Nuestra relación con la Naturaleza
Por: AMT
Oilcrash.com.es
No hace tanto los hombres tenían claro que dependían de la Naturaleza para vivir. Incluso aquellos que no trabajaban la tierra con sus manos sabían perfectamente no sólo de la procedencia de los alimentos, sino que entendían muchos aspectos del delicado equilibrio que permite que las tierras, el ganado y la pesca sean productivos. Y sin duda lo entendían mucho mejor que muchas personas hoy en día, a pesar de los años de escolarización obligatoria, porque a nadie llegaba a los extremos de alienación de la Naturaleza que se puede conseguir en algunas ciudades modernas.
El hombre moderno de la urbe moderna no tiene frío ni calor ni hambre; no le duele la espalda por tenerse que agachar a recoger papas ni los brazos por hacer ir y venir la azada; no teme por la próxima cosecha y si quiere come uvas en primavera y naranjas en verano, aunque prefiere degustar otros manjares traídos de lugares distantes miles de kilómetros. No teme las fiebres ni morir de diarrea, cuando se encuentra mal toma la pastilla adecuada y va al médico para que le repare el problema que eventualmente se le presenta como el que va al taller mecánico a reparar el coche.
Y si los problemas ambientales se empiezan a acumular, hasta el extremo de amenazar su modo de vivir, el hombre moderno de la urbe moderna confía en que la tecnología le salvará, que invirtiendo lo suficiente surgirán, porque así ha de ser, invenciones adecuadas que sin efectos secundarios le proporcionarán lo que desea y se llevarán lo que le molesta.
Todas esas actitudes son las que dos siglos de energía abundante han forjado en nuestro inconsciente colectivo: a hombros de una grandiosa cantidad de energía nos creímos gigantes, embriagados y ensoberbecidos por la tremenda alzada de la montaña de combustibles fósiles donde nos apoyábamos.
Pero a medida que el gigante de pies de barro que nos aupó se deshace, vencida su fuerza por la Geología y la Termodinámica, de repente chocamos con nuestras propias limitaciones, y no las queremos aceptar, malcriados como estamos.
Una de esas limitaciones es que, al final, aunque no lo entendiéramos y no lo aceptemos, los humanos somos animales como cualesquiera otros. Y como todo animal dependemos de un hábitat para nuestra subsistencia, sólo que en nuestro caso se trata un hábitat muy deteriorado que mantiene una alta funcionalidad gracias a la enorme y continua inyección de energía fósil que ahora comienza a declinar.
¿Cómo produciremos alimentos masivamente sin tractores, cosechadoras, pesticidas y fertilizantes? No sólo eso: la contaminación del agua, del aire, del suelo, del mar... nos acosa y deteriora nuestra salud. Y por último el cambio climático, una peligrosa espada de Damocles que está cada vez más cerca de caer.
Las personas más conscientes del problema han salido a la calle a reivindicar que tenemos que tomar medidas positivas para "salvar el planeta", pero hasta en esas personas se ve nuestra ceguera sobre lo que es la Naturaleza: si nos extinguimos los seres humanos, el planeta seguirá existiendo, e incluso seguirá habiendo vida, que se adaptará a las nuevas condiciones.
Todas esas campañas bienintencionadas se equivocan en una cuestión fundamental: no tenemos que salvar el planeta, el cual no está en peligro; lo que sí que está en riesgo es nuestro hábitat, nuestro sustento vital - es el ser humano el que no podrá sobrevivir si la temperatura media del planeta sube 6 grados, el mar sube 50 metros y los fenómenos extremos se agudizan y multiplican.
Un viejo amigo, aludiendo a estas cuestiones, decía que un día le gustaría sintetizar todas estas ideas en un libro que titularía "Ecologistas por cojones"; el exabrupto del título serviría básicamente para dejar claro que la única opción que nos permite mantener la vida humana es adoptar una postura ecologista radical.
Fuente: Fragmento de la nota de portada de http://crashoil.blogspot.com.es/ Imagenes: www.pensamientos.com.mx - curiosidades.batanga.com