La humillación que constata cómo crece la ultraderecha entre los más jóvenes
El rápido auge de la ultraderecha y sus postulados entre las distintas capas de la población como una opción política válida viene dado por una asimilación previa de sus ideas en la cotidianeidad: Los jóvenes, principalmente hombres, empiezan a simpatizar cada vez en mayor medida con la ideología ultraderechista y sus tesis reaccionarias. Esta es la conclusión a la que llegan numerosos estudios, encuestas y reportajes que estas semanas estamos viendo publicados en distintos medios. Aunque parece haber una intencionalidad a la hora de promover el relato de que los jóvenes se están volviendo de extrema derecha, sí que resulta inquietante que uno de estos estudios alerte sobre el dato nada desdeñable de que casi un 25% de los jóvenes españoles ven hoy en la dictadura un modelo preferible frente a la democracia.
Eros Labara
Sorprendidos, muchos ciudadanos se preguntan cómo, a tenor de las experiencias del pasado, sea posible que esto esté sucediendo de nuevo. Y, la verdad, no es una pregunta fácil de responder en tanto que en la práctica carece de sentido lógico: muchas de las propuestas de la ultraderecha en materia de sanidad, educación, economía o vivienda son totalmente contrarias a los intereses de muchos de los jóvenes que las apoyan.
Con todo, el rápido auge de la ultraderecha y sus postulados entre las distintas capas de la población como una opción política válida viene dado por una asimilación previa de sus ideas en la cotidianeidad y que, poco a poco, han ido penetrando de forma porosa en las casas ya sea por medio de los medios de comunicación que las promocionan o, de una manera aún más radical, a través de todos los contenidos patrocinados de numerosos influencers, youtubers y comentaristas políticos que se hacen eco de ellas. Como es sabido, las estrategias comunicativas de la ultraderecha cuentan con el inefable apoyo de los algoritmos de las redes sociales que se encargan de premiar aquellos contenidos emocionales y controvertidos, donde agitar el odio y el miedo, armas intrínsecas de la ultraderecha, resulta un elemento nuclear dominante.
El problema, en efecto, es transnacional. No debería extrañar, por lo tanto, el aumento de la polarización política, la viralización de las teorías de la conspiración y la difusión masiva de información falsa, ya que estas son consecuencias de la incrustación de las redes sociales en cualquier ámbito cotidiano de los jóvenes y, por supuesto, de las cámaras de eco que se generan y que engrasan los mecanismos de funcionamiento de los mismos algoritmos. En la lógica crecentista de las tecnológicas que poseen las redes sociales a través de la cual se deben presentar continuamente las potencialidades de ganancia a los inversores, la ausencia de producción de bienes tangibles acaba por forzar una innovación limitada que se reduce por inercia en la privatización progresiva de su uso, esto es, insertar mayores espacios publicitarios, generar herramientas exclusivas o premium y, por supuesto, ofrecer contenidos que generen un mayor tiempo de uso de la aplicación.
Así sucede que, aparte de los problemas colaterales relacionados con el uso de las redes sociales como dependencias, ansiedad o depresión, hacer que los usuarios ocupen más tiempo interactuando con una aplicación puede llevar a que los algoritmos potencien unos contenidos sobre otros. No es casual que algunos de los contenidos ofrecidos para mantener al usuario conectado consigan conformar realidades totalmente distorsionadas con eventuales consecuencias sociopolíticas: muchos de estos contenidos viralizados son contenidos límite que versan sobre teorías conspiranoicas, violencia, fake news, negacionismo climático o, incluso como estamos viendo últimamente, sobre las bondades de una dictadura frente al sistema democrático.
Con todo, resultaría extremadamente sencillo acudir a las redes sociales para hallar al culpable que explique por sí solo el éxito de la ultraderecha entre los jóvenes. No es el uso de las redes sociales per se el causante del aumento de las simpatías por una ideología que, paradójicamente y como apuntábamos, atenta contra los propios intereses de los más jóvenes que la comparten, sino que todo este fenómeno parece encontrar su razón de ser en la interrelación de las dinámicas de uso de las redes sociales y la falta de poso histórico-político, es decir, de cultura política, pero, sobre todo, también de la ausencia de horizontes ciertos.
Si los jóvenes asumen las tesis de la ultraderecha bien puede deberse a que la realidad socioeconómica actual resulta extremadamente adversa y el futuro se plantea en términos de supervivencia en clave hiperindividualista. En los albores de este ciclo multicrisis del capitalismo ya se empezó a entrever que el porvenir resultaba en un espacio que se iba estrechando cada vez más y la ultracompetitividad por las migajas que virtualmente brinda el sistema se imponía casi de manera mecanicista, como por defecto y sin opción a replica. Hoy dedicar esfuerzos a los estudios no se traduce en un empleo que te asegure un bienestar y una vida digna como sí pudo darse en el pasado reciente. La mayor parte de los jóvenes de este país no pueden permitirse un techo donde vivir y este drama lastra cualquier proyecto de vida anclando a generaciones enteras a la humillación de trabajar para seguir siendo pobres.
En este contexto dramático los horizontes se esfuman, la encarecida realidad resulta agotadora y los jóvenes, casi por inercia en medio de tanta frustración, empiezan a buscar espacios alternativos a través de los cuales puedan encontrar una salida a esa insoportable humillación que como una losa les niega la libertad y les impide avanzar en la vida. Por ello, resulta reduccionista pensar en las redes sociales como causantes de este mal de época, pero sí que podemos concederles que son a través de ellas donde se está dando forma a un modelo de ser en sociedad fuertemente influenciado por la cultura monopolizada del consumo de los más ricos y, por consiguiente, también de sus intereses sociopolíticos.
El hecho de consumir se convierte en la llave que marca la diferenciación social y en la principal vía para una emulación de identidades. Las apariencias de poder a través del consumo buscan lograr una abstracción e ilusión transitoria que evade a las clases dominadas de su posición subalterna en la sociedad fruto de las desigualdades inherentes al sistema de lógicas capitalistas. Esta dinámica queda patente en su proyección en las redes sociales de mayor uso como Tik Tok o Instagram. El éxito de estas redes sociales se nutre de un consumo frenético de signos en forma de vídeos cortos o reels y stories—publicaciones de corta duración—, principalmente ligadas a posesiones materiales, moda, belleza, juventud, poses sexualizadas y exposición de estatus, donde premia la apariencia de cánones estereotipados, el rol de lo intangible y la insatisfacción como dinámica de funcionamiento de estas aplicaciones. El contenido de estas aplicaciones está copado por diferentes tipos de personajes que influyen de maneras diversas a sus seguidores, muchos de ellos de marcado origen aristocrático y de clase que comparten un modelo de vida con una fuerte presencia de valores conservadores, como la familia tradicional y la religión, pero que destacan principalmente por el vector central de su poder de influencia: la proyección del deseo ligado al hiperconsumo.
Este modelo a seguir hiperconsumista que bajo el prisma de realidad manipulada propia de las redes sociales resulta normativo, hace que muchos jóvenes que ni tan siquiera tienen la posibilidad de pensar en comprarse una vivienda, empiecen a ver en la vida de los multimillonarios su objetivo vital, el modelo a seguir. Es por ello que en muchos casos las dinámicas financieras especulativas como las criptomonedas, las inversiones de riesgo o, incluso la explotación de sus cuerpos en páginas de consumo pornográfico, sirven como vías de fuga sobre las que depositar las esperanzas de abandonar ese estatus atornillado a una pobreza perenne.
Se trata de lograr el éxito, concebido este como la libertad que proporciona el hiperconsumo al cual solo se puede acceder siendo rico. Así pues, muchos ansían convertirse en multimillonarios, emulan sus vidas y manifiestan este deseo que muchos creen poder convertir en realidad si se esfuerzan lo suficiente. Hay múltiples casos de éxito en las redes. Creen que solo es cuestión de tiempo, así que resulta lógico y paradójico a su vez que, aun perteneciendo muchos de estos jóvenes a la clase trabajadora, defiendan políticas contrarias a sus intereses de clase y acaben apoyando a los partidos ultraderechistas, pues en definitiva son los que se alinean con los intereses de aquellos a los que ansían convertirse, es decir, los de la clase alta y privilegiada.
Frente a esta crisis existencial, la izquierda política se presenta con políticas tibias, difusas, ciertamente inertes y que, en ningún caso, responden con firmeza y radicalidad al crucial problema al que se enfrenta la sociedad actual. Prácticamente borrada la izquierda por incomparecencia del mapa político, la ultraderecha solo tiene que dedicarse a inflamar un ambiente que se presenta propicio para ejercer su proselitismo. Echar leña al fuego de la rabia del futuro negado resulta en una herramienta política de notable éxito que sirve para que los postulados racistas, conservadores y ultraliberales de la ultraderecha, encuentren amplios espacios yermos entre los jóvenes.
Independientemente de que las políticas propuestas atenten contra cualquier atisbo de dar solución a los principales problemas de época, es decir, encarecimiento del consumo, vivienda, cambio climático o desigualdad, el contexto beligerante habilita la creencia de que toda esa situación cargada de frustración y humillación que, como decíamos, se alimenta de las vidas maquilladas proyectadas en las redes sociales, en realidad viene provocada por ese otro político, por el diferente, el inmigrante, el homosexual, por el feminismo, por el socialismo, incluso por la democracia liberal.
Por supuesto, sin una profunda cultura política y con conocimientos vagos de historia reciente a la que asirse, todo este proceso de auge ultra acaba por acelerarse en la medida que los impactos ideológicos en redes sociales y sus argumentarios reaccionarios empiezan en paralelo a monopolizar la agenda pública y, a su vez, los medios de comunicación dedican horas y horas a debatir sobre sus propuestas convirtiendo automáticamente a la ultraderecha en una opción más, totalmente válida y susceptible de ser asimilada como natural por el electorado más joven.
Parece claro que sin una urgente batería de políticas sociales radicales y valientes que atajen los principales focos de humillación de nuestra juventud como la vivienda y el encarecimiento de la vida, la ultraderecha va a seguir ganando terreno hasta que, más pronto que tarde, acabe por hacerse con el poder. Los jóvenes, como todos, necesitamos un horizonte, un futuro creíble, cierto. Agitar el miedo a la ultraderecha en cada cita electoral puede ser funcional en el corto plazo, pero si no viene acompañado de políticas radicalmente opuestas que proporcionen la tangibilidad de ese porvenir asequible y deseable tendremos que aceptar que la ofensiva de la retórica ultra acabará devorándolo todo, empezando por el futuro de los más jóvenes. Todavía estamos a tiempo de evitar toda esta humillación.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/humillacion-constatar-crece-ultraderecha-jovenes - Imagen de portada: Sancho Somalo
