El capitalismo zombi y sus mutaciones

Vivimos en un tiempo en el que los zombis están por todas partes. En el cine y en el mundo de las series es omnipresente. Pero el zombi no parece quedarse ahí. Política, economía, literatura… Todo está infectado por el virus Z. Incluso ha dado el salto al ensayo. Conversamos aquí con Julio Díaz y Carolina Meloni, ambos profesores de filosofía, sobre su libro Abecedario zombi. La noche del capitalismo viviente, recientemente publicado por El salmón contracorriente.

Mariola Olcina Alvarado

Además de cine zombi, ¿de qué trata vuestro libro?
De miseria, hambre y expoliación, fundamentalmente. Parafraseando a Nietzsche, ya hemos dicho varias veces que este Abecedario no es un libro sino un cementerio. La putrefacción cadavérica reina por doquier. En las urbes, en el campo y hasta en los océanos se impone la degradación… Ya hacía tiempo que se venía hablando de la muerte de muchas de las instituciones o ideas que servían para vertebrar nuestras vidas, como la del Estado o la del derecho, pero a día de hoy el hedor es aún más grande de lo sospechado hace una década. El panorama es desolador. Cada vez más parcelas de lo real devienen zombi. Y no es una metáfora. Cuando comenzamos a escribir este Abecedario éramos filósofos que robaban conceptos sociológicos o antropológicos para analizar esta realidad moribunda, pero lo hemos concluido como forenses que la diseccionan en busca de indicios y pruebas. Y no ha muerto de forma natural. Hay un claro asesino y se llama capitalismo.
A algunos esto les parecerá muy evidente. No les vamos a sorprender demasiado con el dictamen, pero quizás sí con los modos de ocultación del crimen. Y es que la ficción zombi es uno de los principales encubridores del delito. Es curioso que, en estas películas o series, la causa del apocalipsis siempre queda parcialmente obscura: un virus, posibles radiaciones extraterrestres, monos violentos que, como en la película 28 días, transmiten el mal... En otras producciones, como en The walking dead, ni siquiera se habla de ello. Bastante tienen con sobrevivir. Este vacío explicativo no es casual ni inocente, pues pensamos que tiene una clara función dentro del sistema económico y de poder en el que malvivimos: la de suprimir determinadas preguntas. Y es que en nuestra “realidad” ocurre lo mismo que en las pelis de zombis: desde determinados sectores se impone un velo de silencio, incluso una especie de docta ignorancia sobre la causa de nuestro peculiar apocalipsis. El paralelismo es tan aterrador como una horda de zombis persiguiéndote en la niebla. Las pelis de caminantes no solo sirven en el actual sistema para suprimir cualquier rastro de empatía hacia todas esas personas con “rasgos” zombis (enfermos, desahuciados, yonquis, refugiados, pobres…), es decir, para deshumanizarlos, sino también para impedir cualquier etiología de su mal. ¡No hay otro culpable de tu propio desahucio que tú mismo! ¡Sobrevive si puedes! Así reza el sistema.
La ficción zombi es uno de los principales encubridores del delito
¿No es todo esto un poco conspi-paranoico? ¿Se puede establecer una relación tan estricta de causalidad entre estos fenómenos?
¡Pero si tenemos hasta pruebas! Pocos días después de publicar el Abecedario hemos sabido que Jare Kushner, yerno y miembro del equipo de campaña de Donald Trump, colocó su propaganda política en los horarios de emisión de The Walking Dead. Mediante el uso de una plataforma de gestión de datos publicitarios, Kushner había descubierto que el público afín a esta serie estaba preocupado por la inmigración, en otras palabras, que eran bastante fachas en potencia. Así, la aclamada serie de zombis le servía en bandeja los votantes a Trump, que simplemente tenía que echar las redes en el caladero adecuado. En el Abecedario zombi no nos hemos quedado en una lectura del tipo: la realidad actual en la que vivimos se parece cada vez más a las producciones mediáticas de zombis, o el zombi es una metáfora de lo real, etc… Hemos tratado también de analizar la presuposición recíproca que se da entre ficción Z y realidad, entre cine y política, lo que se denomina retroalimentación ideológica.
El mal que sufrimos no es nuevo, pues tiene ya unos cuantos siglos. A un planeta ya devastado por la miopía ecológica de las primeras revoluciones industriales, se le añade ahora la rapiña de las corporaciones blindadas por una política postmafiosa. El diabólico engranaje de estas dos fuerzas expulsa de sus hogares a millones de personas, que cual muertos en vida vagan huyendo hacia la nada más atroz. Y nuestras ficciones de salón, esas que parecen ser neutrales y divertidas, sirven, tal y como malévolamente se ha percatado Jared Kushner, para retenerlas en ese limbo alegal de desolación y muerte. Las entradas de este Abecedario hablan de política y de cine, sí: de toda esta demolición descontrolada de nuestra forma de vida y de una de tantas formas de ocultarla.
Pero, ¿existe algún tipo de producción zombi que se salga de esta confabulación entre capitalismo y cine?
Tradicionalmente, el zombi ha suscitado el terror más absoluto o una radical e irrisoria indiferencia. La mayoría de las producciones abundan en el tópico de lo horrible, inquietante y peligroso. Forman parte de esa maquinaria simbólica del Capital de la que hablamos. Pero, subterráneamente in crescendo, ya incluso desde los años 30, se ha sugerido a veces cierta aceptación de la víctima, otra lectura distinta del zombi. De figurar el mal radical, los zombis han pasado también a despertar también la empatía por la maldad sufrida. En los últimos años, series como la inglesa In the flesh o la francesa Les revenants han tratado de regenerar la dislocada conciencia del zombi. Las guerras reales solo se pueden ganar completamente cuando se domina el plano simbólico, y estas otras producciones luchan claramente contra esa maquinaria infernal de la que estamos hablando. Con el tiempo, los cuerpos hirientes de Romero se han transformado también en cuerpos dolientes heridos y hasta zaheridos. El zombi es el nuevo Cristo sufriente que clama por ser rehumanizado y escuchado. 
En parte también nos vemos como aprendices del doctor Frankenstein. No solo inventariamos cadáveres, por mero prurito intelectual, sino que intentamos producir uno “exquisito”, remendando los jirones y trozos de carne que vamos recogiendo a nuestro paso. La pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿puede el zombi tener algún tipo de potencia política? Nos han convertido en zombis asquerosos, sí, pero quizás podamos arrojarles toda nuestra rabia intestinal a la cara. No saben todavía de lo que es capaz un cuerpo zombi.
Filosofía zombi
El universo zombi es cada vez más omnicomprensivo. De cine B saltó a la gran pantalla, incluso con Brad Pitt, y después al mundo serie actual. ¿Qué pasa con los zombis que hasta el mundo teórico se ocupa de ellos? ¿Cómo se llega desde la filosofía al zombi?
Bueno, podríamos ponernos graves y decir que la filosofía y el zombi siempre fueron de la mano; continuaríamos diciendo que desde el cuidado de la muerte platónico hasta el ser para la muerte de Heidegger el zombi siempre fue una de las grandes preocupaciones del filósofo. Algo así como el no-dicho zombi... En el fondo, añadiríamos, la filosofía siempre fue eso que ahora se denomina zombie studies. Y quizás no nos faltaría razón. Pero la pregunta que nos solemos hacer es más bien al revés: ¿cómo es que hemos llegado nosotros desde el cine zombi hasta la filosofía? Siempre nos dieron mucha envidia esas personas cuyo primer recuerdo fílmico de infancia es algo de Godard o de Lubitsch. Hablan de esas experiencias y de cómo les marcó para siempre… Nuestra memoria está hecha de otros materiales distintos, mucho más prosaicos: mazingers zetas, noches de los muertos vivientes, alguna peli infame de zombis que Chicho echó en “Mis terrores favoritos” o el Thriller de Michel Jackson.
Después vino la filosofía, la dura artesanía del pensamiento, y quizás durante años todo ese pasado sangriento y divertido fue olvidado y reprimido en pos de cierta impostura intelectual del cuidado y preparación para la muerte. Pero llegó un momento en el que imperceptiblemente el virus Z volvía a estar en el aire. Y nos pilló con un utillaje conceptual nada despreciable para analizarlo. Fue precisamente al comienzo de la crisis cuando uno de nosotros sintió la necesidad de escribir filosóficamente sobre los zombis. “Planet terror: esbozos para una tanatopolítica”. Así se llamaba el artículo que apareció en Arbor en 2010, mismo año de la primera emisión de The walking dead en Estados Unidos. Fue nada más escribir ese artículo cuando caímos en la cuenta de que los zombis siempre habían aparecido a la par que las grandes crisis económicas: la del 29, la de los 70 y la actual, llamada por Verdú, en esas mismas fechas, Capitalismo funeral. Y mientras escribimos estas líneas, ahora, nos percatamos de que nosotros mismos somos hijos de la década de los años setenta, de esa crisis. Demasiadas casualidades…
No fue casual que el primer término que intentáramos definir al principio fuera el de “Crisis”
Desde que descubrimos el binomio crisis-zombi siempre tuvimos en mente escribir un libro sobre el tema Z. Hacer una especie de zombisofía. Y, como siempre pasa en estos casos, se nos adelantaron. Como hemos dicho, ya estaba el asunto en el aire… Y en 2011 salió el libro de Jorge Fernández, Filosofía zombi, que incluso quedó finalista del premio Anagrama. Pero no era nuestro libro… Más volcado a la literatura, Fernández desatendía los aspectos políticos que más nos importaban del muerto viviente. Nuestra voluntad zombi todavía era inasequible al desaliento. Y apareció entonces la Petite philosophie du zombie, de Maxime Coulombe. ¿Es que a todos se nos ocurría hablar de zombis? ¡Vale! ¡Bien!, perdíamos originalidad pero ganábamos mucha más fuerza. Y tampoco era nuestro libro. Bueno, al menos ya podíamos citar bibliografía específica.
La confabulación zombi ya era universal en 2013: se estrenaba Guerra Mundial Z, con Brad Pitt como matarife de zombis. ¡Hollywood rendido a los muertos vivientes! Lo curioso es que cuánto más nivel y dinero tenía la filmografía Z más sórdida y empobrecida estaba nuestra realidad. A partir de ese momento, el zombi fue omnipresente: banca zombi, droga zombi, políticos zombis, Estados zombis, universidad zombi. La realidad se había zombificado por completo. Los muertos vivientes habían saltado desde la pantalla a lo real, y no solo simbólicamente. Todo, absolutamente todo, admitía la calificación del “caminante hediondo”.
No fue casual que el primer término que intentáramos definir al principio fuera el de “Crisis”. El resurgimiento del zombi en el imaginario sociocultural contemporáneo ha corrido paralelo a la crisis económico-financiera que, desde hace ya unos años, asola medio mundo. Tras el vendaval sufrido, somos testigos de políticas y prácticas de pauperización de la vida vulnerable cada vez más extremas y despiadadas. Lo que queremos decir con nuestro Abecedario Zombi es lo siguiente: todas estas prácticas de aniquilación y expropiación que se han llevado a cabo durante la crisis no podrían haberse llevado a cabo sin la maquinaria simbólica del cine Z. Existen también otras estrategias, alejadas en principio del mundo zombi, que confluyen o que trabajan al unísono con el capitalismo-cine Z. Algunas, como la “Inteligencia emocional”, que sirven para domesticar la indignación que producen esas políticas, las hemos analizado en el libro.

¿Por qué elegisteis el formato abecedario para vuestro libro? ¿Es necesario comenzar desde la A o podemos morderlo por cualquier parte?
Fue nuestro colega Jorge Jiménez, autor de El hacker contra la universidad zombi (2012) quien nos sugirió que el zombi, como objeto teórico, no es abordable, al menos con total acierto, desde el formato tradicional de ensayo, con sus epígrafes, capítulos y resúmenes. Y comenzamos a escribir juntos un blog con entradas dispersas que tiempo después se convertiría en el Abecedario zombi. El zombi es el cuerpo desarticulado, sin órganos, y como tal ha de intentarse comprender. Por eso, desde que comenzamos con este proyecto Z, nos percatamos enseguida de la afinidad existente entre el formato “glosario” utilizado y las múltiples, contradictorias y descoordinadas manifestaciones de este paradójico ser. El zombi es un ser rapsódico, y así ha de analizarse y leerse, descuartizado, sin afán integrador. Una pierna, después un hígado, luego un trozo de mejilla, una mano. En algún momento estuvimos tentados de llamarlo diccionario zombi, y como tal ha de leerse. Por donde se quiera o se necesite. Es un libro muy rizomático con múltiples conexiones no jerarquizadas. Hemos analizado entradas del tipo “Globalización”, “Empresa”, “Hambre”, “Biopolítia”, “Nación”, “Mass media”, “Turismo” o “Epidemia” en las que intentamos mostrar que el cuerpo de la realidad está moribundo y hay que salvarlo.
El zombi es el cuerpo desarticulado, sin órganos, y como tal ha de intentarse comprender
Pero esta desfigurada figura del zombi no es tan solo la deshilachada retahíla de sus apariciones. Detrás de todas sus manifestaciones se encuentra un núcleo común de desesperación que clama por ser escuchado. Los parias de la tierra se levantan recordándonos que en realidad los muertos vivientes somos nosotros, los mismos que aceptamos el statu quo del orden impuesto, mirando siempre hacia otro lado. El zombi es un fantasma encarnado que ante la ceguera de los vivos ha vuelto con su cuerpo lacerado para hacerse notar. Los muertos vivientes simbolizan la expoliación económica y la injusticia colonial que va cobrando cada vez más cuerpo. Paradójicamente, el descerebrado zombi es el único que posee memoria, aunque hayan intentado borrar su historia. El zombi es la promesa de justicia.
En la portada de vuestro libro aparece un Marx zombi, muerto pero a la vez impasible y desafiante. Seguramente algún marxista ortodoxo se habrá sentido molesto por la irreverencia ¿Qué tipo de relación tiene el Abecedario con el marxismo?
Bueno, a estas alturas, los marxistas ortodoxos deben tener ya el mismo aspecto que el Marx de la portada de nuestro libro, si es que queda alguno. Está claro que nadie podrá confundirnos con marxistas de catecismo, pues nuestras herencias son variopintas y hasta contradictorias, pero es innegable que Marx palpita en la mayoría de las entradas de nuestro Abecedario zombi. A veces hemos sido algo irreverentes. Los ilustradores, Jaime y Javier Infante han sabido plasmar muy acertadamente ese tono que a veces tiene nuestro libro. Concretamente, en “Lumpen”, hacemos de ventrílocuos de un Marx mohoso y putrefacto, quejándose en su tumba ante la ortodoxia que en vida mantuvo frente a Paul Lafarge. Qué error el de Marx… Despreciar así el panfleto de la pereza de su yerno. No supo verlo el pobre Marx, embutido como estaba en una ética calvinista. Por el contrario, en otras entradas, como en “Haití” o en “Colonialismo”, lo seguimos a pies juntillas. Muchos de los análisis que hiciera para su momento sirven para el nuestro, y sin tener que tunearlo demasiado…
Uno de los aspectos del zombi concuerda con la manida alienación
En el pasado más reciente, se habló mucho de los espectros de Marx. La idea de Derrida era muy potente al respecto: a Marx nunca se le podrán ontologizar los restos, es decir, dar por muerto. ¡Ya quisieran! Marx (en plural) siempre nos asediará. La cuestión fantasmática y fantasmagórica de Marx es innegable y productiva, pero quizás la materialidad del zombi sea más acertada para el marxismo de nuestro tiempo que la de los espíritus. Lo que quizás hoy día asedia Europa y gran parte del globo no sería tanto el espectro sino el zombi del comunismo o, mejor aún, un comunismo zombi por venir. Dicho así suena un poco a mofa pero en el libro tratamos de explicarlo…
Es cierto que uno de los aspectos del zombi concuerda con la manida alienación. La working class se parece cada vez más a una walking class. Es innegable. Así lo tratamos en la entrada “Centro comercial”, pero el zombi es mucho más que eso, más poliédrico. Si nos hubiéramos quedado en ese tipo de lectura no habríamos pasado de ser alumnos aventajados de un Lipovetsky. La carga polisémica que arrastra nuestro muerto viviente resume todas las contradicciones, miserias y esperanzas de nuestro tiempo: la alienación, pero también la vida quebrada, expoliada, mutilada y excluida, la crisis permanente, los refugiados, el hambre alimenticia, de derechos y de justicia y, sobre todo, la indignación rabiosa ante todo eso constituyen los temas vehiculados por ese no-ser que constantemente vuelve de la muerte.
El universo zombi: ¿un mundo sin esperanza?
Alguna de las entradas del Abecedario tiene cierto tono apocalíptico ¿Queda algún lugar para la esperanza?
No es una cuestión simple la de la esperanza. A veces, es un reservorio del miedo que impide la acción. Otras, es muy necesaria. En un capítulo de Fear the Walking dead, una de las protagonistas, al hablar de su padre, dice que nunca se permitió a sí mismo tener el mínimo rastro de esperanza. Es una serie muy mala comparada con su hermana mayor, pero en ocasiones como ésta resume a la perfección el saber zombi. El peso simbólico y semántico del término esperanza está muy cargado en nuestra cultura. Y está además relacionada con el mundo de los monstruos. Ya sabes, toda esa historia de la tinaja de Pandora. Todos los males que salen de la caja… La esperanza que permanece dentro; lo último que nos queda… Es ya un tópico muy gastado del que nos podemos librar.
Hay que luchar contra esa resignación desesperanzada impuesta por el imaginario zombi
El universo zombi es un mundo sin esperanza. Y el nuestro, que cada vez cuadra más sus aristas con aquél, también. Parece como si la maquinaria a la que nos hemos referido antes prohibiera la esperanza también de la misma forma que impide las preguntas sobre la causa del mal actual. En las pelis Z no hay rastro de esperanza en un mundo mejor. Solo supervivencia darwiniana. Y cuando la hay, es una trampa en la que los humanos acaban devorándote, como en el Terminus de The walking dead. En el nuestro también se castra cualquier atisbo de lo que los griegos llamaban Elpis.
Visto así, vivimos peor que hace más de tres mil años, Al menos ellos, los antiguos, aún la poseían. Nuestra caja está abierta de par en par. Salieron los monstruos pero también Elpis. Vivimos en un mundo en el que se acepta lo que hay con total resignación. Pero por otro lado, ese mismo sistema te hace creer que vives en el mejor de los mundos posibles, lleno de ángeles y no zombis, como escribe Pinker y sus secuaces. El mundo progresa adecuadamente, dicen. Sin embargo, como Hamlet, nosotros lo vemos cada vez más out of joint. Es cierto que a veces el Abecedario zombi es algo desalentador y sombrío, no podía ser de otra forma, pues tratamos de luchar contra ese tipo de visión neoliberal angelical. Pero la música de fondo es esperanzadora. Y así han sabido escucharla en El Salmón Contracorriente. Contar además con la experiencia editorial de Gala Arias y Victor Sanz nos ha insuflado mucha vida.
Hay que luchar contra esa resignación desesperanzada impuesta por el imaginario zombi pero también contra esa falsa esperanza que tiñe un mundo hediondo de color pastel.

   El Salmón Contracorriente - Ilustración de Jaime y Javier Infante Ramírez


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