Jorge Belanko: De maestro albañil a precursor de la construcción natural en el Cono Sur


Por Juan Pablo Rioseco Díaz y Anita Belén Oyarzún Leal
A los ocho años conoció el trabajo de constructor gracias a su madre. Corría el verano de 1957 cuando desde la cocina lanza con apacible esmero: “¡Viejo!, llevátelo a este a la obra pa`que no se pelee con las hermanas”. Su padre obediente le afirmó unos zapatos y sin dudar lo designó como su pequeño ayudante. Jorgito le alcanzaba la huincha de medir, la escuadra, el nivel. Se pasaba de la escuela industrial al trabajo. Orgulloso de sus avances decidió lanzarse de lleno a seguir la senda de su progenitor.
A los quince tomó los primeros turnos laborales; cuestión que lo llevó desde joven a comprender que este oficio era fiel reflejo de la realidad argentina. “A veces parece que tienes mucho y a los tres meses no te alcanza para el pan. Es como tratar de subir un palo enjabonado. Te ilusionas que vas bien pero en realidad no podés subir nunca”, explica mientras ceba un mate recién traído por su esposa. Décadas de historias transcurridas lo tienen hoy recibiéndonos en su casa-taller que mira al coloso cerro Piltriquitrón, altivo patrono de El Bolsón, Provincia de Río Negro, Argentina. Es jueves primaveral por la tarde. El sol baja colorado. Vestido de un embarrado overol y secundado por su alborozado perro, Jorge nos hace pasar a su laboratorio conformado por pequeñas salas con estructura de madera y paredes de barro. A primera vista parecieran estar estucadas con cemento; pero en seguida nos aclara que en gran parte de la Comarca Andina la arcilla es grisácea y en algunos sitios incluso es blanca.
La sala está gobernada por una frase que él mismo fabricó con letras recortadas de revistas tras despertar de golpe una mañana: “La naturaleza es Dios, la verdad es Dios. Mientras más cerca de la naturaleza, más cerca de la verdad.”
EL BICHITO DEL BARRO EN EL CANELO DE NOS
Convencido de encontrar nuevos rumbos laborales en 1988 decidió trasladarse al Valle del Quemquemtreu. Supo que en ese desconocido rincón modelado por ríos que avanzan de norte a sur, muchas familias se estaban instalando no más en las tierras sin necesidad de título de propiedad. Llegó junto a su esposa a un terreno ubicado junto a una acequia. “La construcción es un trabajo muy vapuleado. El que no tiene nada que hacer, ¡pum! vamos a trabajar en la construcción. Además el cliente pide presupuesto, los colegas nuevos cobran poco y luego, como no les calza, abandonan la obra y nos hacen mala fama. Entonces me vine a El Bolsón para zafar de todo eso”, explica.

Comenzó fabricando cucharitas de maderas; luego vendió pan en la feria. Changas por aquí y por allá. Durante el invierno del año 1992 unos amigos le dicen que van a Chile a conocer unos lugares de investigación en energías alternativas. ¡A vos que te gustan los inventos!, le decían. Él no tenía ni para llegar a Bariloche. Sus amigos le financiaron el viaje. Recién acabadas las dictaduras había que aprovechar de conocer. Fueron a El Canelo de Nos, unos 30 kms al sur de Santiago. Ahí un grupo de activistas sociales se habían organizado con la intención de ayudar a los campesinos para que produzcan de manera sustentable. Entre los multiples personajes con los cuales cruzaron palabras hubo dos arquitectos que hicieron que a Jorge le picara el bichito del barro.
“Ambos estudiaban las construcciones de tierra y sistemas ecológicos para la electricidad, la calefacción y todo eso. Yo solo sabía que en el noreste argentino había casitas de adobe antiguas. Entonces me picó el bichito. Me quise traer unos libros para estudiar más el asunto. Imagínate si no había Internet lo valioso que era para mí tener esa información. Una chilena llamada Antonia Izquierdo me echó en secreto parte de los libros que tenían los del Canelo de Nos en su biblioteca y me los traje a Argentina. Acá en los tiempos libres comenzamos con un horno, luego un fogón mejorado. Cocina de barro. Ya cuando agarramos confianza levantamos una pared y ahí empezaron a llamarme el loco del barro. Luego vino Internet. El director de una escuela me dijo ‘che necesitamos leña y vos hacés fogones mejorados’. Y me empezaron a salir trabajos relacionados con esto.”
Pero el verdadero revuelo vino tras la publicación en Internet del documental “El Barro, las manos, la casa” obra dirigida por Gustavo Marangoni la cual de manera muy didáctica muestra a Jorge explicando los diversos beneficios de construir con materiales naturales y de participar en la creación del propio hábitat. Ya en un inicio marca la nota con la frase “Una familia debería hacerse la casa”. Dos horas de material audiovisual que desde su realización en 2006 ha acercado a miles de personas a participar en talleres impartidos tanto por Jorge como por los cientos de nuevos facilitadores en construcción natural.
-Este es un conocimiento muy importante, el de poder construirnos nuestras propias cosas. Permite tener libertad creativa, liberándote del tiempo reloj. ¿De qué manera podemos expandir los círculos de influencia sin que exista la barrera del dinero, y a la vez que permita a los bio-constructores trabajar tiempo completo en esto?
-Son varias cosas en una. Primero es necesario que sigan los talleres y se multipliquen. Que se pueda solventar económicamente el trabajo de los talleristas. Sucede a veces que dentro de los talleres los que organizan pretenden pagarle al instructor y pagar los materiales con la plata que les cobran a los participantes. Pero no se dan cuenta que queda mucho en el lugar. Vamos a hacer una casa, la casa queda y la casa vale. No es cuestión de cobrar por cobrar. Además debemos valorar mucho el trabajo pedagógico. Sobre todo porque es complicado trabajar con gente que poco y nada sabe de construcción. El otro día le pedí a un grupo que me consiguieran tenazas de albañil y me compraron pinzas de electricista y tenazas de alambrador. Entonces el tallerista debe lidiar con muchas barreras tanto en el área de construcción como en las otras.
-¿Cuáles son esas otras barreras?
-Ocurre que ahora nacemos en la ciudad y entonces creemos que la vida es eso. La televisión habla de la banda ancha, el plan de teléfono, el Internet. Todos saben lo que es el PowerPoint, el Pendrive, y cuánta cosa. ¡Existe una influencia anglosajona terrible! El marketing crea la necesidad y luego te vende todo lo que vos crees que necesitas; sin importar si se rompe, si sirve, si sabes cómo reemplazarlo. Y no sabemos de dónde vienen las cosas ni cuánto valen realmente.
-Claro. La publicidad te repite que no eres capaz de hacer tus cosas así que tienes que comprártelo. Genera un círculo vicioso de consumo…
-Justamente, pero si te vienes a la estepa ves que las familias viven bien sin Internet ni celular. Y ahí te das cuenta que la necesidad es el motor de todo. El ser humano en toda su historia siempre necesitó tres cosas: Conseguir la comida, comunicarse con los pares y construirse su propio refugio. Esto último ha sido robado por los especialistas. En cualquier comunidad nativa desde que son chiquititos ya saben construirse su propio lugar. Van a la selva, juntan la rama para allá, la hoja para acá, otra rama y más el ingenio, arman su propio lugar. Pero entre nuestra gente la mayoría dice ¡cómo voy a hacerme una casa! Luego vas por la ruta, ves dos paralelas verticales con dos oblicuas encima y dices ¡ah una casa! Pero la casa puede tener diferentes formas, puede ser un domo, una cueva, un círculo, una pirámide, lo que sea. Pero nos pusieron la cabeza cuadrada.
-Gracias al trabajo de diferentes bio-constructores ahora hay bastante apoyo en Argentina. En la provincia de Rio Negro y Buenos Aires está permitido y legislado el tema de construir con tierra cruda. ¿Qué consejos les das a los constructores de las regiones donde aún existen trabas políticas a estos proyectos?
-La cosa es tener a los políticos enterados de lo que estamos haciendo, para que nos permitan primero que todo trabajar y que la gente quiera participar en esto. Cuando veo a los buenos apasionados que protestan a los políticos ¡por qué no nos permiten construir con tierra!, yo les digo que nadie puede querer lo que no conoce. ¡A las charlas van los políticos para darme!, y yo les respondo que todos somos ignorantes de diferentes cosas. No puedo culpar al concejal por decir que lo nuestro es una porquería si es lo único que ha escuchado en su vida. Entonces el argumento que gana es explicarles que conviene de todas maneras reglamentar la construcción natural para que no se haga cualquier cosa. El barro, la tierra o la madera puede servir o no. Depende cómo se use…
-Y esté permitido o no, lo vamos a usar igual…
-Justamente. Al sol no lo podés tapar con las manos. Esto ya es y va a seguir avanzando. Los alemanes han avanzado bastante. Allá está permitido de acuerdo a una reglamentación. Tengo muy buena amistad con [Gernot] Minke (arquitecto alemán dedicado desde 1970 al estudio de la construcción natural). Él me decía: Al principio empecé como vos con las viviendas sociales y nadie me daba bola. Cuando vinieron los ricos a hacerse sus casas de barro, ahí llegaron los políticos a preguntar. Lamentablemente esa es la realidad. Fíjate que cuando hicimos la película documental ‘El Barro, las manos, la casa’ junto con el productor tuvimos que hacer veinte presentaciones de la película a los vecinos de diferentes sectores de El Bolsón. Íbamos a la costa del río Quemquemtreu (sector habitado por población de bajos recursos) y los más humildes ni bola nos daban; se paraban a treinta metros, se asomaban un rato y luego se iban a sus ranchos. Pero los profesionales jóvenes con presupuesto comenzaron a armarse sus casas grandes de barro y recién ahí empezó a ser tema para las autoridades.
-Jorge, a lo largo de estos últimos años te has convertido en un referente educativo para quienes desean acercarse a la construcción natural. Cuéntanos cómo has vivido este proceso de aprender a enseñar.
-Mi primer acercamiento a la educación popular fue antes de llegar a El Bolsón. Cuando trabajaba en Santa Teresita (entre Buenos Aires y Mar del Plata). Un vecino que trabajaba en el municipió se le ocurrió armar una Escuela de Artes y Oficios. Estábamos recién saliendo de dictadura acá. Pusimos un aviso para que los vecinos se animaran a crear una escuela donde los alumnos no pagaban un peso y los profes tampoco cobraban. Solo la satisfacción de aprender y de que el vecino aprenda. A la primera reunión éramos siete. A la segunda, veinte. Los dueños de un supermercado que le iba mal, nos prestaron el local por un año. Llegaron 450 personas a inscribirse. Dábamos 22 materias. Talleres de repostería, cocina cerámica, albañilería, fotografía, inglés, francés, italiano, electricidad de obra, taxidermia…”
–¿Taxidermia?
-¡Si! (ríe). Es que también fui taxidermista. Y como había bastante albañil, yo me ofrecí con clases de taxidermia -¡y bueno!-, comunistas era lo mínimo que nos tildaban. Con donaciones armamos aulas. Incluso armamos un cuarto oscuro para revelado de fotos. Mi mamá y mi hermana iban juntas a repostería. Todo bien hasta que empezó el diablo a meter la cola. Los políticos se retorcían porque imagínate el poder que significaba esa escuela. Cada vecino al final de sus labores pasaba a los talleres. Entonces del Ministerio de Educación llegaron ofrecer un medio sueldo para los profesores. Yo era el vicepresidente de la comisión directiva. Dijimos que no, ni locos que se metan porque después nos vendrían a decir los contenidos y los métodos. Pero la mayoría, como necesitaba aumentar el sueldo, finalmente pasó a ser parte del Ministerio.  Ahí comprendí que no vale la pena gastar energía en contra de algo sino que a favor de algo.”


TRUEQUE, TIERRA Y ESPIRITUALIDAD
La experiencia en Santa Teresita, sumada a su trayectoria como obrero, formaron al Jorge que llegó a El Bolsón ya curtido en las artes de reunir a los vecinos para organizar la vida en comunidad. “A través de mi militancia en el movimiento humanista, comprendí que la no violencia activa como método de lucha es una acción válida; me jode mucho la injusticia y donde puedo ayudar voy”, asegura. Este espíritu comunitario lo llevó a participar de la gestación de los Clubes de Trueque en la Comarca Andina afectada por los vaivenes de la economía tras la crisis del 2001 en Argentina.
La cosa era sencilla. Cada familia decidida a participar debía pasar por tres jornadas de capacitación en las cuales se aunaban criterios propios de la economía cooperativista. Entonces la persona debía otorgarle un valor en Patacones a lo que iba a trocar. El Patacón es un papel firmado por la Junta directiva. Cada persona ponía a disposición los bienes que quería cambiar y le otorgaba un valor en Patacones. En el primer Club se llegaron a inscribir más de mil familias. Al año ya existían cincuenta clubes en toda la Comarca. Es decir un total de 20 mil personas llegaron a solventar su economía por medio del trueque.
“Teníamos un poder envidiable. Desde autos hasta una lechuga. Movíamos una cantidad enorme de valores. Los de la directiva viajábamos por toda la Comarca para unificar criterios. Debíamos capacitar a la gente para que pudiera participar. Los principios eran la solidaridad, la justicia social y dejar en claro que no era para ahorrar dinero; sino justamente para mover esos papelitos. En Lago Puelo, por ejemplo, el tipo de la estación de servicio vendía el combustible al costo y la diferencia: ¡En Patacones! Lo importante no era el precio sino el valor que cada uno le daba a su objeto. En las escuelas se ponían mesas con toda la mercadería. El que producía le sobraba. Nunca tuvimos tanto trabajo y la heladera tan llena de comida. Atendía el médico, el albañil, el abogado. Nos tentaban con candidaturas. Uno de los cuatro de la directiva cayó en la trampa. Empezaron a truchar los papelitos y comenzaron a entrar cualquiera.
-Entonces, ¿no era abierto a todo el mundo?
-Ocurre que para estas cosas debes poner filtros. Es un círculo de confianza. Yo voy a trocar con vos porque te conozco. Sé que voy a dejar la mercadería aquí, me llevo los Patacones que me pasaste y me voy por allá a trocar con otra persona. Quien podía trocar era porque había pasado por las capacitaciones para unificar criterios. Entonces solo así puedese asegurar que funciona. Entonces cuando se metió todo el mundo sin filtros, empezaron a truchar los papelitos, luego metieron el dinero. Y así se desarmó. Pero, sacando cuentas, esto fue muy positivo para todos. Porque nos conocimos entre los vecinos produciendo nuestras propias cosas, muebles, herramientas, comida, ropa. Entre todos descubrimos que cada uno podía fabricar lo que el otro necesita. Se armaron sociedades, emprendimientos, cooperativas que hoy solventan la economía del lugar.
-Jorge, en definitiva, podemos aseverar que la economía cooperativa se basa mucho en la confianza, y también en la posibilidad de tener tierra para producir. La lucha de los pueblos del mundo es por tierra y libertad. ¿Qué consejos le darías a quienes no tienen acceso a la tierra y que desde las ciudades desean participar de este proceso de cambio?
-Mira. Para los tiempos que se vienen el que tenga un pedacito de tierra se salva. La pérdida de la tierra es parecida a la pérdida de la espiritualidad. Tierra y espiritualidad son parte de la misma lucha. Eso no quiere decir que debas tener tu propia huerta. Si tu vecino tiene una y le compras un repollo, entonces ya sabes de donde viene ese repollo. Existen salidas muy creativas. Por ejemplo, el hombre que vive donde haremos la próxima minga-taller sabe de cultivos. Él hizo un trueque con el dueño del terreno. Le presta un par de hectáreas y él las trabaja.Pero como para empezar no tiene recursos, el recurre a los presumidores. ¿Qué son los presumidores? Son vecinos que pagan por adelantado todos los kilos de verdura que consumirá su familia durante un año. Entonces así este vecino se asegura el abastecimiento de comida casi al costo y apoya la economía comunitaria. También están los vecinos que se agrupan para generar una cooperativa. Unidos somos exponencialmente más fuertes.
Entonces la invitación es a buscarse un pedazo de tierra. Acá muchas familias se ponen de acuerdo, realizan tomas de terreno y listo. Cada vez suena más ridículo que una persona tenga miles de hectáreas sin trabajar y las utilice para especular, o para dejársela de herencia a un tataranieto, mientras otra gente está padeciendo la falta de esa tierra. ¡Es una locura! Mucha gente tiene el criterio de decir que yo me sacrifico para mis hijos, mis nietos. Mejor criterio es heredarle la posibilidad de que ellos hagan sus propias cosas. Por eso armé esta frase que dice: “Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco.”
Publicado originalmente el 15 de noviembre de 2015 en vamosalatierra.cl
 

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