Delfines de río: indicadores biológicos de la destrucción del bosque amazónico

Para los indígenas de la floresta amazónica, los delfines rosados son animales únicos, especiales, seres transformados que habitan ciudades sumergidas. Por eso es que los respetan, los protegen, no los matan. Para ellos solo son maravillosas criaturas del agua, del río, de las cochas. A Fernando Trujillo, 49 años, especialista en cetáceos continentales, los habitantes de Puerto Nariño, una pequeña localidad del apartado departamento de Amazonas, en Colombia, no dudaron en llamarlo, viéndolo admirar las evoluciones de los delfines del lago Tarapoto,  Omacha, en tikuna, la lengua de los ancestros, hombre que se convierte en delfín.

por Guillermo Reaño

Fernando recorre desde hace 30 años las cuencas de los ríos que tributan en el Orinoco y en el Amazonas monitoreando el estado de conservación de las  especies de delfines de río que habitan Sudamérica. Desde que el célebre oceanógrafo francés Jacques Cousteau le aconsejara buscar delfines en las selvas de su propio país, el biólogo ha navegado más de 27 000 kilómetros por las arterias de un territorio que empieza a colapsar y clamar por soluciones. “En la Amazonía viven 34 millones de personas —ha dicho últimamente— de esa compacta humanidad solo tres y medio son indígenas, el resto son pobladores que tienen otros hábitos culturales, otras maneras de pensar y ocupar el territorio”.
De allí, seguramente, el desdén de los nuevos inquilinos amazónicos por los delfines de río. Y también por las nutrias, las tortugas, los caimanes, los manatíes, los bagres, los grandes habitantes de los cuerpos de agua sudamericanos y sus orillas.
Un río, los mismos problemas
Encontramos a Trujillo en su casa. Son las ocho de la mañana en Bogotá y el director de Fundación Omacha está terminando de preparar los informes de la expedición “Un río, cuatro países”, la vigesimosexta que ha realizado su institución con el objetivo de estimar la abundancia de las poblaciones de estos cetáceos que se distribuyen a los largo de la cuenca del Orinoco y del Amazonas.
Los primeros resultados de la expedición que Trujillo lideró en el mes de junio pasado en el río Putumayo, Colombia, no han sido para nada halagüeños. Los científicos a bordo del Anaconda, un barco fletado por los organizadores del proyecto, apenas lograron avistar 559 delfines (395 rosados o Inia geoffrensis y 165 grises o Sotalia fluviatilis),  una cantidad bastante menor a las registradas en otros lugares. El investigador comentó a Mongabay Latam que en el río Purús, en el 2012, se logró avistar 2500 delfines en solo 800 kilómetros de recorrido.
¿Qué es lo que explica el descenso poblacional de una especie cuya sola presencia nos indica el buen estado de salud de estos ecosistemas?
Desiertos de agua
Para Mariana Frías, de la Universidad Federal de Juiz de Fora, en Brasil, la baja densidad en un río tan grande como el Putumayo se debe a la competencia entre delfines y pescadores por las mismas presas. Saulo Usma, coordinador del programa de agua dulce de WWF Colombia, considera que hay que agregarle a la problemática anterior una situación nueva y ampliamente estudiada: el cambio de uso del suelo.
La expansión de la frontera agrícola para introducir cultivos foráneos y cuestionados como la palma aceitera se ha convertido en un poderoso vector de destrucción de los bosques y humedales de la región. Los vertidos de agroquímicos y combustibles que se utilizan en la agricultura y la forestería que se han impuesto en la región, suponen un alto riesgo para la salud de los cetáceos fluviales.
Y si a los anterior le sumamos el impacto de la contaminación por mercurio producida por la minería aurífera, el incremento de los cultivos ilícitos para el narcotráfico, la construcción de megaobras que se siguen auspiciando a lo largo y ancho de toda la cuenca amazónica, además de las  pandemias estructurales que azotan desde hace tanto a sus poblaciones, el panorama es desolador.
Como refiere Fernando Trujillo, “nuestros ríos otrora llenos de vida, se están convirtiendo en desiertos de agua”. Cauces sin vida, cloacas donde van a parar los desechos contaminantes de las ciudades.
“Nosotros, los afectados”
Para conocer en detalle lo que viene ocurriendo en el bioma amazónico conversamos en Bogotá con un grupo de ‘sabedores’ indígenas colombianos reunidos en un cónclave para analizar los impactos de la minería ilegal en los resguardos indígenas de Caquetá, Putumayo y Amazonas, tres de los departamentos afectados por un flagelo que abate principalmente a las poblaciones más pobres de la Amazonía de Perú y Colombia.
“Nos han contaminado”, comentó Eduardo Paki Kumimarima, de la comunidad Villa Azul, en el resguardo indígena Nonuya del departamento de Amazonas, un abuelo sabio, un sabedor muy querido en su región. “Desde el año 75 para aquí las bonanzas de las pieles, el narcotráfico, el oro, han destruido la vida en el río Putumayo. Con las bonanzas llegaron también las enfermedades”.
El anciano se refería con “bonanzas” a los repetidos ciclos de relativo bienestar económico que suelen vivir los pobladores amazónicos como consecuencia del crecimiento desmedido de la extracción de los recursos de sus bosques. Coyunturas definidas, por cierto,  por el  apetito voraz de los mercados foráneos, casi siempre transfronterizos.
“Es así —corrobora, Vicente Hernández, uitoto de la comunidad Guacamayo, en el resguardo Andoque de Aduche del departamento de Caquetá—, el dinero y las cosas bonitas nos enloquecieron y ahora nuestras selvas están contaminadas. A falta de trabajo, de oportunidades nuestra gente se emplea en el negocio de la madera, de la coca, de la guerra, del oro”.
La contaminación por mercurio en los territorios indígenas colombianos es de tal naturaleza y complejidad que el propio presidente Santos, en medio de las negociaciones del acuerdo de paz que se firmó con las FARC, reconoció que la minería criminal, así la llamó, se había convertido en una actividad más rentable que el narcotráfico.
“¿Cuándo nos contaminan y nuestros hijos mueren, quién nos cura?”, levantó la voz Paki.
El mercurio de cada día
Por lo menos desde el año 2000, instituciones de indudable prestigio académico como el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas – SINCHI, de Colombia, han venido denunciando  la alta concentración de mercurio en algunas especies de peces amazónicos de gran consumo, una de ellas la mota (o blanquillo en Bolivia), un bagre que es pescado con un señuelo preparado a base de carne o grasa de delfines.
La mota (Calophysus macropterus) es uno de los carroñeros más activos de los fondos fluviales sudamericanos, un pez oportunista que puede desplazarse mil kilómetros a lo largo de los ríos más importantes de la cuenca alimentándose de todo lo que encuentra a su paso. Comemierda lo llaman en Colombia quienes saben de su voracidad y gusto por los desperdicios.
La mota, llamada piracatinga, pintado, zamurito y de muchas otras maneras a lo largo de la Amazonía, es uno de los mayores recolectores del mercurio que arroja al ambiente la minería del oro aluvial.
Cuando el mercurio ingresa al ambiente acuático —nos lo explicó en Puerto Maldonado (capital de Madre de Dios, en el sur del Perú) el biólogo Francisco Román, director científico del Centro de Innovación Científica Amazónica – CINCIA— es transformado por los microorganismos en metilmercurio, un compuesto mucho más tóxico que el mercurio elemental. Los pequeños organismos acuáticos, esos que la mota y los demás peces amazónicos consumen a su antojo, son la base de una cadena alimenticia contaminada en exceso y letal para delfines… y seres humanos.
Un estudio realizado en el año 2009 por el Instituto Carnegie en Madre de Dios, encontró que la mota era el pez con más trazas de mercurio entre los de mayor consumo en los mercados de Puerto Maldonado.
Según expertos en la materia, la contaminación por mercurio genera problemas en la memoria, deficiencias en las funciones neuromotoras, pérdida de la visión y el oído, disturbios graves en el funcionamiento de los riñones y el hígado y una serie interminable de  afectaciones que golpean con más fuerza a los que consumen mayor cantidad de pescado, los pueblos indígenas.
Agua que no has de beber
Fernando Trujillo calcula que deben haberse vertido en toda la Amazonía más de 200 000 toneladas de mercurio en los últimos cuatro siglos. La totalidad de consultados por Mongabay Latam para este informe no dudaron en señalar que son las poblaciones indígenas de los resguardos colombianos y las comunidades nativas del Perú las más afectadas por la creciente contaminación de sus ríos.
De acuerdo a cifras que maneja el Ministerio del Ambiente peruano, un poblador que ingiere 2 kilos de mota a la semana, cantidad de consumo promedio para un nativo de la selva baja peruana, podría estar superando 24 veces la cuota máxima de mercurio que sugiere la OMS.
La toxicidad comprobada de la carne de este buitre amazónico, así lo llama el director de Fundación Omacha, fue lo que impulsó la moratoria comercial que desde el 2013 rige en Brasil. En Colombia, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos – INVIMA ha venido recomendando a la población ribereña, por lo menos  desde el 2014, no consumir la carne del controvertido bagre.
Sin embargo, la demanda del pez mota en los mercados de Brasil,  lejos de detener su pesca y comercialización, ha incentivado notablemente la extracción ilegal de la especie en los países vecinos. En las cercanías de Leticia, en Colombia, los miembros de la expedición comandada por Fernando Trujillo  se toparon repetidas veces con  grupos de  “moteros” pescando a sus anchas, sin control de ningún tipo.
Lo mismo ocurre al otro lado de la frontera colombiana. Los trabajos de Solinia y ProDelphinus, dos instituciones peruanas dedicadas al estudio de los mencionados cetáceos, indican que en las localidades de Requena (región Ucayali)  y Caballococha (región Loreto), la cacería de delfines para la pesca de bagres se ha incrementado.
Según lo ha indicado el director de Fundación Omacha, para acopiar 300 kilos de mota se emplea en su pesca, en promedio, un delfín. Esto quiere decir, lo dice Trujillo, que posiblemente los  “140 000 kilogramos de mota que ingresan a Colombia podrían estar significando la muerte de 1600 delfines al año solo para el área de Mamiraguá”, en la Amazonía de Brasil.
Ninamata en Manu
En Perú, el “estado de contaminación por mercurio de las aguas de los ríos, de las especies hidrobiológicas y de la población (…) a consecuencia de la minería artesanal”, señala el Decreto Supremo Nº 034-2016-PCM, fueron los detonantes para que el gobierno del expresidente Ollanta Humala declarara, en mayo del 2016 , el estado de emergencia en once distritos de Madre de Dios.
La medida que fue cuestionada por el gobierno regional de Madre de Dios motivó la suspensión de las  actividades de extracción, comercialización, distribución y almacenamiento de la mota punteada en todo el departamento.
¿La prohibición de pescar y consumir mota en Madre de Dios ha detenido la contaminación por mercurio en los seres humanos?
Para Francisco Román no se han tomado los datos necesarios  para inferir cómo ha evolucionado el tema de la contaminación mercurial por ingesta de pescado. La mota se sigue vendiendo en los mercados a vista y paciencia de todo el mundo y en las comunidades indígenas las recomendaciones de las instituciones públicas para reducir o evitar su consumo cayeron en saco roto.
Román recuerda que en el  año 2014 el  actual director ejecutivo de CINCIA, el ecólogo Luis Fernández, dirigió una investigación para determinar el grado de contaminación por mercurio entre los indígenas machiguengas asentados al interior del  Parque Nacional del Manu, una de las áreas protegidas de mayor riqueza biológica del planeta, cuyos resultados fueron aterradores: los 65 pobladores evaluados dieron positivo. Solo tres niños estuvieron por debajo de la tolerancia de la OMS y los adultos tenían altos contenidos de mercurio.
El metal que ingresa a sus organismos para debilitarlos se introduce en el  territorio más virginal de la Amazonía peruana a través de los peces que se desplazan desde las zonas mineras —centenares de kilómetros río arriba— hacia el corazón del Manu.
Según ha dado cuenta Mongabay Latam, Fernández regresó a la zona de Yomibato y Takayome, en el Manu, a mediados de este año para realizar una nueva medición. “No se trata de alarmar a todo el mundo, ha referido, y decir que no se coma pescado. Los pescados contaminados son los bagres grandes. El dorado, la doncella o el zúngaro, porque son los que se comen a los más pequeños”.
En Lima buscamos a Patricia Balbuena, quien fue viceministra de Interculturalidad del Ministerio de Cultura durante la emergencia en Madre de Dios, para preguntarle sobre la continuidad de los protocolos sanitarios puestos en marcha. La antropóloga fue enfática en sus declaraciones: “la salud de los indígenas amazónicos pareciera no estar en la agenda del nuevo gobierno”.
Problemas regionales
Fundación Omacha estuvo detrás de la organización de la expedición que WWF Bolivia y Faunagua, una ONG boliviana, realizaron en la cuenca del río Itenez – Guaporé con el objetivo de conocer el estado de conservación de las poblaciones del bufeo boliviano (Inias boliviensis) en una zona comprendida entre el Parque Nacional Noel Kempff Mercado y los estados brasileños de Mato Grosso y Rondonia.
Los investigadores lograron avistar 230 delfines de río durante su recorrido de 270 kilómetros, una cantidad que podría estar definiendo una situación opuesta a la registrada en el río Putumayo, en Colombia.
Para el biólogo belga Paul van Damme, director de Faunagua, las poblaciones del bufeo boliviano se encuentran en buenas condiciones. Sin embargo, el cetáceo que fuera declarado Patrimonio Natural del Estado Plurinacional de Bolivia en el año 2012 también se enfrenta a las mismas amenazas que sus congéneres sudamericanos: la utilización de su carne para la pesca de mota, la eventual construcción de represas que obstruirían su migración y la contaminación de los ríos producto de la minería aurífera que se desarrolla en el río Madre de Dios, en Perú, al otro lado de la frontera.
“Se trata en su mayoría de problemas transfronterizos —advierte— que golpean a una especie que solo habita los ríos de Bolivia (…) Aunque no tenemos datos precisos sobre el grado de contaminación por mercurio es evidente que si los pobladores indígenas en el lado peruano del Madre de Dios y en el boliviano presentan niveles de mercurio en la sangre más elevados que los permitidos,  los delfines deben estar padeciendo lo mismo”.
Volvemos a Fernando Trujillo, el investigador colombiano. Para él “los delfines son los jaguares de los ríos amazónicos”. El biólogo sostiene que  bufeos, bagres y  lobos de río sirven de excelentes indicadores del estado de conservación de los ecosistemas acuáticos. Al igual que el carismático felino, se trata de especies que requieren de gran cantidad de hábitats en buen estado para poder vivir. Su sola presencia permite que empecemos a  entender el territorio que poblamos de una manera diferente, global. “Quizás sea por esta razón —anota— que los indígenas amazónicos los consideran seres transformados, únicos”.
27 000 kilómetros de biodiversidad
Donde hay abundancia de peces, es posible encontrarlos. Donde los seres humanos han logrado convivir con armonía con los bufeos de río —y con los grandes mamíferos terrestres y acuáticos— los ecosistemas se perpetúan y todos ganamos.
De allí la necesidad de regular las pesquerías en los cuerpos de agua de la cuenca amazónica a partir de criterios comunes y organizar de otra manera la minería aurífera. Es evidente para todos los consultados que las normativas nacionales, si no tienen un correlato regional, son letra muerta.
Las prohibiciones pesqueras en Brasil aceleran la sobrepesca en Colombia y en el Perú.  La incapacidad para detener el avance de la minería aurífera en Perú genera a la postre situaciones problemáticas en territorio boliviano. La construcción de represas en Brasil afecta la migración anual de los delfines endémicos de Bolivia
Todo está interrelacionado, por tanto, las soluciones a los problemas de fondo necesariamente tienen que ser conjuntas.
En Perú —nos lo refirió en junio pasado el biólogo José Luis Mena, de la filial peruana de World Wildlife Fund – WWF—, los requerimientos de pez mota en algunos mercados locales y la creciente demanda de la misma especie en Brasil, han exacerbado  la cacería ilegal de los dos delfines que habitan la  Amazonía peruana.
La expedición Marañon 2017 que impulsó su institución con el apoyo de Pro Delphinus y otras organizaciones peruanas, registró en un segmento de 300 kilómetros del río Marañón 93 delfines, 33 de ellos rosados y 60 grises. Una cifra reducida si la comparamos con los 2500 delfines avistados  hace cinco años durante un recorrido de 800 kilómetros en el río Purús, en Brasil, hecho por el propio Trujillo.
“Estamos analizando los datos recogidos —agrega Mena—. Para nosotros es muy  importante construir  una línea de  base en uno de los sectores más amenazados de la Amazonía peruana por la posible construcción de hidroeléctricas”. Su institución, consciente del rol que juegan los  grandes mamíferos como bioindicadores de la salud de los ecosistemas que habitan, viene desarrollando investigaciones con tapires, osos de anteojos, jaguares y delfines de río.
Los estudios en los ríos de Perú y Bolivia, sumados a las que ha realizado Fundación Omacha en Colombia, están aportando datos nuevos sobre la salud de la cuenca amazónica y están señalando el derrotero que se debería seguir para evitar el colapso que algunos científicos avizoran. “Si no implementamos —acota Trujillo— un modelo de desarrollo  que tome en cuenta lo que nos dicen las evidencias que estamos recogiendo, en veinte años el impacto sobre el ecosistema amazónico va a ser tremendo”.
Lo dice un investigador que ha trabajado en la India con delfines del río Ganges, una especie declarada en extinción que habita una de las goegrafías más densamente pobladas del planeta. “En el Ganges viven, en medio de un paisaje totalmente humanizado, 445 millones de seres humanos, ¿estamos esperando que el Amazonas tenga en 20 o 50 años un paisaje similar?”, acota.
Epílogo
Va cayendo la tarde en el cerro Monserrate, en Bogotá, Colombia.  Vicente Hernández, indígena del Caquetá, representante del Consejo Regional Indígena del Medio Amazonas – CRIMA, termina de interpretar un rap en cuya letra se narran las peripecias de los jóvenes de su resguardo para adaptarse a la dura realidad de su región. Se hace un silencio inmenso y se anima a cerrar la reunión: “El pensamiento y la cosmovisión de los abuelos no generan beneficios económicos, esa es la realidad. Nosotros no pedimos minería, la minería nos llegó. Lo digo nuevamente: si no se crean actividades económicas que den trabajo a los pobladores amazónicos, la alternativa para nosotros seguirán siendo las actividades ilícitas”.
Si no se actúa con rapidez y de manera conjunta, como ha dicho Fernando Trujillo, los ríos de la Amazonía  se irán convirtiendo en desiertos de agua.


Fuente:  Mongabay Latam - https://es.mongabay.com/2017/09/delfines-rio-indicadores-biologicos-la-destruccion-del-bosque-amazonico/?utm_source=Latam&utm_campaign=affc6340e2-EMAIL_CAMPAIGN_2017_10_08&utm_medium=email&utm_term=0_e3bbd0521d-affc6340e2-71089191 - Imagenes: Los pueblos indígenas amazónicos han considerado desde siempre a los delfines como seres mágicos a los que hay que cuidar. Para ellos son animales transformados. Foto de la Fundación Omacha - Fernando Trujillo, director de Fundación Omacha de Colombia, estudia desde hace más de veinte años el comportamiento y estado de conservación de los delfines de los ríos sudamericanos. Foto de Kike Calvo. - En la Amazonía viven 34 millones de personas, apenas 3.5 millones son indígenas. Foto de la Fundación Omacha. El cambio de uso de las tierras para incrementar la producción de palma aceitera, entre otros productos, afecta tremendamente a los ecosistemas amazónicos. Foto de la Revista Viajeros.

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