Huertos urbanos: “Estamos arreglando algo que se había roto”

Hablamos con Mary Clear, una de las coordinadoras del proyecto de agricultura urbana Incredible Edible. 

José Luis Fernández ‘Kois’, Nerea Morán - Diagonal

Todmorden, una pequeña localidad inglesa de apenas 15.000 habitantes, se ha hecho famosa mundialmente por un innovador proyecto de agricultura urbana local. La idea es grandiosa por su simpleza, se señalan espacios públicos donde se pueden cultivar verduras, hortalizas, plantas medicinales y frutales. Posteriormente un grupo de 300 personas voluntarias se encargan del mantenimiento y cuidado durante dos mañanas al mes. Cualquier persona, residente o turista, puede servirse cuando llega la hora de la cosecha.

Incredible Edible (Increíbles y Comestibles) es una propuesta tan sencilla que parece ingenua vista desde nuestras mentalidades en las que todo lo que tiene valor debe llevar asignado un precio. Y sin embargo el éxito de la iniciativa ha desbordado las expectativas más optimistas, pues no se trata simplemente del hecho de cultivar verduras colectiva y socialmente, sino de articular un discurso sobre la importancia de la agricultura de proximidad, la reconstrucción del vínculo comunitario o la educación ambiental en un contexto de crisis climática y energética. Aprovechando una visita a Madrid de Mary Clear, una de las coordinadoras del proyecto, realizamos esta entrevista.
¿Cómo definirías Incredible Edible?
En Todmorden, sería un movimiento ciudadano que usa el cultivo y la cocina de alimentos como un vehículo para mostrar amabilidad.
Nos han contado que Incredible Edible arranca como una iniciativa de 'guerrilla gardening' que evoluciona rápidamente hacia una iniciativa estable compartida entre ciudadanía y administración local. ¿Cómo son los inicios del proyecto?
Al principio había menos organización y estructura, y aunque no nos gusta la definición de guerrilla gardening, porque remite a la guerra, nuestras primeras acciones para llamar la atención estaban muy relacionadas con plantar verduras sin permiso en espacios públicos. Actualmente nos ofrecen más tierra y espacios de los que podemos cultivar.
¿Cómo se logra ese cambio de un grupo pequeño y menos organizado a lo que sois hoy?
Hubo tentación de hacer una gran estructura, pero apostamos por organizarnos de forma ligera, y a la vez eficiente. Un grupo reducido toma las decisiones más cotidianas; las decisiones sobre las plantaciones y otras de mayor calado las toma el grupo ampliado. No disponemos de oficina ni de ningún personal contratado.
¿Cómo es la relación con la Administración local desde el inicio hasta ahora?
Al principio fue complicada, no entendían lo que hacíamos al cultivar espacios vacíos en el municipio. En cierta manera pensaban que estaban haciendo su trabajo al resistirse y plantear problemas. Ahora la relación es muy positiva y nos ofrecen muchas facilidades para hacer cosas.
¿Cómo se vence el miedo al vandalismo, la desconfianza a que la ciudadanía no se corresponsabilice de estas tareas, los temores a que la gente se lleve más de lo que necesita?
Al principio todo el mundo estaba asustado de todo, incluida la Administración local. Ladrones, cacas de perro, si plantas manzanas se pueden caer y descalabrar a alguien, si plantas ciruelas mancharán el pavimento, los ladrones van a venir al municipio, las plantas serán envenenadas... nada de esto ha sucedido. Dialogábamos y en tono de broma les planteábamos que en la granja los zorros, conejos, el perro y otros animales también hacían pis... y nadie se había preocupado tanto. El paso del tiempo ha diluido todos esos miedos, y además nos hemos esforzado por hacer pensar a la gente en positivo, rompiendo la desconexión con la naturaleza y con la producción de comida.

¿Cómo se consigue implicar a centenares de voluntarios para que participen de forma continuada en la iniciativa?
Disponemos de cerca de 300 personas voluntarias, pero no todas van siempre. Lo normal es encontrarte 40 o 60 en las jornadas de trabajo colectivo. El primer domingo lo hacemos por la mañana y el tercero por la tarde, siempre con comida colectiva. El grupo reducido de coordinación planifica lo que se va a necesitar y las tareas a cubrir, se manda a la lista de correo y la gente se va encargando de asumir las responsabilidades. Y en caso de que quede alguna cosa sin cubrir, se llama a gente de nuestra red y se le pide que venga, que la necesitamos. Siempre funciona.

¿Qué le aporta a la gente el hecho de cultivar su municipio?
A la gente le gusta la idea de cultivar cosas para extraños, sin saber quién las cogerá y se las comerá. Nos gusta la naturaleza, preocuparnos por la polinización, ver a los niños disfrutando con las flores y las abejas... Creo que estamos arreglando algo que se había roto. A la gente le gusta saber que a partir de pequeñas acciones están mejorando el mundo.

Se han montado zonas de cultivo en iglesias, teatros, parques de bomberos o comisarías de policía. ¿Qué papel han jugado estos huertos a la hora de divulgar la iniciativa?
Creo que los huertos del instituto, del centro de salud y de la comisaría de policía son de los más importantes, porque están en lugares muy visibles y transitados. La gente puede aprender mucho de estos huertos, pues se aplica la rotación de cultivos, hay información que explica este tipo de cosas. Son huertos educativos y los consideramos muy estratégicos para sensibilizar a la gente. Y acaban provocando cosas como que los materiales de jardinería (tijeras, palas, macetas...) incautados en plantaciones de droga por la policía sean donados a nuestra iniciativa, o que durante una extraña época de sequía los maceteros de la estación de tren fuesen regados con cantimploras cuando la gente se iba a trabajar.

¿De dónde sale la idea de organizar una ruta turística visitando estos huertos?
Nuestro proyecto se sostiene sobre tres patas: construir comunidad, la educación y la economía local. Todmorden está cerca de un pueblo muy turístico y aquí no venía nunca nadie, así que lo planteamos como una estrategia para atraer visitantes y dinamizar la economía local. Aporta dinero para los comercios locales que existían y sirve como estímulo para los nuevos que se han ido creando (panadería artesana, cerveza, quesos...).
Incredible Edible es una experiencia que combina el embellecimiento urbano y la sensibilización con una profunda preocupación por el funcionamiento del sistema alimentario. ¿Podríamos afirmar que se ha dado el salto de lo simbólico a lo productivo? Ese cambio lo ilustra la Granja Increíble, una empresa social que hemos impulsado por crowdfunding dedicada a la producción de carne, huevos, leche, verduras y hortalizas... Además de generar empleo juvenil, la granja sirve como espacio formativo (sobre diversas formas de cultivo y ganadería, permacultura...) que funciona siete días a la semana. Es una iniciativa a pequeña escala que consideramos muy valiosa.
¿Hay más gente dedicada a cultivar y producir alimentos desde que funciona el proyecto?
Absolutamente. Nosotros no tenemos personal contratado ni andamos haciendo encuestas, pero los investigadores de la universidad lo han demostrado. La gente se ha sumado a cultivar muchos espacios, tanto para el autoconsumo como para la agricultura profesionalizada, especialmente a través de cambios como los introducidos en el comedor escolar del instituto local para que se consuma comida fresca y local.

Hace tiempo lanzaron la campaña Every Egg Matters ("cada huevo importa"), que está llenando el municipio y los patios de gallinas, para tratar de conseguir en 2018 una producción de 30.000 huevos semanales, suficientes para todos sus habitantes...
Esta campaña la realizamos antes de que cambiara la legislación y fuese más exigente prohibiendo la venta si no es de explotaciones profesionales o en las propias fincas. Ahora disponemos de una suerte de buzones en la puerta de 50 casas donde se pueden comprar los huevos sin vulnerar la ley, así que disponemos de un mapa con las direcciones y números de teléfono de unas 60 personas que los venden.

¿Y qué papel juegan las ferias y eventos de cocina al aire libre en vuestro proyecto?
Nos interesa mucho la gente que no sabe cocinar, así que involucramos a gente que sabe cocinar muy bien (incluidos veganos) para que enseñe a la que tiene malos hábitos alimentarios. Así que nos gusta ir frente al supermercado Wal-Mart y dar consejos de cocina, mientras realizamos una comida colectiva. Esto conecta con los colegios y el programa experimental que ha introducido la cocina como asignatura obligatoria dentro del currículo escolar durante este curso, ante la epidemia de obesidad que asola el país. Además, todos los niños de bajos ingresos entre siete y diez años tienen comida gratis en los colegios, pues recientes estudios demuestran que cuando están hambrientos aprenden peor.

¿Y con los colegios colaboran de alguna otra manera?
Disponemos de huertos en los colegios y de un innovador proyecto de acuapónicos que mezcla peces y cultivo de plantas en el instituto municipal. Y apoyamos el proyecto de cambio de menús en los comedores escolares del municipio. También sacamos un cuento infantil que regalamos a todos los niños del municipio, sobre la historia de un manzano vinculado a la iniciativa, que además está disponible en internet. Y apoyamos la transición del colegio al instituto mediante la plantación de un frutal en el instituto durante el último año de primaria, de forma que vayan apropiándose del espacio.

A través de vuestro eslogan "Si comes estás dentro", habéis abordado la alimentación como un lenguaje universal, una excusa en torno a la cual provocar el encuentro...
Absolutamente. La comida atraviesa la clase, la etnia, el género... y puede usarse para provocar nuevas formas de relación social. Un ejemplo sería el Harvest Festival que convocamos anualmente para cocinar colectivamente y comer. Al evento acuden cientos de personas, además de los restaurantes locales. El año pasado pedimos a la gente que trajera pan y mermeladas caseros para compartirlos. Una comida simple que a todo el mundo le recordaba a su infancia y a la gente le gusta mucho, una excusa para conversar y reflexionar sobre el funcionamiento del actual sistema alimentario.

Comentabas que Incredible Edible nace tan preocupada por la justicia social como por la ecología. ¿Por qué cultivar verduras es una forma de promover la justicia social?
Porque la brecha entre ricos y pobres no ha hecho más que aumentar. Y ante la segregación espacial de unos y otros decidimos embellecer el conjunto del municipio, y que cuando la gente lo visite vea el conjunto. Además la gente de distintas clases empieza a coincidir en las actividades, las tiendas locales y se va sintiendo parte del mismo municipio. La mayor parte de los activistas son de clase media, no tienen problemas de hambre... pero son capaces de hacer algo bueno para el conjunto que no es patrimonializado por ellos. Incredible Edible es una forma diferente de aproximar a la gente a la ecología y, sobre todo, de recuperar el vínculo social, porque la alimentación es algo que todos tenemos en común. Unos pueden llegar más preocupados por la salud y el cuerpo, mientras otros lo hacen por dar de comer a sus hijos, y estos últimos reciben especial ayuda de nuestro proyecto, que también colabora con el banco de alimentos local.

En Madrid solemos decir que los huertos comunitarios cultivan más relaciones sociales que vegetales...
Exactamente, no es simplemente la autosuficiencia alimentaria, sino abordar un desafío mayor como el cambio social; es crear un espacio público donde los extraños puedan compartir una experiencia mediada por la comida.

El otro día afirmabas que a veces es mejor pedir perdón que pedir permiso.
Nunca hemos pedido permiso para hacer las cosas, si lo hubiéramos hecho no habríamos ido a ninguna parte, nos pasaríamos el día hablando mucho y haciendo poco. Nos preocupamos más por hacer cosas que por pasar interminables horas discutiendo o votando sobre la forma correcta de hacer las cosas. A veces no hay una forma correcta, se trata simplemente de empezar a hacerlas. Aunque si hacemos algo y hay problemas lo dejamos, no estamos interesados en ninguna forma de conflicto. Nosotras no nos manifestamos contra nadie, ni los banqueros, ni el capitalismo, ni cuando los supermercados estaban comprando tierra en el municipio, lo que decepcionó a alguna gente.

Incredible Edible se ha convertido en una iniciativa emblemática para Todmorden. Tanto que reciben miles de visitas e invitaciones para compartir vuestra experiencia, un modelo que se ha replicado en distintos lugares del planeta. ¿Cómo ha sido ese proceso de expansión? ¿Cómo lo vivís?
Estamos muy preocupadas por esto, nos inquieta que la gente se sienta decepcionada. Muchas de las ciudades donde se ha replicado la iniciativa lo están haciendo mucho mejor que nosotros, tienen más suelo, más facilidades, ejemplos en los que inspirarse... El otro día volvió un periodista suizo, que hace unos años había hecho un fantástico reportaje sobre nuestro proyecto. Al segundo día me confesó que su editor le había enviado a ver si todo seguía siendo tan bonito como parecía. El problema son las expectativas que trae la gente, porque a pesar de los éxitos la ciudadanía de Todmorden no hemos querido montar un pequeño imperio. Yo he trabajado muchos años en el tercer sector, en pequeñas organizaciones que no han querido crecer, tener una gran plantilla, salir en prensa... Esto nos lleva a interrogarnos mucho sobre el futuro y, entre otras cosas, sobre la posibilidad de que mucha gente vaya a dejar herencias económicas al proyecto. Usarlo bien sería que sirviera para generar nuevos liderazgos activistas, pues la gente quiere participar, pero no liderar. Liderar es una palabra sucia, pero la principal tarea del liderazgo es construir nuevos liderazgos.

¿Y mantienen relación con las iniciativas surgidas en otras ciudades?
No, porque no tenemos una patente de Incredible Edible. Hay una red que se llama Incredibe Edible Network, pero es fruto de un gran error, porque sin ser conscientes permitimos a una ONG que se encargara de gestionar la red, que en la práctica se reduce a un perfil de Facebook y una web, cobrando 30.000 libras, tres veces el presupuesto anual de nuestra iniciativa. Ahora los grupos locales de distintas nacionalidades se están coordinando de la mano de una bella persona, Kathreen Simon de Francia. El reto está en sostener movimientos ciudadanos de abajo hacia arriba y a la vez crear redes sobre las que mantener cierto control. El riesgo es lo que está sucediendo, donde hay gente que ataca a otros proyectos diciendo “tú no eres un auténtico Incredible Edible”. A nosotros esa dinámica no nos interesa. Nunca pretendimos salir de nuestra ciudad, que nuestra idea fuese un boom o que nuestro nombre haya sido patentado por otros. Son errores derivados de trabajar bajo una lógica de código abierto y decir que sí a todo el mundo. No teníamos modelos, así que también nos hemos ido equivocando.
Todmorden es un municipio pequeño. ¿Es posible trasladar esta iniciativa a ciudades grandes, o forzosamente la escala obliga a replantear el modelo?
Es posible. Empieza desde lo pequeño hablando con tus vecinos. Una ciudad es una colección de pequeños lugares donde proyectos como los nuestros son perfectamente viables. Las ciudades disponen de negocios, bancos, tejidos asociativos, ayuntamientos con mayor capacidad... Encierran sorprendentes potencialidades. A mí me encantaría el reto de empezar en una ciudad como Londres, donde hay centenares de proyectos de apicultura urbana.
Cerca de Todmorden, en el municipio de Rochdale, nacía en 1844 la primera cooperativa de consumo… que sentaría las bases del cooperativismo moderno que se expandiría por todo el planeta. ¿Es una casualidad que Incredible Edible haya surgido en esa zona?
No lo sé (risas). Todmorden ha tenido otros pioneros, como el descubridor del átomo; quizás sean las fuerzas magnéticas que vienen de Stonehedge (risas). 

Imagenes: Huertos urbanos de Incredible Edible, en Todmorden (Reino Unido). / Incredible Edible

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