El peligro del contagio nuclear



Uno de cada tres estadounidenses amenazado por la energía nuclear



Durante unas pocas horas en la tarde del 1 de noviembre, la gente del sur de California fue asustada por informes iniciales sobre una alerta en la Estación de Generación Nuclear San Onofre. Una “alerta” es el segundo de cuatro niveles de alerta.
Los trabajadores detectaron primero una filtración de amoníaco en un sistema de purificación de agua aproximadamente a las 3 de la tarde. El amoníaco, cuando se mezcla con el aire, es tóxico. Los 114 litros de amoníaco fueron retenidos en un tanque y no plantearon un riesgo para la salud, según la Agencia Reguladora Nuclear (NRC, por sus siglas en inglés).
Durante los años setenta y ochenta, durante el auge de la construcción de reactores nucleares, grupos organizados de manifestantes realizaron docenas de campañas antinucleares. Los llamaron Chicken Little [Pollitos], los medios del establishment ignoraron generalmente sus preocupaciones, y la industria nuclear sacó a relucir a numerosos científicos e ingenieros de sus nóminas para que declararan que la energía nuclear es segura, limpia, y una energía económica que podía reducir la dependencia del petróleo extranjero de EE.UU.
Los trabajadores en las plantas nucleares son muy capacitados, probablemente más que los trabajadores en cualquier otra industria; los sistemas operativos son regulados y monitoreados de cerca. Sin embargo, problemas causados por negligencia humana, defectos de fabricación, y desastres naturales han plagado la industria de la energía nuclear durante sus seis décadas.
El problema no lo constituyen alertas como sucedió en San Onofre: son los desastres de nivel 3 (emergencias en el área) y nivel 4 (emergencia en el lugar en general). Ha habido 99 grandes desastres, 56 de ellos en EE.UU., desde 1952, según un estudio realizado por
Benjamin K. Sovacool, director del Programa Justicia Energética en el Instituto para Energía y Desarrollo. Un tercio de todos los estadounidenses vive dentro de 80 kilómetros de una planta nuclear.
En Windscale en el noroeste de Inglaterra, un incendio destruyó el núcleo, liberando cantidades importante de Yodo-131. En Rocky Flats cerca de Denver, plutonio y tritio radioactivo se filtraron al entorno varias veces durante un período de dos décadas. En Church Rock, Nuevo México, más de 340 millones de litros de desechos radiactivos fueron descargados al Río Puerco, afectando directamente a la nación Navajo.
En los campos de Pensilvania central y nororiental, aparte de la liberación de Cesio-137 y Yodo-121 radiactivos, se liberó un nivel excesivo de Estroncio-90 durante la fusión del núcleo en Three Mile Island (TMI) en 1979, el mismo año del desastre de Church Rock. Para impedir que los tanques de desecho se desbordaran de desechos radiactivos, el operador de la planta descargó varios miles de litros de desechos radiactivos al río Susquehanna. Un estudio independiente del doctor Steven Wing de la Universidad de Carolina del Norte reveló que la incidencia de cáncer al pulmón y leucemia en el lado del viento de la fusión de TMI dentro de tres años después de la fusión fue entre dos y diez veces la del resto de la región.
En la fusión del núcleo en Chernóbil en abril de 1986, murieron de radiotoxemia unos 50 trabajadores y bomberos de muertes lentas y horribles. Debido a los patrones del viento, se espera que unas 27.000 personas en el hemisferio norte mueran de cáncer, según la Unión de Científicos Preocupados. Un área de unos 30 kilómetros es inhabitable. El núcleo del reactor está protegido actualmente por un sarcófago que se desmorona; un reemplazo no ha sido terminado. Incluso cuando lo sea, se espera que la nueva protección se desmorone dentro de un siglo. El actual director de Chernóbil dice que podría tardar 20.000 años antes que el área vuelva a ser habitable.
En marzo, un terremoto de grado 9.0 en la escala de Richter y la resultante ola de tsunami de 15 metros de alto han causado la fusión del núcleo de tres de los reactores nucleares japoneses Fukushima Daiichi. La agencia reguladora nuclear de Japón informó que fueron liberados 31 isótopos radiactivos. Como contraste, 16 isótopos radiactivos fueron liberados por la bomba A lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. La agencia también informó que el cesio radiactivo fue casi 170 veces la cantidad de la bomba A, y la liberación de Yodo-131 y Estroncio-90 radiactivos fue cerca dos o tres veces el nivel de la bomba A. La liberación al aire, el agua y el suelo incluyó cerca de 60.000 toneladas de agua contaminada. La mitad de la vida de Sr-90 y Cs-137 es de aproximadamente 37 años cada uno. Es posible que los efectos totales no sean conocidos durante por lo menos dos generaciones. Veintitrés reactores nucleares en EE.UU. tienen el mismo diseño –y los mismos defectos de diseño– que el reactor Daiichi.
Unos cinco meses después del desastre en Daiichi, la planta North Anna en Virginia nororiental declaró una alerta, después de un terremoto de magnitud 5,8 que fue sentido en todos los Estados del centro Atlántico y de la baja Nueva Inglaterra. El terremoto causó grietas en el edificio y se desplazaron pilas de combustible gastado en bidones. La planta North Anna fue diseñada para resistir un terremoto de solo entre 5,9 y 6,2 en la escala Richter. Más de 1,9 millones de personas viven dentro de un radio de 80 kilómetros de North Anna, según datos del censo de 2010.
Aunque la seguridad de las plantas nucleares es diseñada para proteger contra formas significativas y de gran extensión de terrorismo, el NRC cree que hasta un cuarto de las 104 plantas nucleares de EE.UU. pueden necesitar actualizaciones para resistir terremotos y otros desastres naturales, según una investigación de Associated Press. Cerca de un 20% de las 442 plantas nucleares del mundo está construido en zonas sísmicas, según datos compilados por el Organismo Internacional de Energía Atómica.
El NRC ha determinado que las principales plantas de EE.UU. en la Costa Este en peligro de ser comprometidas por un terremoto están en las áreas metropolitanas extendidas de Boston, la Ciudad de Nueva York, Filadelfia, Pittsburgh, y Chattanooga. Tenn. El mayor riesgo, sin embargo, pueden ser las plantas San Onofre y Diablo Canyon en California, construidas ambas cerca de grandes líneas de falla. Diablo Canyon, cerca de San Luis Obispo, incluso fue construida por trabajadores que malinterpretaron los planos.
Todo derrame nuclear afecta no solo a los que están en la zona inmediata de evacuación sino a gente en todo el mundo, ya que vientos prevalecientes pueden llevar radiación transmitida por el aire a miles de kilómetros de la fuente, y los sistemas acuáticos del mundo pueden llevar materiales radiactivos hacia el sistema potable y los sistemas agrícolas de la mayoría de las naciones. En cada desastre nuclear, los gobiernos terminan por declarar segura el área inmediata. Pero los animales tardan mucho más que los seres humanos en retornar al área. Si ellos pueden determinar que la radiactividad liberada al agua, aire y suelo constituye riesgos para la salud, ciertamente los humanos también podrían hacerlo.
Después del desastre en Daiichi, Alemania anunció que cerrará sus 17 plantas de energía nuclear, y que expandirá el desarrollo de fuentes solares, eólicas y geotérmicas de energía. Aproximadamente al mismo tiempo, Siemens abandonó el financiamiento y la construcción de plantas de energía nuclear, dejando solo a las estadounidenses Westinghouse y General Electric, que poseen o han construido cerca de cuatro quintos de las plantas nucleares del mundo, y a la francesa Areva.
La vida de las primeras plantas nucleares fue de unos 30-40 años; las más nuevas tienen una vida media de 40 a 60 años. Después de ese tiempo, se hacen tan radiactivas que el riesgo de envenenamiento por radiación supera los beneficios de continuar la operación. Por lo tanto, los operadores sellan la planta y la abandonan, explicando cuidadosamente al público la miríada de procedimientos de seguridad instalados y las regulaciones federales. El enfriamiento y el desmontaje toman entre 50 y 100 años hasta que la planta es suficientemente segura para que individuos puedan caminar por ella sin protección. Más crítico aún es que todavía no existe ninguna tecnología segura para disponer de las varillas de control gastadas.
EE.UU. no tiene planes de abandonar la energía nuclear. El gobierno de Obama ha propuesto ayuda financiera para construir la primera planta nuclear en tres décadas, y una garantía de préstamo de 36.000 millones de dólares para la industria nuclear. Sin embargo, la Oficina de Presupuesto del Congreso cree que puede haber un default en casi un 50%. Cada planta ya recibe entre 1.000 y 1.300 millones de dólares en rebajas tributarias y subsidios. Sin embargo, en los últimos tres años, los planes de construir generadores nucleares han sido abandonados en tres Estados, sobre todo por lo que los principales expertos financieros consideran como un rendimiento menor que deseado sobre las inversiones y costes de construcción y mantenimiento superiores a lo esperado.
Un análisis del Departamento de Energía reveló que el presupuesto para 75 de las primeras plantas fue de cerca de 45.000 millones de dólares, pero que los excesos de gastos llegaron a 145.000 millones. La última planta de energía nuclear completada fue la planta Watts Bar en Tennessee oriental. La construcción comenzó en 1973 y fue completada en 1996. Parte de la Autoridad federal del Valle de Tennessee, la planta Watts Bar costó cerca de 8.000 millones de dólares para producir 1.170 megavatios de energía con su único reactor. El trabajo en un segundo reactor fue suspendido en 1988 por una falta de necesidad de electricidad adicional. Sin embargo, la construcción fue reanudada en 2007, y se espera que sea completada en 2013. El coste para completar el reactor, que estaba terminado en cerca de un 80% cuando el trabajo fue suspendido, se calcula en otros 2.500 millones de dólares.
El coste de construir nuevas plantas eléctricas es más de 10.000 dólares cada una, con un coste propuesto de cerca de 14.000 millones para expandir la planta Vogtle cerca de
Augusta, Ga. Las primeras dos unidades habían costado cerca de 9.000 millones de dólares.
Al coste de cada planta hay que agregar costes de desmontaje, que promedian entre 300 millones y 1.000 millones de dólares, dependiendo de la cantidad de energía para la que se ha construido la planta. La industria nuclear se refiere orgullosamente a estudios que muestran que el coste de producir energía de reactores nucleares es todavía menos elevado que los costes de carbón, gas y petróleo. La industria también señala correctamente que las plantas nucleares producen cerca de un quinto de toda la energía, sin emisiones como las de los combustibles fósiles.
Durante más de seis décadas, esta nación ha vendido esencialmente su alma por lo que pensó que era energía barata que podría no ser tan barata, y por energía limpia que no es tan limpia.
Es necesario formular la pregunta crítica. Incluso si no hubiera errores humanos, de diseño, y de fabricación; incluso si pudiera haber garantías de que no habrá filtraciones accidentales y derrames de radiactividad; incluso si se encontrara una manera de disponer de desechos radiactivos a largo plazo; incluso si todo esto fuera posible, ¿puede una nación, que lucha contra una recesión mientras subvenciona a la industria nuclear, permitirse la construcción de más plantas de generación nuclear a costa de la energía solar, eólica y geotérmica?
……….
El último libro de Walter Brasch es Before the First Snow, una novela basada en hechos que retrata la industria durante su auge crítico de la construcción en los años setenta y ochenta.

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