Los pobres en la ciudad

En el siglo XVIII el pobre funcionaba en el interior de la ciudad como una condición de la existencia urbana, el hacinamiento no era todavía tan grande como para que la pobreza significara un peligro.

Los pobres de la ciudad hacían diligencias, repartían cartas, recogían la basura, retiraban de la ciudad muebles, ropas y trapos viejos que luego redistribuían o vendían... Formaban por tanto parte de la instrumentación de la vida urbana. En esa época las casas no estaban numeradas ni había servicio postal y nadie mejor que los pobres conocían la ciudad con todos los detalles e intimidades y cumplían una serie de funciones urbanas fundamentales, como el acarreo de agua o la eliminación de los desechos.
En la medida en que estaban integrados en el contexto urbano, como las cloacas o la canalización, los pobres desempeñaban una función indiscutible y no podían ser considerados como un peligro. A su manera y en la posición en que se situaban los pobres eran bastante útiles.
En el siglo XIX, la población necesitada se convierte en una fuerza política capaz de rebelarse o por lo menos de participar en las revueltas; el establecimiento de un sistema postal y un sistema de cargadores provocó una serie de disturbios populares en protesta por esos sistemas. Con la epidemia de cólera de 1832, que comenzó en París y se propagó a toda Europa, cristalizaron una serie de temores políticos y sanitarios con respecto a la población proletaria o plebeya.
A partir de esa época, se decidió dividir el recinto urbano en sectores pobres y ricos. Se consideró que la convivencia de pobres y ricos en un medio urbano entrelazado constituía un peligro sanitario y político para la ciudad y ello originó el establecimiento de barrios pobres y ricos, con viviendas de pobres y de ricos. El poder político comenzó entonces a intervenir en el derecho de la propiedad y de la vivienda privada.
Con la "Ley de pobres" de 1834 surge, de manera ambigua, un importante factor en la historia de la medicina social: la idea de una asistencia fiscalizada, de una intervención médica que constituya un medio de ayudar a los más pobres a satisfacer unas necesidades de salud que por su pobreza no podrían atender y que al mismo tiempo permitiría mantener un control por el cual las clases adineradas, o sus representantes en el gobierno, garantizaban la salud de las clases necesitadas y, por consiguiente, la protección de la población más privilegiada. Así se establece un cordón sanitario autoritario en el interior de las ciudades entre los ricos y los pobres: a estos últimos se les ofrece la posibilidad de recibir tratamiento gratuito o sin mayores gastos y los ricos se libran de ser víctimas de fenómenos epidémicos originarios de la clase pobre.

Para saber más: La vida de los hombres infames. Michel Foucault
Imagenes: ‪Izquierda Diario‬ - ‪Framepool Footage‬ - ‪El País‬

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