Las ballenas enfrentan nuevos desafíos por el calentamiento de los mares
Desde lo alto del faro de seis pisos, el agua va más allá del horizonte en todas direcciones. La sirena de niebla suena dos veces cada 22 segundos, interrumpiendo el interminable parloteo de las gaviotas argénteas. Al menos dos veces al día, poco después del amanecer, los investigadores suben escalones y escaleras y se arrastran a través de un sencillo portal de vidrio para dar un vistazo al mar circundante; buscan el característico espiráculo de una ballena. Este pedazo de roca, más o menos a 46 kilómetros de Bar Harbor, es parte de un esfuerzo global para monitorear y aprender más sobre una de las criaturas en peligro de extinción más majestuosas del mar. En lo que va del año, los pocos avistamientos en el lugar han subrayado los peligros cada vez más grandes a lo largo de la costa este que enfrentan las ballenas jorobadas y las ballenas francas del Atlántico Norte.
Por Karen Weintraub
El verano pasado, el número de ballenas jorobadas identificadas desde la roca fue catastrófico: el equipo solo vio ocho en lugar de las docenas habituales. Cincuenta y tres jorobadas han muerto en los últimos diecinueve meses, muchas después de impactarse contra botes o equipo de pesca. Los científicos consideran con preocupación que las jorobadas pueden haberse visto forzadas a irse a otro lado en busca de comida, pues el mar se calienta rápidamente, así, sus zonas de alimentación se ven afectadas.
Por Karen Weintraub
El verano pasado, el número de ballenas jorobadas identificadas desde la roca fue catastrófico: el equipo solo vio ocho en lugar de las docenas habituales. Cincuenta y tres jorobadas han muerto en los últimos diecinueve meses, muchas después de impactarse contra botes o equipo de pesca. Los científicos consideran con preocupación que las jorobadas pueden haberse visto forzadas a irse a otro lado en busca de comida, pues el mar se calienta rápidamente, así, sus zonas de alimentación se ven afectadas.
A a la izquierda: la
ballena jorobada Siphon con su ballenato, Canine, en 2014; la derecha
desde la esquina superior: la ballena jorobada Número 8, fotografiada en
1975 y en 1993. El patrón en la aleta de las jorobadas es único. Credit
North Atlantic Humpback Whale Catalog
“La comida está dispersa y es menos confiable, así que los animales se trasladan cada vez más”, dijo Scott Kraus, vicepresidente y jefe de científicos en el Centro Anderson Cabot para la Vida Marina del Acuario de Nueva Inglaterra. “Mientras más te trasladas, hay más probabilidad de enredos”. Las ballenas francas del Atlántico Norte, que prefieren aguas más frías, también están cambiando su curso, con consecuencias aún más funestas. Quince animales han muerto desde mediados de abril de una población que ahora cuenta con menos de 450 ejemplares. “No habíamos visto este nivel de mortalidad en ballenas francas desde que se detuvo la caza” en la costa de Nueva Inglaterra en el siglo XVIII, dijo Kraus. El acuario mantiene un catálogo de imágenes de las ballenas francas del Atlántico Norte, en parte, para monitorear sus niveles de población. Las fotografías, que abarcan décadas, son cruciales para entender a estos leviatanes escurridizos.Desde el cuarto de computadoras de la única casa de Mount Desert Rock, los investigadores utilizan 36.000 imágenes que retratan más o menos a 9500 animales para monitorear a las ballenas. Fue en esta isla durante la década de los setenta que los científicos confirmaron por primera vez que cada ballena tiene un patrón único en la aleta. La cola de la ballena jorobada es una firma invariable y tan distintiva como una cara, excepto cuando tiene golpes de barco, mordidas de tiburón o marcas de redes de pesca.
Una ballena franca y su
ballenato. Las ballenas francas son más difíciles de identificar, así
que los investigadores se basan en las áreas rugosas de la piel de sus
cabezas para monitorearlas. Credit The New England Aquarium
Los algoritmos digitales facilitan la identificación puesto que dividen las fotografías en categorías de patrones de aleta determinando, principalmente, cuánto negro o blanco hay en cada cola. Sin embargo, los investigadores como Lindsey Jones, una estudiante de posgrado del College of the Atlantic que administra la estación, todavía deben usar sus ojos para revisar manualmente miles de imágenes una a una para encontrar coincidencias.
Sería posible crear un algoritmo mejorado, pero nadie en el pequeño y dedicado ámbito de la investigación de ballenas tiene los medios para pagarlo. Por suerte, es fácil establecer algunas correspondencias. Los investigadores de la isla ven a muchas de las ballenas del golfo de Maine tan seguido que pueden reconocerlas a primera vista.
El número elevado de muertes de jorobadas que ocurrieron de enero de 2016 al 1 de septiembre de este año motivó a la Administración Nacional de los Océanos y la Atmósfera a declarar un “evento inusual de mortalidad”. Nadie sabe exactamente qué está pasando, pero las investigaciones de la agencia atribuyen la mitad de las muertes a colisiones con barcos.
El golfo de Maine se calienta rápidamente —a uno de los índices más rápidos de la Tierra— y la variación de temperatura podría estar causando cambios a lo largo de la cadena alimentaria, dijo Dan DenDanto, el gerente de la Estación de Investigación Marina Edward McC. Blair en Mount Desert Rock. Conforme las ballenas siguen fuentes de alimento en áreas nuevas para ellas, deambulan por las rutas de los barcos y se atoran en los equipos de pesca.
Steven Katona, cofundador de Allied Whale, fue uno de los primeros investigadores que comenzaron a identificar ballenas aquí en la década de los setenta. Katona y sus colaboradores tomaron fotografías para el catálogo de ballenas jorobadas, con lo que confirmaron su corazonada de que los patrones en las aletas son constantes durante la vida de las ballenas.
En 1975, nombraron a una de las primeras jorobadas del Atlántico Norte “na00008”, o Número 8. Esta ballena ha sido vista tres veces desde entonces: en el golfo de San Lorenzo en Canadá en la década de los ochenta, cerca de la costa de la República Dominicana en 1993 y a principios de este año cerca de la costa de Nueva Jersey.
Los avistamientos ocurrieron en cuatro hábitats distintos de la ballena jorobada y nos dieron una idea de dónde se alimentan, se aparean y hacia dónde migran estos gigantes. Otro avistamiento pareó una ballena en Brasil con otra observada en Madagascar —una distancia de cerca de 10.460 kilómetros—, lo que prueba que el animal, del tamaño de un autobús escolar, puede desplazarse un cuarto del camino alrededor de la Tierra.
La estación de investigación Mount Desert Rock en Maine en 2011 Credit North Atlantic Humpback Whale Catalog
El catálogo también ha permitido que los investigadores se den cuenta de que las ballenas se aparean en la colindancia con el mar Caribe y después se dirigen a las áreas de alimentación tradicionales, desde la costa este de Estados Unidos hasta Terranova y Labrador, Groenlandia e Islandia.
Entender el comportamiento de las ballenas continúa siendo una clave para ayudarlas a sobrevivir en aguas más cálidas que comparten con pescadores y barcos, dijo Judy Allen, directora asociada de Allied Whale.
“Estos son animales muy difíciles de estudiar”, dijo Allen. “Pasan la mayoría de su vida bajo el agua. Obtenemos breves vistazos cuando sacan sus colas del agua y alguien está ahí casualmente con una cámara”.
Se pueden ver ballenas francas generalmente en el golfo de Maine, en la costa de las Marítimas Canadienses y en el golfo de San Lorenzo durante el verano. En el invierno, las hembras preñadas y otras migran a lo largo del litoral del este hacia el sudeste.
Estas ballenas no tienen aletas distintivas, sus cuerpos son más anchos y son menos graciosas que sus primas jorobadas. Así que los investigadores las identifican gracias a los patrones de las “callosidades” o porciones de piel más ásperas en la cabeza de cada animal. Debido a que estas formaciones solo se pueden ver desde arriba, los científicos necesitan usar aviones y botes para monitorearlas.
El North Atlantic Right Whale Catalog, administrado por el Acuario de Nueva Inglaterra, incluye imágenes de 722 ballenas, con un registro de población que data de inicios de la década de los setenta. El trabajo ha sido especialmente crucial este año, cuando han ocurrido tantas muertes inexplicables.
En lo que va de 2017, doce cadáveres han emergido en Canadá y otros tres en aguas de Estados Unidos. Hasta donde saben los investigadores, solo nacieron cinco ballenatos. Los últimos cálculos, publicados por el Acuario de Nueva Inglaterra, establecieron que la población de las ballenas francas del Atlántico Norte es de 458 ejemplares. No obstante, eso fue antes de las muertes de este año, dijo Kraus.
Gale McCullough de Hancock, Maine, abrió una cuenta en Flickr y una página en Facebook donde la gente puede publicar avistamientos y compartir su amor por las ballenas.
“Es importante para la gente darse cuenta de que [cada ballena] es un individuo con una historia de vida y un grupo de descendientes, como nosotros”, dijo McCullough.
Fuente: New York Times - Imagenes: Una ballena jorobada emergiendo del agua Credit Tom Fernald/North Atlantic Humpback Whale Catalog