Fuerzas productivas, medio ambiente y lucha de clases. Uruguay: Desafíos para una izquierda en crisis
Por Víctor L. Bacchetta
El creciente rechazo de sectores de la población a los posibles impactos sociales y ambientales de grandes proyectos de inversión impulsados por el gobierno uruguayo indicaría un despertar político para el cual la izquierda no está preparada, tanto por carencias del análisis como por efecto de las derrotas sufridas en el pasado. Se debe comprender que las luchas actuales por la preservación del ecosistema se inscriben en un avance mayor de la explotación capitalista que no sólo usa como mercancía el trabajo humano sino también la naturaleza.
Desde comienzos de este año, los más diversos grupos sociales -productores rurales, residentes y amigos de los balnearios rochenses, ciudadanos y técnicos de la capital y el interior- se expresan en oposición a proyectos de minería metalífera a cielo abierto, de puertos, puentes y alteraciones de la costa atlántica, que indicarían el surgimiento de un movimiento socio-ambiental sin antecedentes en el Uruguay.
Se unen en la defensa de sus condiciones de vida y del medio ambiente poblaciones urbanas, costeras, trabajadores rurales sin tierra y pequeños y medianos productores. Los que viven de la tierra y no la poseen como simple negocio conocen los suelos que sostienen históricamente a la agropecuaria en la pampa húmeda y tienen conciencia del valor de este ecosistema para la sobrevivencia de la sociedad.
Las empresas extranjeras que controlan hoy extensiones sin parangón en el país con vistas a la explotación de monocultivos de soja y forestales, megaplantas de celulosa y la extracción en gran escala de metales a cielo abierto, recurren a tecnologías de alto impacto social y ambiental capaces de alterar el equilibrio ecológico.
Estancamiento del análisis
Sin embargo, la izquierda histórica y sectores del sindicalismo uruguayo no han hecho estudios sistemáticos de la evolución del capitalismo a nivel general ni particular. Así, algunos dirigentes confunden el ingreso de esas empresas agroindustriales y mineras con una modernización que favorecería el desarrollo de las fuerzas productivas y la generación y organización de un nuevo y pujante proletariado.
No ocurre nada de eso. Estas empresas requieren menos mano de obra incluso que la de los latifundios agropecuarios tradicionales y utilizan además, con el concurso de los gobiernos y la legislación, sistemas de subcontratación o tercerización que disgregan y envilecen más aún a los trabajadores empleados en estas actividades. Las grandes plantaciones forestales y de soja son un ejemplo de este modelo.
En este marco, otra cuestión central de la evolución del capitalismo no integrada aún por la izquierda histórica es el papel que ocupan las luchas por el medio ambiente en la lucha de clases. Se debe comprender que las luchas actuales por la preservación del ecosistema se inscriben en un avance mayor de la explotación capitalista que no sólo usa como mercancía el trabajo humano sino también la naturaleza.
La salvaguarda del entorno natural, el aire limpio, el agua potable y una alimentación libre de venenos o de radiaciones nocivas coincide con la necesidad de supervivencia de la especie humana en el planeta, cuyo equilibrio ecológico está amenazado hoy por las secuelas catastróficas -cambio climático, destrucción de la capa de ozono, peligro nuclear, etc.- de la expansión ilimitada del productivismo capitalista.
La relación del capital con la naturaleza fue tratada someramente por Carlos Marx y la izquierda del siglo XX -incluidos los países gobernados por socialistas y comunistas- prácticamente la ignoró. Esa izquierda reconoce hoy los problemas ambientales pero los considera una cuestión técnica a solucionar minimizando los daños. Separa lo social de lo ambiental y subordina por tanto lo segundo a lo primero.
La minimización de los daños no es suficiente para garantizar la sustentabilidad del ecosistema. Sustentable es la condición del sistema que permite su reproducción, no aquella que sólo minimiza los procesos de degradación. Pueden ser efectos mínimos para la tecnología disponible pero, pese a ser lo mejor posible en el momento, si no permiten la reproducción del sistema ambiental, no son sustentables.
Flujo y reflujo de las derrotas
La desmoralización ideológica y el retroceso político generados por la derrota sufrida por la izquierda y el movimiento popular uruguayos -cuya consolidación llevó doce años de dictadura cívico-militar- unido con el derrumbe de la ex-Unión Soviética y los países del llamado "socialismo real", ha llevado a algunos viejos militantes a filosofar sobre la perdurabilidad del capitalismo o, simplemente, a redescubrirlo y querer ser sus buenos administradores en la fase de mayor decadencia del mismo.
El Frente Amplio, que fuera la expresión de un frente antiimperialista y antioligárquico, no socialista, pero con miras a una sociedad más justa y humana, se ha vuelto hoy una alianza electoral informe, integrada con grupos que por arcaísmos teóricos o la mera aceptación pasiva son defensores del sistema imperante. Mejores que la vieja derecha, de por sí estancada ante las dificultades propias de renovación.
Hoy en día, la preservación del medio ambiente es un componente fundamental de la lucha de clases en esta fase de desarrollo del capitalismo donde no sólo se exacerba la explotación del ser humano -expresada en la marginación social o la tan mentada "pobreza"- sino también la destrucción del equilibrio del ecosistema. Una izquierda transformadora debería proponerse unir a los grupos sociales afectados y decididos a enfrentar este proceso en aras de una alternativa superadora.
Para lograrlo es necesario cuestionar la noción productivista de la izquierda tradicional que colocó "el desarrollo de las fuerzas "productivas" por encima de la lucha de clases como motor de la historia. Asimismo, hay que desprenderse de las ilusiones de una política ecologista que señala al humanismo antropocéntrico, posesivo y consumista, pero exculpa al sistema capitalista que lo genera. Por esta vía, la lucha ambiental se une indisolublemente con la lucha por un nuevo socialismo.
El escritor Michael Löwy ha reivindicado el cuidado ecológico como una tarea de una sociedad socialista y remite al volumen III de El Capital donde Marx opuso a la lógica capitalista de la gran producción agrícola, fundada en la explotación y el agotamiento de las fuerzas de la tierra, otra lógica: "el tratamiento conscientemente racional de la tierra como propiedad comunal eterna, y como condición inalienable de la existencia y de la reproducción de la cadena de generaciones humanas sucesivas"(1).
Löwy destaca, algunas páginas más adelante, otro argumento similar: "Incluso una sociedad entera, una nación, en fin, todas las sociedades contemporáneas juntas, no son dueñas de la tierra. Ellos sólo la ocupan, son los usufructuarios, y ellos deben, como buen padre de familia, dejarla en buen estado a las generaciones futuras"(2). Es, prácticamente, la misma expresión de la Comisión Bruntland que en 1978 explicitó el concepto, a esta altura tan manoseado, de desarrollo sustentable.
El ecosocialismo implica una ruptura aún más radical con el capitalismo dado que no sólo apunta a una nueva sociedad y un nuevo modo de producción, sino también a un nuevo paradigma de civilización. Sería así una síntesis superadora, por un lado, de las experiencias productivistas del llamado "socialismo real", que depredaron igualmente el ecosistema, y, por el otro, de un ecologismo que disocia la crítica al consumo desenfrenado del productivismo inherente a la lógica del capital.
Víctor L. Bacchetta - Uruguay
Referencias:
(1) Michael Löwy, "Progreso destructivo: Marx, Engels y la ecología", Publicado en J. M. Harribey & Michael Löwy ed., Capital contre nature, PUF, 2003.
(2) Ibídem.