El imperfecto manual sobre cómo vivir bien con menos

Daniel Hernández Balbó - Fuego Amigo

    ▪    El decrecimiento es una propuesta anticapitalista en construcción que promueve “vivir bien con menos”.
    ▪    La mayoría de partidos de izquierda se decantan por el neokeynesianismo verde.
    ▪    Según WWF, hacen falta los recursos de 1,5 planetas como la Tierra para abastecernos cada año.
Si para que crezca el PIB se tienen que usar más recursos naturales y quemar más combustibles fósiles que generan más emisiones nocivas para el planeta. Si a pesar de que el PIB aumente hay más desigualdad y el trabajo no da para llevar una vida digna, hagamos lo contrario. Decrezcamos. A grandes males, grandes remedios.


Quienes defienden las teorías del decrecimiento lo ven claro. El problema es que en la sociedad de hoy el crecimiento va ligado de forma casi inseparable a la felicidad. Es como palabra de Dios. Por eso es difícil pensar que vivir en una casa de adobe rodeado de otra clase de bienes en lugar de en un apartamento lleno de aparatos electrónicos de toda clase sea vivir mejor en un entorno que no nos sea hostil.
Los científicos investigan y el marketing se encarga de mostrarnos datos tan crudos como que, por ejemplo, que hacen falta siete japones para sustentar Japón o los recursos de 2,8 españas para que España siga adelante al ritmo que lleva. Necesitamos ya, según WWF, planeta y medio “para brindar los recursos, bienes y servicios ecológicos que usamos cada año”. El Índice Planeta Vivo que elabora esta misma organización cayó entre 1970 y 2010 un 52%. Eso significa que en 2010, de media, correteaban por la Tierra la mitad de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces que en 1970.
“El decrecimiento es la hipótesis de que podamos vivir mejor, como mínimo vivir bien, con menos”, dice Federico Demaria, investigador del Instituto de Ciencia y Tecnología ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del colectivo Research and Degrowth. El decrecimiento es también un término provocador, una “palabra bomba”, tal y como definen en su web los organizadores de la última conferencia mundial sobre el tema, celebrada recientemente en Budapest. Y lo es porque propone una reducción del consumo de combustibles fósiles y, en consecuencia, de los niveles de PIB y a la vez porque cuestiona el mantra del crecimiento hacia el infinito.
Pero también los hay quienes miran algunas variables y ven que “realmente de lo que estamos hablando no es una opción”. Lo dice Luis González Reyes, doctor en Ciencias Químicas y miembro de Ecologistas en Acción. “Es algo que vamos a vivir en muy poco tiempo conforme nos estamos acercando a los límites de máxima extracción de recursos”.
Nos quedan 50,3 años de extracción de crudo al ritmo de 2015, según los datos de la petrolera BP. Son 52,3 años en el caso del gas natural. Por otro lado, los datos de producción hacen pensar a algunos que podríamos haber llegado al temido peak oil, el momento de máxima extracción de petróleo a nivel global y tras el cual sólo puede venir el declive.
Frente a quienes opinan que las bajadas de producción se deben a una economía en recesión y que volverán a subir con la recuperación, Antonio Turiel, científico del CSIC en el Instituto de Ciencias del Mar advierte en su blog, The Oil Crash, que con esa afirmación se ignora que el problema “es que está disminuyendo la cantidad de energía asequible para propulsar este sistema”. Ahora estamos en una dinámica en que si los precios bajan, las petroleras quiebran y no pueden llevar a cabo inversiones en fraking, una técnica más cara; y si suben demasiado porque la extracción cada vez es más cara, la economía no puede soportarlo. Así que “hay que cambiar el paradigma económico completo para adaptarlo a una realidad en la que ya hemos chocado contra los límites del planeta.”
Sin embargo, la OPEP, el cártel que agrupa a trece países productores, señala en su informe de agosto que, al menos de momento, el fraking está resistiendo mejor de lo esperado el entorno de precios bajos.
El concepto
La inquietud por resolver el problema del crecimiento y el daño que provoca al planeta, el aumento de las desigualdades o el hecho de trabajar cada vez más para ganar menos, es antigua. Son postulados que ya se ven en Derecho a la Pereza, de Paul Lafargue, que en 1880 hablaba de la “extraña locura” que “se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. [...] Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por él, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. Atontados por su vicio, los obreros no han podido elevarse a la comprensión del hecho de que, para tener trabajo para todos, era necesario racionarlo como el agua en un barco a la deriva”.
Otro ejemplo. En 1854 Henry David Thoreau, escritor y filósofo anarquista, publicó el ensayo Walden, donde relató sus dos años de vida en el bosque. “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida”, se justificaba en el texto. En ese libro decía cosas como esta:
“Realmente el jornalero no tiene tiempo libre para vivir con verdadera integridad todos los días; no le es permitido mantener las relaciones más viriles con los hombres, porque su trabajo sería despreciado en el mercado. No tiene tiempo de ser otra cosa que una maquina”.
Hoy el decrecimiento es la búsqueda de la prosperidad sin crecimiento. Según el Diccionario de la Cultura Verde es necesario “porque el crecimiento económico nos ha llevado a la crisis ecológica” y también “porque después de un cierto nivel de renta per cápita, no aumenta la felicidad de las personas”. Es anticonsumismo, anticapitalismo. Es aportación del feminismo “que abre nuevas vías de reflexión, como la conexión entre el mito del crecimiento y la construcción de la masculinidad hegemónica”, según escribe Amaia Pérez Orozco, Doctora en Economía por la Universidad Complutense de Madrid en Decrecimiento, un vocabulario para una nueva era, coordinado por Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgos Kallis.
En esa misma obra no se habla del decrecimiento sólo como hacer más con menos sino como hacer diferente. “En una sociedad de decrecimiento todo sería diferente: actividades diferentes, formas y usos diferentes de la energía, relaciones diferentes, roles de género diferentes, distribución diferente del tiempo destinado al trabajo remunerado y al que no lo es, diferentes relaciones con el mundo no humano.”
Todo eso conjugado con el irremediable hecho de que un día se terminarán los recursos fósiles y que el planeta no parece soportar este ritmo, conforman el puzzle del decrecimiento, un movimiento en construcción con un diagnóstico claro y un programa algo más difuso.
“¿Tenemos un análisis político muy avanzado y una estrategia clara, sobre todo respecto al tema de la transición? No. Pero no conozco a nadie que la tenga”, dice Demaria.
La transición
Para Luis González Reyes hay dos opciones: “podríamos tener, de alguna manera, un decrecimiento justo en el que unos recursos cada vez menos accesibles se repartan entre la población según sus necesidades, o un decrecimiento injusto en el que unas cuantas manos acaparen unos recursos estratégicos”.
LLegar hasta una sociedad decrecentista, o de “prosperidad sin crecimiento” no será “un camino de rosas”, dice Demaria, por el peso de las cosas que se cuestionan, algo que para muchos puede ser una catástrofe. “Tú y yo vivimos en una casa bonita, pero hay mucha gente en el mundo que tiene la catástrofe ya encima. Entonces ¿vamos a cuestionar a la clase media en Europa? De eso no hay ninguna duda. ¿Es eso un colapso? Claro”.
En el manifiesto Ultima Llamada, que Turiel firma junto a profesores, intelectuales, activistas o miembros de partidos de izquierdas y ecologistas se habla de una “Gran Transformación” que “se topa con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo de vida capitalista y los intereses de los grupos privilegiados. Para evitar el caos y la barbarie hacia donde hoy estamos dirigiéndonos, necesitamos una ruptura política profunda con la hegemonía vigente, y una economía que tenga como fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites que impone la biosfera”.
Federico Demaria es partidario de seguir con paso firme pero sin prisas. “Yo no voy a hablar de urgencia. Hay gente en conferencias que me dice que hay que hacer algo ya y que no vamos a llegar a tiempo. Con prisas no se obtienen buenas cosas”.
El colectivo Research and Degrowth, al que pertenece Demaria, ha elaborado un programa con propuestas básicas que servirían para comenzar a andar por el camino de esa “prosperidad sin crecimiento”. Ahí hablan de reestructurar y eliminar parte de la deuda, reducir la jornada laboral a 30 horas y que bajen los salarios sólo al 10% que recibe rentas más altas, introducir una renta básica de entre 400 y 600 euros y un salario máximo de 12.000 a 18.000 euros mensuales, introducir fuertes tasas impositivas al carbono, dejar de subsidiar actividades contaminantes, apoyar la economía solidaria, gravar las viviendas vacías, reducir la publicidad y priorizar la publicidad pública o establecer topes absolutos y decrecientes de emisiones de Co2.
La discusión en la izquierda
Hasta ahora pocos partidos políticos de izquierda han discutido siquiera las propuestas decrecentistas. Ninguno de los grandes las defiende abiertamente en su programa.
La CUP (Candidatura de Unidad Popular), con 10 diputados en el Parlament de Cataluña, es la única formación con representación en las instituciones que apuesta claramente por el decrecimiento. En el programa a las elecciones autonómicas del pasado 27 de septiembre hablaban de “apostar por un modelo de sociedad respetuoso con el medio ambiente”, para lo cual “impulsaremos que el aprovechamiento de los recursos naturales sea sostenible y reduciremos la huella ecológica del país, promoviendo un decrecimiento y una sociedad que reduzca el consumo excesivo de materias primas”.
Además, Iniciativa Per Catalunya-Verds (ICV) ha debatido estas teorías y ha encontrado defensores en su seno. La formación ecosocialista, hoy con presencia en el Parlament de Cataluña dentro del grupo Catalunya sí que es pot y en el Congreso de los Diputados dentro del grupo Unidos Podemos, abordó en su X Asamblea, celebrada en abril de 2013, el decrecimiento. Finalmente la conclusión se quedó en un término medio: crear un “nuevo modelo económico sin crecimiento de bienes físicos o energéticos” pero a cambio de “bienes de consumo relacionales y de proximidad”, es decir, sin recurrir a un explícito decrecimiento del PIB.
La opción más generalizada es una especie de keynesianismo, es decir de incentivación de la demanda desde los poderes públicos, pero verde. ICV habla en su programa a las últimas elecciones europeas de 2014 de un Green New Deal.
Pero, ¿admiten las teorías de John Maynard Keynes, un economista que vivió entre 1883 y 1946, ese Green New Deal? Para Fernando Esteve Mora, Profesor Titular de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad Autónoma de Madrid, “los keynesianos dicen que el gasto público tiene que ir a crear una infraestructura para el crecimiento económico. Las primeras políticas keynesianas son construcciones de redes de carreteras en Estados Unidos, redes ferroviarias, eléctricas…, es decir, gasto público para absorber el desempleo en los años 30. Pero ahora no necesitamos generar una infraestructura. Ahora el problema es que nos hemos ido cargando el entorno ecológico, por tanto es perfectamente admisible un ‘keynesianismo verde”.
El decrecentista Carlos Taibo criticó con dureza los postulados de Podemos desde su nacimiento. Esta formación tiene hoy un programa más próximo al neokeynesianismo. En un artículo publicado en enero de 2014 comenta que algunos miembros de la formación “nunca han empleado la palabra autogestión. [...] El grueso de las propuestas que les conozco no rompe el molde keynesiano y hace uso inocultado de las herramientas de siempre, entre ellas la jerarquía y la separación de la socialdemocracia.” Carlos Taibo declinó la invitación para participar en este reportaje.
“Podemos tiene una idea muy vieja de las políticas keynesianas”, dice Federico Demaria. Pero añade: “prefiero a Podemos y el neokeynesianismo a la austeridad”. El problema es el alcance de las ideas que se defienden. “Estoy cansado de ver partidos como la CUP, con la cual simpatizo, que se quedan como máximo con el 6% del voto y que aquí [en Cataluña] haya una mayoría de voto de izquierda y siga gobernando Convergència”. Además, “la apuesta de Podemos de ir para ganar me parece interesante”.
“Actualmente todos los partidos de izquierda tienen elementos interesantes que sí son buenos”, comenta el economista Manuel Garí. “El problema es qué papel juega eso que está en el programa en la realidad”.
El ecologismo ha entrado tarde y casi a la vez en los programas de los grandes partidos de todo el espectro ideológico. En el caso de la izquierda, Garí se remonta a Karl Marx. El coautor del Manifiesto Comunista “hablaba de que el capitalismo, al mismo tiempo que desarrolla las fuerzas productivas, destruye también la riqueza y la naturaleza”. Sin embargo, ni la tradición comunista ni la socialdemócrata han explorado esa vía. “La herencia del socialismo real en términos ambientales es nefasta, entre otras cosas porque entró en una carrera con el capitalismo con las mismas armas que tenía la industria norteamericana: había que producir carbón, acero y tanques”, dice Garí.
Keynes también escondía opiniones en sus escritos que, como en el caso de Marx, la izquierda no ha explorado del todo. Esteve Mora propone revisitar un texto llamado National Self-Sufficiency (sin traducción al español) “que es una cosa muy extraña entre los economistas porque él defendió durante muchos años el libre comercio, pero ahí se muestra en contra. Dice que lo que se pudiese hacer localmente más valía hacerlo localmente. Ahí aparece la posición más cercana a un pensamiento ecológico que podemos encontrar en Keynes”. En Posibilidades económicas de nuestros nietos, una conferencia que Keynes pronunció en Madrid el año 1930, “dice que, una vez resuelto el problema de la depresión económica, habrá que plantearse otras cosas como, por ejemplo, dejar de trabajar, es decir, habla de políticas que ahora entrarían dentro del decrecimiento”.
Demaria recuerda a un político innovador por hablar de decrecimiento en los 70. Se trata de Sicco Mansholt, un socialdemócrata holandés que ocupó la presidencia de la Comisión Europea entre el 22 de marzo de 1972 y el 5 de enero de 1973. Antes ostentó la cartera de comisario de Agricultura. “Se lo cargaron pronto”, dice el investigador de la UAB. En un debate organizado por Le Nouvel Observateur en 1972, con filósofos, ambientalistas y escritores, Mansholt habló de su preferencia por el Bonheur National Brut (la felicidad nacional bruta) que por el Producto Nacional Bruto.
¿Y entonces?
Manuel Garí opina, por un lado, que hay que buscar fórmulas para expresar mejor lo que se quiere, “porque no se trata de decrecer drásticamente”. Por eso habla de “reducción drástica de la quema de productos derivados del carbono, y de la extracción de recursos no renovables”. Pero por otro lado hay que crecer en sanidad, medicina, enseñanza, agricultura ecológica… “Hay que elegir entre automóvil o ferrocarril. Las opciones son más complejas que simplemente el lema del decrecimiento”.
Su visión se distingue en que habla de apartar la mirada del PIB, es decir, crecer en unos sectores y decrecer en otros sin mirar sus consecuencias en términos de Producto Interior Bruto. El decrecimiento critica ese indicador, propone su abolición, pero al fin y al cabo está asociado a él (a su decrecimiento) y “no existe ningún indicador que pueda resumir el sentido general de la marcha de una economía”. Además, el decrecimiento “no ha pasado la prueba práctica de la recesión”, dice Garí. “Se ha demostrado que en una época de recesión económica mundial, no han bajado en la misma proporción las emisiones de gases de efecto invernadero”.
“Una sociedad del decrecimiento es una cosa”, apunta Demaria, “y una sociedad sin crecimiento está en recesión. Eso es una tragedia. El decrecimiento es diferente, no es menos de lo mismo, no es utilizar un poco menos el coche, es cambiar la viabilidad de las infraestructuras”.
El keynesianismo verde tendría igualmente los mismos fines que el keynesianismo de los años 30: el crecimiento del PIB, del empleo y la salvaguarda del capitalismo. “De momento el capitalismo no ha abierto grandes nichos de negocio ni de intervención estatal en temas ambientales”, comenta Manuel Garí.
Sobre la cuestión de qué pasaría con los avances médicos (sector sobre el que Garí propone crecer) si triunfasen las teorías decrecentistas, el grupo de Demaria propone, entre otras cosas, comunidades de vecinos que aprendan primeros auxilios en parte para evitar el abuso de ciertos avances y, en último extremo “el fin de la tecnocracia”. El economista aclara que no es contrario a la tecnología pero “simplemente digo que tengamos un debate abierto.”
Sobre el llamado “crecimiento sostenible” Luis González Reyes es tajante. “Es un oxímoron. No hay aumento del PIB sin aumento en el consumo de energía y consumo de recursos minerales”, sentencia este decrecentista.
Manuel Garí está de acuerdo con la idea de ahorro necesario de energía provenga o no de fuentes renovables. “El tránsito entre las energías sucias y las renovables va a exigir un tiempo que no sé si tenemos, incluso si nos pusiéramos de verdad. El problema es que para la sustitución necesitamos de las energías viejas, así que estamos ante una gran trampa”.
En resumen, los programas continúan en construcción y en ese proceso chocarán con las conciencias impermeables y que han llegado a ese estado tras décadas oyendo las mismas afirmaciones. Pero nada es eterno, así que el tiempo, el que nos queda, o si nos queda, dirá.

Fuente: decrecimiento.info

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