Las virtudes de la represión financiera




En Estados Unidos, con el objetivo de salir de la crisis nacida con el crash de Wall Street de 1929, se recortó la libertad total de la que gozaban los medios financieros y bancarios. En el transcurso de los treinta años que siguieron a la segunda guerra mundial, el número de crisis bancarias fue mínimo. Según Rogoff y Reinhart, dos economistas que no son para nada proclives a un cuestionamiento del capitalismo, la reducida cantidad de crisis bancarias se explica principalmente «por la represión de los mercados financieros interiores (en diversos grados), y luego por un recurso masivo a los controles de capitales durante muchos años después de la segunda guerra mundial».


En Estados Unidos, durante los años treinta del siglo pasado, el gobierno de Frankin D. Roosevelt, con el objetivo de salir de la crisis nacida con el crash de Wall Street de 1929, recortó la libertad total de la que gozaban los medios financieros y bancarios. Siguiendo esta orientación y bajo la presión de las movilizaciones populares en Europa durante y después de la Liberación, los gobiernos del viejo continente impusieron una serie de límites de maniobra al capital. Por consiguiente, en el transcurso de los treinta años que siguieron a la segunda guerra mundial, el número de crisis bancarias fue mínimo. Es lo que demuestran dos economistas neoliberales estadounidenses Carmen M. Reinhart y Kemmeth S. Rogoff, en un libro publicado en español en 2011, intitulado Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera.
Kenneth Rogoff fue economista jefe del FMI y Carmen Reinhart, profesora universitaria, es asesora del FMI y del Banco Mundial. Según estos dos economistas que no son para nada proclives a un cuestionamiento del capitalismo, la reducida cantidad de crisis bancarias se explica principalmente «por la represión de los mercados financieros interiores (en diversos grados), y luego por un recurso masivo a los controles de capitales durante muchos años después de la segunda guerra mundial». (1)
No es banal que estos autores, que por principio se oponen a estrictas reglamentaciones financieras, empleen la expresión peyorativa «represión financiera» para designar una política pública que quiere limitar la libertad del capital de hacer lo que le viene en gana en los ámbitos financieros y bancarios. No obstante, Reinhart y Rogoff se sienten tan perturbados por los efectos de las desreglamentaciones que, lejos de rechazar de cuajo la represión financiera, emiten una opinión matizada: «Lo que no significa necesariamente que esta represión y esos controles constituyan, según nuestra opinión, la vía correcta frente al riesgo de crisis financiera». En su libro de más de 400 páginas no hacen ninguna propuesta alternativa.
Efectivamente, durante los «treinta gloriosos», los gobiernos de la mayoría de los países más industrializados aplicaron políticas que reglamentaban los movimientos de capitales que entraban o salían del país. También obligaron a los bancos a adoptar un comportamiento prudente y pasaron al sector público una parte del sector financiero. Según Reinhart y Rogoff, con el fin de evitar el riesgo de quiebras bancarias, los gobiernos impusieron «a los bancos un nivel elevado de reservas obligatorias, sin hablar de otros dispositivos como el crédito dirigido o la obligación para las cajas de pensiones o para los bancos comerciales de mantener un cierto nivel de créditos del Estado.»
Para estos autores, la situación se modificó «desde el comienzo de los años setenta», ya que «la liberalización de las cuentas de los capitales financieros e internacionales —la reducción o la supresión de barreras a la inversión en el interior o en el exterior de un país— se extiende por el mundo. Las crisis bancarias han hecho lo mismo. Después de un largo intervalo, la proporción de países afectados por dificultades bancarias ha comenzado a aumentar en los años setenta.»


En cambio, el control público ejercido en la India y en China sobre los bancos les permitió resguardarse del contagio de la crisis financiera que comenzó en 2007. Reinhart y Rogoff consideran que lo que hacen actualmente las autoridades chinas e indias recuerda la situación que prevalecía en los treinta gloriosos: «Semejante represión financiera no es nueva: se extendía particularmente en los países avanzados, como en los países emergentes en el momento más fuerte de control de capitales internacionales, desde de la segunda guerra mundial hasta los años ochenta»
En su época, Adam Smith recomendaba a los gobiernos limitar drásticamente la libertad de los banqueros: «… pero el ejercicio de esta que llaman libertad en un corto número de individuos, cuando es dañoso a la seguridad común de la sociedad, es y debe ser coartado por las leyes de toda especie de Gobierno, no sólo de los más libres, sino aun de los que quieran llamarse despóticos.» Y continuaba «La obligación de construir muros y paredes que impidan la comunicación de un incendio, sería también una violación de la libertad natural, de la misma especie que la restricción de que acabamos de hablar, y en cambio no habrá hombre sensato que deje de aprobarla.» (2)
Contrariamente, los períodos marcados por el abandono de reglamentaciones estrictas concernientes al capital en general y a las sociedades financieras en particular se caracterizan por la multiplicación de las crisis bancarias que desembocan en crisis económicas generales.
Sin embargo, la experiencia del período 2007-2008 no llevó a los gobiernos a imponer ninguna clase de reglas de estricta prudencia. Algunos apóstoles del capitalismo como Alan Greenspan, ex director de la Reserva Federal de Estados Unidos, no pierden la ocasión de abogar en contra de la más mínima medida de prudencia. En un artículo de opinión publicado en el Financial Times compara el terremoto que sufrió Japón en marzo de 2011 con los «tsunamis» financieros que sacudieron el mundo de las finanzas en estos últimos años. No duda en afirmar que, de la misma manera que no podemos pedirle a las autoridades japonesas que tomen todas las medidas posibles de precaución para proteger a la población de un fenómeno natural que sólo afecta al país una vez cada siglo, no se puede exigir a los banqueros que pongan a resguardo reservas líquidas suficientes para hacer frente a crisis bancarias que se producen sólo dos o tres veces cada cien años. (3) Greenspan se opone, por supuesto, a las tímidas medidas de prudencia propuestas en el marco de los acuerdos de Basilea III. (4) En general, si los acuerdos fueran aplicados, los bancos deberían tener a su disposición el equivalente al 7% de sus compromisos, que continúa siendo totalmente insuficiente. El Instituto Internacional de Finanzas que reúne a los principales bancos privados europeos afectados por la gestión de la «crisis griega» presiona a las autoridades públicas para relajar las normas en discusión. Quieren mantener el «laissez-faire, laissez-aller». (5)
Pero de lo que se trata es de tomar medidas para impedir que las instituciones financieras, bancos, aseguradoras, fondos de pensión y otros hedge funds puedan seguir haciendo daño. Es necesario llevar ante los tribunales a las autoridades públicas y a los patrones de empresas responsables directos o cómplices activos de los desastres bursátiles y bancarios. En interés de una mayoría aplastante de la población, es urgente expropiar los bancos y ponerlos al servicio del bien común, nacionalizándolos y poniéndolos bajo el control de los trabajadores y ciudadanos. No sólo hay que rechazar cualquier indemnización para los grandes accionistas, sino que además conviene recuperar de su patrimonio global el coste del saneamiento del sistema financiero. Se trata también de repudiar las acreencias ilegítimas que los bancos privados reclaman a los poderes públicos. Por supuesto, es necesario adoptar una serie de medidas complementarias: control de los movimientos de capitales, prohibición de la especulación, prohibición de transacciones con paraísos fiscales y judiciales, implantación de una fiscalidad que tenga por objetivo el establecimiento de la justicia social… En el caso de la Unión Europea, conviene derogar algunos tratados como el de Maastricht y el de Lisboa. También se debe modificar radicalmente los estatutos del Banco Central Europeo. La crisis todavía no llegó a su punto culminante, por lo tanto es el gran momento de dar un vuelco radical a la orientación seguida, para lograr una salida anticapitalista a las convulsiones de la banca y de la bolsa. 
Eric Toussaint -Traducido por Griselda Piñero - http://www.cadtm.org
Notas:
(1) Carmen M. Reinhart y Kemmeth S. Rogoff, Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera, Fondo de Cultura Económica de España, S. L., 2011.
(2) Adam Smith, La riqueza de las naciones, Libro II De la naturaleza, acumulación y empleo de los fondos o capitales, capítulo 2, sección V, Ediciones Orbis, 1983. (traducción original 1794, revisada y adaptada)
(3) Alan Greenspan, Financial Times, 27 de julio de 2011.
(4) Los Acuerdos de Basilea III publicados el 16 de diciembre de 2010 son propuestas de reglamentaciones bancarias cuyos efectos deberían entrar en vigencia definitivamente en 2019. Estos acuerdos ignoran lo que está fuera de balance, uno de los factores que está en el origen de la crisis de las subprime. La reevaluación del umbral de prudencia por los representantes de los 27 bancos centrales debería traducirse en el hecho de que los bancos privados deberían ser obligados a aumentar su liquidez, que deben conservar de manera permanente para hacer frente a la crisis. Véase el texto de los acuerdos Basilea III http://www.bis.org/bcbs/basel3_es.html
(5) Financial Times, «Tougher supervision could be pernicious, IIF warns», 13 juillet 2011

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