Entre el desorden callejero y la amenaza nuclear




Escrito por Alberto Piris 


Finalizando el año, los comentaristas que durante su transcurso se han esforzado por reflejar la cambiante actualidad suelen caer en dos tentaciones. Una es recordar los más destacados acontecimientos del año que concluye. Otra opción es anticipar algo de lo que el nuevo año pueda traer consigo. Incurriré en ambas tentaciones. 



La calificación que, a mi juicio, mejor refleja la característica más peculiar y destacada del año 2011 es la que el pasado 29 de agosto encabezaba la columna de Gideon Rachman en Financial Times: "2011, el año de la indignación global". Solo hago mención del título y no del resto del artículo, porque éste concluía alabando lo que el autor denominaba "chocante excepción" de EE.UU., esa "cultura política americana" que les hace preferible expresar sus opiniones en los medios de comunicación o en las urnas, y "no mediante el desorden callejero". Ni siquiera había transcurrido un mes cuando el auge del movimiento popular Occupy Wall Street había desbaratado la benévola opinión del acreditado periodista británico sobre los hábitos políticos del pueblo estadounidense.

Ciertamente, 2011 ha sido el año en que muchos pueblos han expresado, abiertamente y a riesgo de su vida en algunos casos, su exigencia de una mayor libertad personal y política, su irritación con los sistemas dictatoriales y opresores, pero también con los que, nominalmente democráticos, eran vistos como lejanos y desvinculados de sus preocupaciones más inmediatas.
2011 ha sido el año en que muchos pueblos han expresado, abiertamente y a riesgo de su vida en algunos casos, su exigencia de una mayor libertad personal y política.
Ya el 4 de enero, recién comenzado el año, la inmolación de un tunecino desesperado ante las estrecheces de su vida desencadenó la "primavera árabe" que incendió su país y extendió el fuego a Egipto, Libia, Bahréin, Siria, Yemen, etc., sin que pueda asegurarse que el incendio esté controlado. Otro tipo de protestas, menos violentas y más elaboradas, añadió al vocabulario político una palabra hispana, "indignado", en la ya amplia aportación de nuestro idioma a la cultura lingüística universal: guerrilla, junta, conquistador, caudillo, político, pronunciamiento, etc. Revueltas populares que alcanzaron con distintas intensidades y motivos a Atenas, Madrid, Londres y Roma, sin olvidar Chile o Israel. China e India han visto también brotes de descontento popular propiciados por la falta de oportunidades de una juventud desesperanzada.

Dejemos atrás, pues, el año 2011, señalado como un año de rebeldías populares que algunos asemejan a anteriores fechas históricas -1848, 1968 o 1989-, lo que solo el paso del tiempo podrá confirmar, y abramos la ventana que nos ofrece 2012. Las mismas incertidumbres que hoy nos preocupan seguirán presentes el próximo 1 de enero. Nada tiene de mágica esa fecha que permita hacerse ilusiones que hoy nos están vedadas. Pero entre esas incertidumbres me atrevo a poner una de relieve, por el peligro objetivo que encierra y porque otras, más visibles, parecen ocultarla.

La hipótesis más peligrosa que la humanidad afronta al comenzar 2012 es la de un ataque contra Irán, planeado y ejecutado por Israel y EE.UU., y con la aquiescencia de otras potencias occidentales y orientales, con el fin de aniquilar las infraestructuras de la industria nuclear iraní.

Una vieja y comprobada ley de la táctica militar aconseja que, frente a las diversas hipótesis sobre el enemigo que un general debe considerar, decida la maniobra a efectuar en función de la hipótesis más probable, pero organice su seguridad en función de la más peligrosa.

Pues bien, considero que la hipótesis más peligrosa que la humanidad afronta al comenzar 2012 es la de un ataque contra Irán, planeado y ejecutado por Israel y EE.UU., y con la aquiescencia de otras potencias occidentales y orientales, con el fin de aniquilar las infraestructuras de la industria nuclear iraní. Hay sobradas pruebas de una guerra oculta, ya iniciada, que se revela en ataques cibernéticos, apoyo armado a la oposición, asesinatos de personas significadas en el desarrollo nuclear e incluso campañas de desprestigio. Entre éstas, la más señalada ha sido la atribución a Irán del supuesto intento de asesinato del embajador saudí en Washington.
Irán es un país que en doscientos años no ha invadido a ningún vecino, mientras que Israel y EE.UU. sí lo han hecho, a un ritmo medio de una invasión por año en la última década.
También contribuyen a mantener vivas las brasas capaces de avivar el incendio las sanciones económicas -que provocaron el asalto a la embajada británica en Teherán- y algunos incidentes, como el derribo de un avión espía de EE.UU. en territorio iraní. Algunas declaraciones públicas de dirigentes israelíes, que aparentan tomar en serio las bravatas del alucinado presidente Ahmadineyad para justificar sus agresivos planes, también empeoran la situación.

Pero el hecho es que Irán es un país que en doscientos años no ha invadido a ningún vecino, mientras que Israel y EE.UU. sí lo han hecho, a un ritmo medio de una invasión por año en la última década. Si además se tiene en cuenta que Irán está rodeado de países dotados de armas nucleares, todo indica que el recurso a la violencia para ahogar su programa nuclear solo traerá gravísimas consecuencias, tanto para los países de la zona, a los que una guerra total sumiría en el caos, como para la economía mundial, privada de una sustancial parte de sus recursos energéticos. Hay guerras en las que se entra "sin querer", como ocurrió con la Primera Guerra Mundial y en la última invasión de Iraq, por una sucesión de encadenamientos absurdos, juicios erróneos y decisiones irracionales. Esperemos que 2012 no traiga consigo un nuevo brote de esta enfermedad humana. 

Revista Fusión

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