Los lapones luchan contra Chernóbil 25 años después



Noruega todavía detecta renos con radiactividad similar a la de Fukushima por la nube de cesio 137 del reactor ucraniano
MANUEL ANSEDE MADRID 

El noruego Lavrans Skuterud está acostumbrado a trabajar sin estridencias. Este otoño, su equipo ha detectado en Laponia un reno con 5.500 becquerelios por kilogramo de carne, un nivel de radiactividad "comparable al de Fukushima". Y ni un titular. Mientras, en julio, la prensa mundial daba la voz de alarma tras encontrarse en Tokio partidas de carne de ternera con 2.400 Bq/kg, casi cinco veces por encima del límite que imponenlas autoridades japonesas.
Unos pocos miles de lapones, o samis, como prefieren llamarse, porque "lapp" significa "harapiento" en su idioma, llevan 25 años rumiando en silencio una radiactividad que nada tiene que ver con el desastre nuclear de Fukushima. El 26 de abril de 1986, el reactor número 4 de la central Memorial Vladímir Ilich Lenin de Chernóbil explotó y empezó a escupir radiactividad. Mientras las autoridades soviéticas callaban, la nube venenosa, que alcanzó el millón de billones de becquerelios, empezó a viajar por Europa a merced de los vientos.
El 28 de abril, el cesio 137 de Chernóbil llegaba a las estepas donde los lapones llevan siglos criando sus renos. Y, 25 años después, la radiactividad sigue allí, en el centro de Noruega, el sur de Finlandia y la región centrooriental de Suecia.
En 1986, la lluvia tóxica bañó Noruega, el sur de Finlandia y el oriente de Suecia
"La radiactividad de Chernóbil persiste en los renos, en las ovejas, en las cabras y en las vacas en grandes áreas del país", lamenta Skuterud, de la Autoridad Noruega de Protección contra la Radiación. La catástrofe del reactor soviético, muchas veces minimizada desde el sector nuclear, ya le ha costado a Noruega 88 millones de euros. Y otros 60 millones a Suecia.
Pero lo peor, como subraya Skuterud, es la salvaje transformación de las costumbres del pueblo sami, que lleva más de diez milenios cazando renos salvajes en las praderas escandinavas. En invierno, los renos se alimentan de líquenes, que son verdaderas esponjas de radiactividad, al carecer de raíces y captar nutrientes del aire. Y algo similar ocurre con las ovejas, atraídas por las setas que acumulan cesio 137.
Un manjar ancestral
Los escandinavos ya han gastado 150 millones de euros en medidas de control
La nube radiactiva de Chernóbil obligó a los noruegos a dejar de comer renos. En 1996, una tercera parte de la población había renunciado a su manjar ancestral. Y, un cuarto de siglo después, las autoridades siguen descartando animales radiactivos en los mataderos y los pastores tienen que dar pasto limpio a los renos antes de sacrificarlos o llevarlos a zonas menos contaminadas.
En Suecia y Noruega, estasmedidas de precaución todavía cuestan cada año unos 600.000 euros por país. En la industria nuclear, el efecto mariposa se multiplica. El error de un operario de un reactor ucraniano puede derri-bar las costumbres atávicas de un pueblo situado a miles de kilómetros de distancia.
"Hemos calculado que el riesgo de que los pastores de renos sufran un cáncer fatal ha aumentado un 0,1% por culpa de la lluvia radiactiva de Chernóbil", explica Skuterud, asumiendo que es "simplemente una cifra estadística" obtenida mediante coeficientes de riesgo.
"Los samis se negaron a comer hamburguesas", explica un experto
"Posiblemente, nunca seamos capaces de observar este incremento potencial. Y no hay indicios de ningún otro daño sobre la salud. Sin embargo, no deberíamos trivializar las potenciales consecuencias sobre la salud del estrés y los desafíos psicológicos y culturales que han supuesto las acciones de mitigación de la radiactividad para los pastores de renos y los gran-jeros", advierte Skuterud.
En 2005, la Organización Mundial de la Salud (OMS) culminó un informe sobre "laverdadera escala del accidente de Chernóbil". Ante la indignación de los gobiernos ucraniano y bielorruso, la OMS sólo atribuyó 50 muertes a la radiación y calculó que otras 4.000 personas podrían finalmente fallecer por el desastre en los países cercanos a la central. Silencio sobre el caso noruego.
Comer becquerelios
"El caso es muy, muy poco conocido, pese a que en el centro de Noruega el nivel de contaminación de los alimentos era el mismo que a 30 kilómetros de Chernóbil", explica Jacques Lochard, director de uno de los grupos de trabajo de la Comisión Internacional de Protección Radiológica, una asociación científica independiente que colabora con organismos como la ONU. "En el centro de Noruega, hay miles de samis que tienen que lidiar cada día con la radiactividad. Los renos están totalmente contaminados. Y ellos constituyen una de las últimas comunidades de Europa que viven de manera ancestral", deplora.
El cesio 137 de Chernóbil seguirá en Suecia durante varios siglos
Lochard, que ha monitorizado el accidente de Chernóbil desde la caída de la URSS, aplaude la gestión de la radiactividad en Noruega. En 1986, cuando se constató que la nube de Chernóbil había bañado de cesio 137 las praderas del país, las autoridades impusieron el límite de 600 becquerelios por kilogramo de carne de reno. Pero los lapones no aceptaron. "El pueblo sami dijo que no, que no aceptaba las normas europeas. Gritaron: No, no vamos a acabar bebiendo Coca-Cola y comiendo hamburguesas en Oslo, vamos a seguir viviendo como hemos vivido toda la vida", recuerda Lochard, que ha trabajado durante años en las regiones noruegas contaminadas.
El Gobierno aceptó las quejas de los samis y dio marcha atrás, multiplicando por diez el límite hasta los 6.000 becque-relios por kilo (hoy es 3.000). "Lo que estaba en juego era la supervivencia de una cultura. Los samis aceptaron no exportar la carne de reno fuera de su país, pero querían seguir siendo samis, les da igual si hay que comer becque-relios", puntualiza Lochard, que visitó España en julio invitado por el Consejo de Seguridad Nuclear.
Los efectos psicológicos sobre la salud son incalculables
Las autoridades justificaron entonces fácilmente la subida del límite de radiactividad para la carne distribuida en los mercados noruegos: el consumo medio sólo alcanza medio kilogramo de reno por persona y año. Se reserva para la fiesta de Navidad u otras ocasiones especiales. En lugar de apuntillar una tradición milenaria, se optó por concienciar a las poblaciones más afectadas, los pastores de renos, y por establecer controles estrictos en los mataderos.
El terremoto en la vida de los lapones ya dura 25 años. Y no acabará pronto. La Autoridad Noruega de Protección contra la Radiación calcula que las medidas actuales para evitar que la carne de reno contamine a los humanos durarán otros 30 o 40 años. Birgitta Åhman,profesora de la Universidad de Ciencias Agrícolas de Suecia y máxima conocedora de la situación en su país, es más pesimista. En la última década, pese a los controles, tres de cada mil renos sacrificados presentaban niveles de cesio radiactivo demasiado altos. "Tendrán que pasar cien años para que se pueda eliminar el seguimiento a los renos y las recomendaciones alimentarias", vaticina. "Pero, para que el medio ambiente esté limpio, tendrán que pasar siglos".

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