Elogio del catastrofismo
Suricato - Innovación y decrecimiento
Damas y caballeros, me presento: soy un catastrofista. El catastrofismo en temas medioambientales tiene mala prensa. Se arroja a la cara del interlocutor como sinónimo de exageración, pesimismo y poca confianza en las posibilidades de la tecnología de evitar o al menos atenuar los efectos secundarios o las “externalidades negativas” de nuestro maravilloso “modo de vida”.
Separemos aguas. Ser catastrofista no significa ser apocalíptico. La doctrina del Apocalipsis es religiosa. El catastrofismo se basa en las evidencias científicas y en el sentido común, ambas cualidades totalmente ausentes de los enunciados apocalípticos. Un catastrofista es un optimista informado y, por lo tanto, indignado. Un decrecentista también.
Repito: soy, junto a muchos otros, un catastrofista. Y a mucha honra. El catastrofismo actual es casi lo inverso de aquella teoría geológica dominante en Europa en los siglos dieciocho y diecinueve que afirmaba que la tierra se formó súbitamente y de forma precisamente “catastrófica”. El catastrofismo actual, con fundamentos más biológicos que geológicos, afirma que las evidencias científicas disponibles apuntan hacia una desaparición más o menos repentina de muchos de los fundamentos de la vida sobre la tierra. Afirmamos que nos enfrentamos ahora a una reducción drástica de las probabilidades de continuación de las formas biológicas como consecuencia de la intervención destructiva de una de las maneras posibles de organización de la vida colectiva de las sociedades humanas sobre la tierra: el productivismo.
Este productivismo, expresado a lo largo del siglo veinte como capitalismo industrial o como socialismo de Estado, produjo el mayor daño ambiental conocido y ha dejado a los habitantes de este planeta, a todos no sólo a los humanos, al borde del desastre. El catastrofismo no confunde los efectos antropogénicos con los efectos de las formas políticas, culturales y económicas de organización del animal humano. No es éste en sí mismo el dañino sino las formas contingentes de organización de su vida colectiva en medio de una biosfera finita. La historia medioambiental del siglo veinte muestra los antecedentes de la catástrofe previsible. “En el siglo veinte se cuadruplicó la población del mundo y su economía se multiplicó por 14, mientras que el consumo energético aumentó 16 veces y el factor de expansión de la producción industrial fue de 40. Pero las emisiones de dióxido de carbono fueron 13 ves superiores y el consumo de agua se multiplicó por cuatro” “Es evidente que no mantendremos durante mucho tiempo el ritmo del siglo veinte” (John R. Mc Nelly).
Los catastrofistas pensamos que existen posibilidades de enmendar el rumbo modificando tanto el imaginario productivista como las formas sociales de organización del trabajo, distribución de la riqueza y de relación con la naturaleza. Existen posibilidades culturales, tecnológicas y políticas pero, desgraciadamente, desconocemos sus probabilidades de éxito. A lo mejor los botones de la catástrofe ya han sido tocados. El catastrofismo, transformado en acción y voluntad política, forma parte de la razón decrecentista que trabaja en el estrecho margen que existe entre las posibilidades y las probabilidades de supervivencia.
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