El mundo de esclavos en el que vivimos
Estamos en 2017 los
coches de Blade Runner no vuelan aún, ni los humanos no se reproducen
por cultivos como en Un mundo feliz, ni los bomberos se dedican a quemar
pilas de libros, como en Farenheit 451, pero estamos más cerca que
nunca de 1984, la fantasía de George Orwell.
En 1995, cuando aún no estaba tan difundido el diagnóstico de TDAH, Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad, Cristina Larroy y María Luisa de la Puente, profesoras de la Universidad Complutense de Madrid, publicaron "El niño desobediente. Estrategias para su control" . En el Prólogo Francisco Labrador, catedrático de Técnicas de Modificación de Conducta de la misma Universidad lo recomienda afirmando que "si se buscan indicaciones precisas para actuar con eficacia inmediata no cabe duda que aquí se encontrarán".
Por Juan Pundik
Las autoras definen la conducta de desobedecer como "la negativa a iniciar o completar una orden realizada por otra persona en un plazo determinado de tiempo (5, 10, 20 segundos, dependiendo de los autores). Esta orden puede hacerse en el sentido de hacer o en el sentido de no hacer". El diagnóstico psiquiátrico de estos comportamientos corresponden en el DSM IV a Trastorno negativista desafiante F91.3. Aclaran que "con frecuencia, estos niños presentan otros problemas asociados, entre los que destaca la hiperactividad y los problemas de aprendizaje".
Las estrategias de control que aconsejan son las habituales de los tratamientos cognitivo conductuales: reforzamiento positivo y negativo, premios y castigos. "El castigo, para que sea eficaz, debe ser intenso. En el caso de las agresiones físicas (bofetadas, azotes, etc.), se plantean serios problemas éticos (...) Si decidimos recurrir al castigo físico porque el resto de los procedimientos han fracasado, quizá lo más conveniente sean los azotes en el trasero, siendo conveniente establecer un número fijo (dos o tres)".
En 1911 Sigmund Freud publicó Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente en el que, basándose en Memorias de un neurópata , desarrolló su teoría de la psicosis paranoica a partir de los delirios y alucinaciones del autor de las Memorias, Daniel Paul Schreber (1842-1911), juez alemán que enloqueció a los 42 años.
La lectura de El niño desobediente me recordó que, investigando los antecedentes familiares de Daniel Paul Schreber, el eminente psiquiatra estadounidense Morton Schatzman, publicó un libro en el que explica que el padre de éste había sido Daniel Gottlieb Moritz Schreber (1808-1861), destacado médico y pedagogo alemán, que había dirigido y supervisado su educación.
Las teorías y métodos que éste aplicó a la educación de los niños estaban fundamentados en los mismos principios básicos que preconizan los regímenes totalitarios. Al igual que estos, consideraba que lo más importante en un niño eran la obediencia y la disciplina.
Publicó alrededor de 20 libros y cientos de folletos y artículos destinados a difundir sus ideas y métodos pedagógicos. Pensaba que era "especialmente importante y crucial para el conjunto de la vida con respecto al carácter... formar un muro protector contra el insalubre predominio del lado emocional, contra esa sensiblería blandengue, enfermedad de nuestra época, que debe ser reconocida como el motivo habitual de las cada vez más frecuentes depresiones, enfermedades mentales y suicidios (...)
Si acostumbramos al niño a lo que es bueno y justo, lo preparamos para hacer lo bueno y lo justo el día de mañana, conscientemente y según su libre voluntad.
Continúa Schreber padre : "Todo nuestro efecto sobre la dirección de la voluntad del niño a esta edad consistirá en acostumbrarla a una obediencia absoluta que, en gran parte, ya habrá sido propiciada mediante la aplicación de los principios establecidos previamente... Al niño no se le debe ocurrir nunca que su voluntad pudiera ser controlada, sino que hay que implantar inmutablemente en él el hábito de subordinar su voluntad a la voluntad de sus padres o maestros... la obediencia de un niño, condición básica para cualquier educación posterior, se fundamenta así sólidamente para el porvenir (...) La condición, generalmente más necesaria para el logro de dicho fin, es la obediencia incondicional del niño".
"El Dr. Schreber, padre, fomentó el ambiente de su época y fue su portavoz. Pero no fue más que una pieza entre tantas; la mayoría de sus colegas pedagógicos compartían sus ideas (...) Las ideas del doctor Schreber fueron precursoras de las de los nazis". Y también de las de los soviéticos. En un Manual para padres redactado por la Academia de Ciencias de la URSS, publicado en 1961, puede leerse lo que sigue: "El niño debe cumplir los requerimientos de los adultos. Esto es lo primero que hay que enseñarle: Hacer lo que le exijan sus mayores".
Estas teorías y enseñanzas eran similares también a las de Skninner el creador del conductismo norteamericano: "En la sociedad planificada que describe el psicólogo de Harvard B. F. Skinner, el control de los seres humanos desde la infancia sería tan científico que no se producirían disidencias con el orden establecido: 'Podemos lograr un tipo de control bajo el cual las personas controladas, se sientan, a pesar de todo, libres. Crean estar haciendo lo que quieren, no lo que se les obliga. Esta es la fuente del tremendo poder del refuerzo positivo: no hay restricción y no hay rechazo. Mediante un cuidadoso plan cultural, nosotros no controlamos la conducta final, sino la inclinación a conducirse: los motivos, los deseos, las aspiraciones. Motivo por el cual nunca se suscita la cuestión de la libertad".
La revista oficial de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana, publicó una entrevista al doctor Judd Marmor, su presidente. El entrevistador le pregunta: "Si una persona no reconoce su enfermedad y no pide tratamiento, ¿debería intervenir la sociedad?', y Marmor contesta: Sí, porque esos individuos están sufriendo, y está en la naturaleza de su sufrimiento que, muy a menudo, no se encuentren en posición de valorar el hecho de estar mentalmente enfermos".
Marmor se constituye en el portavoz de la libertad condicional y vigilada hacia la que, peligrosamente, están siendo conducidas nuestras globalizadas democracias cuyos representantes pretenden erigirse en valoradores y evaluadores de nuestras conductas y decisiones y cuyas manifestaciones más importantes son el DSM y las leyes que en Europa pretenden además decidir quién puede ser psicoanalista, en qué condiciones y bajo qué regulaciones.
El Gran Hermano quiere seres sumisos, obedientes, sin ideas propias, adictos consumidores de objetos, de sustancias, de información y de medicamentos, dóciles trabajadores y sirvientes de los amos de turno.
Según escribe Vicente Verdú en Píldoras para ser feliz en el trabajo (El País, 09.02.06): "El primero de enero empezó a funcionar en Verizan, empresa francesa de informática, la primera máquina expendedora de píldoras para mejorar los rendimientos en los horarios de trabajo (...) Por un costo entre los 20 y los 80 céntimos de euro puede obtenerse una gama de preparados que tratan de aliviar la depresión a través de los efectos del omega 4, 5 o 6, o procuran tan sólo aplacar los nervios. Un muestrario de ansiolíticos para combatir la ansiedad o el estrés y otro de estimulantes para vencer el agotamiento y la desgana componen parte del surtido de esta psicofarmacia empresarial que también se ha instalado en estaciones, gasolineras y aeropuertos de algunas partes del mundo".
Estamos en 2017 los coches de Blade Runner no vuelan aún, ni los humanos no se reproducen por cultivos como en Un mundo feliz, ni los bomberos se dedican a quemar pilas de libros, como en Farenheit 451, pero estamos más cerca que nunca de 1984, la fantasía de George Orwell.
Su libro, una crítica despiadada del estalinismo y el fascismo publicada en 1949, se ha convertido en el sorprendente best seller de la América de Donald Trump.
¿Qué describe Orwell en él que resulta tan perturbador? Un estado totalitario posnuclear en el futuro que se parece, en algunos aspectos, al mundo que estamos viviendo.
El protagonista, Winston Smith, trabaja en el ministerio de la Verdad cambiando no solo los hechos presentes, sino los pasados. Se modifican los viejos titulares y los recuerdos para así manipular a la población, que bebe un brebaje infecto llamado ginebra de la Victoria.
Por encima de él siempre se sitúa el Gran Hermano, el guardián de la sociedad y el juez supremo que todo lo ve sin descanso en cámaras repartidas entre las calles, las casas y los lugares de trabajo.
Un lema se repite en los carteles del régimen de partido único:«Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza».
Aldous Huxley escribe en Un mundo feliz (1932):"Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían en evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y entretenimiento, los esclavos sentirían amor a su servidumbre".
Ya en el siglo XVII ETTIENNE DE LA BOETIE en su Discurso sobre la servidumbres voluntarias había denunciado que si las tiranías podían someternos era por nuestra decisión de no rebelarnos a su opresión.
Los criterios, técnicas y terapias cognitivo-conductuales o comportamentales que predominan en la sociedad actual son la expresión de las ideologías totalitarias enemigas de la democracia, de la paz, de la libertad y de los derechos humanos. No hay una diferencia sustancial entre las preconizadas por la mentalidad prusiano militar de la época de Schreber, las de Pavlov-Luria reflejadas en el Manual para padres de la Academia de Ciencias de la URSS, del nazismo o de Skinner.
Esto ha permitido la complicidad de las corrientes cognitivo-conductuales, psiquiátricas y neurocientíficas que se han repartido las cátedras en las universidades españolas dejando sólo resquicios excepcionales al psicoanálisis, que sirven para constituirse en la excepción que confirma la regla general. Nos acusan a los psicoanalistas de ser una rémora de la antigüedad, inventada por Freud hace más de 100 años.
Las referencias textuales que he incluido al comienzo de este anexo nos indican que los antecedentes de los criterios, técnicas, terapias y medidas preventivas cognitivo-conductuales son mucho más antiguos aún, pero además, embarcados en objetivos que son destructivos de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Oponernos a esos objetivos devastadores nos resulta, a los psicoanalistas, de rigurosa supervivencia y nos conducen a la necesidad, al deseo y a la actividad de mantener nuestras teorías y prácticas terapéuticas permanentemente actualizadas mediante la ininterrumpida elaboración de publicaciones y congresos.
El psicoanálisis no ha tenido buen destino bajo regímenes totalitarios. Las democracias, la libertad y los derechos humanos corren serios peligros en esta sociedad. Los psicoanalistas nos hemos constituido en los representantes de un discurso subversivo que preconiza la defensa de la individualidad, de la libertad y del funcionamiento de una sociedad auténticamente democrática que respete la diversidad de los sujetos, de sus elecciones y sus goces contra los intentos uniformadores del poder económico.
Esto no a todos los psicoanalistas. Muchos se han ido entregando y sometiendo al pensamiento, las exigencias y la legislación de los amos dominantes. Los profesionales que practican los TCC (Tratamientos Cognitivo Conductuales), los psiquiatras y neurocientíficos se han constituido en la vanguardia ideológica de los que quieren controlar y someter nuestras vidas, nuestras conductas, nuestro pensamiento, nuestras elecciones y nuestros deseos a los intereses de esos sectores dominantes. Tampoco todos, pero casi todos.
Algunos adultos, o niños, se mueven, se desplazan, utilizan su cuerpo de modo no habitual. Esas conductas corren el riesgo de ser diagnosticadas de patologías del movimiento, hiperactividad y de falta de atención. Los artistas de la danza, de la expresión corporal, del teatro, del deporte, del espectáculo en general se mueven, se desplazan, utilizan su cuerpo de modo no habitual. Afortunados ellos que tienen esa capacidad y afortunados todos los que podemos disfrutar como espectadores de esas habilidades.
Aunque a sus intolerantes y sometedores padres y docentes les resulten molestos e insoportables. Es probable que los padres de Julio Boca, de Tamara Rojo, de Víctor Ullate, de Albert Einstein, de Winston Churchill, de los Sánchez Vicario, de Isadora Duncan, Antonio Gades, Maya Plitzeskaia, Sara Baras, Pau Gasol, Mike Jagger, Rudolph Nureyev, Joaquín Cortés, Barashnikov, tal como lo hicieron los míos, les dieron la posibilidad no sólo de tolerar esas supuestas patologías a sus hijos sino más aún de ayudarles a canalizarlas. Cada uno de vosotros también podría hacerlo.
Lo hemos conseguido con muchos padres. Requiere más paciencia, más dedicación, más tiempo que administrarles pastillas. Pero el premio del que puede llegar a disfrutar es extraordinario. Tanto como el nivel de sufrimiento del que puede llegar a liberarse. Atrévase. Consulte.
Para defendernos de los falsos neurocientíficos y la invasiva industria farmacéutica reenvíalo y envía tu adhesión a: plataformaicmi@comunicar.e.telefonica.net Plataforma Internacional contra la Medicalización de la Infancia Fuente: Ecoportal.info