La censura global y la manipulación de los pueblos
La imposición de una cartelización global de la información, o de una censura corporativa mundial, tendría como resultado directo la manipulación más perfeccionada de la opinión pública, ya sea de una nación o de grupos sociales específicos, incluso en contra de sus propios intereses. De esto se encargarían las grandes cadenas informativas (principalmente, estadounidenses), cuyas fuentes, a pesar de no citarse en muchos casos, serían incuestionables y las únicas autorizadas para validar o no cualquier noticia difundida.
Homar Garcés
Así, las operaciones mediáticas en contra de países, gobiernos y personas, además de movimientos sociales y políticos, que resulten contrarios a las agendas políticas y económicas de los grupos de poder mundiales podrán propagarse sin mucha dificultad, obstruyendo a su vez cualquier posibilidad de obtener una información más veraz y fidedigna.
A ello se agregan diversos sitios en Internet que presuntamente censurarían la difusión de ‘noticias falsas’, o que induzcan odios étnicos, políticos y de otra índole, lo que estaría sujeto a la subjetividad de sus dueños o patrocinadores. De este modo, la verdad estará condicionada por lo que los sectores dominantes (locales y mundiales) juzguen como algo apropiado para toda la sociedad, independientemente de si existen elementos reales y cotidianos que la contradigan. Todo esto hace rememorar lo escrito en algunas obras distópicas, como “1984”, “Un mundo feliz” o “Fahrenheit 451”, entre las más conocidas, que dan cuenta del amplio control ejercido por gobiernos futuros sobre la población subordinada, restándole o anulándole la capacidad que puedan poseer para diferenciar la verdad de la mentira.
Ha surgido -como lo refieren en su artículo “Profetas del Odio”, Ava Gómez y Bárbara Ester- “una constelación de representaciones sociales de fuerte contenido político que se propaga con rapidez, va conformándose como sentido común y normalizando simbólicamente situaciones de violencia física y exclusión extrema. A este fenómeno se lo conoce como “aporofobia”, en alusión al rechazo, miedo y desprecio hacia el pobre, al desamparado, ese amplio segmento social que queda fuera del contrato tácito entre individuo y sociedad, en el que hay que dar para recibir. Ellos no dan, ergo, no merecen. Y, en consecuencia, hay que anular a sus líderes y derribar o impedir gobiernos que los incluyan”. Consecuentes con dicho propósito, quienes integran los poderes fácticos del planeta desencadenan campañas mediáticas dirigidas a incriminar dirigentes y regímenes diversos, de manera que se justifique, como en los casos de Iraq, Libia y Siria, cualquier acción militar, financiera, económica y/o diplomática que contribuya a su debilitamiento y destrucción.
Gracias al consumismo compulsivo -inculcado durante un largo tiempo en un amplio y cada vez creciente segmento de personas a nivel planetario por la gran industria ideológica a su total servicio- el capitalismo (ahora en su ciclo neoliberal y/o posneoliberal, como algunos analistas prefieren denominarlo) ha podido presentarse como la única alternativa existente para elevar las condiciones materiales de vida de todos. Herbert Marcuse, sociólogo y filósofo alemán, se refirió décadas antes a esta situación de manipulación de las personas por el capitalismo en su obra «El hombre unidimensional», publicada en 1964. En ella, Marcuse escribe que «la función básica de los medios es desarrollar seudo necesidades de bienes y servicios fabricados por las corporaciones gigantes, atando a los individuos al carro del consumo y la pasividad política». Con ello, logran la ocultación total de las causas que producen los diferentes acontecimientos y crisis que agobian, en mayor o menor proporción, a la humanidad entera, sin dar cabida a un análisis real y concreto de los mismos. En el fondo, lo que persiguen estos censores globales es la promoción y el reforzamiento de leyes y medidas liberticidas -al estilo de la Patriot Act estadounidense- y así imposibilitar cualquier disidencia o rebelión de parte de los sectores populares, aún las más justas, al mismo que impedir la posibilidad que estos últimos puedan construir por sí mismos todos los espacios potenciales de solidaridad económica y social.
Fuente: Rebelión - Imagenes: Resumen Latinoamericano
Homar Garcés
Así, las operaciones mediáticas en contra de países, gobiernos y personas, además de movimientos sociales y políticos, que resulten contrarios a las agendas políticas y económicas de los grupos de poder mundiales podrán propagarse sin mucha dificultad, obstruyendo a su vez cualquier posibilidad de obtener una información más veraz y fidedigna.
A ello se agregan diversos sitios en Internet que presuntamente censurarían la difusión de ‘noticias falsas’, o que induzcan odios étnicos, políticos y de otra índole, lo que estaría sujeto a la subjetividad de sus dueños o patrocinadores. De este modo, la verdad estará condicionada por lo que los sectores dominantes (locales y mundiales) juzguen como algo apropiado para toda la sociedad, independientemente de si existen elementos reales y cotidianos que la contradigan. Todo esto hace rememorar lo escrito en algunas obras distópicas, como “1984”, “Un mundo feliz” o “Fahrenheit 451”, entre las más conocidas, que dan cuenta del amplio control ejercido por gobiernos futuros sobre la población subordinada, restándole o anulándole la capacidad que puedan poseer para diferenciar la verdad de la mentira.
Ha surgido -como lo refieren en su artículo “Profetas del Odio”, Ava Gómez y Bárbara Ester- “una constelación de representaciones sociales de fuerte contenido político que se propaga con rapidez, va conformándose como sentido común y normalizando simbólicamente situaciones de violencia física y exclusión extrema. A este fenómeno se lo conoce como “aporofobia”, en alusión al rechazo, miedo y desprecio hacia el pobre, al desamparado, ese amplio segmento social que queda fuera del contrato tácito entre individuo y sociedad, en el que hay que dar para recibir. Ellos no dan, ergo, no merecen. Y, en consecuencia, hay que anular a sus líderes y derribar o impedir gobiernos que los incluyan”. Consecuentes con dicho propósito, quienes integran los poderes fácticos del planeta desencadenan campañas mediáticas dirigidas a incriminar dirigentes y regímenes diversos, de manera que se justifique, como en los casos de Iraq, Libia y Siria, cualquier acción militar, financiera, económica y/o diplomática que contribuya a su debilitamiento y destrucción.
Gracias al consumismo compulsivo -inculcado durante un largo tiempo en un amplio y cada vez creciente segmento de personas a nivel planetario por la gran industria ideológica a su total servicio- el capitalismo (ahora en su ciclo neoliberal y/o posneoliberal, como algunos analistas prefieren denominarlo) ha podido presentarse como la única alternativa existente para elevar las condiciones materiales de vida de todos. Herbert Marcuse, sociólogo y filósofo alemán, se refirió décadas antes a esta situación de manipulación de las personas por el capitalismo en su obra «El hombre unidimensional», publicada en 1964. En ella, Marcuse escribe que «la función básica de los medios es desarrollar seudo necesidades de bienes y servicios fabricados por las corporaciones gigantes, atando a los individuos al carro del consumo y la pasividad política». Con ello, logran la ocultación total de las causas que producen los diferentes acontecimientos y crisis que agobian, en mayor o menor proporción, a la humanidad entera, sin dar cabida a un análisis real y concreto de los mismos. En el fondo, lo que persiguen estos censores globales es la promoción y el reforzamiento de leyes y medidas liberticidas -al estilo de la Patriot Act estadounidense- y así imposibilitar cualquier disidencia o rebelión de parte de los sectores populares, aún las más justas, al mismo que impedir la posibilidad que estos últimos puedan construir por sí mismos todos los espacios potenciales de solidaridad económica y social.
Fuente: Rebelión - Imagenes: Resumen Latinoamericano