Peligrosa equivocación sobre la radiación nuclear
Ataque de los apólogos nucleares
Helen Caldicott
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Poco después del accidente de Fukushima del mes pasado, declaré en público que un evento de este tamaño y potencial catastrófico podría presentar un problema médico de enormes proporciones. Los eventos han demostrado que esa observación era correcta a pesar de la campaña de la industria nuclear sobre los efectos “mínimos” para la salud de la así llamada radiación de bajo nivel. El que miles de millones de sus dólares están en juego si el evento de Fukushima lleva a que se ralentice el “renacimiento nuclear” parece obvio ante los ataques de la industria contra sus críticos, incluso ante un desastre no resuelto y que aumenta en el complejo de reactores de Fukushima.
Los propugnadores de la energía nuclear –incluir George Monbiot, quien ha sufrido un misterioso cambio como en el accidente camino a Damasco sobre sus efectos supuestamente benignos– me acusan a mí y a otros, quienes llaman la atención sobre las potenciales serias consecuencias médicas del accidente, de “escoger a gusto” datos y exagerar los efectos para la salud de radiación del combustible radioactivo en los reactores destruidos y sus piscinas de refrigeración. Pero al tranquilizar al público diciendo que las cosas no son tan malas, Monbiot y otros desinforman en el mejor de los casos, y en el peor tergiversan o distorsionan la evidencia científica de los efectos dañinos de la exposición a la radiación – y juegan un predecible juego de matar al mensajero al hacerlo.
A saber:
1) El señor Monbiot, quien es periodista, no científico, parece desconocer la diferencia entre radiación externa e interna.
Permitid que lo eduque:
La primera es aquella a la que fueron expuestas las poblaciones cuando bombas atómicas fueron detonadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945; sus profundos y continuos efectos médicos han sido bien documentados. [1]
La radiación interna, por otra parte, emana de elementos radioactivos que entran al cuerpo por inhalación, ingestión, o absorción por la piel. Radionúclidos peligrosos como ser yodo-131, cesio 147, y otros isótopos que actualmente son liberados al mar y al aire alrededor de Fukushima se bioconcentran a cada paso de diversas cadena alimentarias (por ejemplo en algas, crustáceos, pequeños peces, peces mayores, luego humanos; o suelo, pasto, carne de vaca y leche, luego humanos). [2] Al entrar al cuerpo, esos elementos –llamados emisores internos– migran a órganos específicos como la tiroides, el hígado, los huesos, y el cerebro, donde irradian continuamente pequeños volúmenes de células con altas dosis de radiación alfa, beta y/o gamma, y durante muchos años, pueden inducir una replicación descontrolada de células – es decir, cáncer. Además, muchos de los nucleídos permanecen radioactivos en el entorno durante generaciones, y finalmente causarán más incidencias de cáncer y enfermedades genéticas con el pasar del tiempo.
Los graves efectos de los emisores internos constituyen la más profunda preocupación en Fukushima. Es inexacto y engañoso utilizar el término “aceptables niveles de radiación externa” al evaluar exposiciones a radiación interna. Hacerlo, como ha hecho Monbiot, es propagar inexactitudes y engañar al público en todo el mundo (para no mencionar a otros periodistas) quienes buscan la verdad sobre los riesgos de la radiación.
2) Los propugnadores de la industria nuclear afirman frecuentemente que bajas dosis de radiación (por ejemplo 100mSV) no producen efectos dañinos y por lo tanto son seguros. Pero, como ha concluido el informe BEIR VII de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., ninguna dosis de radiación es segura, por pequeña que sea, incluida la radiación de fondo; la exposición es cumulativa y agrega al riesgo de que el individuo desarrolle cáncer.
3) Ahora volvamos a Chernóbil. Varios grupos aparentemente de buena reputación han emitido informes divergentes sobre la morbosidad y las mortalidades resultantes de la catástrofe de radiación de 1986. La Organización Mundial de la Salud (OMC) publicó en 2005 un informe que atribuye directamente sólo 43 muertes humanas al desastre de Chernóbil, en el que calcula otros 4.000 cánceres fatales. Al contrario, el informe de 2009: “Chernóbil: consecuencias de la catástrofe para la gente y el entorno”, publicado por la Academia de Ciencias de Nueva York, llega a una conclusión muy diferente. Los tres autores científicos –Alexey V Yablokov, Vassily B. Nesterenko, y Alexey V Nesterenko – suministran en sus páginas una síntesis traducida y una compilación de cientos de artículos científicos sobre los efectos del desastre de Chernóbil que han aparecido en publicaciones en lenguajes eslavos durante los últimos 20 años. Calculan la cantidad de muertes atribuible a la fusión nuclear accidental de Chernóbil en unos 980.000.
Monbiot desecha el informe como carente de valor, pero hacerlo –ignorar y denigrar a todo un cuerpo de literatura, colectivamente cientos de estudios que dan evidencia de grandes y significativos impactos sobre la salud humana y el entorno– es arrogante e irresponsable. Los científicos pueden y deben discutir cosas semejantes, por ejemplo, cómo intervalos de confianza acerca de cálculos individuales (que muestran la fiabilidad de cálculos), pero tirar sin más a un cubo de la basura metafórico todo el informe es una vergüenza.
Además, como señala el profesor Dimitro Godzinsky, de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, en su introducción al informe: “Contra este trasfondo de datos tan convincentes algunos defensores de la energía atómica parecen capciosos cuando niegan los obvios efectos negativos de la radiación sobre poblaciones. De hecho, sus reacciones incluyen una negativa casi total de financiar estudios médicos y biológicos, incluso la liquidación de organismos gubernamentales que estaban a cargo de los ‘asuntos de Chernóbil’. Bajo presión del lobby nuclear, funcionarios también han desviado personal científico alejándolo del estudio de los problemas causados por Chernóbil.”
4) Expresa sorpresa de que un organismo afiliado a la ONU como la OMS pueda estar bajo la influencia de la industria de la energía nuclear, lo que lleva a que sus informes sobre asuntos relacionados con la energía nuclear puedan ser tendenciosos. Pero es precisamente el caso.
En los primeros días de la energía nuclear, la OMS publicó declaraciones expresas sobre los riesgos de la radiación como ser su advertencia de 1956: “El patrimonio genético es la propiedad más preciosa de los seres humanos. Determina las vidas de nuestra progenie, la salud y el desarrollo armonioso de futuras generaciones. Como expertos, afirmamos que la salud de futuras generaciones es amenazada por el aumento del desarrollo de la industria atómica y las fuentes de radiación… También creemos que nuevas mutaciones que ocurren en seres humanos son dañinas para ellos y para su descendencia.”
Después de 1959, la OMS no hizo más declaraciones sobre la salud y la radioactividad. ¿Qué había sucedido? El 28 de mayo de 1959, en la 12ª Asamblea Mundial de la Salud, la OMS redactó un acuerdo con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA): referencia12-40 que dice: “3. Siempre que cualquiera de ambas organizaciones tenga el propósito de iniciar un programa o actividad relativo a una materia en que la otra organización esté o pueda estar fundamentalmente interesada, la primera consultará a la segunda a fin de resolver la cuestión de común acuerdo.” En otras palabras, la OMS otorga derecho de aprobación previa a cualquier investigación emprender o informar al OIEA – un grupo que mucha gente, incluidos periodistas, piensan que es una autoridad protectora, pero que es, en realidad, un defensor de la industria de la energía nuclear. Los Estatutos del OIEA señalan bajo Objetivos: “El Organismo procurará acelerar y aumentar la contribución de la energía atómica a la paz, la salud y la prosperidad en el mundo entero.”
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Helen Caldicott es presidenta de la Fundación Helen Caldicott por un Planeta Desnuclearizado y autora de Nuclear Power is Not the Answer.
[1] Vea, por ejemplo: WJ Schull, Effects of Atomic Radiation: A Half-Century of Studies from Hiroshima and Nagasaki (New York: Wiley-Lis, 1995) y DE Thompson, K Mabuchi, E Ron, M Soda, M Tokunaga, S Ochikubo, S Sugimoto, T Ikeda, M Terasaki, S Izumi et al.: "Cancer incidence in atomic bomb survivors, Part I: Solid tumors, 1958-1987" en Radiat Res 137:S17-S67 (1994).
[2] Este proceso es llamado bioacumulación y viene también en dos subtipos: bioconcentración y biomagnificación. Para más información vea: J.U. Clark y V.A. McFarland: Assessing Bioaccumulation in Aquatic Organisms Exposed to Contaminated Sediments, Miscellaneous Paper D-91-2 (1991), Environmental Laboratory, Waterways Experiment Station, Vicksburg, MS y H.A. Vanderplog, D.C. Parzyck, W.H. Wilcox, J.R. Kercher, y S.V. Kaye, Bioaccumulation Factors for Radionuclides in Freshwater Biota, ORNL-5002 (1975), Environmental Sciences Division Publication, Número 783, Oak Ridge National Laboratory, Oak Ridge, TN.
Fuente: http://www.counterpunch.org/caldicott04122011.html