Desechos radioactivos flotantes y nuevos oleoductos, inminentes desastres ecológicos





Adán Salgado Andrade )

Hace unos días escribí un artículo acerca de que el capitalismo salvaje, en su mezquina ansiedad de lograr la máxima ganancia posible, al precio que sea, incluso, aunque se dañe al medio ambiente irreversiblemente o a la salud de millones de personas, no tiene límites, sólo los que le impone el que el negocio, por sí mismo, se termine (ver en este mismo blog mi trabajo: “Oportunista capitalismo salvaje o de cómo enriquecerse con guerras, desastres y enfermedades).

Pues bien, pareciera que todo lo que hasta ahora ha sucedido, con respecto a las irreversibles catástrofes ambientales ocasionadas por gigantescos derrames petroleros, como el de la plataforma marina Deepwater Horizon, perteneciente a la irresponsable, mezquina empresa británica British Petroleum (BP), sucedido en el 2010, se ha olvidado. Y no sólo eso, sino que además hay ya indicios de que el derrame de la “accidentada” plataforma está otra vez resurgiendo, al haberse hallado petróleo fresco proveniente del pozo Macondo (en donde se hallaba la plataforma), en las costas de Luisiana. Eso simplemente confirma que el derrame se simuló que se había controlado, pero nunca fue cierto. Claro, ni manera tenemos de comprobarlo los ciudadanos comunes, pues es un derrame que tuvo lugar en aguas profundas, de más de 1200 metros de profundidad, ¡necesitaríamos un submarino de esos que son capaces de sumergirse a tanta profundidad! Pero la irresponsable BP, dijo que se había controlado y siguió toda una campaña mediática de manipulación de la información y amenazas contra ciertos medios, científicos y autoridades, de que dejaran por la paz ese desastre ecológico, como decimos aquí, se le dio carpetazo. Y las pruebas de que allí sigue, ya están emanando, literalmente. Según declaró recientemente el doctor William Sawyer, científico que monitorea de manera independiente el derrame, las nuevas fugas de petróleo fresco seguirán dañando aún más de lo que ya están dañados al ecosistema y a las especies marinas cercanas a la zona, las que han sido severamente afectadas en sus sistemas inmunológicos y reproductivos (sin considerar, por supuesto, que los efectos no se quedan sólo allí, sino que se esparcirán por todo el océano, el cual es un sistema marino cerrado). Además, agrega que los trabajadores de BP que tomaron parte en las cuestionadas labores para “tapar” el derrame (como dije, ahora se sabe que no fue así), sufren de problemas respiratorios, neurológicos y dermatológicos, como consecuencia de la exposición tanto al crudo, así como a los vapores que exhaló, como también por los peligrosos químicos que se emplearon para “diluir” el petróleo derramado.

También en Nigeria, en diciembre del año pasado (2011) hubo otro destructivo derrame petrolero, cortesía de otra corrupta, irresponsable empresa, de capital holandés-inglés, Shell. Como sólo les interesa maximizar la producción, cueste lo que cueste, el estado en que se encuentren las instalaciones petroleras, justamente como los oleoductos, no importa, y se dan cuenta de que hay algún problema ya cuando, en efecto, se produce un derrame. Así sucedió allí. El oleoducto que va del pozo marítimo Bonga, situado a unos 120 kilómetros de la costa, que es explotado mediante un barco y no una plataforma (fíjense, hasta con eso, supongo que Shell lo hizo para ahorrar dinero), empezó a derramar petróleo, pero nadie “se dio cuenta”, hasta que un grupo de trabajadores detectó una estela de petróleo alrededor del barco extractor. Señalaron algunos ejecutivos que le toma a un petrolero de un millón de barriles de capacidad, 24 horas para llenarse de crudo. El derrame duró varias horas, así que la cantidad de petróleo realmente derramado no pudo determinarse, pero quedó cubierta un área de casi 900 kilómetros cuadrados (o sea, más o menos un cuadrado de 30 km por lado, ¡imagínense!), así que fueron cientos de miles de barriles de crudo los derramados. Esa catástrofe, por supuesto que no ha sido la única (ni será la última, por desgracia), pues, como dije, por la corrupción imperante tanto en las empresas petroleras (todas extranjeras), tanto como en el gobierno, han sido frecuentes los derrames de crudo en los 50 años que lleva produciéndose en ese país (apenas en agosto otro derrame afectó a más de 68,000 habitantes de Ongoniland, una población cercana a la zona petrolera).

Como consecuencia, el medio ambiente de Nigeria está sumamente deteriorado, sobre todo, el área de bosques tropicales cercana a la zona petrolera, la cual ya desapareció. Así mismo, el delta del río Níger, que alguna vez fue importante zona ecológica costera, ahora es un aceitoso basurero en donde capa tras capa de destructivo, denso aceite se traslapan una sobre otra. Ambientalistas calculan que en los cincuenta años en que Shell ha operado en Nigeria, se han derramado por diversos “accidentes” unos 2100 millones de litros de aceite en el delta del Níger, equivalentes a que hubiera habido ¡un Exxon Valdez accidentado allí cada año! (el Exxon Valdez, propiedad de la petrolera estadounidense Exxon, fue el buque-tanque accidentado el 24 de marzo de 1989, cerca de las costas de Alaska, en donde se calcula que se derramaron alrededor de medio millón de barriles de petróleo. A 22 años de la catástrofe, los efectos destructivos en medio ambiente y especies animales, aún siguen sintiéndose, y no cesarán de estar allí por muchos años más, sino es que para siempre). El reciente derrame nigeriano, de acuerdo con ambientalistas y pescadores de la zona, va a poner en peligro al pez bonga, una de las especies comestibles más consumidas en África occidental, dado que es su principal fuente de proteínas. A pesar de ello, el pozo ha sido reabierto a la producción, pues de él se obtienen 200,000 barriles al día, casi el diez por ciento de la producción total de 2.4 millones de barriles de crudo nigeriano, mucho del cual es adquirido nada menos que por Estados Unidos, su principal cliente, así que no importan cuantos derrames haya, que puedan poner en peligro la vida marina y el ecosistema, con tal de que las glotonerías energéticas de Estados Unidos no se queden sin su codiciado crudo (Estados Unidos, siendo el 3% de la población mundial, consume el 35% de la energía mundial).

¿Y cuál es la respuesta a tantas hecatombes ecológicas? Pues seguir con el “business as usual”. En Estados Unidos ya se está planeando la construcción de un oleoducto que partirá desde Alberta, Canadá, hasta Luisiana. Se denomina Keystone XL, y transportará el “crudo” que se obtendrá del procesamiento de las tierras aceitosas (tar lands, que yo llamo tierras enchapopotadas), mediante contaminantes y costosos procedimientos. Dichas tierras aceitosas abundan justamente en Alberta (el otro gran depósito es Venezuela), y dada la avidez energética de Estados Unidos, así como la de las empresas estadounidenses y canadienses que participarán en el gran negocio, no importa poner en peligro al acuífero canadiense cercano al sitio de explotación, ni los accidentes que llevar ese crudo procesado a través de miles de kilómetros de tubería seguramente sobrevendrán, ya que son algo frecuente, a lo que, por desgracia, nos hemos acostumbrado (en efecto, la mayoría de la gente lee en los diarios el titular de tal o cual nuevo derrame, pero prefiere revisar la sección de deportes, la de la nota roja o la de espectáculos. Por desgracia, nos hemos insensibilizado profundamente).

Y es que no importa lo contaminante que esas fuentes “alternativas”, que todavía parten de las energías fósiles, puedan ser, no, lo que importa es que ello deje muchas ganancias (ver en este mismo blog mi artículo “Oportunista capitalismo salvaje o de cómo enriquecerse con guerras, desastres y enfermedades”, en el que analizo que las tierras aceitosas, junto con el esquisto, piedra aceitosa, son las muy “prometedoras”, lucrativas, muy contaminantes energías, de los próximos 20 años). Y por su abundancia y porque es más “barato” explotarlas, se están prefiriendo, incluso y por desgracia, contra las energías verdes, como la solar o la eólica. Súmese a ello el desmedido consumo y desperdicio energético que al que la “modernidad occidentalizadota” nos está llevando, y estamos condenando a una más pronta destrucción al medio ambiente mundial que aún nos queda, matándonos de paso también (no se trata de salvar el planeta, como algunos pseudos-ambientalistas proclaman, sino salvarnos a nosotros mismos). Para medir el impacto ambiental que generará el empleo de las tierras aceitosas, baste considerar que un barril de crudo ligero, digamos, de la mejor calidad, en su utilización final (combustibles principalmente), emite al menos 317 kilogramos de bióxido de carbono (CO2). Se calcula que el equivalente en crudo de las tierras aceitosas de Athabasca (la región de Alberta en donde se hallan), es de aproximadamente 1.7 billones de barriles (1,700,000,000,000), que equivale más o menos a todas las reservas de petróleo convencional existentes actualmente en todo el mundo (así que, imaginen, por eso es considerado un negociazo). Como dije, son más contaminantes las arenas aceitosas que el petróleo común, así que pensemos que produzcan 500 kilogramos de CO2, conservadoramente hablando. Tendremos, entonces, que la ya tan contaminada atmósfera deberá absorber otros 850,000 millones de toneladas tan sólo de ese venenoso gas, aparte otros que se producen durante la combustión. Pero, como he expuesto, eso no importa, ni los daños que se traigan aparejados al medio ambiente, ni a la salud de toda la humanidad. Así, el tan magnificado proyecto del oleoducto Keystone XL, no será más que otro muy buen negocio para el 1% que controla la riqueza de este planeta (Obama lo ha propuesto como su “gran solución” para combatir el altísimo, crónico desempleo en Estados Unidos, pero analistas han dicho que ni seis mil empleos reales creará, durante su construcción, que será sólo de dos años), sí, ese 1% constituido por las grandes corporaciones y los negociantes barones del dinero, ¡los que continuarán haciendo muy buenas y prontas ganancias!

Otro potencial peligro que se avecina, en esta fiebre de construir oleoductos por acá y por allá, es el que pretende llevar a cabo Cuba en sus aguas territoriales, como ya sabemos, muy cercanas a las costas de Estados Unidos. Cuba es un país con fuertes restricciones energéticas, que recientemente su amistad con Venezuela ha aliviado en algo. Pero, para su fortuna, digamos, recientemente se descubrió un gran yacimiento petrolero en dichas aguas territoriales, que se estima puede contener entre 5000 y 20,000 millones de barriles de crudo (unos cuarenta años de explotación a un ritmo de un millón de barriles por día), y más de 8000 millones de pies cúbicos de gas natural (también unos 21 años de producción extrayendo un millón de pies cúbicos diarios). Y se entiende, por obvias razones, que los cubanos estén tan entusiasmados con ese proyecto de explotación. Pero el problema es que gracias al embargo comercial al que ha sido sometida por Estados Unidos durante ya 50 años, ninguna empresa estadounidense, ni de otro país, puede venderle tecnología de perforación y explotación petrolera, por lo que expertos en la materia temen que eso se convierta en un desastroso proyecto. Resulta que Cuba comisionó a la empresa española, de dudosa reputación, Repsol (con bastantes cuestionables intereses aquí en México, por cierto), de las pocas no restringidas por el embargo estadounidense, para que instale una plataforma petrolera, la Escarabeo-9, de fabricación china (para despertar más las dudas, con la mala reputación de los productos chinos, ¿no?) en el sitio elegido. Se estima que en dicho lugar, los problemas meteorológicos y climatológicos, además de las corrientes marinas, son más extremos que aquellos en donde se hallaba la accidentada plataforma Deepwater Horizon, mencionada antes. Y el problema adicional al que implicará construir una nueva plataforma marina, una más a las muy riesgosas ya existentes en varios sitios del planeta, en ese lugar tan peligroso por el clima y las corrientes marinas, es que también se deberá tender un oleoducto… y ya ven qué pasa con los oleoductos en tierra, que constantemente sufren “accidentes”.

Así que esos expertos sugieren que Estados Unidos levante las sanciones a Cuba y permita que “por razones de seguridad y de brindar tecnología de punta”, sus petroleras le entren al proyecto. Pero yo pensaría que es más porque se les está yendo de las manos tan jugoso negocio. Claro, se trata finalmente de que Cuba alivie sus fuertes necesidades energéticas, pero ¿se habrán considerado ya los potenciales, devastadores efectos ambientales que un altamente probable accidente tendrá? Y, repito, no es porque se trate de Cuba, que se diga que por usar tecnología de menor calidad, como dicen los tales analistas, sino que inherentemente los pozos marinos ultraprofundos son por sí mismos altamente peligrosos y proclives a sufrir frecuentes “accidentes” (ver en este mismo blog mi trabajo “Los pozos petroleros ultraprofundos, otra manera de seguir garantizando la dominación estadounidense sobre México”). Para mayor muestra, la propia Deepwater Horizon era de supuesta tecnología de punta de una empresa inglesa y, ya ven, se accidentó y sigue fugándose petróleo del sitio.

En fin, si nos empecinamos en seguir sosteniendo este derrochador sistema de vida que llevamos, la catástrofe ambiental total está cada vez más cercana.

El siguiente problema que analizo, que también es un muy grave peligro ambiental, es lo que sucedió en Japón, por el terremoto del año pasado, el cual sepultó bajo las aguas más del 7% del territorio costero de dicho país, además de que provocó más de 35,000 muertos, dañó severamente parte de la infraestructura industrial, pero, además, también daño o interrumpió la generación nuclear de energía eléctrica, ya que Japón depende casi por completo de peligrosos reactores nucleares, varios de los cuales resultaron afectados. Ello ha obligado a Japón a repensar si va a seguir dependiendo de dichos reactores nucleares para proveerse de electricidad o va a cambiar a otro tipo de generación, lo cual por lo pronto ha hecho mediante masivas importaciones de gas natural de Indonesia para producir electricidad con dicho energético, alternativa que también es un excelente negocio para las corporaciones petroleras (ver mi ya citado artículo “Oportunista capitalismo salvaje o de cómo enriquecerse con guerras, desastres y enfermedades”, en donde analizo cómo hasta de las desgracias saca partido el capitalismo salvaje, y ya se está también viendo al gas natural como la nueva panacea energética). Pero además muchas plantas nucleares debieron cerrarse debido a las secuelas dejadas por el sismo. Sin embargo, la central nuclear de Fukushima quedó totalmente destruida, acompañando el desastre explosiones e incendios de su reactor, que duraron varios días y sólo pudieron “controlarse” extrayendo cientos de miles de litros de agua marina, los cuales se fueron de regreso al mar. Eso dejó cientos de kilogramos de letales desechos radioactivos, como el yodo-131 o el cesio-137, muy mofrtíferos y de larga latencia (30 años el cesio, por ejemplo). Pero hay otros, como el Plutonio 238, que dura 88 años activo, el tecnesio, que dura radioactivo ¡210,000 años!, y, por si fuera poco, también se arrojó al mar cesio-135, cuya duración activo es de ¡2 millones, trescientos mil años! Así que no sólo se regaron compuestos “poco radioactivos y de poca duración en su vida activa”, como el gobierno japonés y TEPCO, la empresa eléctrica, encargada de la operación y mantenimiento del reactor de Fukushima, declararon. Y también, irresponsablemente se dijo durante los primeros días del desastre ecológico de consecuencias insospechadas, que “no había problema, que los desechos arrojados al mar se diluirían por toda la masa oceánica, muchas veces superior en proporción a tales desechos”. Pero, claro, esa fue una absurda mentira, pues a casi diez meses de la hecatombe, ahora los científicos de ese país han determinado que la contaminación se ha regado por toda la isla y que los desechos radioactivos arrojados forman una letal, compacta masa de unos 110 kilómetros de anchura, que va avanzando lentamente por el mar. La radioactividad que se ha medido, no ha disminuido, al contrario, se ha determinado un altísimo nivel de 3500 terabecquerels (un becquerel es la unidad de medición de radiación, así que un terabecquerel es igual a 10¹² becquerels, o sea un billón de dichas unidades). Pero en los desechos que fueron arrojados al mar, las mediciones han llegado hasta los 10,000 terabecquerels. Y lo peor es que se dirigen a territorio estadounidense, nada menos que a Hawai, que originalmente se pensaba que llegarían en unos dos años (podría ser esta una especie de venganza, del daño que Estados Unidos ocasionó con los infames, brutales ataques atómicos a Hiroshima y Nagasaki, cuyos niveles de radiación alcanzaron el altísimo nivel de 8000 x 10²¹ bequerels, ¿no creen?).

Así que las mentiras que también fueron vertidas sobre la poca peligrosidad del accidente nuclear de Fukushima, se están cayendo y, como ya señalé, no se sabe cuáles serán las consecuencias reales en el medio ambiente y, sobre todo, en la salud de los japoneses, los inmediatamente cercanos a las fuentes radioactivas (hace poco vi la interesante cinta japonesa “Topo”, del director Sino Sono, filmada justamente después del desastre humano y material que provocó el fuerte sismo, y lo que se resalta en la historia son los vacíos existenciales y cierta pérdida de valores que ocasionó la destrucción. Sono propone que la sociedad japonesa ha sufrido uno de sus más duros golpes de su historia reciente a causa del sismo).

Son tan letales y peligrosos los desechos radioactivos, que en ocasiones un residuo de alta radioactividad, por pequeño que sea, puede causar un caos total. Por ejemplo, no hace mucho hubo un caso en el puerto italiano de Génova, en donde el 13 de julio del año 2010 apareció un misterioso contenedor que, al ser inspeccionado, se halló que emitía un nivel de radiación altísimo, de 400 milisieverts por hora (un milisievert es la milésima parte de un sievert. Esta unidad para medir la radioactividad, raras veces usada, se emplea para determinar el daño que puede ocasionar la acción de las partículas radioactivas alfa, beta y gama en un kilogramo de tejido humano. De hecho, en condiciones normales, nunca llegamos a exponernos en la totalidad de nuestra vida a un sievert, pues en un año apenas si recibiríamos 0.0031 sieverts, o sea, 3.1 milisieverts. Se estima que cerca del destruido reactor de Fukushima, la radiación llegó a entre 5 y 10 sieverts, suficientes para matar en días a quien la halla recibido. En el siguiente link, se muestra un interesante documental, explicando que es un sievert, aunque está en inglés, pero el científico habla muy claro: http://www.sixtysymbols.com/videos/radiation.htm).

A esos niveles, quien se exponga, desarrollará un cáncer en poco tiempo, por lo que hubo de construirse alrededor de dicho contenedor una especie de muro de concreto, con tal de evitar la letal radiación, en lo que se determinaba qué era lo que lo producía. Pero también se hizo eso, porque el puerto de Génova es muy importante para el tráfico marino, tanto de importaciones, así como de exportaciones italianas, por lo que una alarma mayor, podría haber paralizado el puerto y provocado problemas económicos (de hecho, la unión sindical que agrupa a los trabajadores de ese puerto, protestó e hizo varios paros laborales como protestas porque fue más importante para las autoridades seguir con los negocios, como de costumbre, en lugar de cuidar la salud, sobre todo porque, señalaron los líderes, muchos trabajadores se expusieron, sin saberlo, a esa altísima radiación, pues el contenedor fue bajado del barco en el que era transportado, como cualquier otro y sin las debidas precauciones. De hecho, las secuelas y los problemas dejados por la radiación, siguen en curso).

Se temía que dentro del contenedor hubiera una “bomba sucia”, que es como se les llama a los artilugios que supuestamente podrían ser empleados por los “terroristas” para provocar generalizado pánico, más que un daño real. Una bomba sucia, sería material radioactivo desechado (por ejemplo, el combustible nuclear que ya no sirve para un reactor o el material que se emplea para un aparato de radioterapia que ya no sirva), que se mezcla con explosivos convencionales y se hace estallar, lo que desparramaría dicho material y, aunque provocaría muertos con el tiempo, como dije, es más el susto, que el daño que causaría. Aún así, precisamente por toda la contaminación que dejaría en la zona donde hubiera estallado, se ocasionaría un total caos y quizá se tendría que evacuar dicha por muchos meses o años. Y tras varios análisis del misterioso contenedor, se determinó que lo que contenía era cobalto-60, menos de medio kilogramo, del que se emplea en los aparatos para hacer radioterapias. Así, entre trámites burocráticos de que quién debía de encargarse del contenedor, quién debía de pagar los $700,000 dólares que se estimó que costaría disponer adecuadamente de aquél y, sobre todo, razones de seguridad, fue hasta el 18 de julio que un equipo de expertos, el que empleo un robot especial para el caso, practicaron un boquete en el contenedor y extrajeron el pequeño montón de cobalto-60. Hasta la fecha, no se ha podido determinar quién fue el responsable de haberse desecho así de ese material radioactivo, que bajo ninguna circunstancia puede tirarse de ese irresponsable modo. Eso me recuerda que en México, hace algunos años, a mediados de los 80’s, hubo un escándalo similar. Algún hospital estadounidense en la frontera, se deshizo de uno de sus aparatos de radioterapia, sin ninguna precaución, el cual terminó vendiéndose como fierro viejo. Fue adquirido como parte de un lote por una empresa fundidora que fabricaba varillas para la construcción. La radiación no se termina al fundir el compuesto que la emite, así que las varillas resultantes fueron radioactivas. Como era de esperarse, se vendieron, y con ellas varias personas construyeron sus casas. El resultado fue que muchas familias comenzaron a desarrollar leucemia, como consecuencia de estar sometidos a altas cantidades de radiación, sin que lo supieran, de las varillas contaminadas, aún cuando quedaron ahogadas en concreto. Ese vergonzoso caso mostró como en México hay muy poco cuidado, o no les interesa demasiado a las autoridades, en la forma en cómo se manejan los desechos peligrosos, siendo que deben de seguirse varios protocolos cuando un hospital se deshaga de un aparato de radioterapia inservible (incluso sus desechos, digamos que normales, no pueden tirarse a la basura, deben de ser recogidos por empresas especializadas e incinerados).

Así que sirvan los ejemplos que comenté arriba, para darnos una muy ligera idea del peligro que ya están representando los desechos radioactivos de Fukushima, así como todos los cientos de miles de litros de agua contaminada por radiación que fueron vertidos al mar.

Una película estadounidense de 1959, titulada “On the beach”, con las actuaciones estelares de Gregory Peck y Ava Gardner, sugería en ese entonces los peligros que una hecatombe nuclear supondría. Se planteaba un conflicto atómico, la tercera guerra, entre los enemigos de aquel entonces, Estados Unidos y la URSS (la historia se basa en la novela homónima de 1957, escrita por Nevil Shute, en la que se vaticinaba el enfrentamiento que casi se convierte en guerra, cuando en octubre de 1962, Estados Unidos descubre que la URSS tenía destacados misiles nucleares en Cuba, a raíz de lo cual, se inició el bloqueo comercial hacia ese país. Les recomiendo ver la cinta “13 días”, del año 2000, que describe bastante bien el conflicto, que nos tuvo a un pelo de habernos exterminado por una guerra nuclear). Bastó con haber lanzado algunos misiles para que se ocasionara una masiva mortandad, tanto por el mortífero poder de destrucción de esas malditas invenciones, así como por la radiación. Se plantea en la historia que Australia, por la lejanía, era el único país sobreviviente de todo el planeta, pero no por mucho tiempo, pues los aires y las corrientes marinas, iban arrastrando lentamente la altísima radiación. El gobierno decide entonces repartir entre la población cápsulas de cianuro e inyecciones letales para que, llegado el momento, cada ciudadano decidiera si se suicidaba o si quería morir lentamente. El Ejército de salvación es el encargado de repartir las píldoras y las inyecciones y alguien, a manera de consuelo, coloca frente a la biblioteca pública de Melbourne una manta que dice “Aún hay tiempo… hermano”, tratando de dar una última esperanza ante la inescapable adversidad.

Triste epílogo el de esa cinta de 1959… pero ya estamos en el 2012, con miles de armas nucleares más, esperando ser detonadas, cientos de reactores atómicos operando, miles de kilogramos de combustible nuclear desechado, miles de kilogramos de los restos de Fukushima a los que me he referido flotando en el mar, millones de litros de petróleo derramados en el océano, millones de toneladas de basura de todas clases producidas a diario, millones de toneladas de gases tóxicos lanzados cada año a la atmósfera, miles de hectáreas de bosques y áreas verdes destruidas por día, millones de litros de aguas negras vertidos a los ríos y mares diariamente …

Cabría preguntarse, entonces, como plantea la película, ¿realmente nos queda tiempo para corregir todas las porquerías que estamos ocasionando al planeta y ocasionándonos? Sinceramente, lo dudo.

(especial para ARGENPRESS.info

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