La guerra, la paz y el absurdo

¡Deben estar tomándonos el pelo!
Tom Engelhardt
TomDispatch


Aventuras en un mundo –estadounidense– de frustración
Hace poco tiempo, mientras ordenaba una pila de libros infantiles, me encontré con un volumen, That Makes Me Mad! (Eso me vuelve loca), que me trajo muchos recuerdos. Escrito por Steve Kroll, un amigo fallecido hace unos cuantos años, contaba las siempre frustrante aventuras cotidianas de Nina, una niña en cuya vida se topaba cada día con el obstáculo de algún lugar común; llegada a ese punto, ella siempre decía... bueno, ¡pueden adivinarlo con el título! De pronto me sentí inundado de vívidos recuerdos de otros tiempos; de mis padres y de mi hija (que ahora lee libros como aquellos a su propio hijo) sentada a mi lado cuando tenía cinco años y repetía esas mismas palabras con tan viva voz que yo me daba cuenta de que ella estaba expresando las frustraciones de su vida, aquello que la volvía loca.
 
Treinta años después, en un Estados Unidos casi inimaginable, cuando levanté ese libro de repente me di cuenta de que cada vez que sigo las noticias online, por la televisión o –perdenme por esto, pero tengo 72 años y continúo atrapado en el pasado– la prensa escrita, tengo un impulso similar al de Nina. Solo que la frase a la que accedo es otra de Steve Kroll, la que dice “¡Deben estar tomándonos el pelo!”.
A continuación muestro algunos ejemplos recientes extraídos del mundo de guerra y paz al estilo estadounidense. Piensenlos como ilustraciones seleccionadas al azar en una época trumpiana en la que todo lo que pasa es una muestra de este mundo absurdo y viene perfectamente a cuento. Si están de humor, sientanse libres de gritar conmigo esa frase mientras avanzamos.
El planeta nuclearizado
Estoy seguro de que se acuerdan de Barack Obama, el tipo que entró en la Oficina Oval prometiendo trabajar por un “mundo libre de la amenaza nuclear”. Ya saben, el presidente que en 2009 viajó a Praga para decir conmovido: “Entonces, hoy dejo sentado rotundamente y con convicción el compromiso que Estados Unidos asume en la búsqueda de la paz y la seguridad en un mundo sin armas nucleares... Acabando con la mentalidad de la Guerra Fría, reduciremos el papel de las armas nucleares en nuestra estrategia de seguridad nacional y exhortaremos a otros países para que hagan lo mismo”. Ese mismo año, él recibió el Nobel de la paz, en gran medida por lo que aún estaba por hacer, particularmente en lo atinente a las armas nucleares. Por supuesto, ¡todo eso era algo muy de la época!
Después de casi dos periodos en la Oficina Oval, nuestro presidente de la paz, el único en la historia que llamó a la “abolición” del arma nuclear –y cuya administración retiró menos armas de nuestro arsenal nuclear que cualquiera otra una vez acabada la Guerra Fría– ahora está presidiendo las primeras etapas de un programa de modernización de un billón (ha leído bien, un billón, es decir, un 1 seguido de 12 ceros) de ese mismo arsenal (por supuesto, esa etiqueta con el precio de un billón de dólares llega antes de que empiecen los inevitables sobreprecios). El programa incluye un importante trabajo de diseño y puesta a punto de armas nucleares “guiadas de precisión” en las que se incluye la opción de moderar la capacidad de destrucción de esos ingenios. Este tipo de armas tiene la potencialidad de llevar la guerra nuclear al campo de batalla como primera opción, algo de lo que Estados Unidos se jacta de ser un pionero.
Esto me lleva a una historia en la portada del NewYork Times el pasado 6 de septiembre que me llamó la atención. Esta historia es como el glaseado del pastel nuclear de Obama. Su titular era: “Es improbable que Obama vote en contra del primer uso de las armas nucleares”. Admitámoslo; si lo hiciera, ese voto podría ser revertido por cualquier futuro presidente. Aun así, todo indica que existiría el temor de que la promesa de no iniciar una guerra nuclear “debilitaría a los aliados y envalentonaría a Rusia y China... en un tiempo en que Rusia está realizando prácticas de bombardeo en Europa y China está ampliando su influencia y poderío en el mar Meridional de China”, el presidente se está volviendo atrás en la intención dar semejante voto. Traduciendo: el único país que ha utilizado alguna vez ese tipo de armas pasará a la historia por estar preparado y con la necesaria voluntad para volver a hacerlo sin que medie ninguna provocación nuclear y hacer creer –hoy al menos eso creen en Washington– que eso daría lugar a un mundo más seguro.
¡Deben estar tomándonos el pelo!
El antiguo bombardeo de siempre
Recuerden que en octubre de 2001, cuando la administración Bush lanzó su invasión de Afganistán, Estados Unidos no estaba bombardeando ningún país mayoritariamente islámico. De hecho, ningún otro país en el mundo. Afganistán fue “liberado” rápidamente; el Talibán, aplastado; y al-Qaeda, obligado a huir. Así eran las cosas, o así lo parecían entonces.
El pasado 8 de septiembre, casi 15 años más tarde, el Washington Post informó de que en un solo fin de semana y un “trajín” de actividad, la fuerza aérea de Estados Unidos había arrojado bombas o disparado misiles contra seis país mayoritariamente musulmanes: Irak, Siria, Afganistán, Libia, Yemen y Somalia (podrían haber sido siete si ese día la CIA no hubiese estado descansando de sus ataques con drones en las zonas fronterizas del Pakistán tribal, tan castigadas durante estos años). En la misma onda, el presidente que juró que pondría fin a la guerra en Irak y, que cuando deje su cargo, hará lo mismo en Afganistán, está ahora supervisando una campaña estadounidense de bombardeos en Irak y Siria en la que está lanzando cerca de 25.000 artificios explosivos por año. Recientemente, solo para facilitar la prolongación de la guerra más larga de nuestra historia, el presidente que anunció que en 2014 este país había finalizado su “misión de combate”, ha desplegado una vez más soldados de Estados Unidos en son de lucha y hecho lo mismo con la fuerza aérea estadounidense. Para ello, los B-52 (la infamia de Vietnam), después de una década en reserva, tuvieron que volver a despegar, lo mismo que en Irak y Siria. En el Pentágono, los militares con mando están hablando ahora que la guerra “generacional” de Afganistán puede continuar hasta bien entrados los años veinte del presente siglo.
Mientras tanto, el presidente Obama ha contribuido personalmente a la creación de una nueva forma de guerra que no será un exclusividad estadounidense durante mucho tiempo. Esta novedad implica la utilización de drones equipados con misiles, un arma de tecnología punta que promete un mundo de conflictos sin bajas (para las fuerzas armadas de EEUU y la CIA), y que resultará en una maquinaria de asesinato global permanente para deshacerse de todo jefe terrorista, “teniente” o “militante”. Muy lejos de las zonas oficiales de guerra de Estados Unidos, los drones estadounidenses cruzan diariamente distintas fronteras, sin respeto alguno por la soberanía en todo el Gran Oriente Medio y partes de África, para asesinar a cualquiera que por decisión del presidente y sus colegas deba morir, sea ciudadano estadounidense o no (además, por supuesto, de quienes tengan la mala suerte de andar por ahí). Con sus “listas de asesinatos” elaboradas en la Casa Blanca y sus encuentros del “martes del terror”, el programa de drones –que promete operaciones “quirúrgicas” de caza y muerte– ha borrado la línea que separaba la guerra de la paz, según se iba normalizando en estos años. El presidente ya no solo es el comandante en jefe sino el asesino en jefe, un papel que es muy improbable que rechace ningún futuro presidente. El asesinato, obviamente una acción fuera de la ley, se ha convertido en el centro y el alma del estilo de vida en Washington y una forma de guerra que solo servirá para ampliar aún más la inseguridad mundial.
¡Deben estar tomándonos el pelo!
La muy aceitada maquinaria de la guerra privatizada
Ya que hablamos de ellos, tal como informó el New York Times el 5 de septiembre, el programa de drones de Estados Unidos tiene un problema: la falta de pilotos-operadores. En estos años, el programa se ha desarrollado tan rápidamente que la presión vivida por los pilotos y el resto del personal no ha hecho más que crecer. Entre las consecuencias está el estrés postraumático ocasionado por el hecho de matar a civiles que están a miles de kilómetros desde la pantalla de un ordenador. Como resultado de ello, la fuerza aérea ha estado perdiendo pilotos velozmente. Afortunadamente, ha aparecido una solución en el horizonte. Este servicio ha comenzado a solucionar su falta de pilotos según lo marcado por el resto de las fuerzas armadas en los últimos años: el recurso a los contratistas privados. Sin embargo, a estos pilotos y demás personas, las empresas contratistas del pagan mejores salarios, es decir, resultan más caros. A su vez, los contratistas han estado dando empleo al único personal disponible, aquellos que han sido adiestrados por... sí, el lector ha adivinado, por la fuerza aérea. Esto puede resultar en una escasez todavía mayor de pilotos-operadores de drones de la fuerza aérea deseosos de cobrar más por un trabajo deprimente y... bueno, es fácil darse cuenta de cómo funciona la muy aceitada maquinaria de la guerra privatizada y de quién acabará pagando el sobreprecio.
¡Deben estar tomándonos el pelo!

Fragmento de una extensa nota que se puede leer entera en: http://rebelion.org/noticia.php?id=217282 - 
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García - Imagenes: ‪mundo.sputniknews.com‬ - ‪www.avizora.com‬ -‪actualidad.rt.com‬

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