España: La tarara sí, la nuclear no

La energía nuclear tiene una magia especial por lo tecnológico de su generación. Además su divulgación se ha encargado de crear una jerga y un lenguaje específico que muchas veces es arduo para decir poca cosa a un ciudadano de a pie, pero que la hace atractiva. Pero al final tiene dos problemas que la han herido de muerte. El primero es la gestión de la basura nuclear, absolutamente dañina para la vida a su alrededor.

Salvador Moncayo

Miembro de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético, Tanquem Cofrents y Coordinador Técnico en la Cooperativa AeioLuz.

El hecho de que después de 70 años de carrera nuclear, diciendo que la solución a sus residuos tóxicos radiactivos es enterrarlos en un agujero muy hondo con mucha estabilidad geológica (lo han llamado Almacén Geológico Profundo – AGP), no haya ninguno operativo en todo el mundo y se insista en que los que se están empezando a construir cumplirán su función dentro de al menos otros 70, dice poco de la voluntad o la posibilidad de llevarlo a cabo.
¿Por qué no se empezaron en su momento y habría ya alguno de muestra para convencernos de que no es una excusa para generar residuos sin control? Mientras tanto los ATI (Almacén Temporal Individualizado), ATC (Almacén Temporal Centralizado) y otras hierbas, sirven para amontonarlos con mucho cuidado para que no molesten mientras se dice que es una energía que no genera CO2.
El segundo es su peligrosidad. Precisamente esa magia de poder extraer ingentes cantidades de energía de una piedra llamada uranio permite que haya defensores de la generación nuclear. Es cierto que es una tecnología que participa poco en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) protagonistas de la emergencia climática actual, pero las consecuencias de cualquier posible incidente pueden ser tan desastrosas que no hay aseguradora que se haga cargo de ello. Las consecuencias son tan grandes que después de treinta y cuatro años del accidente de Chernóbil, los vestigios de lo que fue la central nuclear son uno de los focos de una guerra en curso, o después de once de Fukushima se estén vertiendo cantidades ingentes de agua contaminada que se estaban acumulando por peligrosas durante todo este tiempo y ahora, por una cuestión logística, “dejan de serlo”.
Dos centrales con accidentes mayores (aunque haya más accidentes que contar y menos fiabilidad de la declarada) de poco más de cuatrocientas no es buen presagio para un parque envejecido. Veamos sin ir más lejos la situación actual del parque francés.
Pero da igual que estemos en contra o a favor de la generación eléctrica nuclear, da igual que nuestra consideración sea buena o menos buena hacia esta tecnología energética. La realidad es que existe al menos una alternativa que es mucho más sencilla, y produce electricidad con un combustible a coste cero que reparte el sol a cualquier punto del planeta. En España ya está habiendo días que producimos más electricidad con fotovoltaica que con nuclear, y la instalación de placas solares va en aumento a un ritmo endiablado que va a permitir que lo excepcional de este hecho sea habitual a no más tardar de 2023. Si además contamos con la eólica la ecuación mejora sensiblemente. Es cierto que ambas son intermitentes y relativamente caprichosas, pero siempre complementarias. También es cierto que las previsiones de la Red Eléctrica Española, que es quien gestiona el mercado y lo hace eficiente en solar, se hacen con diez días de antelación, y las de la eólica con dos. Poca improvisación de un día al siguiente. Muchas veces se deja de citar la hidráulica, que acaba siendo la llave que tiene que permitir cerrar el círculo de la necesaria estabilidad en la red de suministro, y resulta que el agua se utiliza para generar electricidad de forma controlada. Quien disponga del control de la generación hidráulica va a tener la capacidad de almacenamiento y por tanto va a dominar el mercado. Si este dominio fuese público, el rendimiento y la eficiencia en la gestión podrían beneficiar de forma importante a la ciudadanía. Si dejamos ese control a empresas cuyos objetivos son generar beneficios para sus accionistas, los resultados los estamos viviendo ahora mismo con la gestión de los embalses.
Da igual lo que pienses u opines de la energía nuclear, al menos en España tiene los días contados. El coste de producción va a ser la puntilla. La electricidad es más cara de producir. Los que entienden y defienden lo contrario tienen intereses en que la energía no se produzca de forma distribuida. Quieren que nadie se escape del negocio que controlan. Y ese contexto de modelo energético se ha acabado.
No importa lo que se cuente, la producción de electricidad con centrales nucleares es bastante más cara que distintas alternativas renovables y por ello ninguna empresa va a invertir en ello. ¿Si me pagan a 100 mi producto, y puedo producir a 20 ganando 80, por qué voy a producir a 50 para ganar solamente 50? De primero de matemáticas. No hablemos de su rendimiento una vez amortizadas. Ni de los gastos de mantenimiento recurrente.
En España tampoco lo va a hacer ningún gobierno porque la alternativa es tan clara que económicamente no tiene contestación posible. Poner dinero público en ello sería indecente. El coste de oportunidad es tan importante que no existen dudas. El primer retorno de cualquier propuesta nuclear sería tangible al menos dentro de diez o quince años (¿veinte?), cuando tenemos que resolver el problema de las emisiones antes de 2030. Aquí hablamos de restas fáciles de llevar a cabo. La nuclear no nos sirve.
Da igual ser pro-nuclear que antinuclear en España porque la tecnología se muere sola por una simple cuestión económica. Es indiferente lo que se diga de la nuclear en España. No hay debate. Si alguien lo plantea como posible, o está despistado o te quiere despistar. O nos quiere tener entretenidos mientras instala renovables.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/desconexion-nuclear/la-tarara-si-la-nuclear-no - Imagen de portada: Greenpeace ha realizado varias acciones reclamando el cierre de la central. En la imagen, protesta en noviembre de 2008. PEDRO ARMESTRE

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