Nos llevan a un segundo batacazo






Burbuja especulativa de materias primas


Rafael Poch de Feliu
La Vanguardia



¿Nos están llevando a un segundo batacazo? La Canciller Merkel dijo el lunes, ante la asamblea anual de los empresarios alemanes, que los bancos están especulando de nuevo, ahora con materias primas, que la situación económica es extremadamente incierta porque la solución depende de medidas internacionales que no se han tomado para poner coto a los mercados financieros, y que no puede excluirse el estallido de una nueva burbuja especulativa, el escenario contemplado por muchos observadores. La de Merkel es la confesión de impotencia más sincera que se ha oído a un político. 

En Alemania y en todas partes, es el capital el que manda a los políticos. El capital ha convertido la política económica en algo parecido a la meteorología: un fenómeno ajeno a toda voluntad de gobierno. Un capital enloquecido que nos ha llevado a la crisis, es quien gobierna a nuestros políticos, que son meros gestores. Y no al revés. 

Impotencia
Habría que poner orden en los mercados financieros, nacionalizar bancos, prohibir determinadas especulaciones, gravar las transacciones de capital, pero la clase política está atrapada. Las normas las ha puesto un partido al que no se vota y que está exento de todo control. ¿Qué político se atreve a poner orden en eso y exponerse al suicidio? 

En la Unión Europea, por ejemplo, el Tratado de Lisboa, que entra en vigor el martes, prohíbe expresamente "cualquier limitación de la circulación de capital entre los estados miembros, así como entre aquellos y países terceros". Es decir prohíbe la regulación de los mercados sin la cual no habrá salida de la crisis. ¿Se imaginan a alguno de los políticos de Bruselas diciendo?: "No, así no puede ser, si queremos salir de la crisis hay que reformar ese tratado y poner en cintura a "Allianz" y Deutsche Bank, en Alemania, a Wall Street en Estados Unidos, a la City en Londres..." A alguien que diga: "Esto del crecimiento es un engaño y una trampa, hay que olvidarse del PIB y buscar nuevos parámetros para medir la salud de una economía, hay que abordar una transición energética sostenible, no podemos seguir poniendo el beneficio y la codicia en el centro de todo..." Sencillamente es inimaginable. 

Evidencia
Sin embargo, hasta "Der Spiegel" anuncia esta semana en su portada lo que se nos viene encima, una "nueva explosión billonaria". Su subtítulo dice: "Por qué tras la crisis del siglo ya asoma la siguiente". La respuesta es: porque la clase política no hace nada. Y no hace nada porque, como sugieren las declaraciones de Merkel, es impotente. No es soberana en este menester. Hasta "Der Spiegel" explica ya esta evidencia a los gentiles: "En Estados Unidos la industria financiera no la gobierna el ministro de Finanzas sino la propia industria financiera". Ella fue la principal financiadora de la campaña de Obama. "Solo si cambia Wall Street cambiará el mundo, sin cambio de reglas allá no habrá cambio en Londres, París y Francfort", dice. Merkel y Sarkozy lo apuntaron tímidamente, hablando de "cambio de reglas" en la cumbre de Pittsburgh, pero no han obtenido nada, porque no mandan en ese ámbito. En Estados Unidos, "la gente de Wall Street es la que llega al Ministerio de Finanzas y luego se regresa a la banca", explica el premio Nóbel de economía Joseph Stiglitz. Los hombres de bancos como Goldman Sachs rodean a Obama. Y todo se reproduce. 

En 2009 se ha formado una nueva burbuja que amenaza con otro estallido. Los principales índices bursátiles (Dow Jones, Nikkei, Dax) han crecido por encima del 50% desde marzo y los precios de las materias primas se han disparado, sin la menor correspondencia con crecimiento económico alguno. Los principales bancos de inversiones repartirán este año 100.000 millones de dólares en bonos y primas a sus ejecutivos. Las treinta principales empresas del índice alemán DAX repartirán 20.000 millones de euros a sus accionistas la próxima primavera. 

"Si observáramos a Estados Unidos con la misma frialdad analítica que hemos dedicado a Rusia, sería ineludible hablar del dominio de un oligopolio de políticos y banqueros", dice James Galbraith, hijo del John Kenneth Galbraigth que fue consejero de Kennedy. 

Arriba y abajo
Un discurso que reconociera la grave enfermedad que padecemos, es impensable ahí arriba. Se diría que en este sistema es estructuralmente imposible. Curiosamente fue posible con Gorbachov y su "comunismo". Gorbachov hizo precisamente eso: reconocer el cáncer que padecía su sistema. Repasemos lo que hizo:
1-reconocer los problemas del sistema llamado "de planificación central",
2-retirarse militarmente sin condiciones de las zonas que dominaba (primero Afganistán y Mongolia, y luego la Europa del Este)
y 3-reconocer el objetivo de una democratización.
En Occidente parece que es imposible esperar que aparezca un Gorbachov ( la impotencia de Obama es la demostración), pero las tres dimensiones de aquella "perestroika" son actuales hoy para el conjunto de Occidente; 1-reconocer los problemas del capitalismo, 2-renunciar al dominio imperial y retirarse militarmente, del Golfo, de Afganistán y de Colombia, y 3-reconocer como objetivo una democratización que incluya cierta soberanía y control sobre la política económica y el capital, ese partido al que no se vota y que queda fuera de la democracia. 

La gran diferencia con el precedente de la quiebra comunista es que aquí el cambio, una reforma cardinal del sistema tal como lo conocemos hoy, debe venir de abajo, porque de arriba parece que no puede ser. En otras palabras: el cambio es imposible sin fuertes impulsos desde abajo. Pero es difícil imaginar que tales impulsos se movilicen sin que medie otro batacazo, que solo podrá ser aun peor que el anterior, porque ya no quedan fondos públicos anticrisis que salven de nuevo a los especuladores con el dinero de todos. 

Aprender de la quiebra del otro
La actualidad del 1989 germano oriental no es el cadáver, ya descompuesto y apestoso, de la RDA, sino aquel "Wir sind das Volk" ("el pueblo somos nosotros") un movimiento cívico y pacífico que reclame la soberanía robada por el capital y el imperio, afirmando "el pueblo somos nosotros". Entonces funcionó. El establishment comunista no disparó en Moscú (agosto de 1991), no disparó en el Báltico, no disparó en Berlín y en otras capitales europeas (si lo hizo en Pekín), pero ¿cómo se comportaría, aquí y ahora, nuestro establishment ante una puesta en cuestión de aquella magnitud? 

Se dirá que todo esto es un despropósito, un ejercicio vano, una pesadilla, pero es que, como admite Merkel, el futuro inmediato es fundamentalmente imprevisible, y la última vez que ocurrió algo así, en 1929, Occidente se acabó metiendo en una guerra mundial, recurso que la tecnología de destrucción masiva nos prohíbe hoy, o nos debería prohibir. 

Sobre la forma que adoptarían nuestros actuales regimenes democráticos en tiempos de crisis, sólo podemos especular. Incluso en época de vacas gordas, en los años sesenta y setenta, hace muy poco, la mayoría de los actuales 27 miembros de la Unión Europea eran dictaduras. Media Europa, desde Lisboa hasta Moscú, pasando por Praga y Atenas. ¿Qué sería ahora de nuestras instituciones metidas en tal situación de colapso? ¿Demostrarían los británicos, los franceses, los españoles o los alemanes, la misma mansedumbre y resignación que demostraron los rusos en enero de 1992, en la hipótesis de que sus ahorros de toda la vida se evaporaran de un día para el otro? ¿Cómo nos comportaríamos ante las puertas de los bancos a los que confiamos nuestro dinero, cerrados por quiebra? 

Una economía desarbolada e irracional hasta el suicidio. Una población educada en el egoísmo y moralmente ebria por el consumismo. Unos medios de comunicación manipulados. Quienes vivieron la quiebra de la URSS pueden reconocer muchas cosas de aquella profecía del siglo que decía: El hundimiento de una parte del mundo evidencia la enfermedad del resto. Si la gente no toma la palabra, no para conquistar el Palacio de Invierno sino para asumir su responsabilidad, el capital decidirá por ella, y nos podría llevar a algo así. Habría que irlo pensando.
Rafael Poch de Feliu es el corresponsal del diario barcelonés La Vanguardia en Berlín.

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