La Antártida está en peligro extremo

En solo diez años, la Antártida ha perdido en invierno el mismo hielo marino que el Ártico en los últimos 46. Un nuevo estudio científico apunta a varios “cambios abruptos” que amenazan con llevar al continente más allá del punto de no retorno: Vista desde el espacio, la Antártida parece mucho más simple que los demás continentes: una gran plancha de hielo en contraste con las oscuras aguas del Océano Austral que la rodea. Pero al acercarse, lo que aparece no es una simple capa de agua congelada, sino una extraordinaria y compleja interacción entre el océano, el hielo marino, las plataformas y las capas de hielo.

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Esa relación está en grave peligro. Un nuevo artículo científico publicado en la revista Nature recopila cómo varios “cambios abruptos” —como la drástica pérdida de hielo marino en la última década— se están desarrollando en la Antártida y en sus aguas circundantes, reforzándose mutuamente y amenazando con llevar al continente más allá del punto de no retorno. El resultado: inundaciones en ciudades costeras de todo el mundo a medida que el nivel del mar se eleve varios metros.

“Estamos viendo toda una serie de cambios abruptos y sorprendentes en la Antártida, pero no ocurren de manera aislada”, señala la científica del clima Nerilie Abram, autora principal del estudio [realizó la investigación en la Universidad Nacional de Australia, aunque ahora es científica jefe en la División Antártica Australiana]. “Cuando alteramos una parte del sistema, se generan efectos en cadena que empeoran los cambios en otras partes. Y hablamos de transformaciones con consecuencias globales”.
Los científicos definen el cambio abrupto como aquel en el que una parte del entorno se modifica mucho más rápido de lo esperado. En la Antártida, estos cambios pueden darse en escalas de tiempo muy diferentes: días o semanas en el caso del colapso de una plataforma de hielo, y siglos o más en el caso de las capas de hielo. El problema es que, a medida que los humanos siguen calentando el planeta, estos cambios abruptos pueden retroalimentarse y volverse imparables. “Son las decisiones que estamos tomando ahora mismo, en esta década y la siguiente, sobre las emisiones de gases de efecto invernadero, las que determinarán compromisos a cambios de muy largo plazo”, advierte Abram.
Uno de los principales motores de las crisis encadenadas de la Antártida es la pérdida de hielo marino flotante, formada en invierno. En 2014 alcanzó su máxima extensión registrada desde que comenzaron las observaciones por satélite en 1978: 20,11 millones de km². Desde entonces, la cobertura ha caído de forma tan precipitada que ha retrocedido unos 120 kilómetros hacia la costa. Durante los inviernos, cuando el hielo marino llega a su máximo, la disminución en la Antártida ha sido 4,4 veces más rápida en la última década que en el Ártico.
Dicho de otra manera: en solo diez años, la Antártida ha perdido en invierno la misma cantidad de hielo marino que el Ártico en los últimos 46. “Siempre se pensó que la Antártida no estaba cambiando en comparación con el Ártico, pero ahora vemos señales claras de que eso ya no es así”, afirma el climatólogo Ryan Fogt, de la Universidad de Ohio, que no participó en el estudio. “Estamos viendo cambios igual de rápidos —y en muchos casos, más rápidos— en la Antártida que en el Ártico”.
Aunque los científicos necesitan más datos para confirmar si esto es el inicio de un cambio fundamental, las señales son preocupantes. “Estamos empezando a ver cómo se dibuja el panorama de que podríamos estar entrando en una nueva etapa de dramática pérdida de hielo marino antártico”, cuenta Zachary M. Labe, investigador de Climate Central.
Un círculo vicioso y puede que irreversible
Este declive extraordinario está activando un bucle de retroalimentación climática. El Ártico se calienta unas cuatro veces más rápido que el resto del planeta en gran parte porque ha perdido reflectividad. El hielo marino es blanco y brillante, y devuelve la energía solar al espacio, enfriando la región. Cuando desaparece, deja al descubierto aguas oscuras que absorben esa energía. Menos reflectividad significa más calentamiento, lo que derrite más hielo, lo que genera aún más calentamiento, y así sucesivamente. “Esperamos que ese mismo proceso se active ahora en el hemisferio sur, porque hemos perdido una cantidad equivalente de hielo marino”, dijo Abram.
En torno a la Antártida, sin embargo, las consecuencias podrían ser aún mayores y más complejas que en el Ártico, y quizá irreversibles. Los modelos climáticos prevén que, si el clima global se estabilizara, el hielo marino ártico también lo haría. “No vemos lo mismo en la Antártida”, advirte Abram. “Aunque estabilices el clima y dejes correr las simulaciones durante siglos, el hielo marino antártico sigue disminuyendo porque el Océano Austral continúa absorbiendo calor extra de la atmósfera”.
Esto puede ser desastroso para la enorme masa de hielo del continente. Consta de dos partes: las capas de hielo, apoyadas sobre tierra, y las plataformas de hielo, que flotan en el mar. El problema no es tanto el sol derritiendo desde arriba, sino las aguas cada vez más cálidas que erosionan las plataformas por abajo. Y cuanto más desaparece el hielo marino, más se calientan esas aguas. Además, el hielo marino funciona como un escudo, absorbiendo la energía de las olas que, de otro modo, golpearían los bordes de las plataformas hasta fracturarlas.
El hielo marino sostiene a las plataformas, y estas sostienen a las capas de hielo continentales. “Cuando se derriten las plataformas, dejan de frenar a las capas de hielo detrás de ellas, y eso acelera el flujo de hielo hacia el océano”, detalla Matthew England, oceanógrafo y coautor del estudio. Una de esas capas, la de la Antártida Occidental, podría colapsar si la temperatura global alcanza los 2 ºC por encima de los niveles preindustriales, elevando el nivel del mar más de tres metros. Y aun antes de ese umbral podría colapsar parcialmente.
A medida que se derriten, las plataformas también alteran un sistema oceánico clave: la AMOC (Circulación de vuelco meridional del Atlántico). Cuando se forma hielo marino, expulsa sal, generando agua muy fría y salada que se hunde por su densidad y alimenta la circulación oceánica. Pero el deshielo la diluye, ralentizando el proceso y permitiendo que más agua cálida alcance las plataformas y el hielo marino. “Esta retroalimentación amplificadora ocurre entre sistemas”, señala England. “Del océano al hielo, y del hielo de vuelta al océano, lo que puede desatar un cambio descontrolado y hacer que la circulación colapse por completo”.
Esa circulación también sube aguas profundas cargadas de nutrientes para el fitoplancton, diminutos organismos fotosintéticos que absorben carbono y liberan oxígeno. Son responsables de secuestrar la mitad del carbono de la fotosíntesis mundial y constituyen la base de la cadena alimentaria: alimentan al zooplancton, que a su vez alimenta peces y crustáceos. El hielo marino es además un hábitat clave para ellos, por lo que perderían tanto su refugio como sus nutrientes.
Los pingüinos emperador también crían sobre el hielo marino estable, donde sus polluelos desarrollan el plumaje impermeable que necesitan para nadar. “Ese hielo está desapareciendo antes de que los polluelos puedan emplumar; cuando ocurre, toda la colonia sufre un fracaso reproductivo esa temporada”, dijo Abram. “Estamos viendo esos colapsos reproductivos catastróficos alrededor de todo el continente”.
El calentamiento implacable de la Antártida y sus aguas es una tendencia de largo plazo —una especie de enfermedad crónica del extremo sur—, pero se ve agravado por ataques agudos, como la ola de calor de marzo de 2022 en la Antártida Oriental, que disparó las temperaturas 40 ºC por encima de lo normal, pulverizando récords y dejando atónita a la comunidad científica. “La intensidad de ese evento extremo”, explica Fogt, “puede empujar regiones ya vulnerables más allá de un punto de no retorno del que no se recuperarán en mucho, mucho tiempo”.
La pequeña buena noticia es que cada año los investigadores recopilan más datos sobre cómo responde la Antártida al cambio climático provocado por el ser humano, lo que permite modelar con mayor precisión qué podría ocurrir en las próximas décadas. Y los científicos saben muy bien cómo tratar esa “enfermedad crónica”: reducir de forma inmediata y drástica las emisiones de gases de efecto invernadero, o afrontar las consecuencias. “Cada fracción de grado de calentamiento que logremos evitar aumenta las probabilidades de escapar a estos cambios catastróficos”, advirte England. “Un aumento del nivel del mar de varios metros supondrá una inestabilidad política global que eclipsará lo que vemos ahora mismo”.

Fuente: https://climatica.coop/antartida-peligro-extremo/ - Imagen de portada: La Antártida registró el 18 de marzo de 2022 una anomalía de temperatura de 40 ºC. Un suceso que «reescribe la climatología antártica», según Stefano Di Battista. Foto: Alexandre Meneghini/REUTERS

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