Cuidando los negocios: cómo han secuestrado las negociaciones sobre el clima las grandes empresas






Un nuevo realismo ha emergido. El cambio climático ya no es una teoría falsa que la economía mal se puede permitir. Ahora se ha convertido en una oportunidad de negocios.
Una flor florece bajo un foco. La misma es proyectada en una pantalla gigante, detrás de un panel de ejecutivos vestidos con trajes costosos. Un corresponsal financiero de CNN se pavonea de un lado a otro de la pasarela, agradeciendo con entusiasmo al Secretario General de la ONU Ban Ki-moon y al omnipresente Al Gore. ¿El escenario de esta historia de amor empresarial? La Cumbre Mundial Empresarial sobre Cambio Climático.
“El hecho de que yo haya volado hasta aquí para sentarme en un panel durante una hora y media, y luego vuele de regreso a los EE.UU., es un ejemplo de nuestro compromiso con la sustentabilidad ambiental,” se vanagloria Indra Nooyi, Director Ejecutivo de PepsiCo, completamente inconsciente de la ironía de su declaración. Sus colegas representantes empresariales hacen afirmaciones similares sobre cómo están salvando activamente el planeta.
Esta es la nueva cara del negocio del clima.
Hasta hace poco, muchas de las corporaciones más grandes del mundo se mantenían firmemente en el terreno de la negación total del cambio climático, y financiaban investigaciones espurias para dar sustento a sus afirmaciones. Ahora ha emergido un nuevo realismo. El cambio climático ya no es rechazado como una teoría fraudulenta que la economía mal se puede permitir. Ahora es en cambio una oportunidad de negocios.
Tiempo atrás, en los días de George W. Bush, la facción con cabeza de avestruz de la industria de EE.UU. era la que dominaba. Las empresas como Exxon Mobil no veían ningún tipo de ganancias en las ‘soluciones climáticas’ y por lo tanto se oponían a la legislación sobre el clima. Ahora, los mercados de carbono – la compra y venta del derecho a contaminar- son el eje central de las propuestas para un nuevo acuerdo global en la Conferencia Climática de Naciones Unidas en Copenhague este mes de diciembre, y el ala ‘progresista’ de las grandes empresas, con el respaldo de las ONG estadounidenses, argumenta que este enfoque de mercado es el único posible para garantizar un acuerdo internacional de reducción de emisiones.
El problema es, según los críticos, que la creación de los mercados de carbono está postergando las acciones genuinas frente al cambio climático, y desviando la atención de la imprescindible tarea de eliminar progresivamente los combustibles fósiles. ¿Cómo se llegó a esto?
LA POSICIÓN DEL AVESTRUZ
Por supuesto aún persiste una oposición corporativa ciega a cualquier cambio serio de política. La Cámara de Comercio de EE.UU. y la Asociación Nacional de Fabricantes continúan financiando la resistencia a la Ley Estadounidense de Energía Limpia y Seguridad (ACES por su sigla en inglés). En lugar de una simple negación del cambio climático, su retórica se centra ahora en las ‘amenazas a la competitividad de Estados Unidos’. Pero según el Centro por la Integridad Pública con sede en EE.UU., en 2008 había 2.340 lobbistas empresariales en Washington, y una clara mayoría de ellos presionaba para debilitar los controles ambientales.
Las empresas se esconden detrás de las ‘asociaciones comerciales’ para evitar la mala imagen pública que podría conllevar el oponerse a medidas de lucha contra el cambio climático. El Instituto Americano del Petróleo invirtió una cantidad considerable de recursos el pasado verano estimulando una oposición de ‘base’ falsa a la ley ACES. La ley actualmente está tan debilitada por todas las concesiones hechas a las grandes empresas, que la ONG Internacional Rivers estima que la misma podría de hecho permitirles a las empresas estadounidenses evitar una reducción de sus emisiones hasta el 2006. Ahora, con el debate sobre el clima en EE.UU. atascado en el Senado, los negociadores están reduciendo rápidamente sus expectativas de lograr un acuerdo climático fuerte en Copenhague.
Esta no es la primera vez que el mundo empresarial tiene un impacto definitivo sobre los intentos de la humanidad de tratar de resolver el enorme problema del cambio climático. Ya en 1990, la Coalición Climática Global (GCC por su sigla en inglés) –un frente de las 50 mayores empresas y asociaciones comerciales petroleras, del carbón, automotrices y químicas- jugó un papel clave en postergar y debilitar los acuerdos internacionales sobre el clima, principalmente ejerciendo presión sobre los políticos de EE.UU..
La GCC ejerció presión con éxito sobre Washington para garantizar que no se incluyeran metas vinculantes en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático acordada en 1992 en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. También promovió en 1997 una resolución del Senado en la que los legisladores estadounidenses expresaron su oposición unánime a las reducciones legalmente vinculantes de los gases de efecto invernadero, a menos que los países en desarrollo (responsables por una fracción de las emisiones actuales e históricas) adoptaran las mismas reglas.
Al Gore, el negociador en jefe de EE.UU. en ese momento, llevó este mensaje a las negociaciones de NN.UU. sobre el clima y ‘exigió una serie de rendijas [en el Protocolo de Kyoto] lo suficientemente grandes para atravesarlas con una Hummer’, tal como lo describiera el periodista británico George Monbiot. Gore insistió en un nuevo esquema de compensación de carbono, el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL). Las empresas del Norte podrían evitar reducir su propia contaminación comprando las reducciones de emisiones al Sur global. Larry Lohman, del grupo The Corner House del Reino Unido recuerda: “Kyoto fue mayormente redactado por EE.UU. como un tratado amigable con las grandes empresas. Las compañías como Enron, que como comercializadora de energía estaba en una buena posición para obtener ganancias del comercio de carbono, estaban contentas con Kyoto y querían que EE.UU. formara parte de él.’
COMPENSACIÓN DE CARBONO
Cuando se acordó el Protocolo de Kyoto en diciembre de 1997, John Palmisano, Director de Política Ambiental de Enron, celebró ese acuerdo repleto de ‘oportunidades de negocio inmediatas’. Doce años más tarde, el mercado de carbono supera los US$100 mil millones.
Un argumento que a menudo se repite es que las reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero son equivalentes sin importar el lugar donde se implementen –lo que sólo es cierto hasta cierto punto. Vale la pena enfatizar que las compensaciones no son reducciones. En la práctica, la ‘compensación’ permite ofrecer subsidios generosos a las tecnologías existentes para limpiar los gases industriales, en lugar de estimular el cambio acelerado hacia un mundo con bajas emisiones de carbono que se necesita urgentemente. A septiembre de 2009, tres cuartas partes de los créditos por compensaciones comercializados no tenían nada que ver con reducciones de las emisiones de CO2. Los mismos eran para grandes empresas que operan en países en desarrollo que llevaban a cabo ajustes técnicos mínimos para eliminar los HFCs (gases refrigerantes) y N2O (un producto derivado de la producción de fibras sintéticas). Las corporaciones y gobiernos en el Norte compran entonces estos créditos para evitar emprender acciones en sus propios países.
Este supuesto falso – que el mercado puede liderar eficazmente la transición hacia modelos de desarrollo más sustentables- también subyace en una de las principales iniciativas nuevas que están sobre la mesa con el propósito de alcanzar un acuerdo en Copenhague: la propuesta de reducción de la deforestación, conocida como REDD (Reducción de las Emisiones de la Deforestación y Degradación).
La deforestación es responsable de aproximadamente el 20% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Pero REDD parte del supuesto que esto se debe a que los bosques antiguos no tienen un valor económico, éstos valen menos que los bosques que son talados. Por lo tanto la solución es poner un precio a los bosques remanentes, y permitirles a los países y compañías comercializar el concepto amorfo de ‘emisiones evitadas’.
Pero las comunidades del bosque y los pueblos indígenas se oponen categóricamente. Ellos alertan que el tratar a los bosques como meros depósitos de carbono, donde los derechos a los mismos se pueden comprar y vender en los mercados internacionales, erosionará más aún sus derechos a la tierra y al territorio, a pesar de que ellos son los mejores custodios y protectores de los bosques cuando se los deja ejercer su papel en paz. Lo que REDD hace, argumentan, es retribuir financieramente a los propietarios de las grandes empresas constructoras, mineras, madereras y de plantaciones que son los verdaderos motores de la deforestación.
El principal interés del sector financiero en este nuevo acuerdo climático es que el mismo generará mercados de carbono más grandes y más lucrativos. Tal como lo planteara Tracy Wolstencroft, Directora de Gestión de Goldman Sachs, ante la Cumbre Mundial Empresarial, el comercio de carbono actualmente crea ‘algunos de los mercados emergentes más grandes del mundo’.
Este rápido crecimiento ya ha engendrado mercados más complejos donde los créditos de carbono se asocian, luego se dividen y revenden –similar a las estructuras que llevaron a la caída de los mercados de derivados durante la reciente crisis financiera. Y esto es peligroso por la misma razón: los mercados de carbono venden un producto sin un valor tangible, generando condiciones fértiles para una nueva ‘burbuja’. Los comercializadores no saben exactamente qué están vendiendo. Y es así que torna cada vez más sin sentido hablar de reducciones de emisiones ya que lo que se ‘reduce’ en el papel está demasiado lejos de cualquier cambio mensurable en la práctica industrial o en la producción de energía. La especulación se ha convertido en un fin en sí mismo. Entretanto, las emisiones continúan creciendo.
‘DEJAR ACTUAR AL MERCADO’
Sin embargo, estas tendencias e iniciativas no son simplemente el resultado del trabajo de los lobbistas empresariales. Los gobiernos han creado un ambiente de regulaciones favorables que presupone que los mercados son la solución. ‘Nuestro papel consiste en mantener la estructura regulatoria tan simple como sea posible, y dejar actuar al mercado,’ afirma Jos Delbeke, Subdirector –General para el Medio Ambiente de la Comisión Europea. Delbeke ha sido durante varios años el negociador jefe de la UE sobre clima. Él fue un actor clave en el desarrollo del Sistema de Comercio de Emisiones de la UE, que ha permitido que ‘el mercado actúe’ haciendo entrega de grandes cantidades de créditos gratuitos a los principales contaminadores, y estableciendo un límite generoso a la cantidad total de emisiones permitidas. Por lo tanto, como consecuencia, no ha habido una reducción total de gases de efecto invernadero, pero sí se han generado beneficios extraordinarios para algunas de las empresas de la UE más intensivas en carbono.
El Profesor Matthew Patterson, co-autor del libro Capitalismo Climático que será publicado próximamente, caracteriza este enfoque como la internalización de los intereses empresariales por parte de los tomadores de decisiones públicas. ‘Yo pienso que la mejor forma de pensar en la influencia empresarial es en términos de su poder estructural, más que en la influencia que se pueda percibir directamente,’ dice. ‘Los gobiernos internalizan los intereses de las empresas poderosas y actúan para promover esos intereses (incluso inconscientemente).’
Otros académicos hacen referencia a la puerta giratoria que existe entre los gobiernos, las empresas transnacionales y las grandes ONG pro-empresariales. Tomemos como ejemplo la Asociación Internacional para el Comercio de Emisiones (IETA), probablemente el mayor grupo de cabildeo en las negociaciones climáticas de NN.UU.. El Director Ejecutivo de IETA, Henry Derwent, fue anteriormente jefe de la política climática del gobierno británico y un asesor especial del G8 en 2005: una buena elección para representar los intereses empresariales en la formulación de los principios de un acuerdo post 2012.
Con miles de millones de dólares en juego, existen numerosas iniciativas lideradas por directores ejecutivos para establecer una agenda global ejerciendo presión sobre los gobiernos nacionales. La presión es implacable. James Rogers, Director Ejecutivo de Duke Energy, refiriéndose a la frecuencia de sus visitas de cabildeo a Capitol Hill dice: ‘El portero de mi hotel en Washington me saluda más a menudo que mi perro’.
Pero lo más típico, sin embargo, es que los líderes empresariales, e incluso los nombres de las compañías que ellos representan, son protegidos de cualquier denuncia por asociaciones industriales sin rostro, que operan a nivel nacional, regional y global. Los mismos lobbistas muchas veces utilizan múltiples sombreros. Tomemos por ejemplo a Nick Campbell, lobbista sobre clima para Arkema (la empresa química del gigante petrolero Total). Campbell se repite como jefe de los grupos de trabajo sobre cambio climático de CEFIC (la asociación europea de la química), Business Europe (la plataforma empresarial europea general) y de la Cámara Internacional de Comercio (una plataforma de cabildeo empresarial global).
‘Básicamente el mensaje de esos grupos en relación al clima es el mismo, ellos sólo actúan a diferentes niveles’, dice Belén Balanyá de Corporate Europe Observatory.
A medida que se aproxima Copenhague continúa sobre la mesa una masa confusa de textos de negociación, mientras que fuera de las salas de la conferencia, la legislación existente, y los nuevos proyectos pilotos están siendo preparados para sacar ventaja de cualquier nueva oportunidad de negocios. El Sydney Morning Herald recientemente informaba que ‘varios comercializadores de carbono…han estado muy activos en Papúa Nueva Guinea e Indonesia, tratando de firmar contratos con los propietarios de tierras para un esquema de REDD que aún no ha sido acordado’. Mientras tanto, en Bangkok, el Consejo Directivo del Mecanismo de Desarrollo Limpio aprobó una nueva medida el pasado mes de octubre para ayudar a que la producción de biodiesel sea considerada como una ‘compensación’ – a pesar de la evidencia existente que su expansión contribuye a la deforestación.
En la mesa de negociaciones, tanto la UE como EE.UU. han estado trabajando para redefinir el papel que el financiamiento público debería jugar en cualquier nuevo acuerdo. Jonathan Pershing –jefe de la delegación de EE.UU. ante las recientes negociaciones de NN.UU. sobre el clima en Bonn – defiende un ‘cambio del debate’. El dinero público, argumenta, ya no debería ser visto como un medio para ayudar a la mayoría de los países del mundo a adaptarse al cambio climático o mitigar sus peores efectos, sino más bien como un ‘catalizador’ de las ganancias privadas. Anders Turesson, principal negociador sobre el clima de Suecia, y presidente del Grupo de la UE, se hizo eco de ese mensaje, sugiriendo que los fondos públicos deberían ser un ‘lubricante’ para las inversiones del sector privado.
Los críticos están de acuerdo en que los mercados de carbono podrían producir ganancias significativas. Pero al mismo tiempo podrían terminar empeorando el cambio climático –al perpetuar los modelos económico e industrial fracasados que contribuyeron a crear el problema en primer lugar, y al postergar una rápida transición hacia un futuro más amigable con el clima.
Por lo tanto, ¿qué deberían hacer los/as ciudadanos/as preocupados con todo esto? Está claro que necesitamos repensar y reestructurar la producción de energía, la industria y la agricultura, de forma de redescubrir y promover los conocimientos locales. Peor los cambios de políticas por sí solos no serán suficientes. Por encima de todo necesitamos organizarnos políticamente. Para revertir el avance de los nuevos directores ejecutivos ‘verdes’ no existen atajos, porque la lucha contra el cambio climático hace parte de una lucha mucho más amplia por un mundo justo, democrático y equitativo.
EL VESTÍBULO DE LA CULPA
Quién es quién entre los lobbistas empresariales en las negociaciones de NN.UU. sobre el clima
- Asociación Internacional para el Comercio de Emisiones
El mayor grupo de cabildeo empresarial en las negociaciones de NN.UU. sobre el clima – trajo 250 representantes empresariales a las negociaciones en 2008. Lidera la ofensiva por la expansión de los mercados de carbono, para que los mismos incluyan a los bosques, la agricultura y la tecnología de captura y almacenamiento de carbono para neutralizar los impactos climáticos de los combustibles fósiles que no será viable por muchos años.
- Cámara Internacional de Comercio
Apadrina el ambientalismo empresarial, active en las cuestiones climáticas desde la Cumbre de la Tierra de Río. Su principal centro de atención ha sido evitar las regulaciones y los impuestos.
- Consejo Empresarial para el Desarrollo Sustentable
Una coalición liderada por Directores Ejecutivos de más de 200 empresas, creada en 1991 para realizar acciones de cabildeo durante la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro.
- Foro Económico Mundial
Tiene su propia Iniciativa sobre Cambio Climático
- Catalizador de Proyectos
Iniciativa de la Fundación sin fines de lucro Climate Works que se basa en gran medida en la investigación realizada por la empresa consultora McKinsey. Si bien argumenta ser un ‘asesor neutral’ enfatiza que la mayoría de los ‘ahorros de emisiones’ antes del 2020 deberían ser llevados a cabo en el Sur global, generando oportunidades de negocios para las empresas transnacionales.
- 3C (Combate del Cambio Climático)
Una iniciativa de los Directores Ejecutivos de las principales empresas, bajo los auspicios del gigante sueco de la energía Vatttenfall. Impulsa propuestas hacia un mercado global de carbono y el ‘perfeccionamiento’ (lo que significa debilitar aún más los controles ambientales que ya son débiles) de las reglas que rigen los mercados de carbono.
- El Grupo Climático
Organización sin fines de lucro cuyos miembros incluyen algunas de las empresas transnacionales más grandes del mundo. Grupo de tarea trabajando en el acuerdo sobre el clima, liderado por el ex Primer Ministro de Gran Bretaña, Tony Blair.
Este artículo fue publicado por primera vez en el número de diciembre de New Internationalist
Oscar Reyes es investigador del Observatorio del Comercio de Carbono, un proyecto del TNI, y es co-autor de Comercio de Carbono: Cómo Funciona y Por Qué Fracasa www.dhf.uu.se
Fuente: Enfoque sobre comercio Nº 149

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