Promesas falsas

George Monbiot

Da la impresión de que la creencia de que el crecimiento económico se puede desligar de la destrucción (planetaria) se basa en un simple error contable.

Podemos tenerlo todo; esta es la promesa de nuestro tiempo. Podemos poseer cualquier cacharro que podamos imaginar y unos cuantos que ni siquiera hemos imaginado. Podemos vivir como reyes sin poner en peligro la capacidad de la Tierra para mantenernos. La promesa que hace esto posible es que a medida que las economías se desarrollan, se hacen más eficientes en el uso de los recursos. En otras palabras, que estas economías se desacoplan (de la naturaleza).
 

Hay dos formas para desacoplarse, la relativa y la absoluta. El desacoplo relativo es aquél que dice utilizar cada vez menos con cada unidad de crecimiento económico. El desacoplo absoluto implica una reducción total del uso de recursos, incluso aunque las economías sigan creciendo. Casi todos los economistas creen que el desacoplo, sea relativo o absoluto, es un aspecto incuestionable del crecimiento económico.

El concepto de desarrollo sostenible reside precisamente sobre esta idea. Se sienta en el corazón de las conversaciones sobre el clima y de cada una de las cumbres sobre aspectos medioambientales. Pero es una idea sin fundamento.

Un documento publicado a principios de año en los Proceedings of the National Academy of Sciences,1 propone o sugiere que incluso el desacoplo relativo que decimos hemos alcanzado, es consecuencia de una falsa contabilidad. Muestra que tanto gobiernos como economistas han medido nuestros impactos (sobre la naturaleza) de una manera irracional.
Veamos cómo opera la falsa contabilidad: Toma las materias primas que extraemos en nuestros propios países, las añade a las importaciones de bienes de otros países, después resta las exportaciones y acaba con algo que denomina “consumo material doméstico o nacional”. 
Pero medir sólo los productos que se intercambian entre nacionales, en vez de las materias primas que se necesita utilizar para crear estos productos, subestima en gran medida el uso total de recursos de las naciones ricas.

Por ejemplo, si los minerales se extraen en minas y se procesan en el país, esas materias primas, así como la maquinaria y la infraestructura se incluyen en la contabilidad del “consumo material nacional”. Pero si se adquiere un producto acabado en el extranjero, sólo se considera el peso del metal. Por tanto, como la minería y la fabricación se desplazan desde países como el Reino Unido y EE. UU. A países como China o India, las naciones ricas aparecen como que utilizan menos recursos. 
Existe una medida más racional, llamada la huella ecológica, que incluye todas las materias primas que se utilizan en la economía, independientemente de dónde se extraigan. Cuando se toman en consideración estos criterios, desaparecen las supuestas mejoras de eficiencia.

En el Reino Unido, por ejemplo, el desacoplo absoluto que la contabilidad del consumo material nacional parece ofrecer, queda reemplazado por un gráfico totalmente diferente. No solo es que no haya un desacople absoluto; es que tampoco hay desacoplo replativo. De hecho hasta la crisis financiera de 2007, el gráfico avanzaba en la dirección opuesta: incluso en relación con el aumento del PIB de nuestro país, nuestra economía se iba haciendo menos eficiente en el uso de materiales. 
Contra todas las predicciones, lo que estaba teniendo lugar era un acoplamiento en toda regla.
Mientras la OCDE proclama que los países ricos hemos reducido a la mitad la intensidad del uso de los recursos, el nuevo análisis sugiere que en la Unión Europea, los EE. UU., Japón y otras naciones ricas, no ha habido en absoluto mejoras en la productividad a la hora de utilizar los recursos. 
Estas noticias son sorprendentes y dejan sin sentido todo lo que nos habían contado sobre la trayectoria de nuestros impactos sobre el medio ambiente.

Envié este documento a uno de los principales pensadores británicos sobre este tema, Chris Goodall, quien había declarado que el Reino Unido parecía haber llegado al “pico del uso de bienes”, es decir, que había habido una reducción total en el uso de los recursos, lo que se conoce como desacoplo absoluto. ¿Qué pensaba él?

Cabe decir, en su honor, que su respuesta fue que “en términos generales, tienen razón, desde luego”, incluso aunque este nuevo análisis parece que socava el planteamiento que él había hecho. Mostró algunas reservas, sin embargo, en particular sobre la forma en que se habían calculado los impactos de la construcción. 
Consulté también al profesor John Barrett un prominente académico nacional especialista en este asunto. Me dijo que él y sus colegas habían llevado a cabo análisis similares, en el caso del uso de energía en el Reino Unido y las emisiones de gases de efecto invernadero y que “encontraron un patrón similar”. Uno de sus documentos revela que aunque las emisiones de CO2 del Reino Unido cayeron oficialmente en 194 millones de toneladas entre 1990 y 2012, esta aparente reducción quedaba más que neutralizada por el CO2 que generamos comprando bienes en el exterior, que aumentaron en 280 millones de toneladas en el mismo periodo.
Hay decenas de documentos que llegan a conclusiones similares. 
Por ejemplo, un informe publicado en la revista Global Environmental Change, descubrió que cada vez que se duplican los ingresos, un país necesita un tercio más de tierra y océanos para mantener su economía, por el aumento en el consumo de productos animales. 
Un documento reciente en la revista Resources,2 descubrió que el consumo global de materiales ha crecido en un 94% en 30 años y se ha acelerado desde el año 2000. “En los últimos 10 años, no se ha conseguido siquiera un desacoplo relativo a nivel global”.
Podemos seguir engañándonos con que podemos vivir del aire, flotando en medio de una economía ingrávida, como los futurólogos crédulos predijeron en los años 90. Pero es una ilusión, creada por una contabilidad irracional de nuestros impactos ambientales. 
Esta ilusión permite una reconciliación aparente de nuestras políticas incompatibles.
Los gobiernos nos instan a consumir más y a conservar mejor. Tenemos que extraer más combustibles fósiles del subsuelo, pero quemar menos. Deberíamos reducir, reutilizar y reciclar los bienes que entran en nuestros hogares y al mismo tiempo, desecharlos y reemplazarlos. 
¿Cómo puede crecer así la economía de los consumidores? Deberíamos comer menos carne, para proteger el planeta y comer más carne para fomentar la industria cárnica. Este tipo de políticas son irreconciliables. 
Los nuevos análisis sugieren que el crecimiento económico es un problema, independientemente de que se le cuelgue la palabra sostenible delante.
No se trata solamente de que no nos hagamos cargo de esta contradicción. Es que apenas nadie se atreve a mencionarlo. El asunto es tan grave, que resulta estremecedor contemplarlo. 
Parecemos incapaces de enfrentarnos al hecho de que nuestra utopía es también nuestra distopía; que la producción es parte indistinguible de la destrucción.




Notas:
1Son documentos que publica la Academia Nacional de Ciencias de los EE. UU.
2Global Patterns of Material Flows and their Socio-Economic and Environmental Implications: A MFA Study on All Countries World-Wide from 1980 to 2009 Stefan Giljum, Monika Dittrich, Mirko Lieber and Stephan Lutter. 18 March 2014

Fuente: decrecimiento.info - Imagenes: ‪www.pinterest.com‬ 

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Dejémonos de Charlas
Pedro Prieto
 

… Dejémonos de tonterías sobre desarrollos sostenibles, y abandonemos las falacias engañosas de las mejoras de la eficiencia, mientras el sistema sigue intocable. Alguien decía con mucha sensatez lo ridículo de la situación de haber llegado a pensar que podemos acabar con el calentamiento global, pero no creernos que tenemos o que podemos acabar con el capitalismo, que es la forma de sociedad especialmente destructiva y arrasadora que prevalece hoy en prácticamente todos los países del planeta.

Ya basta de echar las culpas a China o a India de su crecimiento y su creciente contaminación, mientras en Occidente seguimos adquiriendo sus productos y nos llevamos a su casa la basura productiva, dejando allí nuestra huella, sin contabilizarla.
Ya está bien. Contaminar menos es cerrar gasolineras, cerrar aeropuertos, construir menos aviones, barcos, camiones, carreteras y autovías, menos oleoductos, menos gasoductos, menos ejércitos intensivos en consumo de energía fósil, fundamentalmente derivados del petróleo.
Es decir a Cocacola que ya está bien de producir miles de millones de botellas de plástico no retornable, aunque cierren las factorías.
Decir a los fabricantes de automóviles que el problema no es la contaminación de los diesel de Volkswagen; no nos engañemos; es la producción creciente de cerca de cien millones de vehículos por año y la circulación de mil millones por las carreteras del mundo.
Que la enfermedad más grave a erradicar es la que tienen los ministro de economía del mundo (y la inmensa mayor parte de los economistas que les asesoran y para ser honestos en una inmensa mayor parte de nosotros mismos, como ciudadanos) en sus cabezas, insistiendo en seguir creciendo en todo: en turismo, en movilidad, en producción de todo tipo de bienes, en minería, en metalurgia, en todo, en absolutamente todo. De dejar de señalar con el dedo al de enfrente para decir que su actividad sobra, pero guardarnos muy mucho de decir que quizá la nuestra también.
Contaminar menos es dejar a muchos millones, cientos de millones sin los empleos que hoy tienen, si. Eso hay que decirlo. Hay que salirse de la rueda de Hamster en la que nos ha metido esta economía de crecimiento sin fin y hay que entender que será doloroso para muchos. Si hubiese que llevar un eslogan, propondría:“Dejemos de crecer de una jodída vez”…
Esto es, ya estamos en estado de emergencia. TODOS.



Imagen: ‪renmingtang.handshakeweb.com

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