con derrumbar las condiciones para una vida buena al socavar las bases sociales y ecológicas que la hacen posible. Apremia pues reconocer que la población -fundamentalmente en las grandes ciudades del planeta- vive arrastrada por un modo de vida que, paradójicamente, no está favoreciendo su calidad de vida.
Bajo estas premisas, el I Informe Ecosocial sobre Calidad de Vida en España, publicado recientemente por el Área Ecosocial de FUHEM, ha desplegado un minucioso análisis encaminado a reunir y caracterizar en nuestro país el estado y las tendencias de numerosos aspectos ligados al modo de vida imperante para, posteriormente, evaluar sus efectos sobre la calidad de vida de las personas desde una perspectiva ecosocial. La conclusión de este trabajo es que el vigente modo de vida no está contribuyendo en lo real a la calidad de vida de los españoles al no poder garantizar para amplios sectores de la población el acceso a varios bienes y servicios esenciales -como la alimentación o la vivienda- así como el florecimiento de unas relaciones sociales e interpersonales significativas y gratificantes, y la disposición de tiempos adecuados para la autonomía en entornos sociales y naturales seguros.
Un modo de vida que precariza y empobrece a una fracción significativa de la población
La precarización laboral y la pobreza monetaria son, sin duda alguna, dos de las principales barreras que impiden lograr en España una vida buena para todas las personas. Las dinámicas propias del capitalismo español han impulsado en las últimas décadas un proceso de precarización laboral basado en el desempleo, la temporalidad y la parcialidad que ha ido degradando las condiciones de trabajo de gran parte de la población.
Esta precarización al alza, atravesada en los años recientes por el fenómeno emergente del pluriempleo, la persistencia de horas extraordinarias no reconocidas y otras formas abusivas de contratación como los falsos autónomos o las formaciones en prácticas no remuneradas, ha llegado hasta el punto de que ni siquiera la tenencia de un empleo puede garantizar a día de hoy la suficiencia económica mínima a través de la cual hacer frente a los gastos cotidianos más básicos y elementales relacionados con el acceso a una alimentación adecuada, al agua para el consumo y el saneamiento, a la electricidad o a una vivienda digna.
La imposibilidad de satisfacer adecuadamente muchas de estas necesidades fundamentales representa una fuerte barrera que actualmente impide a más de una cuarta parte de la población española alcanzar una vida autónoma, segura y saludable al encontrarse en situación de riesgo de pobreza o exclusión social.
Un modo de vida que ensancha las desigualdades y agranda la injusticia
La desigualdad es transversal a todas las facetas y actividades de la vida social y tiene implicaciones importantes sobre la calidad de vida de las personas a través de las consecuencias que despliega sobre la salud, la vida social, la democracia y la sostenibilidad.
La desigualdad económica en España ha aumentado considerablemente en los últimos lustros, fundamentalmente por la concentración del ingreso y la riqueza en los sectores más ricos de la sociedad. Así, entre 2012 y 2019 la participación en la renta nacional del 1% más rico se incrementó en casi cuatro puntos porcentuales, superando en 2019 en 2,7 puntos los ingresos salariales del 50% de la población con menor renta. Dicho en otras palabras: el crecimiento de las rentas del capital se ha producido mayoritariamente en nuestro país a costa de la caída de las rentas del trabajo.
Como no podía ser de otra manera, esta creciente desigualdad afecta significativamente a la salud y cohesión social, constituyéndose en una fuente importante de ansiedad, frustración y malestar que tiene incluso repercusiones sobre la esfera ambiental al impulsar pautas de consumo ostentatorio y dinámicas de emulación social que acaban intensificando la extralimitación ecológica en curso al elevar los requerimientos energéticos y materiales de la economía española.
Un modo de vida que origina y agrava muchos problemas ambientales
Las dinámicas de producción y consumo que caracterizan nuestro modo de vida contribuyen a las tendencias locales, regionales y globales de insostenibilidad a través del choque con los límites ecológicos en las distintas escalas en que estos se manifiestan.
El enorme aumento de la urbanización, sucedido mayoritariamente en las grandes áreas metropolitanas del interior y en la franja litoral mediterránea y vasca, ha hecho que, desde finales de los años 80 y hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008, las superficies artificiales del país hayan crecido en algo más del 3% anual, afectando a la integridad y variedad de muchos ecosistemas en abierta competencia con otras especies.
Asimismo, la situación geográfica de España hace que los efectos del cambio climático se estén comenzando a sentir ya a través del incremento de eventos meteorológicos extremos como las olas de calor, las sequía o las tormentas explosivas, así como del aumento del nivel del mar (que ha sido de 16 cm en el Mediterráneo desde que hay registros), la intensificación de los incendios forestales o la alteración irreversible de muchos ecosistemas (como los glaciares del Pirineos, que han reducido su extensión en una quinta parte desde 2011). Al cambio climático se unen además los cambios de uso del suelo ligados fundamentalmente a la urbanización y a la agricultura intensiva para acelerar aún más los procesos erosivos del suelo fértil de nuestro país, que hacen que, a día de hoy, el 37% de la superficie nacional esté ya en riesgo de desertificación.
Paralelamente, el transporte motorizado privado y las actividades industriales están generando problemas crecientes de contaminación del aire en muchos entornos urbanos del país, sobre todo por la emisión de óxidos de nitrógeno y de partículas. Además, a la contaminación química del aire hay que añadir los altos niveles de ruido que soportan más de 9,4 millones de personas en España, especialmente en las aglomeraciones urbanas, donde también existen niveles considerables de contaminación lumínica.
Un modo de vida que polariza el territorio desarticulando a su población
Las dinámicas territoriales ligadas al modo de vida de las sociedades industriales tienen implicaciones demográficas y sociales que se han hecho enormemente patentes en nuestro país durante el último siglo. De este modo, la realidad geográfica de España está hoy marcada por una fuerte polarización territorial de la que afloran enormes desequilibrios poblacionales, económicos y laborales que dibujan un país de dos velocidades en lo que a oportunidades y servicios básicos respecta.
En el momento actual, el 90% de la población española vive concentrada en el 30% del territorio (fundamentalmente en espacios urbanos y mayoritariamente en ciudades de más de 50.000 habitantes). En el otro extremo, 5.002 municipios de los 8.131 que hay en España tienen una población menor a los mil habitantes, y casi la mitad cuentan con una densidad de población inferior a los 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado, que es el umbral fijado por la Unión Europea para identificar territorios en riesgo de despoblación.
Estos intensos desequilibrios poblacionales, que tiene en el envejecimiento y en la masculinización del medio rural dos de sus principales características, no solo conllevan implicaciones socioeconómicas sino también socioecológicas, con unas regiones especializadas en la extracción de recursos y el vertido de residuos, y otras centradas en la acumulación y el consumo. Esta marcada dualidad está provocando que en las zonas más vaciadas del país estén aflorando diversos conflictos ecosociales relacionados con megaproyectos extractivistas, energéticos y alimentarios (minería asociada a la transición energética, huertos solares, parques eólicos, monocultivos intensivos, macrogranjas) cuyos impactos ambientales y socioculturales están siendo muy relevantes.
Un modo de vida que ha ser urgentemente cuestionado
El modo de vida imperante bajo el capitalismo, además de erosionar las bases sociales y naturales sobre las que descansa, tiene graves consecuencias sobre la salud y el bienestar de las personas que urge resolver si de verdad queremos construir sociedades más justas y sostenibles que realmente estén centradas en la calidad de vida humana.
Vivimos arrastrados por un modo de vida que promociona jornadas laborales maratonianas, en malas condiciones y con bajos sueldos, que nos dejan exhaustos y sin tiempo con el que conciliar y desarrollar otros proyectos vitales. Las consecuencias sobre la salud física, emocional y mental de las personas no tardan en aflorar en forma de cansancio crónico, alteraciones del sueño, soledad, aislamiento social, estrés, ansiedad o depresión; malestares todos ellos que desembocan en un elevado consumo de psicofármacos y en una tasa de suicidios que es cada vez mayor.
En las sociedades del rendimiento y la eficiencia en las que vivimos, nos hallamos atrapados, a fin de cuentas, por unas dinámicas sociales altamente competitivas e individualistas que, basadas en una permanente comparación social, no nos hacen más libres y saludables sino más bien todo lo contrario. Y por si todo esto fuera poco, el modo de vida consumista y despilfarrador que el capitalismo ha levantado tiene tras de sí una factura ecológica absolutamente inasumible que está alterando gravemente nuestros ecosistemas al tiempo que provoca el declive de otras especies, contamina las aguas, el aire y la tierra, y recrudece los efectos de unos eventos meteorológicos que cada día son más extremos.
Hay que decirlo alto y claro: el modo de vida que el capitalismo ha creado no contribuye verdaderamente a la calidad de vida, pues promueve una noción economicista y mercantil del bienestar que está destruyendo los cimientos ecológicos y comunitarios que hacen posible la vida buena.
La necesaria tarea de repensar la vida buena en tiempos de cambio e incertidumbre
En una civilización que está en rumbo de colisión contra los límites planetarios se torna crucial repensar lo que entendemos por vida buena, avanzando hacia una comprensión ecosocial de la misma que esté basada en la aceptación de que somos seres interdependientes y ecodependientes. Esto significa reconocer, en la práctica, que no puede haber a largo plazo prosperidad y bienestar para los seres humanos sin unos ecosistemas sanos y funcionales, y sin unas relaciones sociales asentadas en el respeto de los derechos humanos y la justicia social.
Las consecuencias ecosociales de la propuesta civilizatoria del capitalismo son ya de tal magnitud y gravedad que urge más que nunca reconsiderar su sentido y fundamento. Ningún modo de vida que impida o amenace la salud y autonomía de las personas y la integridad y funcionamiento de los ecosistemas puede ser admisible.
Preocuparse acerca de la vida buena significa, por tanto y ante todo, discernir entre aquellos determinantes que amenazan el mantenimiento de la vida y aquellos que propician su florecimiento y calidad. En los albores del Antropoceno, y ante los tiempos líquidos que nos dibuja el incierto provenir, resulta más acuciante que nunca formalizar y promover una nueva concepción de bienestar que esté enraizada en la justicia y en la sostenibilidad; esto es, una vida buena y justa para todas las personas que florezca y transcurra dentro de los límites ecológicos del planeta.

Mateo Aguado es miembro del equipo Ecosocial de FUHEM y uno de los autores del I Informe Ecosocial sobre Calidad de Vida en España.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com
 
 

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