La dimensión y relevancia de los límites


La bibliografía que ha abordado hasta la fecha el Decrecimiento se ha centrado principalmente en criticar lo inaceptable del empeño por el crecimiento y los problemas que éste causa. Esto es, sin duda, de gran valor, pero la perspectiva de la Vía de la Simplicidad va más allá del diagnóstico de la insostenibilidad y de la injusticia actuales del sistema mundial y trata de definir la forma que debería adoptar una sociedad sostenible y justa, junto con las implicaciones que esto tiene para la teoría y la práctica de la transición. Lo que yo defiendo es que, desde el momento en que se percibe la verdadera situación de los límites, resulta imposible negar las enormes e ineludibles conclusiones derivadas de dicha situación. Esto es así tanto en la cuestión de cómo definimos lo que constituye una buena sociedad, como en el propio proceso de transición. Y es precisamente esto lo que encuentro escasamente reconocido en las obras acerca del Decrecimiento.

Ted Trainer

Lo fundamental aquí es que seamos capaces de ver el modo lógico en que estos nuevos ámbitos se conectan entre sí y con el diagnóstico habitual que nos presenta el Decrecimiento. En primer lugar, la forma básica que debe adoptar una sociedad satisfactoria se deriva ineludiblemente de la propia comprensión de la situación mundial y no se trata, pues, de una cuestión de opciones o de preferencias. Es decir, si estamos de acuerdo en que la situación global es la que se encuentra resumida en el capítulo 2 de este libro, no nos queda otra opción que asumir como objetivo una sociedad caracterizada por la frugalidad, el localismo autosuficiente, los gobiernos participativos, el control ciudadano de las comunidades y una economía totalmente diferente. Sin embargo, no tengo la impresión de que las personas que escriben sobre Decrecimiento reconozcan claramente esa conclusión necesaria que surge de manera lógica e ineludible.
En mi opinión, la razón de esto radica en la ausencia —en buena parte de sus obras— de un diagnóstico correcto de la gravedad de los límites, de la magnitud de esa insostenibilidad sobre la que he insistido en el capítulo 2. Recordemos la tesis central de dicho capítulo: los niveles de uso per cápita de recursos en los países enriquecidos, están muy por encima de lo que podría hacerse extensivo al conjunto de la población mundial. Además, si la meta que nos proponemos es elevar el nivel de vida de todos los seres humanos, deberíamos tener en 2050 —suponiendo un 3% de crecimiento anual— un PIB mundial más de 20 veces superior al actual. Puesto que ya hemos superado los límites, las reducciones que necesitamos son del orden del 90%.
Muy pocas personas dentro del movimiento por el Decrecimiento (que a su vez es una fracción casi insignificante de la gente con una conciencia ecológica en general) parecen captar este aspecto crucial, esta dimensión de nuestra extralimitación. De hecho, su magnitud es tal que convierte en inviables las soluciones tecnológicas y los sueños reformistas; únicamente unas reducciones absolutamente radicales —y unas transformaciones equivalentes en las estructuras sociales y en las culturas— pueden resolver, en buena lógica, los problemas que tenemos. En consecuencia, solamente podemos lograrlo mediante algún tipo de Vía de la Simplicidad.
El crecimiento es parte esencial del conjunto del sistema socioeconómico y cultural
Aparte de la magnitud que ha alcanzado nuestra extralimitación, tenemos el hecho de que los principales defectos de la sociedad capitalista-consumista son consustanciales a dicho modelo de sociedad. Es decir, no son tachas o fallos o elementos defectuosos que se puedan quitar, arreglar o reformar. Esto es algo que reconoce parte del movimiento por el Decrecimiento, pero no lo enfatiza lo suficiente. A menudo se ve la apuesta por el crecimiento como un fallo puntual que estamos cometiendo, como si fuese una mala política que pudiésemos eliminar para continuar más o menos como antes, sólo que sin crecimiento. Pero el crecimiento no es un atributo, un elemento o una estructura que pueda separarse del resto de esta sociedad. No es como un aparato de aire acondicionado que podemos quitar dejando la vivienda básicamente como estaba. El crecimiento no es un elemento adicional que esta sociedad posee, sino que esta sociedad es una sociedad del crecimiento. El crecimiento es algo inherente a sus estructuras y procesos centrales y no podemos quitarlo de enmedio sin rehacer la sociedad prácticamente por completo. Mucha de la gente que se preocupa por el estado de cosas, actúa como si se pudiese seguir adelante arreglando un componente defectuoso de la sociedad por aquí, otro por allá… Piensan que así, al final, lograrán resolver los problemas. Desde el punto de vista de la Vía de la Simplicidad esa forma de actuar es errónea puesto que no se puede eliminar el crecimiento y otros fallos que son parte esencial de este tipo de sociedad sin que se dé un desguace y una sustitución revolucionarios tanto de la economía como del sistema político, de la geografía de los asentamientos y —lo más problemático de todo— de las ideas, disposiciones y valores actualmente dominantes.
Un ejemplo ilustrativo del profundo grado de integración del crecimiento en numerosos aspectos de nuestra sociedad, es la cuestión del interés. La práctica de prestar dinero y obtener de vuelta más de lo que se prestó, es fundamental para muchos aspectos de la economía y de la cultura actuales, incluyendo las decisiones de inversión, las pensiones, el desarrollo, la determinación y distribuciones de los ingresos… Pero en una economía de crecimiento cero, lo único en lo que cabría invertir sería en el reemplazo de los equipamientos o infraestructuras que se hubiesen deteriorado, o en la redistribución de la capacidad productiva en base a prioridades diferentes a las actuales, en lugar de invertir en la puesta en marcha de nuevas fábricas para producir cosas nuevas. Si no hay crecimiento de la capacidad productiva, de la riqueza o de los ingresos, y si la gente sólo consume lo necesario, entonces sólo se necesita una limitada cantidad fija de dinero y de inversión para facilitar la actividad económica. Además, si eliminamos toda la producción frívola y derrochadora, así como la inversión especulativa en burbujas inmobiliarias y en adquisición de empresas, la capacidad productiva que sería necesario mantener se reduciría a un minúscula fracción de la que hoy día absorbe por completo la capacidad de inversión. Así pues, en una economía poscrecimiento sana, no quedaría más que un margen casi despreciable para la generación de ingresos por medio del interés, por una cuestión simplemente técnica. Y, en todo caso, podría prohibirse por medios políticos que estas ganancias inmerecidas fluyesen hacia la gente que no hubiese trabajado por ellas.
Esto implica que —entre otros sectores— habría que desmantelar casi toda la industria financiera. Los bancos serían poco más que lugares donde depositar los ahorros y donde se facilitase la circulación de una cantidad estable de dinero. No habría necesidad —o posibilidad— de un proceso de creación monetaria, ya no digamos de un proceso semejante controlado por bancos privados. Las pensiones ya no podrían proceder de los beneficios de la inversión. Las decisiones acerca de dónde invertir tendrían que hacerse con criterios racionales y colectivos en términos de necesidades sociales, no en términos de maximizar la riqueza de la minoría ya enriquecida que posee el capital.
Existen consecuencias igualmente radicales que tienen que ver con la igualdad, y con el papel del mercado. El crecimiento legitima la desigualdad diciéndole a todo el mundo: “Cuando sube la marea, eleva a todos los barcos”. Sin crecimiento no se toleraría ninguna desigualdad significativa. Y, por supuesto, si se descarta el crecimiento, toda la ideología del Desarrollo del Tercer Mundo se desmorona, porque como detalla el capítulo 6, ésta viene legitimada por el mito de la filtración de la riqueza hacia abajo. La actual industria del desarrollo —incluyendo departamentos de Asuntos Exteriores, ONGs, la ONU, el Banco Mundial y una larga lista de personal académico— actúa como si no fuese concebible ningún otro modo de abordar el desarrollo. Sin embargo, si abolimos el crecimiento, debemos abrazar una noción completamente distinta: el Desarrollo Apropiado, que viene a ser, por supuesto, la Vía de la Simplicidad, tanto para los países enriquecidos como para los empobrecidos.
El factor fundamental y omnipresente en prácticamente todos los aspectos de la sociedad consumista-capitalista es su cultura: las ideas y valores profundamente arraigados y asumidos que definen lo que es una buena vida y lo que es el progreso. Muy poca de la crítica social logra captar que no se podrá lograr una buena sociedad a menos que —y hasta que— consigamos una buena ciudadanía. Las propuestas utópicas, como las del socialismo, suelen ser intentos de diseñar y poner en práctica sistemas que permitan a la gente —tal como es— disfrutar de sus vidas en paz y justicia. Tal como explica Avineri (1968), incluso Marx pensaba que la revolución consistía en instituir nuevos acuerdos políticos y económicos que permitiesen una mejor sociedad incluso en el caso de que la gente siguiese siendo codiciosa y competitiva, siguiese obsesionada por el estatus social, o consumiendo de manera irresponsable. Marx creía que al final —bastante tiempo después de la revolución— estas taras psicológicas terminarían por superarse. En cambio, la teoría anarquista de la transición insiste en que, dado lo inédito del momento histórico que tenemos por delante —esto es, el declive hacia la escasez y la limitación—, es necesario superar estas cuestiones antes, con el fin de que sea posible dicha transición. No pueden surgir buenas comunidades —o ser operativas— a no ser que estén dirigidas por buenos ciudadanos. Gozar de buenas comunidades requiere —al tiempo que favorece— una buena ciudadanía. Así pues, considero de nuevo que la comprensión correcta de la transición es la que apunta el anarquismo, dándole completamente la vuelta a Marx: la economía y el poder son secundarios con respecto a las ideas y los valores, y la tarea de quienes apuestan por la revolución en este momento histórico no consiste en tomar el poder del Estado sino en trabajar para cambiar la visión del mundo que tiene la gente.
Por tanto, visto con la perspectiva de la Vía de la Simplicidad, el problema va mucho más allá del crecimiento. Aun así, aunque sólo nos centrásemos en la cuestión del crecimiento, deberíamos concluir por lógica que hay que descartar el reformismo (y otras cuestiones como la mundialización) y que resulta necesario sustituir —en su práctica totalidad— el conjunto de sistemas económicos, políticos, de ordenación territorial, sociales y culturales. En otras palabras: el objetivo debe ser mucho más radical de lo que mucha gente asume dentro del movimiento por el Decrecimiento.
Desarrollando la alternativa
Una de las principales diferencias entre las propuestas de este movimiento y las mías tiene que ver con la preocupación y la disposición para definir la forma que debe tener la sociedad alternativa. A medida que los problemas mundiales se agravan, la gente está cobrando cada vez mayor consciencia de que los sistemas actuales tienen defectos de base; pero el problema está en que no son capaces de vislumbrar alternativas viables. Por tanto, la mejor palanca de que dispondremos de ahora en adelante para mover a la gente hacia el cambio, será explicar que existe una alternativa realizable y atractiva.
Es por esto que me he centrado principalmente en desarrollar la manera en que podrían ser las cosas, y en argumentar que la alternativa sería fácil de poner en marcha si quisiéramos. También he intentado destacar —y esto es, sin duda, lo más importante— que no sólo eliminaría la mayoría de nuestros alarmantes problemas sino que también proporcionaría a todo el mundo una calidad de vida muchísimo mejor. Si queremos que la gente abandone la suicida carrera de ratas del capitalismo-consumismo, la mejor estrategia que podemos aplicar pasa por centrarnos en los beneficios, aunque también reservemos, por supuesto, un lugar importante a las advertencias acerca de dónde vamos a acabar si nos empeñamos en continuar por el camino actual.
Abundan las obras, tanto dentro del Decrecimiento como en otras corrientes críticas, que tratan sobre las alternativas al actual sistema, pero lo habitual es que se queden en el nivel abstracto de las generalizaciones y de los principios: por ejemplo, la Tasa Tobin o la eliminación de la deuda del Tercer Mundo. Lo que yo he intentado hacer es explicar con cierto detalle cómo podríamos organizar la vida cotidiana en nuestros barrios, cómo podríamos articular el territorio, qué tipo de acuerdos sociales y procesos de decisión social podría haber, y lo seguras y agradables que podrían ser así nuestras vidas. Solamente si la gente es capaz de ver cómo serían sus vidas diarias, y que los sistemas necesarios para ello son viables en la práctica, se abrirá la posibilidad de que apoyen esta alternativa. Me gustaría que se le comenzase a prestar mucha más atención a esta cuestión, a elaborar lo que Serge LaTouche describe como los nuevos imaginarios, y a dar a conocer ejemplos reales tomados de las ecoaldeas y de otras fuentes.
Acerca de la transición
Opino que es precisamente en la teoría y en la práctica de la transición donde la Vía de la Simplicidad ofrece su aportación más significativa a la perspectiva general del Decrecimiento. Una vez más, defiendo el carácter directo e ineludible de las conclusiones lógicas a las que nos lleva la comprensión de partida de la escala y la naturaleza de la situación de choque con los límites. Si esta situación implica que la solución debe adoptar la forma de comunidades en buena medida autosuficientes y autogobernadas que abracen con alegría la estabilidad, el colectivismo y la frugalidad, entonces surgen como consecuencia lógica unas fuertes limitaciones en cuanto al rango de caminos que pueden llevar a su establecimiento. De hecho, no existe más que una vía general para llegar ahí, y en ella no cabe una toma del poder estatal como elemento central (…al menos hasta más adelante, en la 2ª Fase del proceso de transición).

Como ya detallé en el capítulo 12, sólo podemos llegar a ese estadio donde una ciudadanía amable, sensible y socialmente responsible dirija con acierto sus comunidades locales, a través de un largo proceso en el cual surja su deseo de hacerlo para, a continuación, definir de qué manera se hará, mediante los medios que mejor encajen con sus condiciones particulares (biorregionales, históricas, de tradición cultural, etc.). El Estado no puede generar esa situación, ni por medios benignos y democráticos, ni mediante un autoritarismo brutal. “Pero, ¿no podría el Estado animar a ello y favorecerlo?”, se me preguntará. Esa cuestión encierra una contradicción lógica, descrita en el capítulo 12: un gobierno que quisiese hacer algo así no podría existir a menos que una mayoría de la población con esa visión del mundo y esos objetivos lo hubiese elegido, es decir, a menos que la mayoría de la gente hubiese adoptado previamente la Vía de la Simplicidad… es decir, a menos que la revolución ya hubiese tenido lugar.
Por lo tanto, en este momento histórico, lo más valioso que pueden hacer las y los activistas es implicarse en las numerosas iniciativas locales que están emergiendo, para así colocarse en una posición inmejorable para persuadir a sus participantes de que es necesario evolucionar con todas las consecuencias hacia la Vía de Simplicidad, lo cual, por descontado, acabará implicando al final un cambio radical al nivel del (muy disminuido) Estado.
A este respecto existe un objetivo intermedio de extrema importancia que no resulta evidente en la literatura del Decrecimiento: la ciudadanía debe tomar el control de sus pueblos y cuidades. Los numerosos y esperanzadores avances que se están desarrollando dentro de los movimientos de las Transition Towns, de la Permacultura, de la Simplicidad Voluntaria, del Downshifting, del movimiento Slow… abordan elementos que a la postre van a resultar esenciales, pero corren el riesgo casi seguro de quedarse en nada si no forman parte de una determinación más general de la gente común de apropiarse del funcionamiento de sus localidades y de sus problemas, de juntarse para hacer lo que sea preciso para arreglar lo que no funcione, para mejorar las cosas y construir una comunidad mucho mejor. “¿Resulta que tenemos por aquí gente que se siente sola o una juventud inmersa en el tedio o un problema de desempleo? Bueno, pues… ¿qué vamos a hacer al respecto?” Esto supone un paso de gigante con respecto a la actual cultura consumista y pasiva que lo deja todo en manos de un funcionariado remoto. El elemento que resulta absolutamente crucial para que podamos gozar de unas comunidades sostenibles y justas es precisamente esta disposición y deseo de tomar el control del lugar donde vivimos. Es muchísimo más importante lograr que se introduzca esta orientación en los planes del activismo que poner en marcha composteras comunitarias o intercambios de ropa usada, aunque la mejor manera de introducirlo es precisamente unirse a la gente implicada en ese tipo de actividades.
En este punto de nuevo tenemos que reconocer que las ideas más valiosas proceden del anarquismo. La preocupación primordial en esta 1ª Fase de la revolución debe ser aumentar la consciencia social acerca de lo necesaria e intrínsecamente deseable que es la Vía de la Simplicidad; modificar las conciencias y el deseo, más que intentar lograr el poder del Estado. Eso ya sucederá más adelante, como consecuencia de la propia revolución.
Resumiendo
Esta revolución no se parecerá a ninguna anterior. Será mucho más grande y mucho más complicada… y lo tendrá mucho más difícil para triunfar. Todas las demás buscaban el crecimiento. Esta revolución implica mucho más que simplemente librarse del capitalismo. Y, por supuesto, el crecimiento no es el problema; es sólo uno de los problemas. Nos enfrentamos a una crisis global de múltiples dimensiones, en la cual cualquiera de los diversos fallos y amenazas podría acabar con nosotros. La bomba de relojería a nivel global que con razón alarma a la gente del Decrecimiento, no puede desactivarse sin abordar diversos aspectos de la sociedad de consumo capitalista, especialmente el sistema de mercado, el sistema financiero internacional, el tipo equivocado de desarrollo en el Tercer Mundo, la injerencia y la agresión militares necesarias para mantener el imperio, la democracia representativa, la errónea noción de progreso, la arrogancia de las soluciones tecnológicas y la decadencia de la cohesión social, junto con las contradicciones culturales y los valores negativos. Buena parte de la gente que escribe acerca del Decrecimiento no parece darse cuenta de que el gato al que pretenden ponerle el cascabel es un realidad un tigre.

Fuente: decrecimiento.info - Imagenes: ‪Revista 15 15 15‬ - ‪STEPIENyBARNÓ‬

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