Accidente nuclear en España: Palomares, medio siglo de 'top secret'



En pleno apogeo de la Guerra Fría, cuatro bombas nucleares estadounidenses cayeron sobre la pedanía almeriense. Los detalles y consecuencias del accidente han querido ser borrados o deformados hasta el extremo de haber desaparecido los archivos de la Junta de Energía Nuclear. "Siento vergüenza cada vez que salgo del pueblo", dice una vecina. 
En 1966, en plena guerra fría, 340 aviones superbombaderos B-52 (también llamados por aquel entonces estratofortalezas) de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos, concretamente de su Comando Aéreo Estratégico (SAC: Strategic Air Command), se mantenían permanentemente en el aire, sobrevolando el planeta. Cada uno de ellos transportaba una carga de cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones. Cada una de estas bombas tenía un poder destructor 75 veces superior a la lanzada sobre Hiroshima; las cuatro bombas de cada uno de los B-52, con una potencia conjunta de 6 megatones, equivalían a más de 300 bombas de Hiroshima. Esta estrategia militar, que llevaba y de hecho llevó en algunas ocasiones a la Humanidad al borde del abismo, estaba basada en la supuesta necesidad de estar muy cerca, lo más cerca posible, del objetivo del hipotético enemigo (léase la Unión Soviética) en caso de urgencia en el ataque o contraataque nuclear.
Alejandro Torrús
MADRID.- El cura Francisco Navarrete Serrano, párroco a cargo de la pedanía de Palomares (Almería) en enero de 1966, señaló a sus feligreses que "la mano de Dios" había salvado a la población agrícola de apenas 800 adultos de la destrucción total. Cuatro artefactos termonucleares del tipo Mark 28 F1, de 1,5 megatones cada una, al menos 65 veces más potente que la bomba atómica que destruyó Hiroshima, habían caído del cielo sin llegar a explotar. Eran las 10.22 de la mañana del 17 de enero de 1966 y un superbombardero norteamericano de largo alcance B-52 colisionaba en vuelo con un avión nodriza durante la operación de repostaje. 
Francisco Martínez estaba en ese momento sentado en la puerta de su cortijo en la barriada de Los Castos, a unos 40 kilómetros de Palomares, aquel 17 de enero del que se cumplen 50 años: "Aquello es algo que nunca olvidaré. Parecía que el cielo se encendía y el fin del mundo se precipitaba sobre nosotros. A continuación, saltaron trozos en todas direcciones. Luego nos enteramos por la radio de que habían chocados unos aviones, pero no nos dijeron mucho más..."
La queja de Martínez se produjo hace 50 años. Pero podía ser extensible a la actualidad. La opacidad y la falta de transparencia sigue siendo la nota que marca el suceso de Palomares, el mayor accidente nuclear de nuestra historia. De hecho, tras 49 años de diplomacia, el acuerdo alcanzado en 2015 y que compromete a EEUU a llevarse la tierra contaminada que aún queda en Palomares es secreto. Sí se conoce, no obstante, que EEUU no ha dado una fecha para ejecutar el acuerdo y que tampoco se sabe quién pagará el gasto.
De esta manera, Palomares y su contaminación siguen envueltos en un halo de secretismo, dudas y leyendas urbanas sobre el verdadero estado de las tierras y los posibles efectos en los habitantes del plutonio liberado por las bombas nucleares. Tampoco ha ayudado mucho a la credibilidad de los autoridades españolas que la documentación de la época de la Junta de Energía Nuclear (reconvertida en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) haya desaparecido o, al menos, siga siendo inaccesible para los investigadores.
Y muchos menos que durante años se mantuviera que ya no había tierra contaminada en el lugar y que años después se supiera que quedan 50.000 metros cúbicos de materiales radiactivos en la zona o que el Ciemat no haya explicado a día de hoy cuántas personas y en qué grado han dado positivo por contaminación cuando en conferencias de científicos españoles el extranjero en Fukushima y en Austria que reconocen que al menos 100 vecinos de Palomares estaban por encima de los niveles permitidos. 
"Los documentos a los que he tenido acceso muestran que las autoridades españolas conocían desde el inicio que los Estados Unidos estaban dejando tierras contaminadas en España. De hecho, se cambiaron los niveles que habían fijado de contaminación aceptable porque, decían, era muy complicado limpiar estas zonas. Entonces, decidieron dejarla ahí y enterrarla entre 20 ó 30 centímetros. Hasta muy recientemente, las autoridades españolas nunca han reconocido este extremo", explica a Público Rafael Moreno Izquierdo, periodista y autor de la obra La historia secreta de las bombas de Palomares (Editorial Crítica), que acaba de salir a la venta.


La ONG Ecologistas en Acción ha venido denunciando sistemáticamente la "dejación de responsabilidades" de las autoridades españolas. "Desde la muerte de Franco España ha reclamado periódicamente Gibraltar al Estado británico. Podría haber hecho lo mismo con Palomares. Pero no ha sido así. España ha intentado pasar de puntillas sobre este tema. Ha habido ocasiones en las que se han firmado tratados bilaterales, como la extensión de la base de Morón o el despliegue del escudo antimisiles en las que España debería haber puesto como línea roja la limpieza de Palomares. En los cables de Wikileaks, además, se lee como el embajador norteamericano dice que las autoridades españolas no muestran mucho interés", señala a Público Francisco Castejón, portavoz de Ecologistas en Acción e investigador en fusión nuclear del CIEMAT. 
El primer happening político
Pero Palomares también ha supuesto mucho más para España. Concretamente, el episodio de las bombas nucleares marcó un cambio en la política comunicativa del franquismo y el encumbramiento de la nueva promesa del régimen: Manuel Fraga. Durante semanas, el Estado norteamericano y el español negaron la existencia de una cuarta bomba perdida en el mar. Franco había impuesta una censura total. No se podía publicar nada al respecto, pero los lugares comenzaban a reconocer en boca de los americanos la palabra "radioactivo" y la prensa extranjera (y también la pirenaica) comenzaba a filtrar información que llegaba a los ciudadanos en forma de rumor.
Fraga eligió entonces un grupo escogido de periodistas, fotógrafos y camarógrafos de total confianza y organizó un recibimiento al estilo Bienvenido Míster Marshall en Palomares
Sin embargo, conforme pasaban los días mantener la prohibición era cada vez más absurdo y peligroso. La espiral de mentiras llegó al punto de que el 1 de marzo la mayoría de periódicos españoles  reprodujo unas declaraciones del presidente de la JEN, José María Otero, que no había "ni un solo caso de contaminación radiactiva que merezca tal nombre". 
El embajador americano en 1966 en España, Angier Biddle Duke, sugirió entonces a Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo de la dictadura, (a propuesta de la mujer del embajador americano, que había sido directora de Relaciones Públicas y Publicidad de Pepsi) que un baño en la zona podía ser la imagen necesaria para evitar cualquier tipo de recelo sobre la posible contaminación de la zona. "Te tomo la palabra, nos bañamos juntos", replicó Fraga. 
Fraga eligió entonces un grupo escogido de periodistas, fotógrafos y camarógrafos de total confianza y organizó un recibimiento al estilo Bienvenido Míster Marshall en Palomares con banda de música, pancartas y el pueblo entero en el papel de extras entusiasmados. La fecha escogida fue el 8 de marzo. El baño duró 15 minutos ante las cámaras de TVE y de la televisión norteamericana
La historia del baño fue tímidamente recogida dentro de España pero fue un gran éxito internacional y constituyó el lanzamiento de Fraga como el futuro del franquismo. "El éxito informativo le reforzó como la persona que podía ser el futuro de la dictadura. Él demostró que era capaz de mantener las líneas rojas pero con una imagen más abierta y le dio fuerza para, un año después, aprobar la nueva Ley de Prensa, que eliminaba la censura previa", señala Moreno Izquierdo. 
El final del túnel 
Con la foto de Fraga, el rescate de la bomba el 7 de abril y la limpieza total de la zona, según las informaciones difundidas en aquel momento, se puso fin a la crisis. Sin embargo, una vez más las informaciones eran inciertas. La contaminación continuó en el terreno con el conocimiento de las autoridades españolas y hasta que la especulación inmobiliaria de finales del siglo XX y el desarrollo de la agricultura intensiva reactivó el interés en la zona, provocando que el CIEMAT y el Consejo Seguridad Nuclear realizar una reevaluación de la contaminación remanente evidenciando que la contaminación residual era superior a la estimada inicialmente. El acuerdo con EEUU del año pasado parece el final del túnel de la crisis de Palomares
Mientras tanto, cada vez que llega el 17 de enero, la población de Palomares vuelve a sufrir el estigma de ser el pueblo "de las bombas nucleares" con el consecuente enfrentamiento en el pueblo entre los que quieren que se limpie y los que quieren olvidar el episodio bajo kilos de hormigón. "Parece un tema tabú. Aquí nos cuesta hablar de esto", reconoce Ana Belén, que reclama a las autoridades americanas que realicen una gran inversión en la zona. "Me gustaría un Museo que contara la historia lo más digna posible. Si los americanos se gastan el dinero en las guerras, que se los gasten también en los accidentes", sentencia. 

Fuente: Fragmento de una nota del Diario Publico.es - Imagenes: Los soldados estadounidenses retiran las cosechas y tierras contaminadas en Palomares. Dibujo: Fer-Rebelion

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