"La ecología siempre ha tenido en su corazón la lucha de clases"

Entrevista a Yayo Herrero: La antropóloga ecofeminista reflexiona en una entrevista con 'Público' sobre las nostalgias, el auge reaccionario y la necesidad de llevar a cabo una transformación radical y humilde."Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo", dice Ortega y Gasset. Cambiemos 'yo' por 'nosotras' y 'circunstancia' por 'trama de la vida'. Salvar la Tierra para salvar, a fin de cuentas, el género humano. Esta es la tesis fundamental de los ecofeminismos: cuidar lo que nos sostiene. Es decir, asumir que somos seres codependientes, tanto de los bienes de la naturaleza en la que estamos insertas como del resto de personas. La lucha contra la crisis climática se convierte así en una lucha contra la opresión de clase, las violencias machistas y los racismos; una lucha por una sanidad y una educación de calidad, así como una vivienda digna. A fin de cuentas, una vida digna. Yayo Herrero (Madrid, 1965) recoge esta mirada en su última obra, Metamorfosis. “Una revolución antropológica”. 

 Partes de dos premisas: el mundo se está desmoronando y no estamos (suficientemente) preparadas para hacer frente a esta realidad.
Creo que indudablemente estamos conociendo un cambio a todos los niveles en la trama de la vida. A nivel climático, vemos el ciclo del agua o las lógicas de los incendios. Pero también observamos un cierto desmoronamiento, todavía no bien comprendido, a la hora de asumir que el mundo en el que vivíamos es un mundo que tiene límites físicos, límites que no habían sido mirados por nuestra cultura. Muchas de nosotras hemos crecido ya con una declaración de los derechos humanos construida, con un cierto discurso sobre la paz y en contra de las guerras como formas de resolver. Pero en el momento actual hay políticos que llegan al poder votados por montones de personas que tienen prácticas racistas, que se ríen o que son crueles con las lógicas de las vidas de las personas más empobrecidas, que niegan lo que la propia ciencia nos cuenta... A esto me refiero con desmoronamiento. Un orden económico, político y social, que es el que ha venido funcionando —al menos en esta parte del mundo—, de una forma muy asimétrica y muy desigual, se está desmoronando, deja de funcionar y en su lugar llegan propuestas que son distópicas y monstruosas. Y estamos poco preparadas, no lo digo como ejercicio de impotencia, sino más bien como punto de partida que precisamente justifica la necesidad de transformación cultural, política y social.
Mencionas el concepto de 'solastalgia', una añoranza a una tierra o un lugar que, pese a ser el mismo de siempre, ahora resulta irreconocible.
El concepto de 'solastalgia' de Glenn Albrecht se conecta con lo que dice Bruno Latour; que estamos viviendo en un mundo extraño. Es decir, estamos en un mundo que ya funciona de otra manera. Yo vivo en una zona rural y muchos de mis vecinos trabajan en el campo. Ellos cuentan cómo su conocimiento se ha transformado ahora en incertidumbre. Se refieren a los tiempos de las cosechas, del laboreo o los trabajos del suelo. Ese conocimiento acerca de la tierra y el funcionamiento de los ecosistemas que se desarrolló en colaboración con la inteligencia humana y su práctica, simplemente ha cambiado.
Es una solastalgia que sienten las personas que abren su ventana y ven un paisaje quemado que antes era verde. Y lo ven como extraño, aunque sea la misma casa desde la que miras. O la de un barrio de una ciudad que ha sufrido un proceso brutal de turistificación masiva o de gentrificación y de repente el barrio en el que te criaste ya no tiene nada que ver con el barrio en el que vives ahora, que sigue teniendo los mismos portales, las mismas esquinas, pero es distinto.
Estos escenarios pueden ser el caldo de cultivo de nostalgias peligrosas. Nostalgias por pasados que nunca existieron, que pueden encontrarse detrás del auge reaccionario.

Es una nostalgia construida meticulosamente. Cuando las personas sienten malestar, y este no es politizado y construido en potencia para reconstruir un mundo en el que quepamos todas, puede ser un malestar tremendamente manipulado por personas que reconstruyen un pasado que nunca existió, un pasado imperial, un pasado glorioso y de poder, un pasado en el que la vida ni pesaba ni costaba ni dolía ni tenía límites. Pero no es solo que se reconstruya una especie de retroutopía a la que volver, sino que se buscan chivos expiatorios, que son los culpables de que aquel pasado tan bello se haya corrompido. Y a partir de esa búsqueda de chivos expiatorios surgen dinámicas misóginas, racistas, xenófobas y también ecocidas.
¿Quiénes son estos chivos expiatorios?

Cuando miramos los neofascismos o la ultraderecha, hay un pegamento que los une a todos: el primero es el antifeminismo. Las mujeres dejan de ser lo que han de ser —desde los puntos de vista de estos colectivos—. Dejan de ser las personas que se ocupan de sostener lo cotidiano, dejan de ser los cuerpos que sostienen la vida, incluso en contextos que atacan la propia vida. También algunas personas migrantes, según el contexto. En algunos casos, la islamofobia lo preside todo, en otros lugares, es el antigitanismo. Donald Trump apunta a las personas migrantes de todo tipo, pero fundamentalmente latinas. En algunos de estos discursos se llegan a odiar a personas que no son blancas o que no son de tu mismo ámbito cultural. Se llega a odiar a las mujeres o a los ecologistas, pero también se llega a colocar en el centro de la cultura del odio a los propios árboles, la propia fauna silvestre.
Es aquel sujeto al cual se puede utilizar como chivo expiatorio, como culpable, y que favorece de alguna manera que la gente esté entretenida; que el penúltimo luche contra el último. Esto favorece luchas entre pobres, mientras determinadas élites van blindando sus privilegios y siguen acaparando territorio, acaparando recursos y explotando personas. Todo ello bajo una lógica que no explicitan, pero que es terrible. En su extremo, son propuestas supremacistas, violentas y autoritarias. Por su intensidad y su violencia, generan una especie de aturdimiento, en el cual ahora mismo muchas estamos sumidas y desde el que yo creo que es importante salir.
Según Bruno Latour —al cual citas en 'Metamorfosis'—, la ecología es la nueva lucha de clases.

A mí me lo pareció siempre. Siempre se han vinculado las luchas que ponen en el centro el propósito de que todas las personas podamos seguir viviendo con dignidad en este planeta, que compartimos con el resto del mundo vivo. Supone sin lugar a dudas un proceso que tiene que ver con la redistribución y la valoración de todas las vidas. La ecología y el ecologismo social siempre tuvieron en su corazón la lucha de clases. Aunque no se denominara así, no es una cosa nueva. Cuando hablamos de extractivismo, de agotamiento, de ciclos naturales o los minerales de la Tierra, lo hacemos desde el deseo del sostenimiento de la vida humana digna. Hablamos de redistribución, de reparto y de conflicto.
Desde la perspectiva de la ecología política y de los ecofeminismos, el capitalismo es un conflicto entre el capital y la vida. No es solamente un conflicto entre el capital y el trabajo, digamos como se leía anteriormente. Esta lectura me parece muy importante, pero ha de ser extendida a todos los trabajos, también a los no pagados que sostienen la vida, y a los propios "trabajos" de la propia trama de la vida.
Cuando se habla de ecología, a menudo se habla de concentraciones de CO2, gases de efecto invernadero, contaminación por sustancias perfluoroalquiladas (PFAS)... que pueden llevar a cierta desafección por parte del público. A lo mejor, apelan más a la ciudadanía discursos que ponen de relieve cómo la extracción de los recursos de la Tierra consiste también en extraer los recursos del propio ser humano.
Me parece clave. Por este motivo las miradas ecofeministas son tan potentes, porque unen ambas cuestiones de forma indisociable. La vida humana se sostiene a través de relaciones con la trama de la vida, de relaciones de codependencia, pero también de relaciones entre personas, que son las que mantienen la vida humana en pie, porque la vida humana hay que sostenerla intencionalmente. Los seres humanos vivimos encarnados en cuerpos que hay que sostener. Así, cuando hablamos de problemas ecológicos y de crisis ecológica, no es lo que le pasa a la naturaleza, sino que siendo seres insertos en ella y de la cual dependemos, es básicamente lo que nos pasa a nosotros y nosotras. La emergencia climática pone en riesgo todo el conjunto de la vida y también la humana.
Cuando las dinámicas de extractivismo dejan un territorio vivo convertido en zona de sacrificio, lo que se sacrifica es el territorio y obviamente toda la vida que alberga, también la vida humana. Cuando hablamos de enfermedad, cuando hablamos de despojo, cuando hablamos de la expulsión que generan esas dinámicas, estamos hablando de lo que le sucede también a los seres humanos cuando la tierra de la que dependen es literalmente masacrada.
No todos los ecologismos tienen esta mirada.

Ha habido también movimientos ecologistas que desde hace mucho tiempo y con buena intención, pero hay que reconocer que hasta el momento con poca eficacia, han pensado que los problemas se resolvían generando nuevas tecnologías. Creo que la apuesta más larga de un cierto ecologismo ha sido las energías renovables. Estas son una clave inaplazable, pero no podemos caer en un determinismo energético que obvie los problemas de ajuste con la trama de la vida, problemas de redistribución de riqueza y problemas políticos que hemos de resolver. Aunque las innovaciones tecnológicas sean una condición necesaria, no son condiciones suficientes.
A colación de este solucionismo tecnológico, la ciencia ha tenido un doble filo en la emergencia medioambiental. Por un lado, ha servido para advertir sobre el cambio climático, pero también problematizas cómo se ha empleado como herramienta de dominio y control.

Nuestra cultura se desarrolló y creció como si no formara parte de la propia trama de la vida. Hemos aprendido a mirar los cuerpos y la Tierra como si estuviéramos por fuera y por encima de ellos. Es lo que he llamado 'síndrome de astronauta', que genera una relación casi alienígena con el propio planeta; como si fuéramos sujetos que estamos fuera y además anhelando permanentemente fugarnos. El extremo en este momento es Elon Musk y sus propuestas de fuga y de reinicio de ciclos tóxicos, ahora en el espacio.
Buena parte de la tecnociencia ha estado construida sobre un anhelo permanente de fugarse de los límites y de las constricciones que tiene vivir en un planeta donde la vida se sostiene gracias precisamente a lo que produce una trama de la vida autoorganizada, que viene funcionando 3.800 millones de años. Es decir, no hay nada que los seres humanos necesitemos o podamos necesitar que no dependa en primera instancia de algo que produce una trama de la vida de la que formamos parte, pero que funciona también sin nosotros. En gran medida, las aplicaciones tecnocientíficas han seguido bebiendo de aquella mirada inicial porque además le eran muy funcionales a la economía y al capitalismo.
¿Cómo funciona esta tecnociencia en el 'capitalismo caníbal'?

El actual es un modelo científico que nace de considerar la Tierra como muerta, como inerte. La única manera de matar la vida, de matar la trama de la vida es imaginarla previamente como muerta. Nuestro modelo científico ayudó a mirar la trama de la vida como no como trama ni como vida, sino a imaginarla como máquina. Cuando estudié en la universidad, la gestión de los ríos o de los arroyos se estudiaban como si fueran meras tuberías de agua; calculabas cuántos litros de agua podías sacar y cuántos tenían que estar dentro para gestionar el caudal. O, como si fuera algo de lo que solamente puedes aspirar a extraer utilidad, genera una dinámica violenta, la cual se conecta muy bien con cómo el capitalismo trata a los seres humanos. El capitalismo los trata, además de como explotables, como una máquina. En el caso del capitalismo, la utilidad se mide estrictamente en dinero, de tal modo que construimos sociedades en donde las personas merecen tener casa solamente si previamente han hecho ganar dinero a alguien. Este reduccionismo mecanicista lo convierte todo en almacén de recursos o en un instrumento para el crecimiento económico y todo aquello que no genere utilidad económica directamente pasa a ser sobrante. El capitalismo se convierte en una especie de fundamentalismo religioso que sostiene que absolutamente todo puede ser sacrificable con tal de que la economía crezca.
¿Qué implicaciones puede tener todo esto?

El gran problema de una cultura antropocéntrica, patriarcal y capitalista, que además se sostiene bajo lógicas coloniales, es que es una lógica que directamente somete, explota, domina y destruye aquello que la sostiene. Es una lógica suicida y estúpida. Es estúpidamente antropocéntrica porque un antropocentrismo inteligente no destruiría justamente aquello que le sostiene. Por eso me parece que es muy importante revisar y someter a crítica toda esta mitología, este sistema de creencias en el que se sostiene un modelo que le declara la guerra a la vida.
De hecho, dices que es necesaria una revolución antropológica, que sea radical y humilde.
Utilizo 'revolución' de manera provocadora. Me estaba imaginando la mirada de un montón de personas pensando: "Dios, qué palabra tan viejuna, qué palabra tan estúpidamente utópica" o "qué palabra tan absolutamente infantil y comeflorista". 'Revolución' es una palabra que etimológicamente viene de re, que es volver, y volutio, que es girar. Revolución significa girar alrededor de otra cosa y la revolución que planteamos es pasar de girar alrededor del dinero a girar alrededor de la vida. 

Necesitamos construir políticas, culturas, economías, ciudades, medios rurales que pongan la vida en el centro. Y "poner la vida en el centro" no es solamente una frase bonita. Poner la vida en el centro es comprometerse con la garantía de salud, de educación, de cuidados dignos, de alimento suficiente y de calidad, de vivienda. Tiene que ver con la garantía de capacidad para intervenir en el mundo en el que vivimos, es decir, un poder construido desde abajo.


Fuente: https://www.publico.es/sociedad/m-ambiente/ecologia-siempre-tenido-corazon-lucha-clases.html - Imagen de portada: Yayo Herrero.Cedida

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