El fin de las sociedades democráticas en América Latina
Escena 1: Semanas atrás en un centro cultural de la localidad de Munro, en la zona norte de Buenos Aires, se presentó la Orquesta Típica Fernández Fierro, una de las más potentes bandas de tango de la actualidad argentina. En cierto momento, cerca del final del recital, uno de los 13 músicos tomó el micrófono para decir: “Queremos que aparezca Santiago Maldonado”. La mitad del público, de unas 500 personas, se retiró del local con gritos e insultos contra los músicos. Salieron de golpe, “como si hubiera un resorte en las butacas”, según uno de los miembros de la banda. Entre los improperios llegaron a escuchar algo que los dejó perplejos: “Ustedes rompieron todo y nosotros tenemos que pagarlo” (goo.gl/A1gu6b). Esa brutal reacción se produjo porque pidieron por la vida de un joven solidario con los mapuche desaparecido por la Gendarmería.
Raúl Zibechi
Escena 2: La exposición Queermuseu-Cartografías de la Diferencia en el Arte Brasileño, que llevaba un mes en cartelera en el centro Santander Cultural en Porto Alegre, fue cancelada por el banco que la auspiciaba por el vendaval de reproches que recibió en las redes sociales. Los críticos acusaban a la muestra artística de “blasfemia” y de “apología de la zoofilia y la pedofilia” (goo.gl/kDnZiq).
Se trataba de 270 obras de 85 artistas que defienden la diversidad sexual. Las críticas provinieron básicamente del Movimiento Brasil Libre (MBL) que jugó un papel destacado en la caída del gobierno de Dilma Rousseff, convocando manifestaciones con millones de participantes. Como señala la crónica, se trata de “un grupo conservador nacido en 2014 que ha venido cobrando fuerza con el giro de la sociedad brasileña a la derecha”.
En un comunicado, Santander llamó a reflexionar “sobre los retos a los que nos debemos enfrentar en relación con las cuestiones de género, diversidad y violencia, entre otras cosas”. Pero la amenaza de boicot por el MBL pudo más que cualquier razonamiento.
Puede imaginarse el nivel de agresividad que soportan los sectores populares, si un banco multinacional y una orquesta célebre son acosados de ese modo. En este punto quisiera reflexionar sobre lo que considero como la erosión de las bases culturales y políticas de las democracias, ante la brutal polarización social que se vive en los principales países de la región.
Escena 2: La exposición Queermuseu-Cartografías de la Diferencia en el Arte Brasileño, que llevaba un mes en cartelera en el centro Santander Cultural en Porto Alegre, fue cancelada por el banco que la auspiciaba por el vendaval de reproches que recibió en las redes sociales. Los críticos acusaban a la muestra artística de “blasfemia” y de “apología de la zoofilia y la pedofilia” (goo.gl/kDnZiq).
Se trataba de 270 obras de 85 artistas que defienden la diversidad sexual. Las críticas provinieron básicamente del Movimiento Brasil Libre (MBL) que jugó un papel destacado en la caída del gobierno de Dilma Rousseff, convocando manifestaciones con millones de participantes. Como señala la crónica, se trata de “un grupo conservador nacido en 2014 que ha venido cobrando fuerza con el giro de la sociedad brasileña a la derecha”.
En un comunicado, Santander llamó a reflexionar “sobre los retos a los que nos debemos enfrentar en relación con las cuestiones de género, diversidad y violencia, entre otras cosas”. Pero la amenaza de boicot por el MBL pudo más que cualquier razonamiento.
Puede imaginarse el nivel de agresividad que soportan los sectores populares, si un banco multinacional y una orquesta célebre son acosados de ese modo. En este punto quisiera reflexionar sobre lo que considero como la erosión de las bases culturales y políticas de las democracias, ante la brutal polarización social que se vive en los principales países de la región.
El primer punto consiste en observar la profunda grieta social existente, que se agrava con el modelo extractivo y la cuarta guerra mundial en curso. Una parte de las sociedades optó por atrincherarse en sus privilegios, de color y de clase, que se resumen en vivir en barrios consolidados donde no les falta el agua y las viviendas son seguras. Este sector abarca a la mitad de la población, la que tiene acceso a la educación y la salud porque puede pagarlas, los que tienen empleos medianamente bien remunerados pero sobre todo estables, los que pueden viajar incluso en aviones, dentro o fuera de sus países. Son las y los ciudadanos que tienen derechos y son respetados como seres humanos.
El segundo punto es que la democracia electoral tiene sentido sólo para ese sector, aunque no sean los únicos que acuden a las urnas. Pueden elegir a los candidatos que los representan, que suelen ser de su mismo color de piel (en general varones blancos), que tienen estudios universitarios, son reconocidos y estimados por los medios de comunicación, que les abren generosamente sus espacios.
No es cierto que no exista democracia en América Latina. Es una democracia a la medida de la parte “integrada” de la población. Estamos ante dos sociedades que no se reconocen. Los medios argentinos sostienen que quienes preguntan por el paradero de Santiago Maldonado “nos han declarado la guerra”. O peor, grandes medios que se dicen “respetuosos” de la democracia, asimilan a los mapuche con el Estado Islámico (goo.gl/t3GQRm).
El tercer punto es la retroalimentación entre poder político y sociedad. Se suele argumentar que esta parte derechista y conservadora de la sociedad toma la ofensiva cuando las derechas son gobierno. En parte, es cierto. Pero también es verdad que el activismo de ese sector es el que ha llevado a las derechas a los gobiernos, sobre todo en Brasil y Argentina.
Pienso que es necesario preguntarse porqué emergió una nueva derecha capilar tan reaccionaria, tan incapaz de dialogar, que ha desgarrado el tejido social, desde Estados Unidos hasta Sudamérica. Trump es la consecuencia, no la causa.
La causa está en el modelo extractivo y la cuarta guerra mundial. Cuando el modelo ha sido administrado por el progresismo, esa derecha emerge incluso con mayor intransigencia, porque detesta a los pobres con los que a menudo debe compartir “sus” espacios. Podemos decir que estamos ante unas clases medias funcionales a la cuarta guerra mundial, dispuestas a aplastar a los de abajo sin miramientos.
El cuarto punto, finalmente, somos nosotros, los que queremos derrotar al capitalismo pero no sabemos bien cómo hacerlo. Lo primero es tener claro que el “sistema” se está desintegrando y una de sus consecuencias es la ruptura de la sociedad.
Los de arriba y los del medio se protegen; los de abajo no tenemos lugar en sus escuelas ni en sus hospitales, ni en sus medios ni en sus urnas. Esto no quiere decir que no reclamemos, no exijamos, no negociemos.
Cuando reclamamos podemos hacerlo porque realmente esperamos que nos van a dar lo que nos corresponde, o como pedagogía política, para mostrarle a “los nuestros” los límites del sistema. Porque sí existe un “nosotros” y un “ellos”, como siempre lo tuvieron claro los obreros industriales hasta, digamos, el último tercio del siglo pasado.
El segundo punto es que la democracia electoral tiene sentido sólo para ese sector, aunque no sean los únicos que acuden a las urnas. Pueden elegir a los candidatos que los representan, que suelen ser de su mismo color de piel (en general varones blancos), que tienen estudios universitarios, son reconocidos y estimados por los medios de comunicación, que les abren generosamente sus espacios.
No es cierto que no exista democracia en América Latina. Es una democracia a la medida de la parte “integrada” de la población. Estamos ante dos sociedades que no se reconocen. Los medios argentinos sostienen que quienes preguntan por el paradero de Santiago Maldonado “nos han declarado la guerra”. O peor, grandes medios que se dicen “respetuosos” de la democracia, asimilan a los mapuche con el Estado Islámico (goo.gl/t3GQRm).
El tercer punto es la retroalimentación entre poder político y sociedad. Se suele argumentar que esta parte derechista y conservadora de la sociedad toma la ofensiva cuando las derechas son gobierno. En parte, es cierto. Pero también es verdad que el activismo de ese sector es el que ha llevado a las derechas a los gobiernos, sobre todo en Brasil y Argentina.
Pienso que es necesario preguntarse porqué emergió una nueva derecha capilar tan reaccionaria, tan incapaz de dialogar, que ha desgarrado el tejido social, desde Estados Unidos hasta Sudamérica. Trump es la consecuencia, no la causa.
La causa está en el modelo extractivo y la cuarta guerra mundial. Cuando el modelo ha sido administrado por el progresismo, esa derecha emerge incluso con mayor intransigencia, porque detesta a los pobres con los que a menudo debe compartir “sus” espacios. Podemos decir que estamos ante unas clases medias funcionales a la cuarta guerra mundial, dispuestas a aplastar a los de abajo sin miramientos.
El cuarto punto, finalmente, somos nosotros, los que queremos derrotar al capitalismo pero no sabemos bien cómo hacerlo. Lo primero es tener claro que el “sistema” se está desintegrando y una de sus consecuencias es la ruptura de la sociedad.
Los de arriba y los del medio se protegen; los de abajo no tenemos lugar en sus escuelas ni en sus hospitales, ni en sus medios ni en sus urnas. Esto no quiere decir que no reclamemos, no exijamos, no negociemos.
Cuando reclamamos podemos hacerlo porque realmente esperamos que nos van a dar lo que nos corresponde, o como pedagogía política, para mostrarle a “los nuestros” los límites del sistema. Porque sí existe un “nosotros” y un “ellos”, como siempre lo tuvieron claro los obreros industriales hasta, digamos, el último tercio del siglo pasado.
Si llegamos a la conclusión que ya no existe “una” sociedad de derechos, nuestras estrategias deben adaptarse a esta nueva realidad. Debemos crear “nuestra” estrategia, con nuestras reglas de juego en nuestros territorios, porque las bases sociales y materiales de las democracias han sido erosionadas por este modelo de guerra y despojo.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/10/13/opinion/021a1pol - Imagenes: Fundación Arias -Question Digital