Aquacalyse Now - El fin de los peces




Nuestros océanos han sido víctimas de un gigantesco esquema de Ponzi tramado por las pesquerías del mundo con la crueldad de Bernie Madoff.  A principios de la década de los 50, con las pesquerías cada vez más industrializadas (sistemas de refrigeración abordo, localizadores acústicos y más tarde GPS), los stocks de bacalao, merluza, platija, lenguado y fletán en el hemisferio norte fueron mermando. Una vez estas especies desaparecieron, las flotas se trasladaron al sur, a las costas de países en vías de desarrollo y finalmente a orillas de la Antártida en busca de peces de hielo y rockcods, y más recientemente, del diminuto krill.
A medida que la abundancia en las aguas costeras disminuía, las pesquerías se adentraron hacia aguas más profundas y más tarde, con la desaparición de los peces más grandes, los barcos comenzaron a capturar aquellos peces que nunca antes habían sido considerados adecuados para el consumo humano. A muchos se les puso otro nombre: El sospechoso sebastes se convirtió en el delicioso orange roughy, mientras que la inquietante merluza negra de la Patagonia pasó a convertirse en la saludable lubina chilena. Otros, como el sencillo hoki, se troceaban tanto que podían pasar desapercibidos como palitos de pescado y filetes en los restaurantes de comida rápida y naves de alimento congelado.
El esquema fue llevado a cabo nada menos que por una industria pesquera, es decir, una alianza corporativa formada por flotas pesqueras, grupos de presión, representantes parlamentarios y economistas de las pesquerías. Ocultos tras la romántica imagen del pescador independiente, aseguraron la influencia política y los subsidios del gobierno en sobrados excesos. En Japón por ejemplo, los enormes conglomerados como Taiyo o el más conocido Mitsubishi presionan a sus amigos en la Agencia de Pesquerías Japonesa y al Ministro de Asuntos Extranjeros para que los ayuden a obtener acceso a los últimos stocks de atún en aguas de los países del sur del Pacífico. A principios de la década de los 80, Estados Unidos, tradicionalmente no dedicado a la pesca, empezó a subvencionar fuertemente a su flota, creando su propia industria pesquera,  dominada por cadenas de venta al por menor y grandes procesadores. Actualmente, los gobiernos proporcionan unos 30 billones al año en concepto de subsidios, aproximadamente un tercio del valor de la captura total, permitiendo que las pesquerías prosigan, incluso después de haber sobreexplotado su base de recurso. En consecuencia, existen entre dos o cuatro veces más barcos de los que la captura anual requiere, aún así, siguen llegando fondos para 'construir capacidad'.
No obstante, la giga prácticamente ha llegado a su fin. En 1950, la recién constituida FAO de Naciones Unidas estimó que estábamos capturando aproximadamente unos 20 millones de toneladas métricas de pescado (bacalao, caballa, atún, etc.) e invertebrados (langosta, calamar, almejas, etc.) en todo el mundo. Esa captura alcanzó su punto álgido a finales de la década de 1980 con 90 millones de toneladas al año. Desde entonces el número de capturas ha ido en descenso. Al igual que una operación del infame Madoff requiere de una afluencia constante de nuevas inversiones para generar ganancias a los inversores, la industria pesquera mundial ha requerido de una afluencia constante de nuevos stocks para seguir con su operación. En lugar de limitar sus capturas de manera que los peces puedan reproducirse y preservar su población, la industria simplemente ha pescado hasta agotar el stock y luego ha penetrado en aguas nuevas o más profundas para la captura de peces más pequeños y extraños. Y al igual que el esquema de Ponzi se colapsará una vez el fondo común de inversionistas potenciales se haya agotado, también lo hará entonces la industria de la pesca a medida que los océanos se agoten de vida.
Por desgracia, no sólo es el futuro de la industria pesquera el que está en juego, también lo está la continuada salud del mayor ecosistema del mundo. Si bien la crisis climática reúne habitualmente la atención en primera plana, la gente, incluso aquellos que profesan gran conciencia medioambiental, siguen comiendo pescado como si hacerlo fuera una práctica sostenible. Sin embargo, comer un rollito de sushi en un restaurante no debería considerarse ecológicamente mejor que conducir un hummer o arponear a un manatí. Durante los últimos 50 años, hemos mermado las poblaciones de grandes especies comerciales como el atún rojo, el bacalao y otros peces populares en más de un sorprendente 90 por ciento. Un estudio publicado por la prestigiosa revista Science pronostica que todos los stocks de especies comerciales se habrán colapsado en 2048, esto es, estarán generando un 10 por ciento o menos en relación a sus capturas máximas. Sea o no cierta esa fecha, una cosa está clara: los peces se encuentran en una terrible situación y si ellos lo están, lo estamos nosotros.
El alcance del esquema de Ponzi de las pesquerías consiguió eludir a los científicos del gobierno durante muchos años. Durante tiempo los científicos estudiaron la salud de las poblaciones de peces sin embargo enfocaron su estudio únicamente en las especies de sus aguas nacionales. Y aquellos en un país que estudiaban una especie en particular sólo se comunicaban con aquellos que estudiaban la misma especie en el suyo, lo que hizo que no se percataran de un importante patrón en base a las capturas que las pesquerías reportaban: sucesivamente las especies populares eran reemplazadas las unas a las otras y  cuando una especie desaparecía, la atención científica cambiaba a la nueva especie reemplazada. En cualquier momento dado, los científicos podrían haber reconocido que una mitad o dos tercios de las pesquerías estaban siendo sobrepescadas sin embargo, cuando el stock de una especie en particular se agotaba, simplemente se eliminaba del denominador de la fracción. Por ejemplo, cuando el esturión del Río Hudson desapareció de las aguas de Nueva York debido a su sobrepesca, no se tuvo en cuenta como stock sobrepescado, simplemente se convirtió en una anécdota más en el registro histórico. Los puntos de partida seguían desplazándose, permitiéndonos seguir dañando alegremente los ecosistemas marinos.
No fue hasta la década de los 90 que una serie de informes científicos demostraron que necesitábamos estudiar y mitigar las mermas de las poblaciones de peces a nivel mundial. Demostraron que el fenómeno de la desaparición de las grandes especies y su reemplazo por especies más pequeñas, previamente observado a nivel local, estaba ocurriendo también en todo el mundo. Fue una conclusión parecida a entender que la fusión económica no era debido al fracaso de un único banco, sino al fracaso de todo el sistema bancario.
La noticia de que los peces están en peligro en todo el mundo ha sido rebatida de muchas maneras, quizás más notablemente por los biólogos de pesquerías, quienes han cuestionado los hechos, el tono e incluso la integridad de aquellos que hacen tales alegaciones. Los biólogos de pesquerías son distintos de los ecologistas marinos como yo. Los ecologistas marinos están preocupados principalmente por las amenazas a la diversidad de los ecosistemas que estudian y por tanto, trabajan en concierto con ONG medioambientales y están financiados por fundaciones filantrópicas. Por el contrario, los biólogos de pesquerías como el Servicio Nacional de Pesca Marina en el Departamento de Comercio, trabajan para agencias gubernamentales o como consultores para la industria pesquera y su objetivo principal es proteger a la pesquería y a los pescadores que contratan. Existen científicos de pesquerías quienes por ejemplo informan que el bacalao se ha recuperado o incluso ha doblado su población cuando, en realidad,  ha habido un incremento de un 1 a un 2 por ciento con respecto a su población original en la década de los 50.
Sin embargo, a pesar de sus intereses y prioridades distintas y a pesar de sus desacuerdos en el 'fin de los peces', ambos quieren ver más peces en el océano, en parte, debido a que ambos son científicos, de los que se espera coincidan cuando se enfrentan a una fuerte evidencia. Y en el caso de las pesquerías, como ocurre con el calentamiento global, la evidencia es abrumadora: los stokcs están disminuyendo en la mayoría de los mares del mundo. En última instancia, el desacuerdo importante no está en estos dos grupos de científicos, si no entre la gente, que posee los recursos del mar, y la industria pesquera, que precisa de capital fresco para su esquema Ponzi. La dificultad reside en obligar a la industria pesquera a capturar menos pescado de manera que las poblaciones pueden reconstruirse.
Es crucial que lo hagamos rápidamente porque las consecuencias de un fin de los peces son espantosas. Este fin podría parecer una mera catástrofe culinaria para algunos países de occidente, sin embargo, para 400 millones de personas en países en vías de desarrollo, particularmente en países africanos pobres y países del sudeste asiático, el pescado es una fuente importante de proteína animal. Es más, las pesquerías son una importante fuente de sustento para cientos de millones de personas. Un informe reciente del World Bank halló que el ingreso de 30 millones de pesquerías de pequeña escala en todo el mundo está disminuyendo. La disminución de captura también ha provocado un revés a una de las principales fuentes de ingresos en divisas en la cual los países pobres, desde Senegal, en África occidental, a las Islas Salomón, en el sur del Pacífico, confían para sostener sus importaciones de materias primas como el arroz.
Y por supuesto, el fin de los peces alteraría los ecosistemas marinos a un grado que actualmente tan sólo estamos empezando a apreciar. Esto es, la eliminación de los peces pequeños en el Mediterráneo para alimentar al atún rojo en jaulas está provocando que el avistamiento del delfín común en algunas zonas sea un acontecimiento cada vez más extraño, con una probable extinción local. Otros mamíferos marinos y aves marinas están igualmente afectados en varios lugares del mundo. Además, la eliminación de los máximos depredadores en el ecosistema marino provoca efectos en cascada, con el aumento en la población de medusas y otro zooplancton gelatinoso así como la erosión gradual de la cadena alimenticia de la que los peces forman parte.
El incremento de la población de medusas es también cada vez más frecuente en el noreste del Golfo de Méjico donde la escorrentía de fertilizantes procedentes del Río Mississippi estimula los florecimientos descontrolados de algas. Las algas muertas van a parar al fondo del mar que los buques de arrastre de gambas han peinado de todos los animales capaces de alimentarse de ellas, de manera que las algas se pudren provocando zonas muertas del tamaño de Massachussets. Fenómenos similares, de los que únicamente las medusas parecen disfrutar, están ocurriendo en todo el mundo, desde el Mar Báltico a la Bahía de Chesapeake y desde el Mar Negro en el sudeste de Europa, al Mar de Bohai al noroeste de China. Nuestros océanos, que nos han alimentado desde el comienzo de la especie humana, hace unos 150.000 años, se tornan contra nosotros como furiosos adversarios.
Ese testamento dinámico se hace más antagonista a medida que el cambio climático templa y acidifica los océanos. Se espera que los peces sufran fuertemente las consecuencias del calentamiento global, haciendo esencial que preservemos tan elevados como podamos el número de peces y especies, de forma que aquellos que consigan adaptarse, evolucionen y propaguen la siguiente encarnación de vida marina. De hecho, la nueva evidencia sugiere con indecisión que esa gran cantidad de biomasa formada por peces podría ayudar a atenuar la acidificación de los océanos. En otras palabras, los peces pueden ayudar a salvarnos de las peores consecuencias de nuestra propia locura, aún así, los estamos matando. Las aguas plagadas de medusas que hoy estamos viendo puede que sean la primera escena de un espectáculo de aguado horror.
Para detener este tobogán hacia la distopia marina se requiere de la intervención del gobierno. Las agencias reguladoras deben imponer cuotas a la cantidad de pescado capturado al año y la forma en que se estructuren estas cuotas es muy importante. Por ejemplo, el hecho de permitir que todas las pesquerías capturen un número total de pescado al año provoca un derroche de flotas y buques en la competición por capturar tanta cuota como sea posible antes que sus competidores lo hagan. Dicho sistema debería proteger a los peces, sin embargo, es económicamente desastroso: Por lo general, toda la cuota anual se captura en un periodo de tiempo corto, llevando a un exceso de suministro y provocando una bajada de los precios. La alternativa es limitar el número de pescadores y mantener privilegios de acceso que les permita capturar su fracción asignada del total de la cuota cuando les convenga, sin competir con otros pescadores. Estas cuotas individuales generan un menor esfuerzo de pesca y por tanto, un mayor beneficio a la pesquería.
Por desgracia, la mayoría de economistas de pesquerías, obsesionados únicamente en los beneficios a corto plazo, argumentan que para que el sistema de privilegio de acceso pueda operar debe (a) distribuirse libremente (b) retenerse para siempre y (c) ser transferible (esto es, vendible y comprable como cualquier otro bien). Llaman a esto 'derechos de pesca' o 'cuotas individuales transferibles'. Sin embargo, no existe razón por la cual un gobierno no pueda subastar cuotas con privilegios de acceso. El mejor postor aseguraría el derecho a un cierto porcentaje de la cuota, con la sociedad como un todo beneficiándose del abastecimiento del acceso privado a un recurso público. Sería similar a los ganaderos que pagan por el privilegio de pacer su ganado en tierras federales.
Algunos optimistas creen que la acuacultura o granjas de pescado pueden asegurar la salud de los stocks sin la intervención del gobierno, una opinión apoyada por las estadísticas de la FAO que demuestran que más del 40 por ciento de todo el pescado consumido actualmente procede de granja. A parte de China, donde la mayoría de peces de granja son especies vegetarianas de agua dulce como la carpa, la acuacultura produce principalmente carnívoros marinos como el salmón, que no sólo es alimentado con ingredientes vegetales sino también con pescado y aceites de pescado que se obtienen del triturado de arenques, caballa y sardinas capturadas por las pesquerías. La granja de carnívoros, que requiere de entre tres a cuatro kilos de pescado menor para producir un kilo de pescado más grande, roba a Pedro para pagar a Pablo. En términos generales, la acuacultura en occidente produce un producto de lujo. Esperar que la acuacultura asegure que el pescado siga disponible, o al menos, esperar que las granjas de carnívoros solucionen el problema planteado por  las mermadas capturas de las pesquerías, sería parecido a esperar que los coches de Enzo Ferrari puedan solucionar los atascos en Los Ángeles.
Otros creen que las poblaciones de peces pueden reconstruirse a través de campañas de concienciación al consumidor que animan a los compradores a tomar elecciones más prudentes. Un enfoque consiste en etiquetar el pescado de las pesquerías considerado como sostenible. En Europa, por ejemplo, los consumidores pueden buscar el logotipo de la Marine Stewardship Council (MSC), una organización sin ánimo de lucro iniciada por la World Wildlife Fund y Unilver. Al principio, la MSC certificó únicamente pesquerías de pequeña escala pero finalmente, ha dado su sello de aprobación a enormes y polémicas compañías. En realidad, ha empezado a medir su éxito en función del porcentaje de la captura mundial que certifica. Animada por una beca de la Walton Foundation y por el objetivo de Wal-Mart de vender sólo pescado certificado, la MSC está considerando actualmente certificar la reducción de las pesquerías con el resultado de que Wal-Mart, por ejemplo, podrá vender salmón de granja con el brillo sucedáneo de la sostenibilidad. (Dada la devastadora contaminación, enfermedades e infecciones parasitarias que han plagado las granjas de salmón en Chile, Canadá y otros países, esta estrategia de Wal-Mart hará de la MSC cómplice a largo plazo de una gigante estafa).

La otra iniciativa basada en el mercado y muy extendida en los Estados Unidos, distribuye tarjetas de bolsillo diseñadas a dirigir a los consumidores hacia un pescado que el grupo que emite las tarjetas considera que ha sido capturado de manera sostenible. Su éxito es considerable si se mide en los millones de tarjetas que se han dado, por ejemplo, por el Acuario de la Bahía Monterrey, sin embargo valorar el impacto de las pesquerías es algo muy difícil. Primero de todo, la multitud de estas tarjetas lleva a contradicciones y confusión, pues un mismo pez está valorado de modo distinto por distintas organizaciones. Por ejemplo, en las tarjetas de bolsillo de diferentes organizaciones, el atún ahi está valorado como 'seguro', 'dudoso' y 'evitar'. Sin embargo, un problema mayor es que estas tarjetas únicamente ejercen presión 'horizontal', esto es, unos comensales en un restaurante podrían regañarse entre ellos por pedir filete de bacalao o podrían preguntar la procedencia del pescado al camarero que les atendió, sin embargo esta presión no abarca a los vendedores al por mayor ni a los operadores de flota ni a las cadenas de supermercados. Pero de ser verdad, ¿por qué no presionar directamente al gobierno y a los legisladores, dado que son ellos los únicos que regulan las pesquerías?
La verdad es que los gobiernos son las únicas entidades que pueden evitar el fin de los peces. Primero de todo, una vez liberados de su lealtad a la industria pesquera, son los únicos con la infraestructura de investigación capaz de manejar las pesquerías de manera prudente. Segundo, porque proporcionan los billones de dólares en subsidios anuales que permiten que las pesquerías persistan a pesar de la pésima economía de la industria. Reducir estos subsidios permitiría a las poblaciones de peces reconstruirse y prácticamente todos los científicos de las pesquerías están de acuerdo en que los billones de dólares en subsidios deben retirarse. Finalmente, los gobiernos son los únicos que pueden parcelar el medioambiente marino, identificar ciertas áreas donde la pesca puede permitirse y aquellas en las que no. De hecho, todos los países marítimos tendrán que regular sus zonas de exclusión económica  (las 200 millas establecidas por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar dentro de las cuales un país tiene derecho único a pescar). Estados Unidos tiene la zona de exclusión económica más grande del mundo y ha iniciado los primeros pasos importantes para proteger sus recursos, principalmente en el noroeste de las Islas Hawai. La única oportunidad que tenemos de reparar el daño que hemos hecho a los peces es creando o recreando áreas prohibidas a la pesca dentro de las cuales sus poblaciones pueden regenerarse.
No hay necesidad para un fin de los peces o de la pesca, pero para los gobiernos existe una necesidad urgente de liberarse de la industria pesquera y de su esquema Ponzi, deteniendo los subsidios a la pesca industrial y concediendo derechos de pesca, pagar por el privilegio de pescar. Si podemos hacerlo, entonces tendremos peces para siempre.
Fuente: oceansentry.org

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