Amazonas sangra sangre negra de Texaco-Chevron




Dick Emanuelsson (especial para ARGENPRESS.info)


“Para ellos Ecuador fue un basurero”

A pesar de todos los pronósticos, los pueblos indígenas ganaron el primer ´round´ contra Chevron-Texaco.

Después de 17 años de lucha jurídica, los pueblos indígenas del oriente de Ecuador registraron el 12 de febrero de 2011 una gran victoria en contra las petroleras Chevron-Texaco, reporta Dick Emanuelsson en dos textos de la amazonía ecuatoriana.

Lago Agrio, Amazonas. Cuando Antony nació era sólo como un cascarón de huevo, delgadito y tan frágil, dice su tía y levanta los brazos del muchachito que sonríe alegre por tener una visita inesperada en su casa humilde. Los brazos del niño son deformados y sin fuerza. Las piernas son aún más deformadas y no le permitirán jugar ni desplazarse libremente por la vida.
- Tiene que ser llevado en brazos ida y vuelta a la escuela, dice la tía y el niño mira con ojos de expresión tan triste como si quisiera afirmar, con su mirada dulce, de niño de 10 añitos las palabras de su tía.
Detrás de esa condena injusta existe un geno/ecocidio ejecutado por la transnacional Texaco-Chevron.
El papá de Antony trabajaba en uno de los pozos petroleros de la compañía, ubicado a unos cientos de metros alejado del barrio. Los niños jugaban en el pequeño río que corre arrastrando miseria detrás de la casa. El agua, como todo, fue contaminada tanto en el campo como en la selva y hasta en las mismas ciudades. Ello trajo consecuencias desastrosas para una gran cantidad de seres humanos, creo que serían incontables los Antony en este mundo globalizado donde el neoliberalismo fue el arma más brutal cuyo filo dio en las entrañas de los pueblos.
En casa vecina, la misma situación desgarra, repetida como si fuera una maldición que cayó de pronto para no irse jamás.
Otra niña con discapacidad severa está sentada en una silla de ruedas, se llama Luisa y la discapacidad también afectó su cerebro.
En toda el área donde habitan o mueren de a poco un centenar de familias, la tasa de enfermos de cáncer es impresionante.
- Mira, dice Donald Moncayo, mi guía en la selva y vocero de la Asamblea de Afectados y Afectadas por la Texaco, mientras pulsa un taladro similar al que los pescadores utilizan en los lagos de mi tierra, congelados, en invierno. Estamos encima una de las 950 piscinas de petróleo “purificadas” por Texaco.
Perfora con el taladro desde arriba y logra bajarlo a unos 30-40 centímetros a ras del suelo y recoge un bulto de tierra. Lo primero que llama la atención es el olor del petróleo o productos químicos. Y vemos las pequeñas partículas. Hace tres muestras similares a mayor profundidad y la profundidad da el mismo resultado, cada vez sale la punta del taladro, más oscura y maloliente.
El 12 de febrero de 2011 cayó la sentencia como un balde de agua fría para el pulpo petrolero. Nicolas Zambrano, el juez en la provincia de Sucumbíos, vecino con Colombia, leyó la sentencia que decía que Texaco-Chevron tendrá que indemnizar a los demandantes en esta región de Ecuador. Y deberá hacerlo con una suma considerable; ocho millardos de dólares, por los daños causados durante los años 1974-1999 a los pueblos y a Pacha Mama, Madre Tierra. También fue sentenciado de pagar una suma adicional según la ley de la nueva constitución del medio ambiente.
- Ninguna indemnización puede recuperar las vidas perdidas o la naturaleza que la contaminación ha dañado tanto. Para ellos (Texaco-Chevron), Ecuador fue un basurero. Aquí botaban todo lo que para ellos resultaba desechable, el lugar se convirtió en un basurero. En esa época había leyes que prohibían contaminar el agua, pero ¡Carajo al Diablo! Aquí hicieron lo que les daba la maldita ganas.
Lo dice Donald Moncayo de la Asamblea de Afectados y Afectadas por la Texaco con rabia pero con razón. El desastre humano y ecológico en esta parte de la Amazonía ecuatoriana es uno de los peores en la existencia de la explotación petrolera pero, para la inmensa mayoría de los pueblos en el mundo, uno de los más desconocidos.
Para hacer una comparación tomamos el desastre que causó el British Petroleum en el Golfo de México el 20 de abril de 2010 que tuvo grandes títulos en todos los medios de comunicación en el mundo. Pero era una décima parte del desastre ocasionado en la Amazonía ecuatoriana, en donde viven en su mayoría pueblos indígenas.
¿Y qué pueden hacer ellos, que en muchos casos son enfermos o han muerto en el proceso dilatorio contra una empresa que tiene un volumen económico mucho más grande que muchos países del tercer mundo y cuya vocería es llevada por un regimiento de abogados expertos en como enterrar demandas de indemnización?
- Fuimos considerados por una empresa racista como indios brutos que no pueden leer o comprender, como si no tuviéramos sentido común.
Durante tres días, con Donald, recorrimos comunidades indígenas, “piscinas” invisibles y visibles en la selva, conversando con las víctimas y observando el daño que un sistema económico salvaje puede causar a la naturaleza y a la humanidad. En Wall Street no hiede o pega la masa negra que los gerentes enterraron en un país conocido por sus indígenas “exóticos” o los monos en la selva o los cocodrilos. La realidad es otra para millones de ecuatorianos que no sobreviven si el agua se ha contaminado.
Ninguna de esas “piscinas” petroleras se mantiene cerrada. Y Texaco sólo ha informado sobre la existencia de la mitad de los 956 encontrados. Y prueba de eso nos da 7-8 kilómetros adentro de la selva cuando nos topamos con una mujer fuerte de aproximadamente 35 años. Es indígena del pueblo Kichwa. En la mano tiene un machete con el que abre la trocha y en los pies botas de caucho hasta las rodillas. En su hombro izquierdo su sobrino de un año, amarrado en una tela que lo sostiene. Pequeñas perlas de sudor salen de su frente mientras nos observa con una expresión de su rostro donde falta el brillo de sus ojos negros y los cachetes atraparon las manchas de los rayos solares como si quisieran tenerlas de recuerdo para siempre…
Alrededor cantan los pájaros y los sapos atrapan insectos seguramente tan contaminados como ellos. En esta zona no se hacen poster ni postales, a nadie se le ocurriría atrapar al espanto y dejarlo como testimonio para un mañana si es que llega.
Aguinda Lydia Alexandra es hija de María Aguinda que no sabe español sino que habla sólo el idioma kichwa. Ella no tuvo prejuicios, mucho menos miedo ante el poderío del gigante petrolero cuando instaló su lubricada maquinaria de manipulación y lobby político. María fue la primera persona que demandó a Texaco hace 18 años y se convirtió en símbolo de la lucha que ahí comenzó. Lucha que arrastraba el deseo de dignidad y derecho.
Aguinda levanta su machete cortando un pedazo de maleza, luego de tres machetazos más comercian a salir pequeñas gotas de petróleo que buscan su cauce natural en un pequeño canal que las arrastraría hacia el río pequeño, fuente de vida durante miles de años para ese pueblo Kichwa y donde en la actualidad viven unas 400 personas.
- Nosotros hemos nacido y vivido acá durante muchos años con nuestros abuelos. Ellos murieron aquí, luchando la vida.
- Antes que llegara Texaco todo era limpio, el agua cristalina y el aire era puro. La vida era bien sana. Vivíamos nosotros como nativos aquí en la Amazonía, andando descalzos y ahorita no podemos andar como nuestras costumbres y nuestros abuelos nos han enseñado a andar descalzos, tomar aguas de estos ríos porque todo ahorita está contaminado, no tenemos nada de tomar o donde bañar. Para ir unos kilómetros a trabajar nos toca poner botas.
Cuenta que los niños y los bebes han sido duramente afectados por la contaminación. Enferman, les da sarpullidos, diarreas, vómitos, tos mientras a los adultos les da dolor de cabeza, dolor en los huesos, dolor en el alma que se va partiendo de a poco.
- Todas esas enfermedades nos dejaron anteriormente, estamos sufriendo bastante, dice Aguinda y con el machete indica la ruta hacia otra piscina detrás de una loma.
Con un guante plástico, Donald, pasó la mano sobre la superficie de la laguna y la levanta. Sala llena de una masa negra que es el petróleo. Yo pierdo el equilibrio y cuando, para recuperarlo, agarro una rama del árbol, la mano queda también pegajosa y negra por la misma masa de petróleo. Los zapatos se manchan de ese mismo humor viscoso. Cuando regresé al hotel debí botar esa ropa ya que no sería posible recuperarla.
Llueve copiosamente al otro día cuando viajamos al pueblo Sekoya, comunidad indígena que se supone que alguna vez estuvo compuesta por 20 mil personas. El genocidio español la redujo a 400 en todo el Ecuador.
Elias Piauajes es otro de los demandantes. Lleva una túnica de color rosa y un gran collar labrado en madera cuando nos recibe. En su cabeza luce la corona tradicional que usa su pueblo.
Cincuenta metros detrás de nosotros corre el río que parece querer contarnos de las operaciones de Texaco. No hay un solo pez, recién en el mes de febrero el Boca Chico nada contra la corriente para desovar, el resto del año el río sigue vacío, sin su carga que sería el alimento primordial de ese pueblo Sekoya, junto a los productos de la caza.
En la aldea solo quedan 47 familias y unos días antes de la llegada nuestra, falleció uno de los demandantes contra Texaco-Chevron. Una mujer que Donald quiere que le entreviste, pero lo rechaza por vergüenza de contarme que padece de cáncer de ovarios.
- Hemos perdido muchos jóvenes en la edad de 20 años. Pero no sólo vidas están en peligro, sino toda nuestra existencia como sekoyas. Lo que está en juego es nuestra cultura, la historia y ritos, subraya Elias Piauajes, preocupado.
Los diferentes gobiernos en la capital han abandonado paulatinamente a los pueblos originarios a su propia suerte. O, como el caso de la Amazonía ecuatoriana, en las manos de la empresa transnacional Texaco-Chevron.
- Todos los gobiernos en Ecuador han negado a los pueblos indígenas sus derechos. La nueva constitución para la cual el presidente Correa luchaba, nos da más derechos pero hasta ahora no hemos sentido que nos haya cambiado la vida, resume Piauajes.
Matilde Payauaje es indígena sekoya y tiene 93 años. A pesar a su edad tiene una lucidez increíble, su hijo Simón oficia de traductor entre ella y yo.
- ¡Que tristeza! dice con lágrimas en sus ojos, que Texaco ha llevado tantos de nuestros Sekoyas a la tumba para recoger lo que ellos llaman su “oro negro”. Nuestro río con el hoy irónico nombre Aguarico, ya está muerto. Nada de pescado, sólo viene en lata, atún y arroz.
El hijo Simón Payauaje trabajaba para Texaco durante 13 años, pero en el país vecino, Colombia. Dice que Texaco, tanto en Colombia como en Ecuador, solo bombeaba y sacaba la “nata”, es decir la casi pura gasolina, que se encuentra casi a ras de superficie del pozo petrolero, por lo cual es mucho más barato y fácil de extraer.
-El resto, como gas y crudo pesado, que requiere más procesamiento y mayores costos de refinación, lo dejaron detrás, constituyendo un acto degradante además de la devastación ambiental.
Así, con esa insensibilidad incomprensible, priorizando el dinero a la vida y a la naturaleza, el continente americano fue víctima de actos indignantes. Como excusa han utilizado el argumento de la civilización, el avance tecnológico, los adelantos. La verdad subyace en cada río, en cada montaña, en cada rincón de la selva que al paso que vamos, irá muriendo de a poco…

Hablan las víctimas:
1) Video: http://vimeo.com/34111439
Audio: http://www.box.com/s/autj6lvjlkq4s563amm8
2) Video: http://vimeo.com/33849268
Audio: http://www.box.com/s/mhnvboxytlgzy9mmdgh7
Fotos: Dick Emanuelsson

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