EDITORIAL DEL DOMINGO DE: "HORIZONTE SUR"

por Jorge Eduardo Rulli 
Si algo caracteriza al mundo actual globalizado es el generalizado extravío del sentido común. El sistema de la Globalización, ha generado una economía que ha perdido todo vínculo con la realidad y que, podríamos decir que ha logrado distanciarse totalmente de la escala de lo humano. Se practica un consumismo alocado en ciertos bolsones de riqueza, mientras otros países y otros cientos de millones de seres humanos se ven condenados a la más atroz de las indigencias. No es ya como nos acostumbramos a decir en los años sesenta, un problema de países ricos y de países pobres. En los países supuestamente ricos existen bolsones de pobreza extrema y en los nuestros, podemos ver en medio de un mar de pobreza, grupos sociales de una riqueza y de un poder adquisitivo, que emula a los más ricos del mundo. No obstante, si algo realmente diferente nos separa de las antiguas dependencias al imperialismo, es que ahora las víctimas y los victimarios, los consumidores excesivos y los indigentes que perecen por desnutrición y enfermedades medievales, están unidos por los hilos invisibles de valores similares y por adhesiones parecidas. En el mundo global imperan corporaciones transnacionales que no guardan lealtades a patrias ni fronteras, de allí que nos sea asimismo difícil hablar de centros y de periferias en el mundo globalizado. La visión del mundo que imponen los núcleos corporativos, es la de un tipo de producción, un tipo de consumo y una cantidad de hábitos de vida, cuidadosamente planeados, tanto para facilitar sus intereses globales, cuanto para convertirnos en seres inermes, en tanto que mecanismos dóciles de sus procesos planetarios.
 
En el mundo global, el único subversivo pareciera ser el que no consume, en especial el que no consume y hace escuela e instrumento de conciencia crítica, de ese no consumir. El campesino debería ser en total o en gran medida autosuficiente, el neocampesino se marcha de la ciudad para descolgarse del consumo. El rururbano, mezcla rara de rural y de urbano, pone en cuestión la esencia del dominio capitalista global, lo impugna con el ejemplo de sus prácticas, mucho más que con su discurso. Son los nuevos contestatarios que se multiplican por doquier. Mientras tanto, en el mundo global, unos consumen objetos, otros consumen las imágenes de esos objetos o las vidas a distancia de los que consumen esos objetos, pero en última instancia, todos consumen algo y participan de la maquinaria del consumo. Mientras unos consumen la vida de los otros en un enorme y extendido canibalismo que incluye el empleo, los llamados recursos naturales, el espacio que debería ser de todos y en especial la comida; los canibalizados a su vez consumen la vida mediatizada de esa minoría o la fábula de las vidas de una minoría a la que acceden por la TV, las revistas o las imágenes, y dejan de vivir la propia vida miserable para vivir una ficción de vidas ajenas que seguramente no son más que escenografias montadas ex profeso para alimentar el consumo generalizado que, en definitiva, impide a todos vivir la propia vida. Los “condenados de la tierra” de Franz Fanon, que se alzaban contra el colonizador y ejercían la violencia como un proceso de recuperación de su propia humanidad; hoy, en la globalización, se embarcan con desesperación, y a todo riesgo, en chalupas imposibles, para tratar de alcanzar, más allá del mar, ese horizonte soñado que es el territorio paradisíaco de la metrópoli que ayer los colonizara.

Pero los avances de la globalización no son ineluctables. El proceso del capitalismo global sufre tres grandes crisis que le son connaturales: en primer lugar, la crisis del cambio climático, que acelera por el efecto invernadero el descongelamiento de los casquetes y de los glaciares, torna el clima cada vez más imprevisible y multiplica las catástrofes naturales. En segundo lugar, la crisis energética: que no significa tan solo la disminución de las fuentes baratas de petróleo, sino también la desaparición de las regalías por desaparición y vencimiento de sus patentamientos asociados a las tecnologías de extracción  y de refinamiento. Y en tercer lugar, el sistema imperante de apropiación masiva de los recursos naturales por parte de las grandes Corporaciones y el aceleramiento de los cambios climáticos que conlleva la pérdida masiva de bosques, de suelos y el arrasamiento de ecosistemas. A estas tres crisis que son parte de la naturaleza del Capitalismo globalizado y que interactúan, se suma ahora una debacle financiera y bancaria de proporciones imprevisibles, que, rápidamente se traslada al campo de la economía y del empleo. El Imperio americano parece derrumbarse y cada Estado Nación ha quedado librado a su propia suerte, mientras resultan expuestas las fragilidades de los modelos de absoluta integración a los mercados globales que nos propusieran las corporaciones en los años de vigencia del neoliberalismo.

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